¿Existió alguna vez el «neoliberalismo»?
Desde los medios masivos a las revistas contestatarias nos dicen en estos días que la crisis sanitaria del Covid y la recesión acabarán con el «desmoronamiento del sistema capitalista neoliberal». La verdad es que nunca se supo muy bien qué querían decir por «neoliberalismo». ¿Era una fase del capitalismo? ¿Un sistema político? ¿Una ideología? ¿Todo a la vez?
Cuando nos remitimos a la literatura «anti-neoliberal» en realidad el término parece circunscribirse a un conjunto de políticas de reducción sistemática del gasto en cohesión social del estado y a la ideología que las justifica. Por ejemplo:
El estado neoliberal garantiza sobre todo la libertad de las empresas y el comercio, y se resiste a un control democrático para corregir, por ejemplo, atentados contra los derechos humanos o el medio ambiente. Esto favorece una tendencia hacia regímenes autoritarios, mientras la frontera entre el estado y el poder corporativo se hace cada vez más porosa.
Otro relato significativo:
A partir de la década de 1970 se ha ido constituyendo (o se ha impuesto) un «consenso neoliberal» en virtud del cual el Estado se inhibe de las obligaciones de provisión pública en áreas tan diversas como la vivienda, la sanidad, la educación, el transporte o los servicios públicos (agua potable, evacuación de aguas residuales, energía e incluso infraestructuras), con el fin de abrirlos a la acumulación privada de capital y a la primacía del valor de cambio.
En estas dos citas, significativas de una literatura muy amplia, llaman la atención varias cosas más allá de la constatación de la innegable tendencia al «recorte» en la evolución en la provisión de los servicios que garantizan las condiciones generales de explotación (Sanidad, educación, abastecimientos básicos, etc.) y su efecto precarizador.
- Parecen creer que si el agua o la sanidad son suplidos por el estado, dejarían de ser mercancía y pasarían a estar fuera del ciclo de la acumulación de capital.
- Que en principio no existe una interconexión íntima, una fusión, entre la burguesía corporativa y el estado; por eso sus fronteras se «habrían vuelto» porosas y la intervención directa del estado para rescatar o apoyar empresas resultaría chocante.
- Partiendo de esa creencia, parecen tener la expectativa -y por tanto la creencia en la posibilidad- de un «control democrático» de la producción bajo el capitalismo...
- ...y por tanto en que «otro capitalismo es posible».
El capitalismo de estado
Hace un siglo, las tendencias propias del imperialismo, generadas por la ausencia crónica de mercados suficientes y la sobre-acumulación consiguiente de capitales, sufrieron un salto cualitativo. La competencia sin solución entre grandes capitales nacionales propició dos guerras mundiales, mientras que la contradicción entre el sistema y el proletariado que había creado se elevaba al punto de producirse la primera oleada mundial de revoluciones obreras. Desde un punto de vista histórico el sistema entero pasaba claramente a su fase de decadencia.
Las nuevas condiciones transformaron, como no podía ser menos, la forma misma de organización y definición de la burguesía y su relación con el estado. También el significado práctico de la democracia y las formas de la pequeña pequeña burguesía, pero eso es otra historia.
Desde el comienzo del imperialismo, la burguesía estaba dejando de ser una clase formada fundamentalmente por dueños de empresas individuales. Primero fueron los bancos: los dueños de grandes fábricas vendían sus participaciones a bancos y tomaban participaciones de estos. El capital bancario y el industrial se fundían así en una nueva forma: el capital financiero, una forma de mutualizar riesgos en el seno de la burguesía en una época cada vez más difícil. Pero la concentración y centralización del capital no paraban ahí. Unidos por fondos y grupos de accionistas comunes las empresas competidoras se unían para formar monopolios y oligopolios que controlaban toda la cadena de producción (los «trusts») y limitaban la competencia que había sido característica del mercado de mercancías en el capitalismo ascendente (los «carteles»).
En la nueva fase histórica, esta tendencia a la «socialización de la burguesía» se acentuó incorporando al estado. Originalmente como una forma de obtener regulaciones «a medida», luego como parte de la guerra comercial, finalmente como forma «lógica» de un capitalismo de guerra. El resultado fue la universalización del capitalismo de estado. Lo interesante de esta transformación es que modifica radicalmente la propia estructura de la burguesía y la misma definición del burgués individual:
Nada puede estar más lejos de la vieja burguesía liberal que la actual clase dominante. Resumiendo el resultado de lo que hemos podido estudiar:
- Existen al menos tres circuitos: la alta burocracia del estado, el aparato político y los directivos -que no fundadores- de grandes empresas, bancos, etc. Cada uno de ellos forma una red densa: muchos consejeros «tienen» varios consejos o se mueven de unos a otros, la alta burocracia se interconecta y hasta se «hereda», etc.
- En conjunto forman una red a su vez muy interconectada a través de relaciones personales fruto de vecindad o estudios, ONGs, fundaciones, think-tanks, instituciones estatales… y en su dirección a través de la composición de los gobiernos y altas instituciones del estado.
- La alta burocracia estatal es el principal conector entre el aparato productivo-financiero y el político. Existe una cierta fluidez también, por supuesto -jueces y directivos acaban en el gobierno, militares y políticos en consejos de administración- pero al final el papel de los burócratas de estado es imprescindible para mantener la cohesión de la clase dirigente.
- Los tres circuitos tienen capacidad de captación de «talento»… pero es limitada, la pertenencia de clase es hereditaria y eso se refleja hasta en los gobiernos, gracias sobre todo al papel socializador de algunas escuelas y universidades privadas.
«Para entender el capitalismo de estado», 6/9/2019
Las consecuencias para entender qué es eso del «neoliberalismo» son directas:
En primer lugar, no significa una transferencia de poder hacia una supuesta burguesía «emprendedora» que ansiaría «espacio» para tomar la «iniciativa individual». No hay nada de individual aquí. Cuando se privatiza una empresa pública, se transfiere la dirección de un vehículo del capital nacional de un circuito a otro, pero no sale de ahí. Cuando se desregula un sector o se invita a empresas de otros capitales a «competir», no se está deshaciendo el monopolio, mucho menos el monopolio de la clase que dirige la producción, solo se están diversificando riesgos en un modelo igual de monopolista pero… con dos, tres o como mucho cuatro vehículos (es lo que pasó con telefónicas, eléctricas, etc.) que servirán a la burguesía nacional para recapitalizar el capital nacional como un todo a cambio de que algunos retornos de beneficios vayan a los países de origen.
«Para entender el capitalismo de estado», 6/9/2019
Es decir, las «privatizaciones» son, bajo condiciones normales, una forma de reforzar el capital nacional incorporando capitales foráneos por un coste. Su objetivo es aumentar la productividad media en términos de ganancia y obtener un porcentaje mayor en el reparto mundial de ganancias vía mercado de capitales. Lejos de negar la concentración y centralización del capital nacional son su consecuencia directa. Una estrategia lógica para los que van quedando atrás o quieren consolidar ventajas en la distribución global de capitales.
El «otro» capitalismo de estado
Pero volvamos a las cosas que definieron el siglo XX. El hecho más importante del siglo es sin duda la derrota de la Revolución mundial (1917-37) y la consolidación en Rusia de una forma particular de capitalismo de estado bajo las banderas del stalinismo y la pretensión de ser un «socialismo en un solo país». No vamos a entrar ahora en cómo llegó esto a pasar, el hecho es que desde finales de los años cuarenta, la competencia entre los dos bloques imperialistas principales se vestirá ideológicamente como parte de una confrontación entre «socialismo y capitalismo» que se sustentaba en la idealización y exageración de las diferencias entre las respectivas formas particulares de capitalismo de estado.
El modelo «occidental» tenía a su cabeza a una burguesía gestora, fusión de las viejas clases poseedoras, a la que encantaba disfrazarse con las ropas «emprendedoras» de sus bisabuelos liberales sin separarse por un momento del estado que le garantizaba el poder. El modelo stalinista, había creado una nueva burocracia gestora con todos los atributos de la propiedad colectiva a través del estado a la que convenía vestirse de expresión de un poder político de los trabajadores, aunque había arrasado muchas décadas antes las estructuras de ese poder político (los soviets) y explotara inmisericordemente a los trabajadores aplastando para ello cualquier protesta o intento de organización.
Esta «competencia de modelos» tenía todo el sentido como parte del esfuerzo de reclutamiento para la guerra. Como tal lo denunciaron los internacionalistas de la época y como tal se convirtió en una verdadera y millonaria industria de propaganda. La «defensa incondicional del capitalismo de estado» definió a toda la izquierda del propio sistema y a su cabeza los grupos stalinistas de distintas tendencias y el « trotskismo stalinizado» en el que había derivado el ala derecha que había reventado la IV Internacional durante la guerra.
Cuando, a finales de los años ochenta, el bloque ruso empezó a descomponerse y finalmente implosionó, todo el lenguaje de aquellos grupos quedó de repente caduco y huérfano. Pero su identidad y sus objetivos, su defensa del capital nacional, su anticapitalismo limitado por la idea de que capitalismo de estado y socialismo serían la misma cosa... quedaron huérfanos y fuera de lugar. En un breve lapso de años solo los más recalcitrantes mantuvieron el mero uso de términos como capitalismo, burguesía o comunismo, ayudando a su conversión en tabúes que marcaban como una momia reaccionaria a quien los usara.
Su recomposición y redefinición vendrían por un cambio de léxico que no dejaba de resultar, paradójicamente, algo más honesto. Donde antes decían capitalismo para referirse solo al del bloque occidental, ahora se prodigó el uso del término «neoliberalismo»; donde antes decían socialismo para referirse al capitalismo de estado en su versión burocrática, ahora decían «altermundismo» y «democracia». Los pilares nacionalistas del viejo edificio ideológico stalinista se mantuvieron y remozaron y sobre ellos se añadieron capas multicolores: pacifismo, feminismo, ecologismo... incluso, al final, gotas de fascismo en su versión peronista «de izquierda».
¿Qué fue el «neoliberalismo»?
Si volvemos a los años 80 y ojeamos las curvas de gasto público que los primeros gobiernos «neoliberales» declaraban querer reducir para dejar lugar a la «iniciativa privada», es difícil encontrar una ruptura en las tendencias de la época o incluso entre países con supuestos modelos diferentes.
Ni en los gráficos de gasto estatal de los gobiernos neoliberales ni en los de sus supuestas antítesis se aprecian cambios drásticos porque en realidad el «neoliberalismo», en lo que respecta al gasto, fue ante todo un discurso que justificó su reorientación más que su reducción. El estado siguió siendo, y no podía ser de otra forma, el articulador del conjunto de la burguesía en un momento en el que el militarismo era esencial en la estrategia contra el bloque ruso.
Sirvió además para transferir a los sectores «empresariales» de la burguesía la gestión de monopolios hasta entonces estatales y sobre todo para empujar las condiciones de trabajo por una pendiente de precarización con un discurso «positivo». Pero no cambió nada estructuralmente. La misma clase seguía al mando y con los mismos intereses, acentuando lo corporativo para poder jugar en mercados más amplios -es la época en la que se prepara la «globalización»- y romper las cadenas productivas en pedazos «deslocalizados» que aprovechaban a su favor las diferencias salariales y de costes de materias primas.
El capitalismo de estado no se vio puesto en cuestión ni por un segundo. A pesar de algunos excesos y éxtasis anarco-capitalistas de los ideólogos, seguía tan intacto que la corrupción -fenómeno endémico resultante del fin de la asociación entre propiedad legal y dirección/gestión efectiva del capital nacional- se multiplicó como nunca.
«Para entender el capitalismo de estado», 6/9/2019
En realidad, el «neoliberalismo» fue para la burguesía un ejercicio ideológico con el que vestir y reforzar unas políticas que se generalizaron en todos los estados para escapar de la crisis. Políticas que en principio fueron una combinación de militarismo, mecanismos para captar capitales y precarización de los trabajadores y luego, a partir del 92, de reducción generalizada de barreras para el movimiento de capitales y mercancías... y aún más precarización. Aunque los sectores corporativos de la burguesía se vieran reforzados y se les entregara las otrora empresas públicas como monopolios privados, nada cambió estructuralmente.
¿Pero qué fue el «neoliberalismo» para la izquierda? La forma de pasar de representar un modelo burocrático alternativo de capitalismo de estado -llamándolo socialismo- a representar la falsa esperanza de que otro capitalismo, uno no «neoliberal», no autoritario, libre de corrupción, incluso desmercantilizador, fuera posible.
Evidentemente ni lo era ni lo será. Que un bien, como la sanidad, pase a ser de suministro público a través del estado, no significa que deje de ser mercancía. Se sigue «pagando» con el plustrabajo. Otra cosa es que bajo la «privatización» no haya más que un desmantelamiento de la protección y un aumento de la explotación directa de todos los trabajadores y luchemos contra ella como tal. La democracia y la representación de intereses sociales, tal cual pudo ser en el capitalismo ascendente, es una mera utopía en un capitalismo ultraconcentrado de monopolios y capitalismo de estado. Y el «control democrático» de las empresas, una broma cuando hace mucho que los sindicatos son un monopolista más integrado en el estado y su aparato político.
La insistencia en el «neoliberalismo» era en realidad la insistencia en la vigencia de un «capitalismo alternativo», reformado, supuestamente posible. Es decir, ni siquiera era reformista, porque el reformismo pretendía la posibilidad de superar el capitalismo mediante reformas y estos, solo aspiran a hacerlo vivible... sin conseguir ser menos utópicos y, por tanto, reaccionarios.