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05/08/2018 | Moral

Tomarse en serio la moral comunista militante, implica estudiar no solo al ‎proletariado‎ en su significado histórico, sino comprender el origen de esa particular subjetividad que, a lo largo de distintas épocas, han compartido sus minorías militantes. Entender las tendencias morales que se manifiestan ligadas al desarrollo de la ‎consciencia de clase‎ implica preguntarse por el fundamento común de las asociaciones, esperanzas y sentimientos íntimos que impulsan la voluntad de la militancia comunista. Este campo, con foco en las «valoraciones del mundo», es lo que Anatoli Lunacharski -primer comisario de Instrucción Pública después de la revolución de Octubre- llamaba «Estética». Su objetivo era entender por qué merece la pena definir la vida en torno a esa voluntad de acción colectiva que es la militancia comunista, por qué entendemos que, más allá del conocimiento y la consciencia, es hermoso, bello, importante, comprometerse personalmente en el desarrollo de la consciencia del conjunto de la clase por ingrato o peligroso que pueda resultar en un momento dado.

Dicho de otra manera, cómo se relacionan el marxismo en tanto que ciencia y el «ideal» comunista cuando se convierte en móvil y fundamento moral de una práctica militante colectiva.

Si nos preguntamos cuál es el motivo fundamental que mueve a un socialista marxista consciente en su actividad a menudo penosa y caracterizada por la abnegación, encontraremos una respuesta muy definida.

No es la necesidad. [...] La lucha de la clases trabajadora es precisamente una lucha de clase, llena de sacrificios personales en nombre del éxito general, que se desarrolla a través de generaciones. Así pues, no hay necesidad personal, sino conocimiento de la condición de toda la clase, no ventajas personales, sino fines de clase; éste es el espíritu del movimiento obrero consciente. El anarquismo destructivo y el reformismo son enfermedades de ese movimiento, desviaciones hacia el individualismo, hacia un romo realismo que lo aleja del idealismo de clase; de hecho tenemos más derecho a hablar de idealismo que de egoísmo de clase, expresión internamente contradictoria.

Tampoco el odio de clase puede ser el motor principal. Junto con la necesidad, es la base de la protesta semiconsciente; es cierto que no desaparece, no pierde todo significado al crecer la conciencia socialista, pero es muy limitado, puesto que el socialismo científico atenúa la falta de los culpables, señalando las verdaderas raíces de los males sociales y suaviza la intensidad del odio indicando con gesto seguro el futuro sagrado y abriendo el camino hacia él.

La piedad y la sed de justicia podrían tener su parte, pero Marx se alza firmemente contra los cruzados de la piedad y de la justicia cuando obstaculizan el progreso económico en nombre de sus sentimientos y principios. «Haya justicia y que perezca el progreso» es el lema de los moralistas. Marx diría más bien «haya progreso y perezca la justicia», y ello en virtud de la certeza incondicional de que una justicia no basada en una fuerza económica desarrollada es una quimera y, en el caso de que llegara a realizarse, estaría basada en la caridad. El socialismo científico no exige de sus adeptos piedad y justicia, sino seguridad, valor, capacidad de pasar del marco de los sufrimientos de la época de transición al general de la madurez de la Humanidad.

De esta forma, el motivo fundamental del socialista consciente es el idealismo de la especie, estrechamente ligado al idealismo de la clase.

Anatoli Lunacharski. Religión y socialismo, 1907

Lunacharski se pregunta acto seguido en qué consiste este «ideal de clase» del que el comunista extrae confianza, esperanza y fuerzas para la superación moral y el desarrollo colectivo aun en los momentos en los que puede resultar «irracional» desde el cálculo utilitarista individual.

Marx señala en el ensayo sobre Malthus y Ricardo, que la lucha, esencia de la historia, es desarrollada por la especie: el individuo debe aceptarla quiera o no. Podemos decir: genus volentem ducit, nolentem trahit. El individuo consciente identifica sus propios fines con los de la especie. Uno de estos individuos fue el propio Marx.

¿Qué siente tal personalidad consciente? Subordina sus propios fines a los de la especie. En esto reside su gran diferencia respecto al individualismo antirreligioso de Stirner. Este se burlaba de la «cripto-religiosidad de los ateos colectivistas». [...]

La emancipación humana, por tanto, tiene en su aspecto externo un carácter de revolución en la autoconciencia del hombre. La pequeña burguesía solo conoce dos formas para esta toma de conciencia: el baricentro está en dios, el hombre gira, por así decirlo, en torno suyo; es la vieja autoconciencia religiosa, el teocentrismo; la segunda: el centro está en el yo, todo el mundo gira entorno a él; es el punto de vista antirreligioso, el egocentrismo. El proletariado ofrece una forma completamente nueva, el centro es la especie, el colectivo, la personalidad gira en torno a la especie, pero siente su unión radical con ella; es el antropocentrismo, distante por igual de las dos formas anteriores, tan opuesto a la anti-religiosidad como a la vieja religiosidad.

Anatoli Lunacharski. Religión y socialismo, 1907

Pensar e integrar lo individual en la perspectiva de especie a través de la ‎consciencia de clase‎, no es algo menor ni se queda solo en el ‎internacionalismo‎. Representa, adelanta, el fin de la ‎alienación‎, el paso de la especie humana como un todo a ser colectivo y realmente autoconsciente. Lunacharski aprecia la tremenda potencia que supone una consciencia que avanza hacia la consciencia de especie apoyándose en el conocimiento científico.

El ideal solo puede mostrar la auténtica belleza y vitalidad, la auténtica capacidad de triunfar, si apela siempre a las fuerzas objetivas cuyo reflejo constituye, si apela al verdadero substrato fisiológico, es decir, socioeconómico. El lector puede comprobar ya la incomparable armonía del socialismo científico; forma un todo integral como ciencia y como ideal. Ideal socialista y ciencia socialista se sustentan uno a otro como dos mitades de un arco extraordinario.

Anatoli Lunacharski. Religión y socialismo, 1907

La capacidad desalienante, reunificadora del conocimiento materialista de la historia produce un nuevo tipo de confianza, de «fe» en la especie muy lejos de los términos en los que se produce la oposición entre la fe religiosa y su negación irreligiosa. Ni siquiera precisa de una «cosmovisión» que supedite la práctica humana a las leyes generales del Universo, pues nada necesita más allá de la propia experiencia de la especie.

[Marx] no solo no tiene necesidad alguna de garantías extra-humanas del triunfo del bien sino que ni siquiera busca un apoyo fuera del hombre. Marx no puede ser cosmista, pues el mundo de la realidad es para él únicamente práctica humana, como ya hemos podido ver; por encima de los límites de la actividad humana está lo «incógnito» sin fondo, del que no podemos hablar bien o mal sin caer en una caduca metafísica.

Lo único originalmente conocido es la especie humana con sus posibilidades, su flujo vital, cuya cálida oleada y tensión de energía advertimos en nosotros mismos. Esta es para nosotros la fuerza que lo crea todo, de la que todo se espera, es la verdad viva, la belleza viva y el bien vivo y es también su fuente.

[...] La belleza del marxismo y su fuerza curativa escaparán siempre a los individualistas, para quienes su visión es tan incompresnsible, mística y absurda como lamentables, pobres y cobardes son para nosotros, marxistas, sus elucubraciones religiosas o antirreligiosas.

Anatoli Lunacharski. Religión y socialismo, 1907

Esta práctica de la especie es por supuesto histórica, pero en el marxismo, la historia no se separa un minuto de lo material concreto: el militante marxista se apropia del mundo a través de la comprensión íntima del significado de la Humanidad como especie en su relación con la Naturaleza, esto es, el ‎trabajo‎.

Si en el aspecto externo la emancipación humana es una revolución de la autoconciencia de la especie, su resorte interno, fundamento que condiciona la posibilidad de tal revolución y la de un colectivismo perfecto, es el crecimiento del trabajo.

Anatoli Lunacharski. Religión y socialismo, 1907

Trabajo, colectivismo y abundancia

Llegamos finalmente al núcleo del análisis de Lunacharski sobre los fundamentos de la moral comunista y su capacidad para generar sentido a una vida militante. La pretendida «religiosidad atea» del colectivismo marxista no sería otra cosa que la interiorización del significado del ‎trabajo‎ y sus consecuencias.

Centralidad del trabajo. La evolución de la especie y la sociedad se producen en la relación entre especie/sociedad y naturaleza. Una relación mediada única y necesariamente por el ‎trabajo‎. Lunacharski cita a Marx directamente:

El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida. Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza. Desarrolla las potencias que dormitaban en ella y sujeta a su señorío el juego de fuerzas de la misma.

Carlos Marx. El Capital, 1857

La experiencia humana en tanto que experiencia de especie, especie en realidad en un «proceso de formación» que llamamos ‎progreso‎, es la experiencia del trabajo. Esta experiencia se materializa en conocimiento y éste en tecnología.

La fuerza motriz del progreso es [...] el desarrollo de la técnica (procedimientos e instrumentos) que representa la acumulación y elaboración de la experiencia de trabajo. [...] La práctica origina el conocimiento, lo concreta y limita, y lo verifica.

Anatoli Lunacharski. Religión y socialismo, 1907

Pero el trabajo tiene una naturaleza social y colectiva, no es una acción aislada del individuo, sino una acción colectiva y solo en tanto que colectiva puede ser liberadora si el desarrollo de la cooperación social salta al colectivismo, al ‎socialismo‎, emprendiendo la reunificación consciente de una Humanidad fracturada y alienada por 8000 años de división en clases.

El trabajo humano es colectivo, no puede quedarse en la conciencia de un trabajador aislado. Para que el hombre sea libre, para que los resultados se correspondan por completo con sus fines es necesaria la organización de la conciencia y la voluntad colectiva. [...] El deseo de vivir que está en la base del trabajo tiene como expresión el ideal del poder económico del Hombre. El deseo de vivir y el ansia de libertad, que son inseparables (ambos coinciden sustancialmente) solo pueden encontrar su expresión plena en el ideal de la integridad perfecta y de la unidad interna del verdadero sujeto del ser social, el colectivo.

Anatoli Lunacharski. Religión y socialismo, 1907

La centralidad del ‎trabajo‎ en la comprensión de la experiencia humana nos ha llevado a descubrir en el conocimiento y la tecnología la prueba y el más grandioso monumento a la capacidad de la especie a lo largo de medio millón de años, para auto-construirse como tal y acercarse a su verdadero nacimiento, el momento en el que emergerá a regular conscientemente ese metabolismo común con la Naturaleza; Y esa misma comprensión de la naturaleza histórica y social del trabajo nos ha llevado a afirmar lo colectivo. Al «unir los puntos» el resultado es una perspectiva nueva del ‎comunismo‎, una comprensión íntima de su naturaleza como sociedad de abundancia -y por lo mismo necesariamente ‎ desmercantilizada‎- cuya posibilidad y necesidad se demuestra y reafirma a cada paso que damos, en cada faceta de la vida productiva en la que participamos y en cada vistazo que damos a la realidad cotidiana de nuestra clase.

En consecuencia: el aumento de las fuerzas productivas de la Humanidad, es la primera tarea que debe emprender necesariamente en toda circunstancia la Humanidad cuyo pensamiento y sentimiento hayan captado la vida en todo su desarrollo. El colectivismo es la segunda tarea y únicamente con su realización adquiere un verdadero sentido la acumulación de capacidades [fuerzas productivas] realizada por la Humanidad.

Anatoli Lunacharski. Religión y socialismo, 1907