El triunfo del nacionalismo en Córcega
¿Qué ha pasado en Córcega? ¿Por qué es la primera región francesa que va a negociar una autonomía y por qué los nacionalistas han arrasado con 41 de 63 diputados en las elecciones regionales?
Un simple paseo por Córcega enseña bastante de la historia contemporánea de la isla... y del futuro de Europa. Como en toda la Francia provinciana, los pueblos están llenos de monumentos a ilustres locales que desempeñaron altos cargos en la administración colonial francesa. Lo que fue 1898 para buena parte de la pequeña burguesía catalana y vasca -a las que la pérdida de las colonias cerraba la posibilidad de ascenso social en el estado- fue a la pequeña burguesía corsa la descolonización en Africa y Asia y la independencia argelina. Es entonces cuando nace el nacionalismo en los tres casos.
La decadencia de las clases medias isleñas fue inevitable. Hoy en Francia Córcega se ve con los ojos de «Mafiosa», una de las series de más éxito en los últimos años. Y algo de verdad hay en la serie. Desde el nacimiento del independentismo armado corso, hasta el fin, hace tan solo tres años, de la «lucha clandestina», la relación entre el uso de la violencia y las «familias» y caciques locales, se fue haciendo cada vez más evidente. En 1998 Córcega llegó a batir el récord europeo de bombas estalladas por kilómetro cuadrado. En el total de la isla fueron más de 8000, casi todas de escaso efecto, la mayoría cruzadas entre distintas facciones/familias del independentismo con el objeto de dañar respectivos intereses comerciales, empresariales, etc. La atomización de movimientos armados, su baja letalidad y que la violencia entre ellos se centrara en volar garages y escaparates de los contrarios, expresa mejor que ninguna otra cosa la cortedad de vuelos y la descomposición de la pequeña burguesía corsa.
El primer aviso vino en las elecciones regionales de 2015 con 24 de 51 escaños para los nacionalistas. La burocracia francesa, en aquel momento encabezada por Valls, se negó en redondo a negociar las reivindicaciones clásicas del discurso nacionalista en los simbólico pero concedió la unificación administrativa de la región y sus dos provincias con un parlamento en elección directa. Este paso, previo a una autonomía al estilo español, entra en contradicción directa con la «igualdad republicana». Así que dio verosimilitud a las dos principales banderas nacionalistas: la imposición de la lengua corsa para el acceso a puestos públicos -cerrando la competencia de los franceses no corsos- y la creación de un estatuto de residente que impida la venta de propiedades a quienes no hayan tenido su domicilio permanente en la isla durante al menos tres años.
Córcega tiene 300.000 habitantes nada más. Su base productiva es menor que la de Rioja. Sus posibilidades económicas sin casi población ni peso exterior y, por si fuera poco, con el handicap de la insularidad, son escasísimas si no nulas, fuera del paraguas de Francia. Y sin embargo, el programa nacionalista gana cada vez más adeptos.
Por un lado, las oportunidades de trabajo escasean y a los trabajadores corsos cada vez les cuesta más creer en las virtudes desarrollistas de la República. Los que hasta hace poco votaban por el PCF y los «insumisos», hoy se han abstenido. Por otro, entre la pequeña burguesía y la burocracia estatal forman casi dos quintos de la población activa. Y para una clase que ve en cada forastero un posible competidor por la propiedad, por las subvenciones agrarias y por los buenos cargos, el programa nacionalista, orientado a restringir la competencia, a cerrar el flujo migratorio y a evitar la construcción de nuevas urbanizaciones turísticas, es una «defensa natural» que inevitablemente tiende a afianzarse en la diferencia lingüística y el racismo.
Lo que está descubriendo el estado francés en el pequeño laboratorio corso es lo que España sufre en prácticamente todos sus territorios: la dificultad de encajar desde el capitalismo de estado a la pequeña burguesía tras diez años de crisis cuando no puede ofrecerle ya «desarrollo regional» y nuevas rentas.
No estamos viviendo una nueva «primavera de los pueblos» como en 1848. Entonces teníamos a jóvenes burguesías europeas luchando contra regímenes anclados en los restos feudales. Hoy esas burguesías controlan férreamente aquellos estados nacionales que, incluso en los países donde llegó al poder más tarde como España, forman hoy su verdadero cuerpo económico y social. Hoy los movimientos nacionalistas europeos representan no nuevas burguesías ascendentes intentando liberar un mercado nacional propio para el capital, sino pequeñas burguesías dependientes rentas públicas que se ven cada vez más asfixiadas por un capitalismo de estado que no les puede ofrecer otra cosa que recortes.
Estamos frente a los primeros síntomas de descomposición del estado por la fuerza centrífuga de las pequeñas burguesías locales, cada vez más asfixiadas. Apoyándolas, los trabajadores no tienen nada que ganar. Al revés, la centralización del estado y la formación de mercados nacionales unificados y relativamente homogéneos es el legado histórico de la etapa progresista de la burguesía. Pero, por otro lado, aquel potencial «progresista» está hoy definitivamente finiquitado. La burguesía tiene tan poco que ofrecer a los trabajadores y al desarrollo de la Humanidad como la pequeña burguesía. Solo hay esperanza en la lucha independiente de los trabajadores porque solo nosotros luchamos por algo distinto al privilegio y a la renta particular, solo nosotros luchamos por las necesidades humanas, por la vida y el desarrollo de cada uno.