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Elecciones en Madrid 2021

05/05/2021 | España

El aparato político de la burguesía española da un paso de gigante hacia su renovación. En mitad de la crisis económica, las elecciones en Madrid prometen ser el comienzo de una «vuelta al orden» después de una década de revuelta infructuosa de la pequeña burguesía, del 15M a Vox, pasando por el independentismo y la eclosión de partidos localistas en el Parlamento. Los dos partidos de estado, PP y PSOE están más cerca que nunca de recuperar la capacidad de articular sin muletas mayorías parlamentarias, superar la crisis política de la burguesía española e imponer las reformas precarizadoras y empobrecedoras que el capital nacional necesita para tomar aire. Y sin embargo...

En este artículo

El PP a un paso de la «vuelta al orden»

Ayuso y Casado celebran en el balcón de la sede del PP en la calle Génova el resultado de las elecciones en Madrid.

Era un hecho demoscópico, pero no todavía una realidad institucional: Ciudadanos desaparece. Tras las elecciones en Madrid, de Ciudadanos solo quedarán naúfragos. Fue un esbozo de partido de estado que no llegó a cuajar. Una solución de última hora que el propio estado, en lo más intenso de la revuelta de la pequeña burguesía catalana, con los grandes grupos mediáticos a la cabeza, promocionó como frente electoral contra el independentismo. Fracasó entonces, en 2017, en la Generalitat. Y fracasó después como renovación desde fuera de un PP que estaba hecho trizas y amenazaba derrumbe.

PP y PSOE consiguieron imponerse como ejes para la reconstrucción del aparato político del estado... a costa de llegar a las puertas de la crisis con un Parlamento disfuncional a las necesidades de la burguesía española, marcado por la revuelta territorial de la pequeña burguesía. Y, en el caso concreto del PP, a costa de sufrir una versión de la revuelta territorial en sus propias bases.

La consolidación de Vox en la derecha española es un problema para la burguesía y el estado. En lo inmediato neutraliza al PP como alternativa de gobierno real. Además, con unas empresas cada vez más necesitadas de capital externo y por lo tanto pendientes de la imagen-país, Vox es un estorbo, un elemento de inestabilidad que contribuye a malos titulares y peores evaluaciones. Pero Vox en realidad es un síntoma. Es la materialización de la incapacidad de deglutir la revuelta pequeño burguesa por el partido de estado de la derecha. Una señal de que el aparato político ha hecho aguas y que el sistema mediático de radios y periódicos conservadores se ha vuelto disfuncional a su razón de ser.

Es decir, el problema real para el estado y la burguesía española es reinventar el PP, su discurso y su entorno, no Vox. Su debilidad es que el PP es un mamotreto de relaciones entre cacicazgos locales, estado, grandes empresas y redes clientelares aun más difícil de rehacer y reinventar que el PSOE. Por eso la crisis de la derecha apunta a largo.

¿Puede desplazar Vox al PP?, 5/10/2020

En el cambio de escenario impuesto por la pandemia, las costuras solo podían tensarse en el núcleo del PP. Feijoo, el presidente gallego, favorito de los sectores burocráticos del partido, optó desde su gobierno por una estrategia merkeliana que le diferenciaba de Casado: hacer cordón sanitario a Vox para forzar el voto útil de su base. Le funcionó: en julio de 2020, las elecciones gallegas le daban mayoría absoluta y el monopolio de la derecha en el parlamento de Santiago.

Pero fuera de Galicia, los sectores de la pequeña burguesía más cercanos a Vox estaban estallando y decantándose cada vez más hacia el negacionismo más burdo. El ala aznarita del PP jugó a acompañarlos, tomando como laboratorio a Madrid y como mascarón de proa a Ayuso. El PP voxizado que ha sacado todas sus plumas en las elecciones en Madrid, con sus eventos llenos de banderas venezolanas y aspavientos nacionalistas, tensaba la organización arrinconando al mismo tiempo a Casado y Feijoo. El resultado electoral de Madrid anoche mostró que la estrategia también funcionó al PP... aunque no tanto como hubiera querido.

Durante la campaña de estas elecciones en Madrid, Ayuso tuvo un cuidado exquisito en no competir con Vox, ni siquiera llamó al voto útil de la derecha abiertamente. Sus asesores esperaban que en una movilización general de la pequeña burguesía conservadora, que cifraban en el 80% de participación que finalmente obtuvieron, hiciera posible una mayoría absoluta en solitario que dejara a Vox definitivamente en la cuneta. No pasó. Ayuso quedó a cuatro diputados de conseguirla. Pero por primera vez quedó claro un techo para Vox.

Ahora, tras las elecciones en Madrid, Ciudadanos está fuera de juego y Vox como un toro pasado por el picador al que aun queda castigo por delante, el PP está a un paso de recomponerse como partido de estado. Tiene oportunidades reales de devolver al redil a la pequeña burguesía nacionalista y conservadora airada. Tiene frente a sí dos vías abiertas y posiblemente una batalla interna para resolver por cual optar.

En una, refuerza su perfil de partido de estado y vende serenidad, orden y tranquilidad a los tenderos arruinados y los cuadros corporativos temerosos del camino marcado por la banca. Es la vía Feijoo, difícil fuera del gobierno nacional aunque viable a nivel local en la perspectiva de los fondos de recuperación que administrarán las comunidades autónomas. En Galicia y Andalucía irá probablemente por ahí. La otra es la vía de Ayuso triunfante anoche en las elecciones en Madrid: un PP con modos prestados del exilio venezolano que compite a Vox por la derecha y se libra así de los reclamos clientelares de sus propias bases electorales.

Iglesias salva Podemos para rendirlo sin honores

Iglesias dimite ayer de todos sus cargos, en una comparecencia de la dirección nacional y madrileña casi en penumbra, tras los resultados de las elecciones en Madrid.

En la izquierda, las elecciones en Madrid refrendan finalmente lo apuntado por las elecciones vascas y gallegas: el fin de las confluencias marca la incapacidad de Podemos para articular a escala nacional la otra parte de la revuelta pequeñoburguesa, que sigue territorizalizada y sin posibilidades de encaje en el aparato político del estado. Podemos está muerto como el proyecto político que fue, expresión de la revuelta de la generación joven de la pequeña burguesía universitaria iniciada el 15 de mayo de 2011.

Iglesias salva sin honores a Podemos de quedar fuera de un parlamento regional más, pero con la épica antifascista no consigue reavivar los últimos rescoldos del 15M. Y dimite reafirmando la entrega de Podemos al sector más acomodaticio de IU, el de Yolanda Díaz, disciplinada ministra de Trabajo de Sánchez y su enlace con lo más rancio del aparato sindical.

En la fugaz despedida que sustituyó a un balance serio de las elecciones en Madrid, la épica quedó en cita cursi de Silvio Rodríguez y autohomenaje narcisista. La aventura de los que un día fueron antiglobis y luego quincemistas llegó a su estación término. No con un estallido sino como un quejido. No daba para más. Dejan ministros y secretarios de estado.

Errejón da el «sorpasso»

Paradójicamente, como una suerte de broma histórica, las elecciones en Madrid han sido los primeros y por el momento únicos comicios en los que la nueva política consigue dar un sorpasso al PSOE. Más Madrid ganó al PSOE en la ciudad por más de 32.000 votos y por mil y poco en el conjunto de la comunidad autónoma. Ayer, en los informativos de la televisión pública, los comentaristas obviaron el tema cuanto pudieron.

Pero no deberían inquietarse. Errejón está haciendo de Más País algo parecido a lo que representa Die Grünen en Alemania: un partido de estado, no de revuelta, a medida de la pequeña burguesía profesional urbanita y progre. No hay en España sin embargo una Merkel que los quiera en el gobierno para correr con el desgaste inevitable que acabará suponiendo el Pacto Verde conforme se vayan materializando sus consecuencias sobre los trabajadores en precios básicos y empleos. Pero Más País hace méritos como partido de estado.

De momento, mal que bien, va absorbiendo a Compromís en Valencia y a la CHA en Aragón, lo que le acredita como única contratendencia a la eclosión de fuerzas nacionalistas, regionalistas y localistas que expresan el chato horizonte de la revuelta pequeño burguesa que los alimenta. Más País, además, funciona como incubadora ideológica útil a la renovación de discursos del PSOE, porque, a diferencia de Podemos, los construye en una longitud de onda muy compatible con el viejo mamotreto: mensajes simples, profundamente conservadores que apelan al sentido común y el parlamentarismo constructivo.

Eso no quita que el PSOE persista en su intento por torpedear a Errejón después de las elecciones en Madrid. El colapso de los podemitas promete a Sánchez una hegemonía en la izquierda como en los buenos tiempos del PSOE y lo normal es que apueste por ella. Si consigue sobrevivir y crecer territorialmente, Más País quedará como un comodín para el futuro. El PSOE siempre ha mantenido abierta la puerta a un congreso de refundación de la izquierda a la Miterrand como posible forma de cerrar la brecha abierta en sus flancos a partir de 2011.

Elecciones en Madrid y la renovación del aparato político de la burguesía española

La gráfica del PIB español, como la del francés o el italiano, hace un retrato inmisericorde de la profundidad de la crisis histórica del capitalismo abierta hace más de una década

Tras las elecciones en Madrid, a falta de diez días para el décimo aniversario del 15M, la burguesía española se promete el fin de una década de crisis política. Los dos grandes partidos de estado apuestan porque las próximas elecciones, en principio dentro de tres años, marquen la vuelta a un cómodo bipartidismo imperfecto en el que un Unidas Podemos reducido a las dimensiones electorales de IU y un Vox en el comienzo de su caída les basten para asegurar mayorías absolutas.

Sin embargo no es tan fácil. A fin de cuentas, encauzan ahora torpemente la revuelta alimentada por la crisis abierta en 2008... en el momento en el que toma un nuevo acelerón.

Basta ver las gráficas del PIB para dimensionar la gravedad de la crisis de acumulación. Más de una década después la producción no solo no se ha recuperado sino que vuelve a caer. Si los ritmos de acumulación de los 50, los 60 e incluso buena parte de los 70 produjeron que el PIB no solo creciera sino que creciera cada vez más rápido, como en la década de la burbuja, ahora ya no estamos ante una ralentización temporal como en la reconversión de los 80, ni siquiera ante un estancamiento con altibajos como en los 90, sino ante una pura y simple reducción de la producción... que ya ha demostrado largo aliento.

La primera etapa de esta crisis, de 2008 a la pandemia, puso en marcha, en distintos momentos y con distintos objetivos, a toda una serie de segmentos de la [pequeña burguesía](http://pequeña burguesía). Contradictorios y políticamente impotentes, bastaron sin embargo para llevar a una grave crisis política al estado. Pensar que la segunda etapa, la que arranca ahora, va a ser más suave en ese frente seguramente no pase de pensamiento mágico.

Y sobre todo, queda lo más importante. Como en todos los primeros momentos de cada nueva crisis los trabajadores están, ahora mismo, a la espera. Pero las reformas, para las que la burguesía necesitaba orquestar todo este circo de la renovación política, no son otra cosa que la forma legal necesaria para organizar una gran transferencia de rentas del trabajo al capital en volumen suficiente como para reanimar, siquiera temporalmente, la acumulación. Ponerlas en marcha, en mitad de la crisis, pondrá inevitablemente sobre la mesa la necesidad urgente de luchar y la esterilidad de toda confianza en el aparato político.

La verdadera crisis política, la puesta en cuestión del poder político de las clases dirigentes españolas, aún está por llegar. Ya se entrevé en el horizonte.