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26/10/2020 | Actualidad

Ya no hay duda: la epidemia ha resurgido y campa desbocada por media Europa. En Francia se baten récords de contagio diariamente, se supera el centenar de muertos diario y los hospitales tienen dificultades crecientes para mantener los servicios básicos. No es una excepción. En Gran Bretaña el NHS calcula que necesitaría 1000 millones de libras que no tiene para hacer frente a la segunda ola.

Pero la vista de los gobiernos está puesta en la campaña de ventas navideñas más que en las cifras de bajas y contagios. La idea es conseguir reducir una vez más el número de contagios para poder abrir de nuevo antes de la Navidad y -como en el verano español- animar a todo el mundo a salir para salvar, esta vez, el comercio minorista. En Italia y España ayer se publicaron nuevos decretos de alarma. El italiano obliga a cerrar la hosteleria a partir de las 18 horas y cierra ferias, congresos, gimnasios, salas de juego y SPAs.

El español establece un toque de queda nocturno y la posibilidad de que los gobiernos regionales regulen el cierre del perímetro de ciudades y pueblos, aforos, horarios y ocupación máxima... Básicamente da cobertura jurídica a lo que venían haciendo en un ridículo pero trágico tironeo competencial hasta ahora.

El objetivo sigue siendo explícitamente evitar recurrir de nuevo a un confinamiento domiciliario. Pero sin confinamiento real y parada de la producción no esencial, ninguna de las medidas va a doblegar la curva. El propio gobierno sabe que las medidas son insuficientes. Las consignas bélicas del presidente sobre la moral de victoria y la disciplina ciudadana se han convertido en el nuevo llamamiento diario, ritual y codificado a cerrar filas, a mantener una unidad cuyo único horizonte posible pasa por sacrificar miles de vidas más para mantener la rentabilidad de las inversiones.

La banalización de la vida es tan exagerada que resulta grotesca. Mientras las cifras diarias de la matanza se diluyen en las noticias y el 20% de pacientes que queda con taras inhabilitantes se invisibiliza, pontifican día y noche con el sufrimiento de los negocios. El dolor de las cifras económicas ocupa los informativos mientras la destrucción de vidas humanas se reduce a una cifra sin rostro. La prensa habla del cambio de horario de verano como de una ingeniería social experimentada a costa de la salud y finalmente fracasada pero el aumento de contagios no ponen en cuestión la insuficiencia de los toques de queda y las restricciones.

Mientras, en Chile el referendum para la reforma constitucional obtiene un récord de participación. Un gran éxito para la burguesía chilena que consigue reavivar la legitimidad del estado tras un año de algaradas y revuelta. El férreo control ideológico de la pequeña burguesía transversalista ha sido tan efectivo, ha sido tan útil para que el estado recuperara el paso perdido, que hoy la prensa se puede felicitar de que incluso el desgastado aparato político, originalmente descolocado por las protestas, goce de tan buena salud.

La estéril fiesta de la revuelta transversal, que nunca logró deshacerse de las banderas nacionales e interclasistas para tomar banderas de clase, se convierte ahora en primer acto de una fiesta de la democracia que acabará, indefectiblemente, en nuevos sacrificios por la patria. El señor Larraín y ahora, incluso el reticente señor Sutil respiran tranquilos sabiendo que sus objetivos de rentabilidad serán pronto objetivos en defensa de la democracia y de la nueva constitución que se dieron todos los chilenos.

Primeras señales de desabastecimiento en Argentina.[/caption]

Porque la realidad y el horizonte es que los capitales semicoloniales van a exigir nuevos sacrificios nacionales. No pueden evitarlo. Para ejemplo de hoy mismo el acelerón de la huida de capitales en Argentina y sus ecos inmediatos: nuevas señales de desabastecimiento y la perspectiva de una nueva devaluación.

Y por si no bastara con la miseria material, vuelve Macri para competir con el gobierno en miseria moral, contarnos que los trabajadores vivieron por encima de sus posibilidades gracias al peronismo, que los confinamientos fueron una cosa muy exagerada, que la pandemia se puede parar con responsabilidad individual y acabar jaleando a la pequeña burguesía porteña a competir en manifestaciones masivas con la bandera albiceleste a cuestas como si fuera un detente virus.

No es un drama argentino. Decenas de países están en la misma cuerda floja, en el mismo círculo vicioso de crisis, devaluación y sacrificios. Ninguno de esos capitales nacionales ha salido adelante a medio plazo ni lo hará, porque simplemente el capitalismo global ya no tiene sitio para ellos. A todo a lo que pueden aspirar es a supeditarse a una potencia mayor y aprovechar el tirón de demanda e inversiones mientras dure. Pero nunca dura ni puede durar lo suficiente para solventar la dependencia que necesariamente la llegada de nuevos capitales agrava, y menos aun producir desarrollo humano real.

Dentro del panorama general de barbarie no hay diferencia real en la forma de enfrentar la pandemia y la crisis de unos estados a otros, solo varía la magnitud de cada capital nacional y sus urgencias financieras. Resulta chocante ver en Irán o Venezuela los mismos automatismos, los mismos implícitos que en Alemania o España, pero es que las fuerzas y objetivos que gobiernan todas las sociedades son los mismos y por eso el discurso de base de la clase dirigente es siempre el mismo: supeditar las medidas de contención de los contagios a las necesidades de rentabilidad del capital, supeditar la supervivencia de las personas a las de los capitales. Pero si aceptamos como una condena inevitable que es necesario aceptar la matanza y la ‎precarización‎ para salvar la economía, la lista de necesidades nacionales y sacrificios no va a acabar ahí. Y la de matanzas, tampoco.