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Elecciones andaluzas de la crisis al colapso del aparato político español

03/12/2018 | España

En vísperas del aniversario de la Constitución del 78 que dio a la burguesía española sus «mejores años de estabilidad política» el aparato político de la burguesía española ha pasado de la crisis al colapso.

Vox no es el fascismo, sino el facherío, que es muy distinto. Parecían ya olvidados los tonos del viejo falangismo gironiano en la entonación del discurso político. Pero volvieron a cadena nacional en la noche electoral. Vox no es Salvini, no bebe de los caladeros de la izquierda stalinista, sino de la radicalización de la derechona. Es el partido del catolicismo ultramontano y el nacionalismo más rancio, apoyado por el trumpismo americano y el lepenismo. ¿De dónde sale su eclosión? En primer lugar de la legitimación del CIS que al darle un diputado en Almería, seguramente como una pulla contra el PP, lo visibilizó como fuerza parlamentaria. Al final obtuvo representación en todas las provincias, lo que apunta a que es un partido xenófobo que no ha triunfado por su xenofobia, tal vez incluso a pesar de ella. Su baza ha sido el nacionalismo más descarnado.

Y es que el nacionalismo español, estilo «Ciudadanos» y PP, había tocado techo. Y sin embargo ambos habían seguido azuzándolo. Con los presupuestos atascados, Sánchez intentaba mantener el equilibrio en una situación imposible: necesitaba de los independentistas para afirmarse en el gobierno, gobierno que solo se justificaba como una herramienta para «meter en vereda» las tendencias centrífugas de la pequeña burguesía que los independentistas representan en forma extrema. Su solución, «tirar por el camino del medio» y negociar con Pablo Iglesias de intermediario, los presupuestos en el locutorio de la cárcel que aloja a los políticos independentistas presos bajo la tenue promesa de un nuevo estatuto de autonomía. PP y Ciudadanos denunciaron a partir de ahí los presupuestos «por principio» y usaron el argumento del primer al último día del debate electoral andaluz. Es decir, las cifras de Vox recogen la xenofobia, pero si han llegado hasta los 12 escaños ha sido por la radicalización del nacionalismo alimentado por la impotencia del gobierno Sánchez y la radicalización nacionalista de la facción conservadora de la pequeña burguesía.

La burguesía española ve reproducirse sus líneas de fractura en cada escala: Vox crea en el parlamento andaluz una réplica de la situación que produce el independentismo en el parlamento nacional. La radicalización nacionalista de la pequeña burguesía -al modo indepe en Cataluña, al modo Vox en Andalucía- desarticula la capacidad del aparato político del estado para reconducir la situación hacia un nuevo consenso que permita avanzar la agenda de la burguesía española.

Decíamos al principio de la campaña que «la máquina de fabricar opiniones ya no sabe producir más que resignación o resentimiento». Por eso rechazar el juego electoral no es apoliticismo, sino la única política que no es en sí misma una derrota para los trabajadores. Derrota sería creérselo y dejarse arrastrar por una ilusión electoral vacía. Pero también hacerse cargo de su colapso saliendo en defensa del sistema contra sus propios monstruos. No es casualidad si a Susana Díaz le ha faltado tiempo para sacarse un «frente popular» de la manga «para evitar que la extrema derecha decida en Andalucía». El ministro de transportes y secretario de organización del PSOE, Ábalos, unos minutos después dejaba la puerta abierta a una «gran coalición» aduciendo que «el combate que nos compete a los socialistas es liderar el frente de la democracia, la batalla por la democracia, frente al miedo». Y en Ciudadanos ya prometían una salida «a la Borgen», con el PSOE votando a su candidato a la presidencia.

La situación de la «gobernanza» burguesa es un desastre. La impotencia de la burguesía para volver a alinear a la pequeña burguesía se está convirtiendo en una espiral de crisis que permea el núcleo del mismo estado. Pero ¿tenemos algo que ganar con su evolución en un sentido u otro? La putrefacción de la situación en Cataluña, el Brexit, las dificultades del aparato político alemán durante el último año o ahora la impotencia de Macron frente a los «chalecos amarillos» deben servirnos de ejemplo de que, mientras no nos personemos en el conflicto social como clase, tenemos tan poco que ganar con la fractura del aparato político de la burguesía como con su consolidación.

Visto en conjunto hemos entrado en una nueva fase, la de colapso, de la crisis del aparato político de la burguesía española. La incapacidad para resolver la revuelta de la pequeña burguesía catalana ha acabado rompiendo a la derecha española en tres, dejando a medio cocer su renovación y dando entrada institucional a una extrema derecha que promete hacer aun más ingobernables los parlamentos españoles. Pero la incompetencia de la burguesía española para renovar su sistema político cuarenta años después de puesto en pie, no es ningún consuelo porque por sí mismo no significa ningún alivio para una situación de constante y progresivo ‎empobrecimiento‎, ‎precarización‎ y violencia social. Nada real cambiará si no rechazamos tomar parte en las batallas internas de los que quieren perpetuar el sistema. Nada real cambiará si no luchamos por nosotros mismos por nuestros propios objetivos.