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Fin de huelga en Cádiz ¿Qué aprendemos?

26/11/2021 | España

Sacar lecciones del fin de huelga en Cádiz es fundamental para las luchas que vienen. No es que unas mejores condiciones hayan propiciado un acuerdo entre patronal y sindicatos y que los trabajadores hayan aceptado. Es que la dirección sindical de la huelga ha evitado que los trabajadores tomaran el control de la lucha haciendo inevitable aceptar las condiciones ofrecidas por la patronal.

Fin de huelga: ¿Qué ha pasado?

Dirigente de CGT interviene frente a una manifestación de apoyo mientras CCOO y UGT anunciaban ya el fin de huelga.

Durante la noche del miércoles al jueves, de la reunión de CCOO y UGT con la patronal a puerta cerrada, salieron las primeras noticias de un acuerdo.

Las condiciones «conseguidas» contradecían el objetivo de la huelga y solo diferían en detalles de la oferta inicial de la patronal. En vez de cubrir el efecto de la inflación (4,6% hoy, posiblemente 6% a fin de año), se conformaban con un tercio (2%) más la promesa de una revisión que cubriría hasta el 80% de lo perdido.

Cuando llegó la mañana, los medios de toda España aplaudieron a dos manos. A partir de ahí, con toda la cobertura mediática dando «fuego de apoyo», la maquinaria burocrática sindical se puso en marcha. La táctica sindical para hacer tragar era explícita:

Hemos conseguido un preacuerdo que trasladaremos a la asamblea de delegados y, posteriormente, cada delegado en su empresa, si lo ve conveniente, lo someterá a votación.

Es decir, la cúpula de los dos grandes sindicatos se reuniría con los miembros de los comités de empresa de cada centro, ya que nunca se eligieron verdaderos comités de huelga. Y solo si, uno a uno, cada uno de ellos obtenía mucha resistencia, convocaría una votación... mediante voto secreto.

Mientras tanto, los sindicatos supuestamente «radicales» (CGT y Coordinadora) que están organizando manifestaciones de apoyo a la huelga, rechazaban el acuerdo y llamaban a seguir con la huelga. Pero a la hora de la verdad dan por bueno el terreno impuesto por los sindicatos: refrendo centro a centro y por voto secreto. Se limitan a denunciar alguna manipulación de recuento y hacen el amago de mantener la convocatoria de huelga por su cuenta.

Pero la suerte está echada: los medios celebran el «acuerdo» por todo lo alto y el desconcierto y la frustración, cuando no la desmoralización reinan.

¿Qué aprendemos de este fin de huelga?

1. Los objetivos sindicales supeditan la lucha por necesidades de los trabajado a las «necesidades» de beneficio de la empresa

Cumplir el convenio -es decir, la ley- y obtener «carga de trabajo» para las empresas. Las «reivindicaciones» de los sindicatos son indistinguibles de las de los gestores y propietarios de las empresas

El capitalismo de estado bajo el que vivimos deja a los trabajadores y lo que ellos llaman nuestras «legítimas reivindicaciones» un espacio muy angosto: la discusión mediada por los sindicatos y sus comités de empresa del precio de nuestra hora de trabajo, empresa por empresa y sector por sector. Discusión que todas las partes -sindicatos, patronal y estado- aceptan supeditada a la existencia de ganancias.

Desde el principio, «cumplir el convenio» -es decir, la ley- y obtener «carga de trabajo» para las empresas encabezaron las reivindicaciones puestas por los sindicatos. Es una vieja historia ya conocida en Cádiz por los trabajadores de Navantia. Remacha la idea de que «el bienestar de los trabajadores depende de los resultados de la empresa». La vieja fórmula machacada a fuego por los sindicatos durante años bajo la forma «no podemos pedir a la empresa lo que no puede dar».

Esto hace las «reivindicaciones» sindicales indistinguibles de las de los gestores y propietarios de las empresas frente al estado, y los acaba convirtiendo en «gestores alternativos» en las batallas de accionistas, como vimos ya en Alcoa. No es para extrañarse. Su razón de ser como organización es mediar la venta de fuerza de trabajo. Los jefes sindicalistas aspiran a convertir la organización de la que son cuadros profesionales en un monopolista más dentro del gran juego de capitales que determina precios y salarios.

Y como los sindicatos siempre van a supeditar las necesidades de los trabajadores a los resultados de la empresa, toda su organización de las herramientas de huelga va a reflejarlo y convertirse en un freno.

2. Sin asamblea general de huelga y comité de huelga real el pasteleo a puerta cerrada es inevitable

Asamblea de trabajadores durante la huelga del metal en Cádiz

Lo que da fuerza a toda huelga, pequeña o grande, como a cualquier lucha de clase es que, aunque sea de manera potencial, materializa a un sujeto colectivo. Un sujeto que es mucho más potente que cualquier simple suma de individuos cuyo nivel de compromiso y cohesión nadie conoce. Si la asamblea lo decide vamos todos a la huelga, si no, por mucho que creamos en su necesidad, tendremos que aceptarlo y seguir luchando por convencer a los compañeros.

Sin embargo, vemos cada vez más a menudo que los sindicatos nos llaman a ir a la huelga sin convocar antes siquiera una asamblea o, cuando lo hacen, reduciéndola a asamblea informativa. El resultado son huelgas que ni siquiera son de empresa, sino de individuos, por eso su seguimiento se da en términos porcentuales: «un 60% de la plantilla siguió la huelga», nos dicen, como si fuera un éxito. Pero si la mayoría quería huelga ¿por qué no discutirlo en una asamblea e ir todos juntos?

La cuestión es que si la asamblea convoca, la asamblea decide y decide también quién la representa. La misma asamblea que convoca y dirige, elige un comité de huelga y modifica su composición cuando lo estima conveniente. Es más, la asamblea es soberana y bien puede optar -es la forma de avanzar- por incluir en igualdad a los trabajadores temporales y de las contratas. Dicho de otro modo: la asamblea, cuando es tal, tiende constituir una base más amplia que la que pretende representar el comité de empresa elegido regularmente entre los candidatos sindicales en cumplimiento de la legislación laboral.

Ese es el fondo de toda esta cuestión: quién tiene la soberanía: los trabajadores o los comités de empresa; los órganos que nos damos a nosotros mismos y que tienden a incluir a todos, o los órganos impuestos por la ley y que nos hacen elegir entre los sindicatos.

Las asambleas atomizadas por centro de trabajo y los comités de empresa autoinvestidos como (falso) comité de huelga significan supeditar la organización de la huelga a los sindicatos y sus objetivos, el primero de los cuales es la rentabilidad de la empresa.

Y aún así, solo en casos en que la combatividad les supera desde el primer momento, como esta huelga del metal en Cádiz, organizan asambleas en las que no se apean del megáfono e intentan imponerse como comité de huelga en virtud de «sus derechos» según la legislación laboral.

Como hemos visto en Amazon, su modelo «ideal» es presentar la huelga como un derecho individual limitado a seguir o no a los sindicatos. Lo que hace de la huelga lo opuesto de una afirmación de clase y por tanto de algo útil para conseguir la satisfacción de nuestras necesidades. La huelga se convierte de esa manera en ejercicio de ciudadanía, aislándonos, atomizándonos y, como en cualquier mercado o parlamento, reduciendo nuestra soberanía a elegir entre las opciones que nos ofrecen las instituciones del capitalismo de estado.

Aceptar la desorganización sindical de la lucha significa entonces limitar la negociación a un pasteleo a puerta cerrada con la patronal en el que ambos «equipos gestores» fijan precios y condiciones mediante el análisis de las condiciones de la empresa.

3. El voto secreto atomiza y aisla

Una versión suave pero no menos insidiosa del mismo ciudadanismo sindical es la imposición del voto secreto en las asambleas. Aislados frente la urna estamos solos frente a la empresa y los sindicatos, es decir frente al poder del capital y el estado. Por eso nos recuerdan que debemos votar pensando en lo nuestro... que nunca es lo colectivo, sino la angustia de no llegar a fin de mes y quedarnos solos si sigue la huelga.

Por contra, discutiendo abiertamente y votando a mano alzada, frente a frente, hombro con hombro con los demás compañeros, el voto mismo es un lazo de compromiso y una muestra de coraje. Las asambleas así organizadas, no solo permiten tomar decisiones en función del número, sino del compromiso y el ánimo de sus miembros. Y los comités de huelga por ellos elegidas dejan de ser representaciones de los sindicatos frente a los trabajadores para convertirse en verdaderas delegaciones de los trabajadores frente al capital.

4. El «sindicalismo radical» solo radicaliza la atomización y la desmoralización

El «sindicalismo combativo», pretendidamente «radical», añade al viejo libro de jugadas sindical nuevos caminos al desastre bajo la capa de un falso coraje e indignación.

Lo vimos ayer en Cádiz. En vez de convocar y movilizar por una verdadera asamblea de huelga, presentaron las votaciones secretas por centro de trabajo como un terreno válido de lucha... que reforzaron denunciando manipulaciones de recuento. Y finalmente... amenazaron con seguir por su cuenta, al coste de fraccionar a los trabajadores y oponer unos a otros.

Es obvio que para sacar adelante una huelga no basta con la convocatoria de una organización por su cuenta y riesgo al margen de la asamblea general. Eso es más ciudadanismo vestido de falsa radicalidad. Es la asamblea la que tiene que decidir y reivindicar su decisión como decisión del conjunto de trabajadores.

Ya estaba, invisible, en la primera fase de la lucha. Aunque los «sindicatos combativos», como hemos visto, no entren en la mesa de negociación, no hacen nada por convertir asambleas informativas de centro en asambleas generales de huelga. Su lucha es con los sindicatos «mayores» por copar la representación.

Su papel distintivo es descarrilar la «radicalidad» de los trabajadores más comprometidos de la lucha por una asamblea real de huelga al terreno estéril del desfogue en la calle con la policía, que tanto gusta a los medios para intentar aislar las luchas.

Pero eso es solo el primer movimiento. Cuando los grandes sindicatos fuerzan una «salida», en vez de oponerles la unidad de la asamblea -que ayudaron a abortar- contra la capitulación, los «sindicatos combativos» separan a los trabajadores más combativos del conjunto, se olvidan de la asamblea general y los abocan a una huelga en solitario y estéril que solo sirve para aislarlos y desmoralizarlos ante «la falta de respuesta» de los compañeros.

¿Cuántos «no hay nada que hacer» vendrán ahora entre los que siguieron a CGT o la Coordinadora?

Conclusión: el fin de huelga en Cádiz y el sindicalismo

Toda lucha de los trabajadores que va a algún lado es un ejercicio de centralismo en torno a la asamblea de huelga. Todo lo demás es romper a los trabajadores, enfrentarlos entre ellos y provocar una desmoralización que esterilice el camino a nuevas luchas.

En la primera fase de una lucha al centralismo de la asamblea de huelga se opone la «unidad de los sindicatos» y sus intentos de pastelear con la patronal a puerta cerrada en virtud de los privilegios que les da la ley laboral.

Como los sindicatos son lo que son -aspirantes a monopolistas de la fuerza de trabajo en virtud de la ley- todas sus «negociaciones» estarán supeditadas a los beneficios de la empresa. Son «técnicas» y a puerta cerrada porque, ellos mismos se ven como gestores con una política alternativa para los mismos fines.

Cuando finalmente el pasteleo llega a un «preacuerdo», tanto más pobre cuanto más teman perder el control y que la huelga se extienda, los «sindicatos combativos» llamarán a los trabajadores más comprometidos por la lucha a «seguir por su cuenta» al margen de las asambleas. Acabarán de ser agotados y les harán sentir aislados, sembrando desconfianza y división durante una temporada.

El primer objetivo de toda huelga es constituir una asamblea de trabajadores única y un comité de huelga real, continuamente renovado. Solo la asamblea general de huelga puede decidir capitular o seguir.

En una huelga lo primero es establecer una asamblea real unitaria de todos los trabajadores, luego que esta dirija la extensión de la lucha a otros centros y sectores para poder cambiar las condiciones generales de trabajo, única forma de imponer las necesidades de los trabajadores a las «necesidades de los beneficios» que los sindicatos dan por hechas.

La unidad que importa y que es fundamental para todo ese proceso es la de los trabajadores. La «unidad sindical» será, desde el primer momento, el principal enemigo de esa centralización de todo en todos. Pero después, para hacernos tragar, vendrá la «división sindical»... para dividirnos y desmoralizarnos dejando tierra arrasada.

La suerte de las huelgas no se decide en la mesa de negociación con la patronal o el estado, sino en la capacidad de imponer una asamblea y un comité de huelga real.