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El segundo final de Angela Merkel

11/02/2020 | Alemania

En octubre de 2018 Angela Merkel presentaba su dimisión a plazos. Era la forma de tomar el mando de una crisis profunda. El aparato político alemán hacía aguas empujado por una pequeña burguesía en revuelta, las tensiones con Francia iban al alza y la crisis industrial acechaba en el horizonte. En la estrategia era clave la perspectiva de un «delfín» para sucederle, mientras el peso parlamentario de un renqueante SPD iba siendo sustituido por los Verdes. Pero la dimisión de la sucesora electa en el congreso de su partido, AKK, deja a Merkel en el peor de los escenarios posibles para su plan. Y a la burguesía alemana con un aparato político en jaque, en medio de una recesión industrial y con Francia intentando dar forma a la Europa post-Brexit dejando de lado a Alemania.

Para AKK ha sido, en realidad una larga agonía. Conforme pasaban los meses no solo no cuajaba sino que sus propuestas como ministra de Defensa, intentando llevar a la OTAN y a Alemania a un papel protagonista en Siria acabaron dejando en evidencia la falta de capacidades diplomáticas y militares alemanas para jugar un liderazgo europeo por su cuenta. En la interna partidaria las cosas tampoco le eran fáciles. En noviembre, en el congreso de la CDU se encontró frente a la oposición del sector Merz, tapado de Schäuble, exministro de economía de Merkel y padre del «nordismo», la ideología de la asfixia financiera de los países del sur de Europa y el rigorismo fiscal que se hizo popular bajo el «El Sur nos roba».

La investidura del gobierno de Turingia en el que la derecha impuso al candidato liberal gracias a los votos del AfD no solo puso en la picota al FDP (liberales). Era, en palabras de Merkel, un «error imperdonable» de su propio partido, cuyos votos habían permitido tanto como los de sus socios que los votos de la extrema derecha fueran decisivos. AKK confesó que había dado la consigna a sus diputados en Turingia de no votar junto con los ultras en la investidura... pero le habían ignorado. Así las cosas, AKK podía hacer poco más que lo que hizo: renunciar a dirigir el partido y, en consecuencia, optar a la cancillería.

Resultado: vuelta a la casilla de salida, esta vez en peor situación económica y geopolítica y con la propia Merkel tocada.

¿Qué hay debajo de todo ésto?

Turingia es una expresión de cómo la expresión electoral de la revuelta de la pequeña burguesía ha tornado las instituciones parlamentarias disfuncionales para la burguesía alemana. Aun después de dimitir el recién electo presidente del lander ante el escándalo, la situación seguía siendo imposible. El candidato de la izquierda no era un socialdemócrata ni un verde, sino Bodo Ramelow del ex-stalinista «Die Linke», al que la CDU considera tan inaceptable como la derecha española a Bildu.

Pero eso no sale de la nada. Hacer una «gran coalición» entre los grandes partidos de estado de la derecha y la izquierda, acaba destrozando al que no lidera -en este caso el SPD- si el liderazgo -Merkel- no consigue erosionar a las fuerzas centrífugas que crecen en los márgenes. Pero eso era difícil, en primer lugar porque, el sector que ponía en jaque a AKK quería llevar el partido hacia la derecha, es decir hacia la xenofobia cada vez más explícita, que era lo mismo que estaba haciendo una parte de «die Linke». E intentar diferenciar de modo positivo a la coalición por el «pacto verde» tampoco era tan fácil. Lo que parecía la apuesta estratégica tácita entre Merkel y las clases dirigentes alemanas: «no tocar», incluso alentar a los Verdes a convertirse en sustitutos creíbles del SPD, hace aguas en el Este, donde el AfD sigue en ascenso.

Por su lado el SPD pegó un giro a la izquierda en un intento agónico de parar la sangría de votos. La nueva dirección quería reformar el acuerdo de la gran coalición con Merkel pero Merkel no estaba dispuesta y llegó a amenazar con incorporar a los Verdes al gobierno prescindiendo de los socialistas. Paralizado y dividido, el SPD llegó a su suelo histórico en las encuestas: tan solo un 13% de intención de voto. Sus pérdidas engrosaban, según los lugares, a la AfD o «die Linke», solo en ciertos entornos urbanos del Oeste y Berlín a los Verdes. Los resultados electorales de Turingia lo confirmaron en su versión más clara.

La cuestión de fondo, una y otra vez es la incapacidad de la burguesía en Alemania, como en España, para incorporar institucionalmente la revuelta de la pequeña burguesía. No quieren arriesgarse a que la crisis económica y la competencia geopolítica conviertan en un problema mayor un «cambio de régimen», es decir, una reforma de fondo de las estructuras de su propio aparato político. Entre la pasividad de la burguesía y la impotencia política de la pequeña burguesía, el resultado solo podía acabar llevando a que la situación se pudriera más y más.

Sigue ahí, agitándose, esa pequeña burguesía harta, agobiada, temerosa de «caer», de ser proletarizada en una crisis económica que ve venir y para la que busca culpables en una UE que cede demasiado y «penaliza al ahorrador alemán». Es algo más que un fantasma, es un zumbido, una alarma permanente. Es este runrún sordo, de momento pasivo, el que hace que la renovación del aparato político alemán esté lejos de poder darse por cerrada. Menos aun satisfactoriamente. El único acuerdo en el poder alemán es, tras una sucesión que muchos dan ya por fracasada, es sostener a Merkel aun a pesar suya. La enfermedad de Merkel, verdadero tabú en toda la prensa y la TV alemanas, está mostrando como parte del «bunker» institucional a todo el aparato político, desde «die Linke» a los «moderados» de la AfD. Se siente ya el olor de un fin de régimen.

«La cuestión alemana», 7 de agosto de 2019

¿Hacia dónde va Alemania?

El fin del orden mundial establecido en los 90 y el desarrollo de la guerra comercial han materializado la crisis económica global en Alemania en una recesión industrial en toda regla... que no parece haber tocado fondo.

La crisis política que desde el principio dificultó la capacidad de maniobra de sus intereses imperialistas es una rémora cada vez más pesada para Alemania. La ruptura del eje franco-alemán erosiona a su vez cada vez más la hegemonía de sus intereses en Europa. Y Francia lejos ya de las propuestas para impulsar un bloque conjunto de hace tan solo un par de años, pone condiciones cada vez más duras, poniendo en evidencia la impotencia militar y diplomática alemana. Tampoco está claro que, más allá de Holanda y Dinamarca, pueda construir un contrapeso por sí misma en la UE. La renuencia a «repartir juego», una de las limitaciones de la ideología nordista que tan útil le fue hace una década para disciplinar a los países del Sur, le está costando perder liderazgo incluso entre burguesías hasta ahora acríticas como la española.

Todos los analistas apuestan por la prolongación de esta situación durante al menos dos años más. Dos años más de erosión económica e incremento de las tensiones imperialistas globales con una UE cada vez más dividida y enfrentada entre sí y con los escasos mecanismos amortiguadores de la crisis osificados por una Alemania enquistada.