¿En qué consiste el «crecimiento» español?
La gráfica de los componentes del PIB español habla por sí sola. El consumo que tuvo un lánguido repunte hace año y medio, se arrastra en agonía. Nunca antes las empresas de consumo habían puesto tantas esperanzas en el «black friday» ni el «cybermonday», ni los viejos del lugar recuerda cuándo habían tenido tanta necesidad de empujar el consumo a fin de año para salvar el balance. Y sin embargo saben que la morosidad de los créditos al consumo, de las compras financiadas, no va a decaer.
Es difícil cuando los salarios bajaban casi un punto y el peso de la bajada se concentra en los que menos ganaban antes de la crisis y en los últimos en llegar: los más jóvenes que son también los más precarizados. Lo que «salva» el PIB y augura un 2018 con «buenos números» es la inversión.
¿A dónde va toda esa inversión extranjera?
Pero esa prometedora inversión es sobre todo de capital destinado a la compra de grandes empresas y deudas, no a la creación de tejido productivo de nueva planta ni a mejoras tecnológicas en el existente.
Lo que estamos viendo es el resultado de la erosión de la burguesía española por la crisis y por su incompetencia para mantener la cohesión institucional: la devaluación en bloque del capital español, que ha tenido su guinda con la crisis catalana.
Con Santander «salvado por la campaña» de la compra por un euro del Popular, con BBVA vendiendo inversiones a saldo, e incluso su rentable rama chilena, para limpiar balances ante la presión del BCE, con Sabadell emitiendo deuda y con Caixabank en la cuerda floja entre Portugal y Cataluña, el capital financiero español difícilmente puede presumir de salud y robustez. Las constructoras baten records emitiendo bonos para financiarse. Telefónica y los bancos se saben al descubierto ante posibles ataques de capitales exteriores. Iberdrola se revuelve contra el ministerio primero -que no dudó en azuzarle a Bruselas cuando pasó cierta línea- y con Siemens-Gamesa después en una búsqueda tan violenta como desesperada de nuevas rentas. Para qué hablar de la enloquecida batalla interna en ese muerto andante que presume de ser el gran grupo mediático global en español o de los otrora campeones convertidos en «chicharros» marginales como Deoleo -cuasimonopolio mundial del aceite de oliva- o Abengoa. Que la burguesía española ha perdido la crisis es ya una evidencia. Lo que está por ver es cómo culmina el desguace.
No es de extrañar que los buitres caigan sobre los mermados gigantes españoles cuando desde Credit Suisse a Morgan Stanley pasando por Deutsche Bank y TS Lombard, llevan tiempo levantando la perdiz: las cotizadas españolas están ya a saldo. Entre otras cosas, como todavía en estos días demostró Repsol en Bolivia, porque el capital español ha sabido conservar relativamente a salvo su capacidad imperial en América del Sur y México, próxima batalla entre el gran capital británico -que requiere urgentemente de una nueva vía de expansión tras el Brexit-, las potencias continentales europeas, EEUU y, antes de lo que pensamos, China.
Los grandes fondos de capital fluyen hacia España porque es la forma más barata hoy de hacerse con un país europeo con un mercado interno todavía importante y poner una garra en Hispanoamérica sin grandes riesgos ni necesidad de aventuras militares inmediatas.
El «ejemplar» modelo español
Nos dice el gobierno que «España vuelve a crecer, recupera empleos a pesar de que el paro seguirá siendo abrumador mucho tiempo y atrae inversiones». Pero en realidad lo que dicen las cifras es que el consumo baja, el trabajo es cada vez más precario, que las «grandes esperanzas» industriales españolas se han ido al garete, que los bancos siguen todavía en la cuerda floja y que el capital que llega no pretende tener un uso productivo.
El «milagro español» no es más que la combinación de una precarización galopante, el empobrecimiento de capas cada vez más amplias de la población y la venta a saldo de los trastos de una burguesía cuyo próximo objetivo es sacrificar las pensiones en el altar de un tejido financiero exhausto.