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27/01/2022 | Crítica de la ideología

En España la despoblación rural es noticia. El paso de los movimientos de protesta provinciales a la aparición de candidaturas localistas en las elecciones ha elevado aun más la sensación de urgencia que transmiten los medios. Sin embargo, la famosa «España vaciada» no es el producto de un «problema español» ni empezó a existir en estos años. La cuestión es que está llegando a un punto crítico.

¿La despoblación rural es un problema español?

No. No solo hay una «España vaciada», hay también un Portugal, una Francia o una Gran Bretaña despobladas. La concentración de poblaciones en las ciudades y el vaciamiento del campo es un fenómeno global impulsado por el capitalismo desde sus orígenes.

Lo que vemos en el mapa de toda la Europa meridional es el resultado de cómo esa tendencia general se ha cebado históricamente en comarcas de montaña y cultivos extensivos de secano en los que aumentar la capitalización del campo era aún más difícil o menos rentable que en otras regiones.

La caída en picado del peso relativo del capital agrario en el conjunto de la producción a partir de los sesenta concentró la propiedad, bajó los salarios de los jornaleros y aumentó el paro agrario de forma sostenida. Por eso de lo primero que se despobló la hoy llamada «España Vaciada» fue de trabajadores.

¿Por qué la «España vaciada» se ha convertido en problema ahora?

Los últimos 20 años de despoblación rural en España suponen un momento crítico para los pueblos pequeños.

Cuando pequeños cambios cuantitativos se acumulan en volumen suficiente producen un cambio cualitativo.

En España durante los últimos 20 años una gran masa de pueblos pequeños ha pasado a tener menos de 1.000 habitantes. El resultado es la aparición de vastas regiones -que suman el 20,1% de la población española total- en las que la dimensión urbana ha hecho que algunos servicios básicos dejen de ser rentables para las empresas.

Por ejemplo, desde 2002 se han cerrado 13.633 cajeros automáticos, la mayoría en estos pueblos, simplemente porque el volumen de dinero que movían no justificaba para los bancos tener equipos desplazándose regularmente para su cuidado. Y quien dice cajeros automáticos dice tiendas, panaderías y ni hablemos de servicios médicos, colegios o institutos.

Esta pérdida de servicios es la que, a su vez, ha acelerado la huida hacia las capitales de provincia.

¿Pueden revertir las dinámicas de la España vaciada las soluciones que proponen los movimientos localistas?

Manifestación de las plataformas de la España Vaciada

Ante ese panorama, los movimientos localistas culpan a los gobiernos de no compensar ni generar incentivos a las empresas para mantener sus servicios. Por eso crearon el término «España Vaciada», para expresar que la desgracia de sus negocios y la caída de la población en sus pueblos se debía a la falta de políticas estatales que compensaran las pérdidas que el mercado les infligía.

Son obviamente, movimientos de la pequeña burguesía rural más ahogada, entre otras cosas porque las condiciones generales de la producción agraria, que han convertido en nómadas con salario de miseria a la mayor parte de los trabajadores rurales, han despoblado en primer lugar de trabajadores a sus comarcas.

Las propuestas que promueve todo el variopinto mundo de las asociaciones de desarrollo local, las agrupaciones de electores y los movimientos contra la despoblación son sorprendentemente homogéneas: obras públicas, inversión estatal en comunicaciones subvenciones e ingeniería administrativa.

En la llamada «franja céltica» de la España vaciada por ejemplo, proponen ahora crear una región propia para poder optar a subvenciones europeas. El viejo reino de León, que produjo la primera constitución medieval europea en 1180, renacería mil años después como fantasmal «región no administrativa» sólo para que la pequeña burguesía agraria pueda ejercer la mendicidad en Bruselas.

El estado por contra, parece estar contentándose con promover la reutilización del suelo de la España vaciada para parques de energías renovables, generando rentas alternativas para los pequeños propietarios.

Según el director general de la Unión Española Fotovoltaica (UNEF), José Donoso, [...] las renovables suponen una gran oportunidad para las zonas rurales «donde no tienen otro tren». La fotovoltaica, genera riqueza donde se instala porque multiplica por diez la rentabilidad de un terreno y porque los ayuntamientos ingresan de media de 10.000 euros por MW/año.

¿La fotovoltaica supone una amenaza para la agricultura?, Ambientum

Pero ni las subvenciones ni la participación en los abultados beneficios extraordinarios de la producción renovable van a revertir el efecto de las tendencias de fondo del capitalismo en la España vaciada.

El problema de estas comarcas es que no es rentable producir en ellas. Su producción agraria no puede absorber más capital de manera rentable; carentes de mano de obra asalariada y demasiado lejos en términos de coste y tiempos de los grandes centros fabriles, la producción industrial y de servicios avanzados es una quimera; y su menguante densidad de población tampoco justifica inversiones orientadas al mercado local.

Por eso el futuro que la UE promueve para la población rural en las zonas de montaña y de baja densidad es el de «guardianes del paisaje». Dicho de otra manera: que acepten quedar al margen de la producción e intenten sostenerse sobre la demanda de turismo rural de las grandes ciudades.

¿Por qué la «España Vaciada» moviliza mucho más que a las comarcas afectadas?

Basta ver el mapa del cambio demográfico en España para darse cuenta de que la concentración de población es producto de la concentración geográfica de inversiones que señala el éxito de la acumulación de capital.

No se ve afectada tan sólo la «España Vaciada», es decir las zonas de baja densidad que llegan ahora a un umbral crítico. En la cola para la despoblación se ven ya las capitales de comarca y hasta las capitales de provincia que no cuentan con industrias en crecimiento.

Muchas ciudades españolas se han convertido en una desalentadora mezcla de pensionistas, funcionarios, subcontratados de empresas dependientes del dinero público, empleados del sector servicios y establecimientos cerrados. El turismo aparece como último recurso, y no son buenos tiempos para el turismo.

El problema de España con sus ciudades pequeñas e intermedias: una solución vasca, Esteban Hernández en El Confidencial

El resultado inevitable es que la población más joven pasa a formarse para trabajar en las industrias que ofrecen empleo y por tanto a mudarse a los lugares donde éstas están... igual que en la «España vaciada».

La mayoría de jóvenes va a estudiar fuera, se forma en materias «para las que aquí no hay empleo» y no retornan más.

Repobladores en la España vaciada, TVE

Es decir, la concentración de capital produce concentración poblacional en torno a ellas y deja envejecimiento en los lugares de origen de las nuevas cohortes de trabajadores.

Pero si el mensaje cala tanto ahora es porque no solo afecta a los hijos de los trabajadores -que llevan décadas migrando desde las provincias a las capitales regionales, los escasos polos tecnológicos como Málaga, Barcelona y Madrid- sino que afecta directamente a la pequeña burguesía urbana.

Las ciudades globales están concentrado las oportunidades laborales, tanto en el sector servicios como en los sectores profesionales. Las grandes empresas, (las del Ibex, las grandes consultoras, los despachos jurídicos de renombre o las firmas de inversión) se ubican principalmente en ciudades grandes. Pero, al mismo tiempo, la creación de empleo en muchas provincias, ya sea en sus ciudades o en el campo, es lo suficientemente endeble como para que un porcentaje sustancial de su población deba marcharse a buscar empleo no cualificado a otros lugares.

La guerra cultural que se ha desatado en el interior, Esteban Hernández en El Confidencial

Para los cachorros de la pequeña burguesía, migración quiere decir cada vez más frecuentemente proletarización en distintas formas. Son la gran mayoría en las universidades de sus ciudades y regiones, pero saben que sus posibilidades de «encontrar empleo en lo que estudié» -una forma elegante de decir «como jefe»- son escasas fuera del ámbito de las relaciones y contactos familiares.

Por eso, para esta generación de aspirantes a miembros de la pequeña burguesía corporativa y la burocracia regional, la forma de afirmarse frente a la proletarización que les espera si desisten y optan por la aventura en las grandes ciudades, es reivindicar el «derecho» a «un futuro exitoso sin tener que mudarse de su ciudad natal».

Su desesperación se ha convertido en parte del paisaje emocional de comunidades autónomas enteras. Lo reflejan bien el true crime «Muerte en León» (HBO y Movistar), que narra el asesinato de un cargo público regional a manos de una madre y su hija, que temía que no haber aceptado mantener relaciones sexuales con la dirigente le valiera «quedarse sin plaza» como jefa de una sección burocŕatica.

El resultado es que la población remanente en amplias regiones, incluso en capitales provinciales y autonómicas cuya población no decrece sistemáticamente, se «siente» parte de la «España Vaciada». Y alimenta el runrún quejicoso de la pequeña burguesía dándole la orientación localista, regionalista o independentista en unos lados, voxita en otros, que caracteriza a la crisis del aparato político español.

¿La España Vaciada y, en general, la concentración de la población en cada vez menos ciudades es un problema ajeno a los trabajadores?

Chongqing, China, 8 millones de habitantes, 96,96 hab/km²

No. Es cierto que en buena parte de la «España Vaciada» ya no queda siquiera clase trabajadora. Pero desde las primeras expresiones políticas de los trabajadores la oposición ciudad-campo que el capitalismo imponía se vio como un problema a enfrentar. Y ésto fue aún más claro cuando el movimiento desarrolló una crítica materialista del sistema.

No es casualidad tampoco que hoy buena parte de las cuestiones sobre el modo de producción comunista estén relacionadas con la aberrante concentración de recursos y personas y sus consecuencias geográficas y medioambientales. La oposición ciudad-campo, la alimentación y la distribución territorial son otros tantos campos en que se manifiesta con brutalidad la contradicción que el capitalismo impone cada vez más entre crecimiento (del capital) y desarrollo (humano).

La crisis de la ciudad capitalista, con su hacinamiento creciente y sus problemas de gestión de residuos, es la otra cara de la «España vaciada» y el despoblamiento rural. No podemos enfrentar una sin enfrentar a la otra, y a ninguna de las dos sin plantar cara y superar de una vez el capitalismo.