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El significado social del suicidio asistido y la eutanasia

05/06/2019 | Crítica de la ideología

La aprobación por el estado holandés del suicidio asistido de Noa Pothoven sorprende y conmueve hoy a media Europa. Pero ¿podemos sorprendernos? ¿Qué hay debajo de la consideración de la eutanasia y el suicidio como un derecho individual?

El caso de Noa Pothoven no es ni mucho menos único. El número de suicidios asistidos con beneplácito estatal en Holanda se ha multiplicado por 2,4 desde 2008. En España, la eutanasia es el núcleo de las «nuevas libertades» prometida por la «agenda del cambio», la misma que pretende dinamitar las pensiones con la «mochila austriaca». No es nuevo, fue uno de los primeros elementos de alianza parlamentaria de Podemos y Sánchez en sus primeros cien días, una demostración de «liberalismo» y «progresismo social». ¿O no?

¿Qué significa realmente legalizar el suicidio asistido?

El caso holandés, donde el estado asiste a los depresivos en su suicidio, puede parecer extremo, pero en realidad no es diferente del español. Si observamos las causas de los suicidios organizados con la bendición estatal en Holanda, veremos que la gran mayoría de ellos se autorizan sobre enfermedades crónicas, aunque los problemas mentales y las depresiones sean los que más crecen.

El problema es que tanto la depresión como la enfermedad crónica son hechos sociales. No se producen en abstracto. El «individuo» no las sufre en solitario, sino geeneralmente con su familia. Y no lo hace en una sociedad «ideal» sino aquí y ahora, en el contexto de la destrucción y precarización de los sistemas públicos de salud. Cada vez más enfermedades crónicas o cronificables quedan fuera de la cobertura de la Seguridad Social. La perspectiva es que vaya a más.

Por eso, en la vida real, eutanasia y «suicidio asistido» significan darle la opción a muchos mayores de «dejar de ser una carga para sus familias». Lo que se entrevé tras la puerta de la demagogia socialdemócrata es un verdadero crimen de masas... como en Holanda. Obviamente, las familias acomodadas de la burguesía y la pequeña burguesía no sufrirán con desgarro el deseo del abuelo de «no ser una carga», contratarán cuidados precarizados y pagados miserablemente a domicilio o en clínicas especializadas para dar una vida digna y gratificante a sus seres queridos hasta el final.

¿Y los depresivos como Noa? Otras víctimas de un sistema y un estado que producen rutinariamente discriminación y violencia, incluidos todo tipo de abuso sobre niños y violencia sexual, y que incapaces por su propia naturaleza de ofrecer tan siquiera una forma de superarlo -no digamos de restituir a las víctimas- opta por darles el «derecho» a morir y se quita así el «problema» de unas personas a las que solo sabe ver como «dañadas» e «improductivas».

Dicho de otro modo: abrir la puerta a la muerte «voluntaria» es tan hipócrita como presentarnos la prostitución o el embarazo subrogado como una decisión personal o un acto altruista. Es, una medida de la degradación de un capitalismo incapaz de ofrecer verdadero desarrollo y verdaderas libertades. Un sistema y un estado orientados a la muerte y a la guerra, que incapaces de generar ya perspectivas liberadoras para la Humanidad pretende consolarnos con fantasías apocalípticas... que se hacen realidad para muchos.