Estallido de la crisis, proliferación de las revueltas
En la agenda, esta semana era un paseo de conmemoraciones: desde la pequeña burguesía independentista catalana a la burguesía de estado china. La realidad económica y política, pero también, la lucha de clases, les han impuesto sin embargo, un día a día muy distinto.
Cada convulsión económica, desgarra aun más los precarios equilibrios imperialistas
El primer lugar los sobresaltos en datos económicos, acompañados inevitablemente del recrudecimiento de la guerra comercial: entre EEUU y China, y entre Europa y EEUU. La maquinaria económica no da más de sí. En la última década la burguesía no ha conseguido sentar las bases para una nueva huida hacia delante. Al revés. No es que estén rotas las bases del sistema -ya lo estaban y siguen estándolo- es que está rota incluso la «máquina de hacer burbujas» para «seguir tirando».
Todas las costuras del orden internacional se desgarraron un poco más. En una crisis de esta profundidad, como hemos visto en India, basta intervenir un mercado aparentemente tan poco crítico como el de las cebollas para que las tensiones imperialistas se aceleren y reabran un poco más las viejas cicatrices entre potencias regionales.
De la guerra comercial a la «weaponización» de la pequeña burguesía del rival
Pero, como vemos en el Brexit, no hay conflicto imperialista que no se refleje en cismas internos de la burguesía y el estado de cada uno de los concurrentes. Por eso EEUU y Gran Bretaña hacen todo lo posible para mantener abierta la llaga hongkonesa a toda costa. Les da igual que, como todos los movimientos de rebeldía de la pequeña burguesía no proyecte más que impotencia política. De lo que se trata en realidad es de propiciar la fractura en la clase dominante china, enfrascada en elaborar una estrategia para una guerra comercial que reconoce será permanente con un crecimiento mucho menor que hasta ahora.
Lo más importante de cuanto está ocurriendo en Hong Kong es esa «weaponización» (conversión en arma) de la revuelta sin horizonte de una pequeña burguesía local, por una potencia rival. Veremos muchos de esos a partir de ahora.
Reajustes de las burguesías periféricas
Y veremos muchos porque la perspectiva inmediata de recesión azuza por sí misma los conflictos en cada burguesía local. Tanto en Bolivia, donde seguramente Evo Morales pierda las elecciones, como en Perú llegamos al fin de un ciclo: el del ascenso de la «cholo-burguesía». La burguesía andina ya no es ese homogéneo y rancio conjunto de apellidos coloniales con toques anglo, de las familias de la aristocracia aburguesada. Durante las últimas tres décadas la «globalización» permitió a una parte de la pequeña burguesía mestiza consolidar poder económico, establecer sus propias alianzas económicas internacionales -mirando a Asia- y ganar peso en la burocracia estatal. En Perú, fue el estado de excepción permanente del fujimorismo el que la integró al protagonismo del poder político y la vida social de la clase dirigente. En Bolivia la «revolución» bolivariana en su versión MAS.
Culminado el proceso y el ciclo de acumulación global del que es deudor, el ciclo político se agota... aunque no sin resistencias. Lo vimos esta semana cuando, ante el bloqueo permanente del fujimorismo el presidente Vizcarra convocó elecciones en la expectativa de la práctica desaparición del partido del expresidente. El Parlamento respondió eligiendo una presidenta alternativa y creando una crisis institucional grave. Sin embargo, el posicionamiento de las Fuerzas Armadas y la policía -históricamente el primer bastión de las facciones mestizas de la burguesía nacional- llevó a un rápido fin del conato rebelde y un reforzamiento de Vizcarra y lo que representa: la normalización y fusión definitiva del bloque de poder.
Una nueva oleada de revueltas
Es el movimiento que en general ansían todas las burguesías periféricas: consolidar fuerzas, cerrar filas y prepararse para una época de conflictos exteriores y revueltas locales. Desde la fusión de las dos grandes centrales sindicales argentinas a pedido de Fernández a los pedidos empresariales de una «gran coalición» -formal o informal- entre derecha e izquierda en España, el patrón se repite por todo el mundo.
La causa inmediata se anticipa ya en Ecuador, donde el gobierno ha declarado el estado de excepción contra las movilizaciones en respuesta la subida de combustibles, en Líbano, donde las movilizaciones contra los efectos de la crisis empiezan a tomar masividad y sobre todo en Irak, donde una nueva oleada de protestas por falta de servicios básicos en Basora se ha extendido hasta la capital donde el estado ha impuesto el toque de queda y comenzado una represión abierta... que no frena ni la extensión ni la masividad creciente de las manifestaciones.
Irán ha cerrado sus fronteras con Irak. Es muy consciente de que un movimiento similar en el Kurdistán iraquí hace menos de dos años acabó en dos oleadas de luchas obreras -que llegaron al punto de proclamar soviets- y que comprometieron seriamente el esfuerzo bélico.
¿Hasta dónde pueden llegar las revueltas «populares»?
Hasta ahora en Ecuador, Líbano e Irak, los movimientos de protesta no han superado la forma de «revuelta popular». Esto es, son movimientos de «ciudadanos», cuajados de banderas nacionales y reivindicaciones «inclusivas» como «consumidores» y «contribuyentes». Dicho de otro modo: son movimientos amplios bajo la dirección ideológica de la pequeña burguesía local en las que despuntan, en segundo plano y con fuerza desigual, reivindicaciones de los trabajadores. Como se vio durante estos dos últimos años desde Nicaragua a Francia y sus «chalecos amarillos», este tipo de movilizaciones se agotan en sí mismas. Incluso, hace poco menos de dos años, cuando en Kurdistán, Túnez e Irán, movimientos que eran abiertamente de trabajadores se plantearon en el terreno «ciudadano», se ahogaron rápidamente. Sacando balance, en enero de 2018 escribíamos:
Han parado por sí mismos, no a consecuencia de la represión, sino al topar con sus propios límites. Han llegado a todo lo que se puede llegar dentro de un planteamiento «ciudadano» y parecen haberse dado cuenta de que ni basta ni puede llegar más lejos. Para que un movimiento pueda defender hoy los intereses de los trabajadores que formamos la gran mayoría de la sociedad son necesarias dos cosas que el ciudadanismo aplasta: hablar desde un «nosotros» propio y una organización asamblearia real con capacidad de discusión, decisión y extensión. Hacen falta asambleas de verdad, que elijan comités revocables en cualquier momento para que esos comités puedan coordinarse y dar cuerpo a la movilización a nuevas escalas.
Seguro que en el momento, a muchos les pareció un gesto vacío, un consejo dado a nadie. Pero lo cierto es que eso es exactamente lo que los trabajadores iraníes demostraron con hechos haber entendido paralizando durante meses el camino hacia la guerra en la región y creando una situación pre-revolucionaria. Las lecciones de Irán y Túnez estuvieron también por cierto, en la base donde residió la fuerza de las huelgas de masas en Matamoros (México).
La lucha de clases no expresa por sí misma una consciencia de clase revolucionaria, pero es en la lucha donde el proletariado puede constituirse como una clase independiente, una clase revolucionaria, porque es a través de la lucha que se desarrolla la consciencia. No mágicamente, de la noche a la mañana en el conjunto de los trabajadores. No porque reciba admoniciones genéricas anticapitalistas. Sino porque la propia lucha plantea problemas e impone situaciones que obligan a los trabajadores a dotarse de consignas y formas de organización que van abriendo y realizando una perspectiva finalista, la de los intereses universales que representan. Pero esa perspectiva sólo está presente de manera permanente en una minoría. Por eso, no se trata de aceptar -oportunista o derrotistamente, tanto da- las revueltas o protestas que empiezan a proliferar «como son». Se trata de aportar al conjunto de nuestros compañeros para que estas luchas, todavía «populares» y por tanto inconsistentes y condenadas, puedan convertirse en el prólogo de sus propias luchas.