Entre la angustia de la guerra y la perspectiva de las luchas
Comenzamos una nueva sección: un informe semanal de actualidad que quiere poner en perspectiva el corto plazo y su relación con los intereses y movilizaciones de los trabajadores en todo el mundo.
Las portadas de la prensa global y los telediarios son, cada vez más, ruido vacío. Hoy mismo, a pesar de la presión mediática hasta el último momento, se supone que estamos en «huelga general mundial climática». Obviamente un fracaso, los trabajadores no han parado en ningún lado donde no se vieran obligados por un paro patronal cool. Pero eso no resta un ápice de veneno a un «movimiento» en el que buena parte la burguesía mundial, de Obama a Merkel han puesto sus fichas. En España ya ha empezado otro circo electoral. En Canadá también. Allá la campaña está centrada en un nuevo escándalo Trudeau: de joven, se embetunó para una fiesta de disfraces... En resumen: ruido, ruido y ruido. La semana que nos importa no ha ido por ahí.
No hay mes en el que no aparezcan nuevos recortes en las perspectivas de crecimiento, es decir, en los resultados de la acumulación. Esta semana la OCDE hizo una poda general de expectativas. Es la previsión de crecimiento global más baja en una década.
Es esta dificultad creciente para encontrar mercados donde vender la producción y destinos donde colocar el capital la que impulsa la guerra comercial y las tensiones imperialistas. No al revés. Por eso las mismas potencias en conflicto no esperan que ningún cambio político genere un cambio de tendencia económico. La causa del conflicto entre ambas potencias no es política sino sistémica y se resume en una palabra: imperialismo. No tiene «solución» posible dentro del sistema, solo treguas.
Como vemos en la tabla de arriba, la OCDE añadía a sus previsiones un cálculo de los efectos directos del Brexit sobre la acumulación en la propia Gran Bretaña y en la UE. El Brexit es un circo de dos pistas.
En la principal es una batalla entre dos facciones de la burguesía británica: la que no quiere renunciar al mercado continental como centro primordial de su actividad y la que quiere alinearse con EEUU en la perspectiva de conformar un «bloque anglosajón» como el que despunta ya en la guerra espacial.
En la segunda pista, la UE, en especial Alemania y Francia, intenta maximizar la «compensación». Y la «compensación» principal se llama: Ulster. Bajo la forma de una nueva y angustiosa contrarreloj se desarrolla el espectáculo de un sádico juego imperialista. El objetivo europeo es mantener el Ulster dentro del mercado europeo con un gobierno autónomo, solo formalmente británico, bajo la tutela de Irlanda y con una frontera «dura» entre las dos grandes islas británicas. Si el gobierno de Londres quiere mantener la frontera abierta en la isla de Irlanda y al mismo tiempo evitar una aduana entre las dos islas solo puede mantener al conjunto del país dentro de la unión aduanera. Es decir, en la práctica, salir solo de los órganos de decisión de la UE pero acatar todas sus decisiones y alianzas comerciales.
¿La única solución posible para los intereses filo-estadounidenses que representa Johnson? Aceptar la capacidad de la UE para imponer condiciones y poner la frontera entre las dos islas. Si se retrasa puede perder el control en la primera pista definitivamente y los brexiters perder la batalla interna. Por eso la insistencia en no pedir una nueva prórroga tras el 31 de octubre. Y por eso Juncker dice que la solución está cada vez más cerca: los propios unionistas irlandeses parecen aceptar que la batalla por mantener la presencia británica en el Ulster se dará después de la ruptura en las propias instituciones irlandesas.
El Brexit no es sin embargo el punto de fricción inter-imperialista más acuciante del momento. Desde Egipto a Irak las tensiones imperialistas están al borde de explotar. Tras el bombardeo de la red de refinerías saudíes el sábado pasado, estamos en un momento crítico, seguramente el más cercano en mucho tiempo a una guerra abierta. Tanto Arabia Saudí como Irán están al mismo tiempo muy igualados -en proyección militar y capacidad armamentística- y a un paso de obtener una ventaja «decisiva». Para el que queda atrás es grande la tentación de iniciar un ataque antes de perder la posibilidad de una victoria estratégica. El carácter contradictorio de las alianzas puede precipitar «accidentalmente» una guerra a gran escala... pero también giros drásticos de EEUU con vueltas la diplomacia y gestos conciliatorios. En realidad Israel y Arabia Saudí ya han comenzado las represalias militares contra Irán.
En realidad lo que vemos en todo el mundo, incluidos los capitalismos más débiles como Cuba, que esta semana empezó un nuevo «periodo especial», es un capitalismo en el que cada vez resulta más difícil a los capitales nacionales mantener la acumulación. El resultado inevitable es una tendencia creciente a chocar violentamente con su competencia y la multiplicación de los esfuerzos para endurecer las condiciones de explotación de los trabajadores en cada país. No hay ejemplo más claro posible del choque frontal entre el capitalismo como sistema -produciendo guerra, precarización y empobrecimiento- y las necesidades humanas.
La Humanidad no puede existir como sujeto colectivo consciente -y menos aun emancipado- en una sociedad de clases. Sin embargo el capitalismo produce una clase muy particular, una clase universal que es la única que puede plantear y realizar su superación: el trabajador moderno, el proletariado. Somos una clase universal no solo porque la expansión global del capitalismo extendiera el trabajo asalariado por todo el mundo bajo las mismas instituciones -el salariato-, sino porque nuestras reivindicaciones no persiguen ningún privilegio ni obtener nada a costa de nadie. Sencillamente reclaman necesidades genéricas, universales.
Eso es lo que hemos visto en las dos grandes movilizaciones de esta semana: Chubut en Argentina y General Motors en EEUU. Si en Argentina la reivindicación fundamental era la más básica posible -cobrar unos salarios atrasados ya de por sí insuficientes- en GM se enfrentaba la precarización y el empobrecimiento afirmando la vieja consigna de «a igual trabajo, igual salario»; es decir, los trabajadores afirmaban su unidad como clase, eso que los marxistas llamamos centralismo. En ambos casos el desarrollo de las luchas chocó con los sindicatos y su lógica, como no podía ser de otra manera.
El sindicato convocante de las huelgas en GM planteaba la lucha afirmando que «We stood up for GM when they needed us». Su argumento es que ahora que la empresa tiene mejores resultados puede «compensar» parte de los desastres impuestos durante la crisis que el propio sindicato aprobó. Es decir, el sindicato parte de aceptar desde el primer momento que todas las reivindicaciones de los trabajadores deben estar supeditadas a que el capital obtenga beneficios. Pero en un capitalismo como el que acabamos de retratar, supeditar las reivindicaciones a los buenos resultados del capital -los dividendos- no se puede significar otra cosa que recolectar cada vez más «sacrificios». Es imposible avanzar y luchar con éxito bajo esa premisa.
En Argentina, los sindicatos docentes de Chubut escamotearon ya dos veces la unificación y extensión de las luchas en la región, que se da espontáneamente, derivando las huelgas hacia un paro sectorial nacional. No es ninguna sorpresa. No conocemos ningún caso en que un sindicato dudara siquiera cuando tuvo que elegir entre el desarrollo de las luchas y el mantenimiento de su control sobre los trabajadores.
Tanto en GM como en Chubut emerge la misma lección. Para avanzar en las luchas, para imponer las necesidades humanas generales sobre el hambre de dividendos de un capital cada vez más violento y antihumano, hay que librarse de la tutela sindical, organizar asambleas, elegir comités de huelga, tomar la lucha en nuestras propias manos y extenderla por los mismos medios, es decir, unificando de empresa a empresa, asamblea a asamblea, sin hacer diferencias de sectores, sindicación, tipo de contrato, con o sin papeles, subcontratas.