¿Es Kabul el «fin de la era americana»?
EEUU acelera la caótica evacuación de Kabul en medio de un coro apocalíptico de sus propios aliados. La prensa europea y norteamericana aparece cada día trufada de artículos y editoriales sobre el «fin de la era americana» alimentados por declaraciones rimbombantes sobre «la debacle». Pero, qué significa el «fin de la era americana»: ¿el fin de EEUU como potencia imperialista global capaz de actuar en solitario en cualquier lugar del mundo? ¿El fin de la hegemonía económica, militar e ideológica estadounidense?
¿El fin de la era americana?
Los dirigentes europeos no son especialmente dados a reconocer errores ni derrotas. Por eso llamó la atención Borrell calificando la retirada de Afganistán de «catástrofe». Pero día a día el tono subía. Laschet, candidadato a canciller de la CDU y a día de hoy el más probable sucesor de Merkel, fue aún más lejos: «Esta es la mayor debacle que la OTAN ha conocido desde su fundación, estamos enfrentando un cambio de época».
¿Cambio de época? La misma prensa estadounidense lo estaba poniendo en bandeja. New Yorker se preguntaba si era «el fin de la era americana», Salon hablaba de «colapso del imperio» recogiendo el temor, expresado por Bloomberg en los días previos de que la retirada afgana hipotecara la defensa de Taiwán y la ofensiva imperialista contra China.
Significativamente la prensa de Hong Kong tenía claro que no caería esa breva. Por mucho que los medios oficiales de Pekín no se quedaran cortos en epítetos a la hora de calificar «la humillación» estadounidense, en Extremo Oriente nadie duda que la salida de Afganistán es el preámbulo de una política imperialista aun más agresiva en el IndoPacífico con Taiwan como punto caliente.
Pero para entender qué está moviéndose en el panorama imperialista fue aún más clarificador el debate en el parlamento británico. Laboristas y conservadores reprocharon a Johnson la incapacidad del ejército británico para sostenerse un solo día sin los estadounidenses.
Theresa May preguntó retóricamente donde estaba ahora la famosa Global Britain prometida para el post-Brexit. Johnson respondió con lo obvio: los estadounidenses no consultaron con sus aliados OTAN la retirada ni sus fechas y los británicos -y ya puestos, los europeos en general- no tienen capacidad para sustituir la fuerza militar norteamericana en un destino como el afgano. El «fin de la era americana» no será el fin de la «especial relación», pero significará la pérdida definitiva de una de las ilusiones más queridas de las clases dirigentes británicas: su capacidad de influencia en Washington en virtud de una alianza global a dos.
El «fin de la era americana» y el papel de la UE
El fiasco afgano preocupa en Europa no porque vaya a suponer el «fin de la era americana», sino porque ha vuelto demostrar que los EEUU de Biden no tienen más consideración por la UE que la que tenía Trump. De hecho, esta misma semana Biden rompía el acuerdo al que había llegado con Merkel en junio e imponía nuevas sanciones a empresas vinculadas al NordStream2, el nuevo gasoducto que unirá en unas semanas Rusia y Alemania.
Con el ambiente enrarecido por las tensiones de la evacuación y los responsables de la UE acusando al ejército de EEUU de obstaculizar la salida de los europeos y sus colaboradores, medios y think tanks europeos empezaron encargar análisis a un lado y otro del Atlántico preguntándose si realmente pueden dar por cerrada una época de unilateralidad estadounidense y retomar soberanía en el diseño de sus propias políticas imperialistas o lo que había pasado, simplemente, era que el giro hacia China del capital estadounidense les había dejado aún más fuera de juego.
En Francia, Le Monde se congratulaba de que el ejército francés hubiera abandonado Afganistán en 2014 visto que...
Cuando los funcionarios estadounidenses informaron a sus socios europeos en la OTAN sobre la organización y el momento de la retirada, los intentos de unos pocos (británicos, alemanes, turcos) de influir en el curso de las cosas fueron barridos. «América primero», tanto con Biden como con Trump.
Tampoco es que lo den por cerrado. Francia y Gran Bretaña pidieron a EEUU prolongar las operaciones de evacuación más allá del 31 de agosto. De forma significativa, no lo han hecho a través de los cauces internos de la OTAN ni en llamadas telefónicas entre presidentes, sino en la reunión del G7. Son conscientes de que alargar la evacuación pone a Biden en un brete y podría acabar en batalla campal con los talibanes. Por eso lo hacen, para forzar a Biden a escenificar el apuro y las dificultades. Biden simplemente mantuvo la fecha.
Pero el primer golpe del fin de la era americana parece que lo va a recibir Francia, no EEUU. El apoyo económico y militar de los principales países UE a su guerra saheliana se está viendo en cuestión.
El verano está siendo especialmente sangriento para los franceses y los cascos azules en Malí. Tras el autogolpe de estado patrocinado por Rusia en el gobierno maliense, Francia da por cerrada la operación Barkhane. Pero eso no quiere decir que sus tropas abandonen el país. Al contrario, se doblan en número bajo un nuevo nombre pero eso sí, actuarán por su propia cuenta al margen del gobierno local.
¿Qué lección sacan los militares y altos burócratas alemanes e incluso españoles de Afganistán? Que no pueden repetir la fórmula estadounidense con menos medios en Sahel y que toca «apretar» a los gobiernos de la región y a Francia.
No es que el escándalo y los discursos sobre el «fin de la era americana» adelanten una retirada alemana, desde luego. Al revés, ven abierta la puerta -y les urge la necesidad- de incrementar las acciones militares para defender sus intereses imperialistas. Christoph Heusgen, un alto burócrata que fue embajador alemán en la ONU y asesor personal de Merkel, lo dejaba claro en un artículo para el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, uno de los principales think tanks atlantistas.
Después de todo lo que salió mal al final, puede parecer lógico querer poner fin a todo compromiso con el extranjero. Pero esto no es realista: Alemania tiene que seguir asumiendo la responsabilidad de la gestión de crisis. Si no lo hacemos, ¿quién más lo hará? Están en juego intereses alemanes: el futuro de millones de puestos de trabajo; de la economía alemana, que depende en gran medida del comercio y los mercados abiertos;
«El fin de la era americana» y la transformación de EEUU para una guerra con China
Aunque a la prensa anglófona le encante preguntarse en grandes titulares por «el fin de la era americana», a la burguesía estadounidense no deja de preocuparle en verdadero fondo de todo ésto: que la concentración de fuerzas en la batalla contra China sea interpretada por las distintas potencias regionales como una oportunidad para afirmar sus propios intereses y se produzca una verdadera generalización de la guerra.
Cuando la vicepresidenta de EEUU, Kamala Harris, sale en Indonesia asegurando que «EEUU es todavía un líder global» -algo que no necesita hacer un líder global incuestionado- está en realidad llamando a la prudencia a sus rivales. Pero en Washington y sus think tanks asociados en Europa no se engañan:
El fin de la intervención estadounidense en Afganistán confirma en cierto modo la desoccidentalización del intervencionismo, que ya está operando en Libia y Siria [...] Estados Unidos debe aceptar que con su retirada militar de Afganistán, está perdiendo influencia y subcontratando de facto el futuro del país a potencias regionales.
En una columna especial en The Economist titulada significativamente «Por qué el fin del imperio estadounidense no será pacífico», Niall Ferguson daba la perspectiva británica del fin de la era americana: EEUU está viviendo ahora lo que el imperio británico vivió hace un siglo. Según Ferguson, la perspectiva es una guerra mundial y EEUU no puede constreñir su desarrollo militar, como hizo la Gran Bretaña de Chamberlain, por prudencia fiscal, temor inflacionario o consideraciones de opinión pública.
Para Ferguson, Taiwan tiene todas las papeletas para ser la nueva Checoslovaquia. Sometida a reunificación forzosa por China haría inevitable la escalada a una nueva guerra mundial para la que ve menos preparado a EEUU que lo que en su día estaba la Gran Bretaña imperial... a no ser que renacionalice activos y producción a toda velocidad. Precisamente la estrategia que comenzó Trump y continúa Biden.
Otra diferencia, en muchos sentidos más profunda que el déficit fiscal, es la posición de inversión internacional neta (PIIN) negativa de los Estados Unidos, que es poco menos del -70% del PIB. Una PIIN negativa significa esencialmente que la propiedad extranjera de activos estadounidenses excede la propiedad estadounidense de activos extranjeros.
Por el contrario, Gran Bretaña todavía tenía una PIIN enormemente positiva entre las guerras, a pesar de las cantidades de activos en el extranjero que se habían liquidado para financiar la primera guerra mundial. Desde 1922 hasta 1936 estuvo constantemente por encima del 100% del PIB. En 1947 había bajado al 3%.
Vender la plata imperial restante (para ser precisos, obligar a los inversores británicos a vender activos en el extranjero y entregar los dólares) fue una de las formas en que Gran Bretaña pagó la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos, el gran imperio deudor, no tiene ahorros equivalentes. Puede permitirse pagar el costo de mantener su posición dominante en el mundo solo vendiendo más de su deuda pública a los extranjeros. Esa es una base precaria para el estatus de superpotencia.
Significativamente, no olvida recordar que los estadounidenses hoy como los británicos en los 30 «están sucumbiendo al odio a sí mismos», es decir, que el juego ideológico y las revueltas de la pequeña burguesía han llegado a un punto que es contradictorio con los intereses imperialistas centrales para el capital estadounidense. El fin de la era americana estaría manifestándose como fin de la hegemonía ideológica estadounidense.
Una fuente crucial de la debilidad británica entre las guerras fue la revuelta de la intelectualidad contra el Imperio y, más en general, contra los valores británicos tradicionales. Churchill recordó con disgusto el debate de Oxford Union en 1933 que había aprobado la moción, «Esta Cámara se niega a luchar por el Rey y el país».
Como señaló: «Fue fácil reírse de un episodio así en Inglaterra, pero en Alemania, en Rusia, en Italia, en Japón, la idea de una Gran Bretaña decadente y degenerada echó raíces profundas e influyó en muchos cálculos». Esto, por supuesto, es precisamente cómo la nueva generación de diplomáticos «guerreros-lobo» e intelectuales nacionalistas de China considera a Estados Unidos en la actualidad.
Esta última idea es recogida nada más y nada menos que por Francis Fukuyama:
El desafío mucho mayor para la posición global de Estados Unidos es interno: la sociedad estadounidense está profundamente polarizada y ha tenido dificultades para encontrar un consenso sobre prácticamente cualquier cosa. Esta polarización comenzó por cuestiones de políticas convencionales como los impuestos y el aborto, pero desde entonces se ha convertido en una amarga lucha por la identidad cultural. [….] Hoy aproximadamente la mitad de los republicanos creen que los demócratas constituyen una amenaza mayor para el estilo de vida estadounidense que Rusia.
Hay más consenso con respecto a China: tanto los republicanos como los demócratas están de acuerdo en que es una amenaza para los valores democráticos. Pero esto solo lleva a Estados Unidos hasta ahora a una prueba mucho mayor para la política exterior estadounidense que Afganistán: Taiwán.
Si es atacada directamente por China. ¿Estará dispuesto Estados Unidos a sacrificar a sus hijos e hijas en nombre de la independencia de esa isla? O, de hecho, ¿Estados Unidos se arriesgaría a un conflicto militar con Rusia si esta última invadiera Ucrania? Estas son preguntas serias sin respuestas fáciles, pero si se lleva a cabo un debate razonado sobre el interés nacional estadounidense probablemente sea a través de la lente de cómo afecta la lucha partidista.
Como Ferguson, Fukuyama apunta que el estallido ideológico identitarista gestado en las universidades americanas durante los últimos veinte años y llevado a primera línea política por los demócratas contra Trump es disfuncional para los intereses imperialistas de EEUU y debilita su «poder blando». La revuelta intelectual de la pequeña burguesía racialista y feminista habría limitado la capacidad de su imperialismo cultural... y de reclutamiento interno.
Vienen a decir que cuando el mundo ve «The White Lotus» en HBO, «La directora» en Netflix o la última temporada de «The Good Fight» en Paramount no ven un modelo a envidiar, copiar y apoyar, sino un juego de poder antisocial entre pacaterías políticas, sexismo feminista y racialismo negro, una forma particular de «auto-odio» en el seno del poder estadounidense. EEUU necesitaría un cambio en las ideologías que exportan sus plataformas de TV y sus think tanks si quiere poder mantener su hegemonía ideológica global y «sacrificar a sus hijos e hijas» con posibilidades de éxito en la guerra que viene.
¿Qué significa en realidad «el fin de la era americana»?
El supuesto «fin de la era americana» es en realidad el nombre periodístico de un proceso que venimos relatando durante los últimos años:
1 EEUU se encamina hacia una guerra por el poder global con China, pero no tiene capacidad económica como para defender militarmente sus intereses imperialistas en cada rincón del globo mientras la prepara.
Mantener a su ejército al margen de las batallas en la región que los anglosajones llaman «Oriente Medio» se ha convertido en una prioridad y una necesidad estratégica.
2 Quiere concentrar su presión militar en las fronteras de China y abandonar las zonas en las que la rentabilidad de la presencia militar estadounidenses sea menor desde el punto de vista de la guerra por venir. Inevitablemente intenta disciplinar a unos aliados renuentes para formar un bloque y repartir entre sus miembros el control de las regiones más conflictivas sin perder la hegemonía global.
3 Pero no es fácil. La dominante a día de hoy, como hemos visto, son las fuerzas centrífugas. No es casualidad que los más pro-estadounidenses hasta anteayer hayan sido los primeros en sacar de procesión el espantajo de «el fin de la era americana».
4 Lo previsible es esa «desoccidentalización» de los conflictos regionales que, con el poco edificante ejemplo de Siria y Libia señalan los think tanks estadounidenses. Conflictos contenidos hasta ahora como el de Marruecos y Argelia en el Magreb tienen todas las papeletas para reactivarse. Ayer mismo Argel rompió relaciones diplomáticas con Rabat. Y América del Sur va a reflejar cada vez más las tensiones por recursos minerales y la lucha por el control de los canales.
5 Bajo este movimiento general, las cabezas pensantes de la burguesía estadounidense y británica están poniendo el acento en lo que habría que «cambiar en casa». Lejos de pensar el «fin de la era americana» como una etapa de transformaciones sociales, se trata de destilar una ideología útil para la guerra imperialista. Algo tan potente como en su día fue el anti-fascismo, que permita «sacrificar a sus hijos e hijas» y ejercer atracción sobre la población de los potenciales aliados.
6 Todos los analistas anglófonos y chinos apuntan a Taiwan como el posible desencadenante a corto plazo de una guerra frontal entre EEUU y China. Los anglófonos esperan una invasión china y ven en ella el momento en el que EEUU podría jugarse el todo por el todo con más posibilidades de victoria que las que se le atribuyen en cinco o diez años. Los chinos repiten el guión del nacionalismo furibundo del partido-estado chino.
Pero en realidad Taiwan está lejos de ser el escenario perfecto para los estadounidenses y el momento está lejos de ser aceptable para Pekín. Wahington ni siquiera ha conseguido alinear contra China de modo efectivo a Corea del Sur y Japón... y está aún lejos de conseguir dictar su estrategia en Europa. Y, sobre todo, no cuenta con que la estrategia china no pasa por comenzar una guerra mundial a pocos kilómetros de sus costas, sino por afianzar previamente su estrategia imperialista global multiplicando focos de conflicto lejos de su territorio continental.
7 Lo que abre Kabul definitivamente no es «el fin de la era americana», sino una etapa en la que la guerra mundial se reconoce ya directamente como el horizonte y en la que veremos un nuevo rosario de guerras regionales muy internacionalizadas, un agravamiento de las tendencias hacia la guerra comercial y el proteccionismo -en buena parte desarrolladas a través del «Pacto Verde»- vendrán acompañadas de una renovación ideológica cada vez más abiertamente unida a la perspectiva del encuadramiento de los trabajadores para el esfuerzo de guerra.