Empieza la campaña andaluza con todos los medios y políticos revoloteando alrededor del adelanto de la encuesta del CIS. Los resultados tampoco son para sorprender a nadie. El paro es abrumadoramente reconocido como el primer problema en todos los segmentos posibles de la muestra, en el total el 62,8% lo señalan como su principal preocupación. La revuelta de la pequeña burguesía emerge, confusa entre los rastros de la erosión de los servicios básicos, en la delimitación del «segundo problema» que sería, a elegir y por este orden: la corrupción, la sanidad, «la economía», la emigración y la educación. Obviamente todos los medios van a apostar hoy por alimentar el terreno más fácil y más venenoso, la posible expresión electoral del nacionalismo xenófobo: el partido ultra-españolista Vox podría ganar un escaño en Almería. Es, obviamente, una cortina de humo.
Teresa Rodríguez en la presentación de su candidatura a primarias andaluzas de Podemos.
No será el único intento de vendernos nacionalismo. En Andalucía tenemos dos «sabores» para el mismo mejunje. Además del rojigualdo tenemos el nacionalismo andalucista, aunque no porque exista una pujante burguesía andaluza luchando por establecer un mercado capitalista. Cuando la hubo -la época que va del Cádiz revolucionario a los Larios malagueños- su proyecto fue crear un mercado y un estado nacional español. Hoy es, sobre todo, folklor político al servicio de la legitimación del aparato local del estado a mayor gloria de un PSOE regional cada vez más en el modelo de la CSU bávara. Lo que no quita que sea también un vehículo discursivo, identitario, para esa pequeña burguesía urbana y universitaria cada vez más acorralada, que ya no puede colocarse ni colocar a sus hijos en el aparato autonómico. Ese andalucismo es el que canalizará «Andalucía Adelante», engendro del trotskismo más degenerado y el stalinismo terminal con adornosverdiblancos, que a falta de coraje para afirmar abiertamente su unidad de intereses con la burguesía y el estado, lo hace con la administración regional y las subvenciones europeas.
Pero a pesar de todo el despliegue de falsas alternativas y debates, a pesar de los mensajes machacantes, los espectáculos con políticos nacionales y la más que probada capacidad de la industria mediática para fabricar opiniones, es más que probable que la abstención vuelva a tener récords en los barrios trabajadores. La máquina de fabricar opiniones ya no sabe producir más que resignación o resentimiento. Como no podía ser de otra forma, en eso fue en lo que quedó la ilusión democrática y éso es todo que puede salir de las elecciones. La cuestión, por si quedara alguna duda, ya no es votar o no votar. Sino cómo volver a recuperar nuestro terreno, que no es el de la supeditación a los beneficios del capital como nos vendieron con Navantia, sino su opuesto.