¿Es el «pacto verde» una salida a la crisis?
200 CEOs y políticos exigían hoy dar prioridad al «pacto verde» ponían en acento en la movilización de los paquetes de inversión vinculados a él. No son los únicos que lo tienen claro. En EEUU la izquierda no está pensando en cómo construir una sanidad universal, tras el Covid sino en resucitar el «Green New Deal» porque es «una idea lo suficientemente grande como para revivir la economía», es decir como para transferir rentas del trabajo al capital con una masividad suficiente como para revivir al capital.
Desde luego no faltan movimientos relevantes. Esta misma semana la UE contrataba a Blackrock, el mayor fondo de inversión de EEUU y, por cierto, mayor fondo buitre en España, para diseñar las políticas económicas post-covid como extensión del pacto verde. Es decir, encarga la definición en la práctica de una muy ambigua «Ley de neutralidad climática», el core del «Pacto verde» al mayor representante mundial del capital especulativo.
El encargo sin embargo no debería preocupar en principio a los que miraban con desconfianza al lobby de las petroleras y sus presiones para «ganar tiempo». Black Rock es accionista de referencia de buena parte de ellas -entre ellas Repsol- pero las petroleras cada vez están más por el pacto verde. Y de hecho parece que cuanto mayor sea su récord de desastres medioambientales más están por la labor.
Ayuda sin duda que los márgenes de las petroleras lleven décadas cayendo. Y con la pandemia, también los ingresos brutos. A día de hoy, con el consumo a niveles de 1995, la saturación del mercado es tal que no hay ni siquiera capacidad para almacenar el petróleo extraído. Pero la clave de fondo empezamos a entreverla en Alemania.
Un balón de hidrógeno para las petroleras
Los lectores de la prensa asiática llevan meses encontrando anuncios de lanzamientos de coches y camiones «verdes», movidos con pila de hidrógeno. Nada raro, si fueran lanzamientos inminentes, pero el más tempranero de ellos saldrá a mercado en 2023. No es que se abandonen los modelos eléctricos actuales ni la investigación en baterías, pero parece claro que la industria de automoción asiática está asegurando sus propias opciones ante una «transición ecológica» que se acelera al punto de no permitir siquiera vislumbrar cuales van a ser los vectores energéticos dominantes.
Parte de la responsabilidad es de los planes de «descarbonización» europeos, que no sólo plantean el hidrógeno para el transporte limpio, sino que proponen el uso de hidrógeno a gran escala para toda la industria pesada que no puede ser electrificada. Hasta ahora insistían en el uso de «hidrógeno verde», obtenido a partir de hidrolizar agua con energías renovables. El puerto de Hamburgo había comenzado ya a planificar la mayor planta de electrólisis del mundo para posicionarse. Pero aun a pesar de inversiones gigantescas, la capacidad de producción de hidrógeno limpio no dejaba de ser marginal para las necesidades del gigante industrial de Europa. El hidrógeno iba a ser, en teoría, un elemento menor dentro del cuadro general del paso a las energías limpias.
Pero esa perspectiva está cambiando. Por un lado los planes europeos tropiezan con la poderosa patronal industrial alemana, que apuesta por convertir el gas natural y no el agua en hidrógeno. En sus diferentes variantes -también se puede otener a partir de resevas subterráneas de petróleo pesado- el procedimiento de producción se basa en reciclar un proceso de 100 años de antigüedad relativamente barato: el gas metano (CH4) se mezcla con vapor de agua (H2O) a alta presión y temperatura con un catalizador, lo que genera hidrógeno (H2) y CO2, filtrándose la salida para que el CO2 sea «capturado» y enterrado y el hidrógeno pueda ser extraído. La idea del capital alemán es convertir este «hidrógeno azul» en la herramienta de transición durante al menos una década y media «para crear más seguridad en la planificación de las inversiones».
La asociación industrial alemana BDI se opone a descartar el uso del llamado hidrógeno «azul» fabricado con gas natural utilizando la controvertida tecnología de captura y almacenamiento de carbono (CCS). BDI sostiene que insistir en el hidrógeno «verde» fabricado con energías renovables retrasaría el desarrollo de la tecnología durante años, ya que no se dispondrá de volúmenes suficientes para 2030. También insiste en un objetivo provisional para 2025 en cuanto a la capacidad de electrólisis, y un objetivo para 2035 en cuanto a las importaciones de hidrógeno «verde» para crear más seguridad en la planificación de las inversiones. Debido a que Alemania no tendrá las enormes capacidades renovables necesarias para producir grandes cantidades de hidrógeno verde, probablemente tendrá que importar gran parte del combustible neutro en CO2 de otros países.
Pero las petroleras están experimentando también sistemas para producir «hidrógeno verde» barato. La técnica que proponen, la pirólisis, solo produce hidrógeno y carbón. Y aseguran que el precio sería bajo, competitivo con el «hidrógeno azul» si se toman en cuenta los costes de almacenaje del CO2 de éste.
Una transición ecológica entre el gas y la sangre
Es evidente que la aceleración del desarrollo tecnológico en estos ámbitos, al punto de producir verdadera incertidumbre, no es el resultado de una aparición mágica de nuevas alternativas tecnológicas, sino de los aumentos de inversión, tanto de las petroleras como de los estados, en I+D durante los últimos años. Y que esa I+D tenía un objetivo claro: hacer viable el «pacto verde»-
El cambio de modelo energético, de transporte y de producción agraria implica poner en marcha un cambio tecnológico. Pero es importante entender que no es la tecnología la que mágicamente permitiría dar bríos a la acumulación, sino la transferencia de rentas del trabajo al capital. La tecnología es puramente instrumental y se desarrolla no por el genio de investigadores solitarios sino por la demanda y las inversiones de capital interesado. Por eso se exige a las nuevas tecnologías supuestamente más «sostenibles» que sean, ante todo, más productivas. No se refieren a la productividad física, a la cantidad de producto obtenido por hora de trabajo medio, sino a la productividad para el capital: la cantidad de ganancia producida por cada hora de trabajo contratada. Por eso la regulación estatal global es central en la «transición ecológica»: impuestos y normas no modifican la capacidad física de producción pero si la ganancia esperada por hora de trabajo social explotado.
Esa es la lógica de toda «revolución tecnológica» en el capitalismo. No es que el capitalismo se «adapte a las nuevas tecnologías», es que las tecnologías no son consideradas como viables si no aumentan la productividad desde la perspectiva de la ganancia, es decir, si no sirven para aumentar el porcentaje de rentas del capital sobre el total de la producción.
«Contra la Unión Sagrada climática», comunicado de Emancipación
Los nuevos bríos vienen porque, como venimos insistiendo, la crisis del Covid es un acelerador de las tendencias que se estaban manifestando con fuerza durante los últimos años. El paso a la recesión abierta insufla nueva vida al «pacto verde» porque la gran industria y los fondos de inversión tienen claro que es la mejor forma de organizar la mayor transferencia de rentas del trabajo al capital desde la guerra mundial. Es más, desde la perspectiva del capital europeo -y de una parte de la burguesía de EEUU- es el camino para establecer un nuevo tipo de barreras no arancelarias para frenar a una competencia china que probablemente tardará más en «descarbonizar» su industria.
Lo que no cuentan es que además, cada paso adelante impulsa consigo las tensiones imperialistas. Sin salir de Europa, que la «transición ecológica» se apoye en el gas natural como fuente energética de transición es una excelente noticia para las petroleras, pero para Alemania significa dependencia de Rusia y para Turquía un incentivo a aumentar la presión militar tanto en Siria como en el Mediterráneo Oriental, frente a Grecia y Egipto, y por distintas vías, en Libia.
Y de forma aun más directa: unir la recuperación de las ganancias que dejaron de tener durante el confinamiento a la transferencia masiva de rentas que hay bajo el «pacto verde», significaría un empobrecimiento directo en términos absolutos de los trabajadores.
¿Puede alguien pensar todavía que la «transición ecológica» que nos quieren imponer como «salida a la crisis» es un camino de progreso?