En el comunismo... ¿Quién se encargará de la agricultura? ¿En la sociedad comunista no tendremos piñas, naranjas o café?
De distintas formas varios lectores nos han preguntado cómo será la agricultura en el comunismo. Como siempre lo primero es decir que la sociedad comunista no será el producto de un plan preconcebido a imponer, sino el resultado de un proceso social que se abrirá al liberarnos de las contradicciones del capitalismo. Sin embargo, podemos leer las tendencias ya en marcha y explorarlas en una nueva entrega de nuestra serie sobre la sociedad comunista.
En este artículo…
La pregunta: ¿Quién hará la cosecha en el comunismo? ¿Habrá café, piñas y aguacates para todos? ¿Y la Naturaleza?
En el comunismo… ¿Quién se encargará de la agricultura? ¿Quién recogerá la cosecha en la sociedad comumista? Además, si la producción y el transporte dañan al medioambiente ¿Será todo producción local? ¿No vamos a tener naranjas, café o aguacates? Y si comemos piñas, ¿no significará que el comunismo también tendrá una contradicción fundamental con la Naturaleza?
Las contradicciones de la agricultura capitalista
La primera cuestión que debemos plantearnos es por qué nos cuesta más imaginar la abundancia intrínseca a una sociedad comunista cuando pensamos en la agricultura que cuando pensamos por ejemplo en el acceso a las obras artísticas, los medicamentos o los bienes industriales.
La razón salta a la vista: la agricultura capitalista prodiga más que otros sectores condiciones infames de trabajo, produce unas contradicciones brutales con el medio natural, acaba produciendo un sistema alimentario disfuncional que tira alimentos en masa al tiempo que los niega a una buena parte de la población mundial y empobrece hasta esterilizar las propias tierras que utiliza y contamina las aguas que precisa, como vemos en el reciente desastre del Mar Menor o en la selva amazónica brasileña..
No son hechos extraordinarios. Los últimos dos años han sido muy ilustrativos sobre las contradicciones de la agricultura capitalista actual. Hemos visto cómo la escasa capacidad para atraer capitales de los pequeños propietarios agrarios -en comparación con la industria y los servicios- lleva a los agricultores a pagar salarios de miseria como forma característica de resistir a la concentración.
Ya antes de la pandemia les vimos reaccionar violentamente contra la subida del salario mínimo. El confinamiento que siguió en los meses posteriores, nos enseñó además cómo la misma fuerza que empuja necesariamente al pequeño propietario contra las necesidades más básicas de sus trabajadores -la lógica de la acumulación– lleva a un sistema alimentario cada vez más derrochador e insano.
Y si pensamos en las frutas, en especial las que recorren medio mundo para que podamos comerlas, las imágenes que nos vienen a la cabeza no son mucho mejores: plantaciones con condiciones de trabajo insoportables, miseria y destrucción de las grande reservas naturales.
Todo empezó cuando, a finales del siglo XIX la aparición de una serie de avances tecnológicos en el transporte y la refrigeración en mitad de la primera expansión imperialista, creó un mercado de frutas frescas en Gran Bretaña, Francia y EEUU. Los naranjales de Orán y Jaffa o las piñas de Costa de Marfil y Guatemala representaban un reto logístico mayor que el que habían representado el té, el cacao y el café, pero se implantaron con fuerza. El capitalismo, de la que completaba el mercado mundial esbozaba una dieta universal, del mismo modo que empezaba a vestir con algodón -hasta hacía no mucho un tejido de lujo- al mundo entero.
Como en todo lo demás, lo que en un primer momento dejaba ver un elemento evidente de progreso y sentaba bases para una Humanidad reunificada, no tardó en mostrar contradicciones cada vez más sangrantes.
La economía de plantación no creó un proletariado masivo moderno al modo en que la destrucción de las relaciones sociales en el campo europeo había creado una clase obrera fabril y un proletariado agrícola estable. Los propios frutales -como antes el algodón, el té, el cacao o el tabaco- eran un problema: por un lado no servían para alimentar a bajo coste a la clase obrera urbana, eran un producto de lujo para la exportación; por otro necesitaban grandes cantidades de mano de obra... una o a lo más, dos veces al año.
Resultado: en los países y regiones en los que el cultivo de frutales (y otras plantaciones coloniales para exportación) se covertían en la actividad agraria principal, el capital industrial no prosperó en las ciudades porque no contaba con un proletariado urbano suficiente ni, en la mayoría de los casos, suficientemente barato de alimentar. Así que en el campo se fijaba un excedente permanente de mano de obra que a su vez permitía a los patronos pagar jornales de miseria... que hacían innecesario para ellos apostar por la automatización.
Así que cuando hoy pensamos en los frutales o en la caña de azucar seguimos pensando en dos cosas: fuertes demandas puntuales de mano de obra y miseria. Nada más opuesto a lo que esperamos de una sociedad comunista.
El mecanismo que hemos descrito fue el mismo que a mediados del siglo XIX había empecinado a los latifundistas del Sur de EEUU -y a sus aliados de la burguesía industrial textil británica- en el mantenimiento de la esclavitud.
No les bastaba con someter a los trabajadores y pagarles jornales miserables porque si les reconocían libres hubieran migrado a las zonas industriales a trabajar como obreros. Incluso después de la guerra de Secesión y la emancipación de los esclavos el recurso al trabajo forzado fue masivo porque un mercado realmente unificado de trabajo hubiera elevado los jornales. Todo el aparato ideológico, represivo y hasta de ordenación territorial racista organizado por el partido demócrata no tuvo otra función real que dividir a los trabajadores para mantener una mano de obra cautiva y cuasi gratuita.
Si hoy no nos cuesta pensar en la existencia de ropa de algodón en el comunismo es porque la primera guerra mundial, la crisis capitalista global y la recomposición y concentración del capital que las acompaña obligan a la burguesía agraria algodonera estadounidense a iniciar la automatización.
El desarrollo de las fuerzas productivas en la sociedad comunista: automatización y socialización
Que el capitalismo haya sido incapaz de automatizar los frutales no es más que otra muestra de su carácter antihistórico. No de que no sea posible.
De hecho hoy ya, incluso la mínima expresión de socialización de la producción que el sistema permite bajo la forma de big data y su procesado productivo -la llamada Inteligencia Artificial- permite una automatización efectiva de las cosechas frutales.
Y también del control de plagas, eliminando incluso en no pocos casos la necesidad de uso de pesticidas.
Incluso el delicadísimo arbusto del café reduciría daños con la cosecha robotizada.
La sociedad comunista será mundial y formará un metabolismo en común con la Naturaleza, su logística también
Los desastres ecológicos capitalistas y las trampas argumentativas del Pacto Verde sin embargo plantean una nueva cuestión. Algunos lectores nos hacen casi textualmente este argumento:
Vale, perfecto, en el comunismo lo que llamáis liberación de las fuerzas productivas permitirá producir una alimentación abundante y sana para todo el mundo con una agricultura y una ganadería no destructivas y sin prácticamente concurso de horas de trabajo. Pero tendrá que ser una agricultura local. No todo el mundo podrá comer de todo, igual que no todo el mundo podrá viajar tanto como se viaja ahora. La sociedad comunista será una sociedad comunidades locales y de agricultura de proximidad, usar grandes sistemas de transporte, hacer recorrer miles de kilómetros a una fruta, tiene un coste ecológico inaceptable.
En realidad el carácter mundial de la sociedad comunista es el punto de partida. No es posible el socialismo en un solo país y menos aun en una sola comarca simplemente porque para eliminar el trabajo asalariado y la escasez hacen falta fuerzas productivas que solo existen a nivel mundial y que precisamente son el principal legado del capitalismo, las condiciones que hacen posible su superación. Y la principal de las fuerzas productivas es el propio proletariado mundial, sin él es imposible pensar una sociedad realmente humana, es decir universal.
Es decir, el carácter mundial de la producción es algo irrenunciable. Y es cierto que eso implica capacidades logísticas y de transporte globales y no destructivas del entorno. Pero es que el propio capitalismo ya ha desarrollado tecnologías que lo hacen posible.
En un par de años se abrirá en Noruega la primera línea de barcos de carga movida por un motor eléctrico. Se trata de un barco con capacidad de carga de 300 contenedores estándar (de 14 toneladas de peso medio) que está concebido además como un robot dentro de un proceso completamente automatizado: la estiba y la desestiba no requieren concurso humano directo.
Es cierto que se trata de un buque de cabotaje del tipo feeder, los portacontenedores de menor tamaño. Pero no es difícil pensar buques similares de mayor tonelaje ni diseños trasatlánticos.
De hecho ya hay en producción buques que combinan motores de pila de hidrógeno o baterías con velas rígidas pensados para ello. La naviera sueca Wallenius Marine espera transportar antes de cuatro años 7.000 coches por travesía con uno de estos buques entre Suecia y EEUU.
En el comunismo...
No se trata de demostrar que todas las tecnologías que usaremos en el comunismo existan ya. No es así. Es más, muchas de ellas, aunque existan hoy no se usarán ni desarrollarán si no nos libramos de este sistema.
Lo que las invenciones y tecnologías que comentamos muestran es que el capitalismo ha creado ya las condiciones para que una automatización y una socialización de la producción y sus formas, guiada por las necesidades humanas universales, produzca abundancia sin destruir irreversiblemente el medio natural.
No sabemos si en el comunismo se usarán velas rígidas o buques con motores de hidrógeno, baterías, paneles solares o cualquier otra cosa. Lo que sabemos es que la sociedad comunista será capaz de transformar los frutos del trabajo y el conocimiento de la especie en satisfacción universal de las necesidades humanas.
Sí, en el comunismo comeremos probablemente mangos y piñas, y beberemos café y chocolate. Y si no lo hacemos no será porque sea imposible producirlos sin explotación -es posible- ni porque no se pueda llevar a cada quién sin destruir el mundo -se podría incluso hoy-, sino porque la sociedad no lo considerará ya deseable, igual que no consideramos ya deseable comer cosas que en otras épocas eran exquisitas y hoy se consideran poco apetecibles o malas para la salud.