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¿En qué quedó el «Gran debate»?

10/04/2019 | Francia

En plena emergencia de los «chalecos amarillos», Macron, asustado por el fantasma de la lucha de clases, intentó desactivar el movimiento con una serie de concesiones. Estas erosionaron, antes de que madurara la tendencia a la separación y la auto-organización de los trabajadores. Pero Macron tenía algo más en el arsenal: el «Gran Debate nacional», cuyos resultados se han hecho públicos ahora.

El «gran debate» era un intento de conducir y reforzar el componente pequeño-burgués y aldeano del movimiento original para convertirlo en una exaltación colectiva, organizada desde el estado de «la République». Simbólicamente, comenzó con la formación a toda prisa de una macro-estructura estatal y escenas sacadas del viejo gaullismo de los 50 en las que Macron adoctrinaba a los alcaldes rurales normandos. Conforme avanzaba la cosa la torpeza del empeño se hacía evidente. Y la respuesta fue saturar los medios de explicaciones sobre las formalidades del debate y su organización.

https://youtu.be/o51VBquHaLM

La exclusión del «banlieue», las barriadas, dejaba sin embargo claro a quién se dirigía la iniciativa, pero sus destinatarios se sentían ofendidos por los sueldos astronómicos de los burócratas a cargo de la estructura estatal que lo organizaba. Tratando de recuperar la iniciativa sobre su propia iniciativa renqueante, Macron llegó a proponer convocar un referéndum el día de las elecciones europeas sobre el «tema ganador». Macron se jugaba no solo su popularidad, destrozada por el movimiento de los chalecos, sino la credibilidad del sistema como un todo. Tras tres meses de machaque mediático e intervención masiva, la cosa parecía haber funcionado medio bien para la burguesía francesa -Macron se recuperaba y Le Pen se beneficiaba como alternativa «representativa» del espíritu de las protestas- y a precio de derribo: 12 millones de euros frente a los 250 que se gastan normalmente en unas elecciones. La «democracia deliberativa» resultaba ser un verdadero chollo para el encuadramiento en el estado.

Ahora aparecen los «resultados» oficiales que tras ser limpiados sin excesivas sofisticaciones revelan que... en realidad ni había tantos que quisieran decir algo -unos 250.000 enviaron contribuciones online- ni parece que tuvieran gran cosa que decir. Las principales «propuestas» que emergen van desde hacer el voto obligatorio a promocionar el «slow food», de prohibir los pesticidas a reducir el IVA o eliminar los impuestos especiales al alcohol y el tabaco, de reforzar los servicios ferroviarios a la policía. La «ciudadanía», esto es, la mentalidad de la pequeña burguesía y su «sentido común», parece querer una burguesía de estado respetable, que la dirija pero que no intente cambiar su comportamiento o su cultura, que le de buenos servicios básicos y cobre más impuestos en general... pero menos a ella misma. ¿Hacía falta tanto ruido para imaginarlo?

El problema es «la ciudadanía»

Pero muchos se plantearán por qué el «Gran Debate» no ha hecho emerger otro tipo de reivindicaciones, reivindicaciones de clase siquiera mínimas pero con sustancia real. ¿Cómo es posible que todas esas familias trabajadoras que salen los domingos con el chaleco amarillo y que no llegan a fin de mes no expresaran sus necesidades? ¿Por qué respondieron a la pregunta con vulgaridades no mejores que las de los gobernantes?

La ‎consciencia de clase‎ de una clase que no es solo revolucionaria sino también explotada universalmente, que es por tanto universalmente negada, solo emerge en medio del conflicto, de eso que llamamos ‎lucha de clases‎. Y no por nada místico ni misterioso, sino porque su punto de partida es negar la prioridad del beneficio, de la acumulación, sobre las necesidades humanas. Algo que además, solo tiene sentido colectivamente, porque la explotación no es una situación individual, sino colectiva, de clase. Por eso en una huelga cabe esperar que colectivamente pueda aparecer la consciencia; en un formulario para hacer mejoras en la République, verdadero «control númerico» de la maquinaria de explotación, no. En el terreno de mejorar nuestra propia explotación y la participación atomizada, individual, no hay otra posibilidad de expresar necesidades humanas genéricas que rogando mejoras en la asistencia social. Ese es todo el misterio de la «ciudadanía» y la «democracia participativa». Las formas pueden incluso recordar a veces a las auténticas, pero su terreno y metodología solo sirven para que nos «hagamos cargo» de las dificultades de nuestra propia explotación.