En el comunismo... ¿cómo serán la ciudad y la vivienda? ¿Cómo se distribuirán la producción y las casas en el territorio?
En este artículo...
La pregunta: Ciudad, vivienda y urbanismo en el comunismo
¿Dónde estarán las fábricas en el comunismo? ¿Seguirá existiendo la ciudad? ¿Cómo será la vivienda? ¿Viviremos todos en casas? ¿Si la población está diseminada, lo estará también la producción?
Bajo la mega-ciudad, la acumulación de capital
La oposición campo-ciudad y el desarrollo exponencial de las ciudades es un fenómeno típicamente capitalista. La acumulación de capital que define el sistema y sus ciclos es, por definición, un sistema de concentración de recursos productivos. Y esa concentración no se produce solo en las formas jurídicas del capital o en un clase y en determinados organismos ligados a ésta. Se produce también en el espacio.
La concentración industrial primero y de servicios después en grandes centros urbanos es un rasgo del capitalismo porque facilita la fluidez entre capitales. Por eso, desde los primeros pasos del capitalismo la concentración del capital y la concentración urbana han ido de la mano. A principios del siglo XIX, cuando la revolución burguesa todavía no había expandido el capitalismo por el continente, la población urbana era solo un 3% del total europeo.
El nacimiento del capitalismo mismo arrancó con la parcelación de las tierras comunales y la agrupación de propiedades, expulsando a gran parte del campesinado a la ciudad. Allí el campesino se convertía en proletario al no poder más que vender su fuerza de trabajo para vivir. Así, desde el principio, el capitalismo empezó a concentrar la masa de trabajadores en las ciudades.
La propia ciudad se convirtió en capital. Y en la fase histórica actual de capital ficticio, en pura especulación. En las grandes ciudades históricas ¿cuántas veces han sido pagadas hasta las últimas viviendas? La ciudad entera es puro capital ficticio colocado en espacio y ladrillos. El truco especulativo inmobiliario original de Nicolás Flamel pasó de anécdota medieval a fenómeno general moderno.
Y dado que cada apartamento es un pequeño monopolio sobre un espacio hecho escaso de manera artificial, la construcción empezó a buscar cada vez más la altura minimizando el peso del capital variable (los salarios, el trabajo). Los nuevos barrios tomaron forma de colmenas monstruosas a partir de la lógica del propio capital. Torres de casas y rascacielos de oficinas son el retrato monumental de la concentración capitalista.
¿Qué pasará en la sociedad comunista cuando la acumulación ya no imponga sus necesidades a la sociedad? La aglomeración dejará de tener sentido, el proletariado batallará contra la ciudad y el hacinamiento para satisfacer las necesidades humanas de espacio. Amadeo Bordiga, un militante internacionalista italiano que era por formación ingeniero, lo describió con claridad en los años cincuenta:
La lucha revolucionaria por la demolición de las aglomeraciones espantosas y tentaculares se puede definir como oxígeno comunista contra cuchitril capitalista. Espacio contra cemento.
Amadeo Bordiga. «Espacio contra cemento», 1953
Pero en el comunismo, al superar la ciudad, los trabajadores en la búsqueda por satisfacer las necesidades humanas, también tendrán que superar la oposición ciudad-campo que definió al capitalismo desde sus inicios. Esto era visible incluso en pleno capitalismo ascendente para un Engels que había estudiado durante años la relación entre desarrollo industrial, destrucción medioambiental y miseria habitacional de los trabajadores en Gran Bretaña.
La superación de la contraposición entre la ciudad y el campo no es pues, según esto, sólo posible. Es ya una inmediata necesidad de la producción industrial misma, como lo es también de la producción agrícola y, además, de la higiene pública. Sólo mediante la fusión de la ciudad y el campo puede eliminarse el actual envenenamiento del aire, el agua y la tierra. […]
La industria capitalista se ha hecho ya relativamente independiente de las limitaciones locales dimanantes de la localización de la producción de sus materias primas. […]
La superación de la separación de la ciudad y el campo no es, pues, una utopía, ni siquiera en atención al hecho de que presupone una dispersión lo más uniforme posible de la gran industria por todo el territorio. Cierto que la civilización nos ha dejado en las grandes ciudades una herencia que costará mucho tiempo y esfuerzo eliminar. Pero las grandes ciudades tienen que ser suprimidas, y lo serán, aunque sea a costa de un proceso largo y difícil
Engels. Anti.Dühring, 1878.
Una estructura productiva distribuida en el territorio
¿Una dispersión lo más uniforme posible de la gran industria por todo el territorio? ¡¡Una locura!! gritarán a coro el ecologista, el gestor de inversiones y el stalinista. Concentrar es aumentar productividad y reducir emisiones, argumentarán. Traduzcamos: concentrar capital aumenta la productividad en términos de ganancia.
Pero concentrar capacidades productivas no necesariamente aumenta la posibilidad de satisfacer necesidades humanas en términos materiales. Dentro del capitalismo el stalinismo es un buen ejemplo. La obsesión por ganar escala y concentrar producción para acumular capital del stalinismo redujo por ejemplo la producción de cemento a varias grandes fábricas, todas en el centro de la Rusia. Resultado: nunca había cemento cuando se necesitaba. La producción era sumamente frágil ante todo tipo de interrupciones y cuellos de botella logísticos.
Genial para los planificadores que pensaban en los mismos términos que los inversores al otro lado del telón de acero. Un desastre para los que necesitaban el producto. Además, la supuesta planificación racional vino con una venganza. No sólo era -según los propios informes de la URSS stalinista- la producción en general notoriamente frágil y descontrolada, sino que la ultraconcentración de la producción en plantas únicas ayudó a descoordinar la producción y precipitar el fin de la unión:
Antes del golpe fallido de agosto, varias repúblicas habían prohibido la exportación de diversas materias primas clave y productos acabados hacia otras repúblicas en un intento de obligar al gobierno soviético a reconocer su independencia. […] El resultado inevitable es que en lo que representa al suministro, la economía ha degenerado en el caos, con empresas incapaces de obtener los bienes planificados y las tiendas incapaces de vender.
La situación se encuentra exacerbada por la naturaleza altamente especializada del viejo sistema de planificación, en el cual las economías de escala se conseguían concentrando la producción nacional de un producto dado en una única fábrica. Estimaciones recientes sugieren que los tres cuartos de los 6.000 productos industriales más comunes se producen en una sola planta. Cuando las relaciones comerciales tradicionales entre repúblicas se hunden, muchas veces no hay fuentes alternativas de suministro.
¿Un ejemplo más reciente? Las vacunas del Covid... e incluso las mascarillas en la primera fase de la pandemia. La superconcentración se hizo evidentemente disfuncional para los propios capitales nacionales.
¿Y entonces? Parece lógico pensar que una producción desmercantilizada regida por la satisfacción de las necesidades humanas tenderá a seguir el mapa de esas necesidades -es decir, la distribución de la población en el espacio- y compaginarse con las escalas óptimas de producción.
En el comunismo, como hemos visto en las anteriores entregas de esta serie, disfrutamos de las consecuencias de la liberación del desarrollo de las fuerzas productivas -y en especial para la primera de ellas, el trabajo, es decir el proletariado- que acelera la tendencia ya presente a la socialización de la producción. En conjunto, ambas cosas aumentan la productividad física del trabajo, lo que podemos producir con una hora de media de trabajo humano, hasta el punto de hacer posible la supresión completa no solo del trabajo asalariado, sino del trabajo esclavo de la necesidad.
Pero esto no significa ni que las materias primas vaya a ser siempre las mismas -desde luego no las mismas que ahora- ni que la productividad de todos los elementos físicos de la producción vaya a ser ni constante ni igual a la actual. Hoy, sin salir del capitalismo, hemos pasado de los libros de papel a los libros electrónicos, del carbón a una mezcla de fuentes energéticas -unas renovables, otras no-, etc.
Eso quiere decir que en el comunismo cada producción tendrá una escala óptima diferente y que el ajuste entre escalas óptimas de producción y escala de las necesidades no va a ser estático. Habrá cosas que produciremos en casa, otras en un radio próximo y otras a cierta distancia. Tendremos mangos y piñas donde se necesiten aunque su producción esté limitada por el clima y podremos hacer libros donde queramos. Otras cosas reducirán escala en un momento o la ampliarán si cambia la estructura de necesidades humanas a lo largo del tiempo dentro de la sociedad comunista.
En el comunismo, el centralismo productivo proyecta el centralismo de la clase. Si este no quiere decir concentración del poder en unos pocos sino todo lo contrario -concentración de toda decisión en todos-, el centralismo productivo es el opuesto de la concentración fabril. El conjunto de la producción es regulado por las necesidades del conjunto de la sociedad humana, adaptándose continuamente a su forma y desarrollándose en toda ésta según el mapa, siempre cambiante y colorido, de sus necesidades. ¿Podemos llegar a algo más concreto? No. Hay que esperar a que podamos empezar la desmercantilización masiva para poder imaginarlo.
¿Casas individuales?
Sabemos, como ya apuntamos, que la desmercantilización sistemática y masiva de las relaciones humanas, es decir, el socialismo, redescubrirá el espacio frente al verticalismo y la concentración que son una mera imposición de las dinámicas del capital.
En la sociedad en transición, es el capital variable -la parte de producción dedicada a la satisfacción de necesidades humanas de los trabajadores- la que determina cuanto se acumula socialmente para aumentar la producción posible en ciclos futuros. En eso consiste la dictadura de los trabajadores en oposición a la dictadura del capital, en la que la acumulación se afirma a costa de la pauperización de los trabajadores para sostener la acumulación de capital.
Esa vuelta del revés suprime las relaciones de producción capitalistas. c [lo acumulado] deja de ser capital, v [el trabajo dedicado a satisfacer necesidades] no es ya el precio de la fuerza de trabajo que reduce la mayoría de la población a un consumo exiguo, y a su vez pl [la plusvalía bajo el capitalismo] aparece bajo forma de bienes recién creados, listos para un consumo mayor individual y colectivo.
Ha dejado de haber beneficios, es decir, trabajo ajeno apropiado por los burgueses, por los funcionarios o por instituciones.
La reproducción ampliada deberá ser pues prevista como respuesta a las exigencias directas del conjunto humano que integra la sociedad; ha dejado de ser acumulación de capital. En otros términos, durante el período de transición la extensión del consumo en sus múltiples órdenes preside a la acumulación ampliada (el antiguo capital constante) y la determina.
G. Munis. Partido-Estado, stalinismo, Revolución, 1974
Lo que esto, la base de la economía de transición, significa para las casas y la forma de la vivienda en el proceso hacia una sociedad comunista, lo cuenta bien, de nuevo, Bordiga:
Después de haber aplastado por la fuerza esta dictadura cada día más obscena, subordinar cada solución y cada plan a la mejora de las condiciones del trabajo vivo, dando forma para este fin el trabajo muerto, el capital constante, el mobiliario que la especie humana ha aportado a lo largo de los siglos y que ha seguido aportando a la corteza de la tierra.
Entonces se burlará y reprimirá el brutal verticalismo de los monstruos de hormigón, y en las inmensas extensiones horizontales del espacio, desplazadas las ciudades gigantescas, la fuerza y la inteligencia del animal humano tenderán progresivamente a uniformar en las tierras habitables la densidad de la vida y la densidad del trabajo.
Amadeo Bordiga. «Espacio contra cemento», 1953
Y hasta aquí podemos imaginar. La ciudad desaparece para apuntar a la integración plena de los humanos en el espacio y la Naturaleza, dispersos como decía Engels, conectados como soñaban los desurbanistas durante la revolución rusa con la provocación de sus casas sobre raíles.
Pero ¿en el comunismo viviremos en casas individuales, familiares, en pequeñas comunidades colectivas? Es difícil saber qué forma tomará la familia -hablaremos de ello en otro artículo. Y sabemos que lo comunitario está presente en la historia de la clase y en cada uno de sus desarrollos... pero también que apunta y ensaya sobre todo la emergencia de la sociedad como comunidad, sin divisiones ni fracturas de clase, no necesariamente la permanencia de formas comunitarias pequeñas, aunque tampoco las niega.
Es decir, sabemos que en el comunismo tendremos espacio, y que nos moveremos por el espacio mayor del territorio mundo sin el lastre de estar atados a un empleo por el capital al que volver para fichar. Y sabemos que seremos libres para dar forma y disfrutar de nuestra necesidad de socialización. Pero no podemos saber todavía las formas concretas que tomará eso. Hay que derrocar el capitalismo primero. ¿Empezamos?