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Europa se rompe

18/05/2020 | UE

Italia reabre. Las protestas de la pequeña burguesía airada muestran las prisas de la pequeña burguesía por reabrir sus negocios. El capital les da todo el vuelo mediático que no da a las huelgas que intentan mantener la seguridad en el puesto de trabajo. Ellos tienen prisa también. La «nueva normalidad» parte de un estado aun más endeudado y una producción que ha caído en más del 16%. Pero a estas alturas Italia es solo un aspecto de una situación general en Europa. La «reapertura» está siendo también la reapertura de las fracturas y conflictos anteriores entre países y entre clases.

No falta ninguna. Vuelve el fantasma del «Brexit a la brava», entre otras cosas porque nunca se fue. El gobierno británico calcula que el tratado comercial que negocia con EEUU podría generar ventas por 3.400 millones de libras. La ruptura a la brava con la UE podría reducir la demanda de las empresas británicas sin embargo en 112.000 millones. Pero, aunque los números del gobierno británico no cuadren, en Bruselas empiezan a pensar que en Downing Street quieren sustituir la relación con la UE con el acuerdo comercial con EEUU. El nacionalismo impulsado por el gobierno a pleno gas durante la crisis del Covid parece haber servido, cuando menos, para disciplinar a los tories al punto de jugar el farol hasta el final.

La «revuelta del Barbour», la protesta de la pequeña burguesía conservadora y nacionalista crece y crecerá aun más, entre otras cosas porque es funcional a la necesidad del capital de acelerar la «desescalada» e incluso puede redituar a la derecha sistémica dándole una oportunidad de encuadrar a Vox. El PSOE y Podemos, por otro lado, están encantados de poder salir de la discusión sobre su temeridad en las fases iniciales de la epidemia y asociar el descontento a perfiles como los que estamos viendo megáfono en mano estos dias. Sustituir cualquier discusión real por el recurso al ‎antifascismo‎ es una estrategia que les resulta bien conocida.

Pero lo importante es que está lejos de ser un fenómeno exclusivamente español. Alemania está en un «nuevo momento Pegida». Mientras unos cuantos cientos protestaban en los barrios bien de algunas ciudades españolas, desde Munich a Berlín eran miles los que salían a la calle. Aunque en España pueda ser pastoreada por el PP y en Italia Salvini y Meloni la encuadren en la pre-campaña electoral, en Alemania saben que la revuelta de la ‎pequeña burguesía‎ es un demonio muy difícil de devolver a su botella y que, en momentos de crisis, no va a dejar de poner palitos en la rueda de la clase dirigente.

No cabe esperar otra cosa ahora. Porque la verdad es que los intereses de la pequeña burguesía están sufriendo ya y mucho. En Francia esperan que un tercio de los comercios no alimentarios cierren. En la misma Francia, como en España, Grecia o Italia, se da por hecho que los «corredores verdes» de turistas y los fondos de ayuda nacionales palíen en algo el efecto sobre los grandes capitales hoteleros y de los turoperadores, pero la quiebra en masa de pequeños negocios hosteleros se da por inevitable.

Pero a la UE la rompe algo más que el efecto de Brexit o los movimientos más o menos levantiscos de la pequeña burguesía. En el fondo está una crisis nunca superada y ahora acelerada por la caída global de demanda. Muy simbólicamente Volkswagen tras reabrir sus fábricas alemanas... las ha vuelto a cerrar parcialmente por falta de demanda de sus modelos estrella. No cabe esperar una recuperación rápida de los pedidos. Ni en Europa ni aun menos de China o EEUU, cuyas perspectivas quedan lejos de la «crisis en V» que estuvieron vendiendo las últimas semanas.

En ese marco la UE está más rota que nunca. Las esperanzas puestas por la prensa en la reunión de hoy entre Merkel y Macron, la idea repetida mil veces de que «salvarán la UE» es precisamente la prueba de que los mecanismos institucionales para la coordinación de los 26 estados miembros están definitivamente rotos y que la UE solo «funciona» bajo excepcionalidad y diktat alemán.

¿Qué conejo sacarán de la chistera Merkel y Macron? Seguramente intentarán sacar de su estancamiento el plan anti-crisis encargado a la Comisión por el Consejo europeo, incorporando alguna dosis de gasto público conjunto a través del presupuesto UE en los países más afectados pero manteniendo el eje central de los programas en el acceso a financiación... eso sí, a tipo de interés único e igual para todos los países. Pero aunque la música suene a corrección del resultado de la última cumbre y de las exigencias nordistas, no caben esperar cambios de fondo realmente importantes. Muy posiblemente el volumen de los programas quede lejos de ser suficiente como para compensar el efecto redistributivo a favor de Alemania, Austria, Holanda y los países nórdicos de los mecanismos europeos. Este fin de semana mismo, la comisaria Vestager reconocía que la diferencia en el monto de los programas de «reactivación económica» -Alemania en solitario representa la mitad de los fondos- supone una distorsión del mercado europeo que puede acabar con la UE.

No es de extrañar que gobiernos como el de España rehuyan hablar siquiera de un «rescate» europeo. No quieren ser una nueva Grecia aunque saben bien que no pueden dejar de recurrir a un endeudamiento europeo cuyos efectos últimos le serán adversos.

Pero las contradicciones de los capitales nacionales europeos van más allá de las fronteras del continente. Ven venir sobre ellos el fuego cruzado entre China y EEUU y se dan cuenta de que las instituciones europeas no tienen capacidad para darles cobertura. A la hora de la verdad, cuando quieren contrapesar el capital chino -como Portugal en EdP, su compañía eléctrica- tienen que recurrir a Alemania o Francia. Por eso vuelven a ilusionarse con una derrota electoral de Trump en noviembre... pero se dan cuenta de que la alternativa demócrata no va a abrirles mercados tampoco. Y no está nada claro siquiera que el tratado comercial de la UE con China pueda suponer un alivio para ellos, ni siquiera que se vaya a acabar firmando en diciembre con los objetivos que Bruselas pretende.

Y es que Bruselas cada vez transpira más impotencia frente a los empellones de la rivalidad imperialista entre chinos y estadounidenses. El apoyo húngaro a China contra Taiwan en la OMS ha hecho saltar las alarmas. Borrell acusaba a China de querer «gobernar Europa mediante la división» y llamaba a la disciplina a los estados miembros, recordando que «ni siquiera el mayor de los estados miembros tiene fuerza para negociar como un igual con EEUU o China». La confesión de caos y fragilidad hablaba por sí misma. También que ninguna cancillería se haya molestado siquiera en responderle. Es obvio que tales «indisciplinas» son hoy la única manera que más de la mitad de los estados miembros tienen de hacer valer sus intereses en unos procesos de toma de decisiones en la UE cada vez más ferreamente alineados con el capital alemán y sus intereses.

Europa se rompe

Al final la UE se demuestra como una estructura cada día más insatisfactoria para las necesidades de los estados que la componen. La recesión aviva la revuelta de la pequeña burguesía y convierte en cada vez menos operativos a los aparatos políticos de los estados a la hora de dotar de una estrategia a los capitales nacionales. El conflicto de intereses entre capitales mantiene abiertas las fracturas entre estados dentro de la UE. Y sumadas, ambas cosas multiplican las dificultades de los capitales nacionales europeos para mantener un frente común ante el ascenso del conflicto imperialista chino-estadounidense. A lo largo de las últimas décadas, al agudizarse poco a poco las contradicciones a cada nivel, la excepcionalidad se hizo «normalidad institucional» traspasando poder de la burocracia europea al Consejo de los presidentes y primeros ministros, y luego de éstos a las «cumbres» entre los cuatro mayores miembros primero, que después del Brexit pasaron a ser tres, y ahora, finalmente, dos: Alemania y Francia.

Esta tarde-noche Macron y Merkel nos presentarán su «salvación de la UE». Pero en las condiciones históricas actuales, cada paso adelante es un paso menos que queda por delante a una estructura zombi.