Elecciones andaluzas 2022
Las elecciones andaluzas 2022 han arrojado unos resultados muy distintos de lo esperado: en Andalucía, la crisis del aparato político de la burguesía española puede darse por cerrada.
¿El principio del fin de la crisis del aparato político?
Contra lo que auguraban las encuestas, el PP ganó 33 diputados y obtuvo 58 escaños, una mayoría absoluta que le libera de la dependencia de Vox para formar gobierno. Si ésto ya sería relevante por sí mismo lo es aún más si sumamos sus votos a los del PSOE: los dos partidos de estado vuelven a sumar más de un 67% de los votos. En Andalucía, la crisis del aparato político de la burguesía española puede darse por cerrada.
El discurso del presidente reelecto, Juan Manuel Moreno, lo dejó claro desde el primer momento, cuando empezó felicitando y agradeciendo a los candidatos de las demás fuerzas su aporte, una costumbre olvidada desde hacía más de una década. La palabra que más repitió: «serenidad». Y es que Moreno consiguió movilizar y llevar de vuelta al redil al grueso de la asustada pequeña burguesía andaluza y dejar en nada el crecimiento esperado Vox.
El PSOE, arrasado por las purgas sanchistas que siguieron en marcha incluso durante la campaña, perdió votos y tres escaños, siendo incapaz de capitalizar el colapso y la fragmentación del podemismo, que perdió en total 10 diputados.
Las consecuencias
La derecha ha demostrado que la estrategia Feijoo puede servir para alcanzar lo que la clase dirigente entiende como «vuelta a la normalidad»: un bipartidismo de partidos de estado con fuerza suficiente como para no necesitar de ninguna de las expresiones de la revuelta pequeñoburguesa en el parlamento nacional. Ni Vox, ni independentistas catalanes o vascos.
El PP parece haber conseguido finalmente capitalizar el miedo creciente -y lógico- de la pequeña burguesía ante la crisis y el caos productivo, prometiendole que la «tranquilidad» y la «serenidad» producirán «prosperidad» por arte de magia. Al menos en Andalucía parece haber funcionado, así que el resultado electoral de ayer abre el camino hacia la Moncloa para Núñez Feijoo, pero sobre todo sienta las bases de una reconstitución del aparato político de la burguesía española en torno a los dos grandes partidos de estado.
Porque, con el resultado electoral en la mano, la clase dirigente española empieza a ver en la vía Feijoo el camino para recuperar su agenda política y armar un parlamento que le permita encarar la recesión que viene sin que la pequeña burguesía entorpezca la ejecución de medidas estratégicas o le de sustos como el intento secesionista en Cataluña.
Sin embargo, la primera reacción oficial del PSOE, torpe y agresiva, y la posterior de El País, pidiendo a Núñez Feijoo que renuncie a desgastar a Sánchez, evidencian las dificultades del desarbolado PSOE sanchista y sus apoyos mediáticos para adaptarse rápidamente al cambio que se perfila por debajo.
Es decir, el PSOE no parece capaz de hacer lo propio, recuperando el terreno perdido frente a las fuerzas localistas y el podemismo. De hecho, a día de hoy, el propio Sánchez es un obstáculo para eso. La apuesta por el ilusionismo sanchista y sus «cosas chulísimas» tenía ya los días contados en los planes presentados por el propio gobierno Sánchez en Bruselas, que explicitaban una segunda vuelta de las reformas laboral y de pensiones en el marco de una nueva austeridad confundida ya con el armazón de una verdadera economía de guerra.
La apuesta sanchista hasta ahora pasaba por intentar cabalgar la ola que nunca acababa de llegar de los fondos europeos para convocar elecciones con «resultados» minimamente positivos que presentar como «conquistas sociales». Ni que decir tiene que la situación global, la crisis energética, la recesión en marcha y el caos general de abastecimientos industriales, lo hace cada día más difícil.
Sin alternativas claras, la clase dirigente española podría haberlo apoyado como un mal menor. Pero la alternativa parece estar ya presente. Y a la burguesía tampoco le interesa calcinar al PSOE asociándolo a la nueva austeridad cuya implementación urgen ya los «socios europeos» y el BCE. Así que posiblemente mueva sus piezas para mandar al PSOE a la oposición, dándole tiempo para reorganizarse y reabsorber a las expresiones de izquierda de la revuelta electoral pequeñoburguesa. Sánchez estorbará y no es un obstáculo menor. Pero eso no evitará que el juego se abra y veamos giros llamativos en los discursos en los próximos meses.
Lo que no podemos olvidar es que, al final el programa de fondo a imponer, por el PP o el PSOE es el mismo: reanimar el capital a costa de salarios y condiciones de vida de los trabajadores, retomar protagonismo en el juego imperialista -incluso azuzando la guerra a pocos kilómetros de las fronteras meridionales españolas- y mantener contenida cualquier respuesta de los trabajadores a una u otra cosa.