La falsa derogación de la reforma laboral de Rajoy
Puro espectáculo al mejor estilo sanchista: la ministra de trabajo haciendo bandera de la derogación de la reforma laboral de Rajoy, la ministra de economía resistiéndose, el presidente Sánchez uniendo a las izquierdas en el gobierno y dándole el liderazgo de la reforma a Yolanda Díaz sobre una «derogación pactada». La patronal protestando por los límites a la temporalidad, los sindicatos apoyando al gobierno. Y finalmente, la verdad: no habrá derogación sino parcheo y en ningún caso se tocará el elemento central de la reforma laboral de Rajoy, los costes de despido.
¿Por qué no tocan el coste de despido?
En las últimas elecciones se vio ya claramente que ningún partido quería tocar el núcleo de la Reforma laboral de Rajoy. Después, en mayo de 2020, vino todo el teatro de PSOE, Podemos y Bildu sobre si vendría una «reforma» o una «derogación». Teatro que sirvió para ocultar a base de ruido lo esencial: los costes de despido en ningún caso subirían significativamente.
La razón entonces y ahora es la misma. Los bajos costes de despido son los que permiten que las empresas «roten» las plantillas, sustituyendo trabajadores mayores «caros» por trabajadores jóvenes con el nuevo salario mínimo (SMI). Cada subida del SMI redobla los incentivos para hacerlo. Resultado: el gobierno saca músculo «social» al tiempo que, de hecho, reduce la masa salarial total percibida por los trabajadores.
Es esa la causa de que los salarios se concentren cada vez más rápidamente alrededor del SMI y los salarios medios -los «buenos salarios» de los trabajadores- desaparezcan. El «ahorro» se reparte entre las rentas del capital (beneficios) y los salarios de los cuadros (pequeña burguesía corporativa) y los directivos (burguesía corporativa), acentuando la «evolución en uve» de la distribución de salarios.
Esta política, que es la seña de identidad de «nueva socialdemocracia» y su «justicia social» se ha convertido en central durante la «recuperación».
Viene un momento crítico para el capital español. Para retomar la acumulación, recuperar lo perdido durante la pandemia y vencer la tendencia a la crisis que ya lo asfixiaba antes de ella, precisa transferencias masivas de rentas del trabajo al capital. Pero al mismo tiempo necesita mantener la «paz social».
El sanchismo y su «justicia social» representan una forma peculiar de compaginar ambas cosas... que reposa sobre los despidos baratos y la precarización consagrados en la reforma laboral vigente.
El sanchismo necesita de la reforma laboral de Rajoy para hacer su alquimia y que, por ejemplo, cada subida del SMI reduzca la masa salarial total percibida por los trabajadores. Y si la deroga será para volver a enunciarla acto seguido con otro nombre... e igual sustancia.
Derogación en falso de la reforma laboral de Rajoy, 21/5/2021
¿Qué pasa con los límites a la temporalidad?
Limitación de la temporalidad. De nuevo la danza de «posiciones» falsamente polémicas. La Comisión Europea exige al gobierno una reforma laboral que reduzca la temporalidad, el gobierno propone a sindicatos y patronal limitar por ley la temporalidad a un máximo del 15%. La patronal contraataca recordando que la administración tiene su propio récord de temporalidad y el gobierno responde diciendo que está dispuesto a ofrecer distintos porcentajes para cada sector. La estrategia real es confesada no por la ministra sino por sus subalternos en el ministerio:
Otra solución planteada es canalizar parte de la temporalidad a través de las empresas de trabajo temporal (ETT). Estas agencias de colocación podrían contratar a una parte de sus trabajadores como fijos discontinuos en lugar de como temporales.
Aunque para ello sería necesario que se flexibilice esta forma de contratación, de manera que la ETT pueda ir moviendo al trabajador de un lugar a otro con convenios y condiciones de trabajo distintas.
Según algunas fuentes, hasta 300.000 temporales de las ETT podrían convertirse en fijos discontinuos. Estas agencias gestionan al año un millón de trabajadores. Un tercio de ellos acaban incorporándose a una empresa.
El País, ayer
Es decir, la supuesta derogación de la reforma laboral de Rajoy no va a reducir los índices salvajes de temporalidad, sino esconderlos bajo la categoría de «fijos discontinuos» dando aun más poder y negocio a las ETTs.
¿Por qué la burguesía española es adicta a la temporalidad en los contratos?
Según los datos que aduce la propia patronal, menos de un tercio de los contratos temporales se deben a la estacionalidad. Serían los correspondientes a la temporada alta turística o a las temporadas de vendimia, vareo y cosecha en el sector agrario. Que el resto se deban a picos inesperados de producción es simplemente delirante.
Es obvio que para toda una serie de trabajos, desde recepcionistas a carga y logística, los contratos temporales con categorías inferiores a las reales, las ETTs y las llamadas «empresas de servicios» pueden representar un ahorro de costes para las empresas. Es la forma por ejemplo de hacer que un trabajador esté dispuesto a hacer sólo dos horas para una descarga un día aunque a duras penas lo cobrado le cubra los costes de transporte.
Pero en realidad el principal atractivo para las empresas es mostrar «estructuras ligeras» cara a la atracción de capital. El capital no solo busca rentabilidad, también busca «flexibilidad», es decir, que un cambio en la perspectivas de ventas -un nuevo arancel de EEUU, una bajada del consumo interno, etc.- permita rápidamente re-escalar la empresa hasta dimensiones en que sea rentable.
Esconder trabajadores bajo contratos con ETTs y subcontratas, multiplica el ingreso generado por cada trabajador en plantilla en la contabilidad, dando seguridades al capital. Si la bajada de ventas se produce, la reducción de plantillas sirve además para aumentar la explotación en términos absolutos, «apretando las tuercas» a los fijos.
El movimiento de expansión y contracción permanente, una y otra vez según las variaciones del mercado, se convierte así en un régimen de tensión continua que apuntala la atomización de los trabajadores, la división de las plantillas entre «fijos de la casa», «temporales» y «subcontratados» y aumenta la disponibilidad a aceptar salarios menores y jornadas más largas e intensas.
La temporalidad y la precarización no solo son formas de aumentar la explotación a costa del empobrecimiento de los trabajadores directamente afectados, son una herramienta de disciplinamiento y terror que afecta al conjunto de los trabajadores y empuja hacia arriba la productividad del capital a costa de convertir las condiciones laborales en una verdadera trituradora de carne.
Se establece así una suerte de gimnasia del terror para conseguir lo que los ejecutivos llaman «una empresa sin grasa», es decir una plantilla que siempre está un paso más allá de la carga de trabajo aceptable y un paso más acá de los salarios supuestamente reflejados en convenio, entre otras cosas porque todos tragan con trabajar por debajo de su categoría real.
La descualificación del trabajo y el aumento de la productividad en términos de ganancia han ido así de la mano a costa de los salarios y las condiciones de trabajo reales. ¿Cuánto tiempo hace que España dejó de ser, como dicen despectivamente, un «país de camareros y administrativos» para convertirse en un país de «auxiliares de camarero y auxiliares administrativos»?
La temporalidad y la precarización no solo son formas de aumentar la explotación a costa del empobrecimiento de los trabajadores directamente afectados, son una herramienta de disciplinamiento y terror que afecta al conjunto de los trabajadores y empuja hacia arriba la productividad del capital a costa de convertir las condiciones laborales en una verdadera trituradora de carne.
Por eso las empresas y el capital son adictos a la temporalidad. Y por eso sindicatos, patronales y partidos no quieren arrancar su raíz. Eso sí, sabiendo su carácter destructivo, nos intentan narcotizar con el espectáculo de una discusión entre alharacas sobre la forma de podar las ramitas más exhuberantes y ocultar los grandes números.
Pero lo que importan no son los números en sí y aún menos cómo malearlos, sino su resultado sobre los trabajadores de carne y hueso. Estos se proyectan hace demasiado en toda la vida social de forma monstruosa como problemas de salud mental, olas de suicidios, accidentes laborales, violencia difusa, devaluación general de la vida humana y las relaciones personales y en mucho menor número, crímenes horribles incluida la violencia contra parejas, exparejas o niños...
Al final, la precarización se traducen en nuevas manifestaciones del antagonismo entre desarrollo y crecimiento que dejan bien a las claras el carácter anti-histórico y anti-humano de un sistema que hace mucho tendríamos que haber superado.