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¿Acabará el Brexit dando paso a la independencia de Escocia y la reunificación de Irlanda?

16/12/2019 | Gran Bretaña

Desde el referendum del Brexit hasta el triunfo electoral de Johnson la semana pasada, el mensaje oficial de las burguesías europeas ha presentado la batalla interna de sus pares británicos a la hora de elegir bloque para el futuro como un accidente que, como Trump, pasaría pronto. Pero ni la guerra comercial ni el Brexit han parado su curso. No van a hacerlo y ahora que resulta evidente, empiezan a mostrar, sin por supuesto tomar responsabilidad, su jugada de represalia: alentar los separatismos británicos y la unificación irlandesa, empezando por el famoso «segundo referendum de independencia» escocés. Pero... ¿Hasta qué punto van en serio? ¿Viene una etapa de desestabilización y desmembramiento territorial en Gran Bretaña?

Escocia

La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, ya ha empezado su campaña pro-independencia con el habitual melodramatismo de los nacionalistas: «Escocia no puede ser una prisionera en Gran Bretaña». Pero no se equivoquen, el nacionalismo escocés tiene un inevitable punto xenófobo, pero no va de esencias románticas, lenguas creadoras de una mentalidad única ni razas elegidas. Su discurso comenzó a ganar tracción en los setenta en torno a las ventajas económicas que para la pequeña burguesía local podría tener un estado propio con el que capturar regalías del petróleo del mar del Norte. Y solo ganó apoyos electorales en los distritos obreros cuando, tras la desindustrialización thatcherista, el «New Labour» tomó la vanguardia de los ataques a la salud y los derechos sociales. Por eso el etnicismo y el totalitarismo lingüístico, que en casi todos los nacionalismos europeos -incluido el galés- no es sino un disfraz del clasismo de la pequeña burguesía contra los trabajadores, es ajeno a las políticas del SNP, cuya dirección ni siquiera se molesta en ocultar que ni sabe gaélico ni tiene ningún interés en aprenderlo.

La justificación de la independencia como un cálculo, como un negocio, es lo que le ha puesto un techo de apoyo tremendamente estable, pero insuficiente: el 45% de los votantes. Así que Sturgeon no solo sabe que, de volver a realizarse el referendum hoy lo perdería. También sabe que cuanta mayor incertidumbre de todo tipo lo acompañe peores será sus resultados en él. Por eso insiste en que no piensa hacer un referendum «como el catalán», que en todo caso será un referendum constitucional y que tanto el gobierno de Gran Bretaña como el de Escocia estarán obligados legalmente a acatar sus resultados. La prensa internacional recuerda una y otra vez que Johnson y el programa conservador rechazan en redondo una segunda autodeterminación. Pero Sturgeon no está pensando en alcanzar ningún acuerdo con Johnson. Afirma que la facultad para convocar a los escoceses a referendum solo compete al parlamento regional e insinúa que llevará al gobierno británico a los tribunales solicitando a estos bien a transferir legalmente la competencia, bien obligar a Westminster a otorgar una «orden bajo la sección 30», el procedimiento legal para un referendum vinculante. Es seguro que la estrategia judicial llevará años al gobierno de Edimburgo... pero en realidad tampoco tiene prisa. Su esperanza es ganar base electoral reivindicando, como hace ya, el «derecho a decidir» supuestamente vulnerado por Johnson, y sobre todo esperar que el Brexit acelere la crisis e impulse una recesión claramente peor en Escocia que en los países del contienente. Pero de momento, sin mayores desastres económicos que la crisis general del capitalismo global en Europa, las encuestas sobre la independencia casi no se mueven y cuando lo hacen lo hacen tan escasamente que solo emocionan a la prensa alemana.

Ulster

En Irlanda del Norte mientras tanto y por primera vez, los unionistas no obtienen la mayoría de escaños... pero el Sinn Fein también sale ligeramente tocado. El triunfalismo en Dublin fue tal que algunos analistas en la república de Irlanda tuvieron que templar ánimos recordando que lo que se había producido era un triunfo «remainer» no un avance del nacionalismo pan-irlandes y que desde luego no «hacía inevitable una Irlanda unificada».

Lo cierto es que lo más interesante fue la subida de la «Alianza Norirlandesa», un partido originalmente unionista que ha ido evolucionando hasta aceptar una posible reunificación de la isla y cuyo principal elemento programático es la necesidad de modificar los dispositivos del acuerdo de Stortmont que impiden el gobierno autónomo si no hay consenso entre nacionalitas irlandeses y nacionalistas británicos. La Alianza sube porque representa las aspiraciones inmediatas de una parte creciente de la pequeña burguesía local, tanto protestante como católica, animada por la experiencia del gobierno autónomo escocés, «remainer» pero consciente de que el Brexit propuesto por Johnson le da una oportunidad única para hacerse con un aparato estatal a su medida. A fin de cuentas no sería la primera vez que las resistencias británicas a la reunificación de una de sus colonias con el estado nacional que las reivindica, acabara en la formación de un nuevo estado nacional. Fue lo que llevó al nacimiento de la República de Chipre, cuyos movimientos anti-británicos se definían sin embargo como panhelénicos y consideraban irrenunciable la integración de la isla en Grecia.

Otra cosa es el juego que vaya a sostener la República de Irlanda. De momento y muy oportunamente, los jueces retiraron a la Garda el privilegio de ampararse en el secreto para no mostrar ciertas pruebas en delitos de terrorismo. Traducido a términos policiales eso supone que para poder ganar los juicios por pertenencia al IRA la Garda tendría que descubrir a sus infiltrados. Traducido a términos políticos significa que Irlanda va a dar un tratamiento mucho más benigno a los miembros del IRA de nuevo. ¿Qué miembros del IRA? Los que vengan. ¿Y cómo no van a venir si cada paso del Brexit y del gobierno Johnson es obsesivamente valorado desde la perspectiva de la reunificación tanto por los políticos como por los medios irlandeses?

Intenciones y hechos

Todo apunta a un aumento de los conflictos internos y externos. Paradójicamente, la debilidad de la burguesía británica tras tres años de batallas internas y gobiernos inestables, hacen que esos conflictos estén lejos todavía de convertirse en un peligro existencial para el estado. A día de hoy la República de Irlanda consideraría la reforma y fortalecimiento del gobierno autónomo del Ulster un triunfo suficiente y la pequeña burguesía norirlandesa empieza a compartir esa visión. En Escocia, la campaña por el segundo referendum de independencia busca prolongar el debate del Brexit hasta las próximas elecciones escocesas de 2020. Aun si se diera entonces un amplio triunfo del SNP, no está nada claro que Sturgeon y su equipo prefirieran entonces jugarse a cara o cruz su ventaja política frente a Johnson con un referendum antes de pactar desde una posición de fuerza nuevas competencias y financiación.

Otra cosa muy distinta es que aparezcan señales de «revuelta popular» que arrastren a los movimientos nacionalistas a un enfrentamiento directo contra Wenstmister. Cualquier conato de movilización nacionalista que ponga en cuestión la integridad del estado británico va a encontrar aliados en los rivales diplomáticos y comerciales más cercanos de la burguesía isleña que para entonces estarán ya negociando los términos de las nuevas relaciones comerciales entre la UE y Londres.