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El problema de los tres cuerpos

20/01/2018 | Artes y entretenimiento

En 2015 el premio Hugo fue a parar, por primera vez, a una novela no escrita originalmente en inglés: «El problema de los tres cuerpos» de Cixin Liu. El libro se convirtió inmediatamente en una referencia entre la burguesía global: Barack Obama la incluyó entre sus lecturas navideñas de 2015 y Mark Zuckerberg la propuso como la primera novela de su club de lectura. En marzo de 2018 aparecerá en español la tercera parte de la trilogía que inauguraba, que se espera ya como el libro del año del género.

Ciencia ficción y lucha de clases

Pocos géneros literarios han estado siempre tan imbuidos de la lucha clases como la ciencia ficción. Las primeras aproximaciones a la cotidianidad de una sociedad comunista moderna -producción masiva desmercantilizada y sin estado- aparecieron en 1908 en «Estrella Roja», una novelita de Alexander Bogdanov, el científico bolchevique con quien discute Lenin en «Materialismo y Empirocriticismo». Lejos de ser una novela propagandística y a pesar de sus carencias de estilo, «Estrella Roja» ha de ser considerada verdadera ficción científica, una exploración a partir de las posibilidades tecnológicas de 1908 de las formas concretas que podría tomar la liberación de las fuerzas productivas que el comunismo significa.

Tal tipo de investigaciones literarias no ha sido, ni mucho menos, patrimonio exclusivo de los comunistas, en 1983 un escritor tan poco sospechoso de militancia marxista como James P. Hogan publicó «Viaje desde el ayer», una joya contemporánea en la que se incorporan ya la inteligencia artificial y los robots a la cotidianidad de una sociedad de la abundancia creada ex-nihilo en Alfa Centauro por emigrantes terrestres que luchan contra una contrarrevolución capitalista llegada desde la Tierra.

Pero si la ciencia ficción nos ha dado unos cuantos destellos del futuro, sobre todo ha servido a la burguesía para representarse y entenderse en la lucha de clases. La gran figura del siglo XX de este sub-género fue sin duda Karel Čapek. En 1921 creó la palabra «robot» en una obra de teatro, «Robots Universales Rossum», que es una actualización del mito del golem. R.U.R presentaba a los robots como una fuerza desencadenada por la propia burguesía, capaz de acabar con la especie humana. Los robots de Čapek no eran puramente mecánicos sino androides, mitad humanos mitad máquinas, una metáfora apenas disimulada del proletariado -robot significa «trabajo esclavo»- y la revolución global que estaba teniendo lugar en aquel momento.

Esta des-humanización de los trabajadores inaugura la mirada «humanista» de la burguesía ilustrada sobre el movimiento obrero que sigue siendo parte del falso «progresismo» de las élites internacionales: les avisa que los «excesos» del capitalismo, la utilización «sin freno» de las posibilidades tecnológicas para la obtención de beneficio, puede despertar a la bestia colectiva y semi-humana que son los trabajadores, produciendo el colapso de la civilización burguesa. Consciente de que «nadie» puede renunciar a ella aunque solo sea por el temor a la competencia o la invasión, propone una entente integradora bajo la amenaza de una destrucción total. Esta idea la desarrollará después en 1935 en su novela más importante «La guerra de las salamandras» en la que la metáfora del robot es sustituida por unas salamandras inteligentes que acabarán socavando las costas del mundo y condenando a la Humanidad -léase la burguesía- a una vida a la fuga en las partes más elevadas del planeta.

El problema de los tres cuerpos

Es a esta tradición ĉapekiana a la que pertenece «El problema de los tres cuerpos». En ella una astrofísica víctima de la «revolución cultural» maoísta que trabaja en un centro de investigación militar del ejército chino entra por primera vez en contacto con una civilización alienígena... en busca de un planeta que invadir. Lejos de comunicarlo a sus superiores, la científica se convertirá, en alianza con un rico heredero ecologista estadounidense, en la cabeza de una quinta columna terrícola.

Lo más sorprendente del Movimiento Terrícola-trisolariano era la cantidad de personas que había dejado de albergar la más mínima esperanza en la civilización humana; odiaban a su propia raza hasta el extremo de estar dispuestas a traicionarla, y, además aspiraban a su completo exterminio, lo cual las incluía tanto a ellas mismas como a sus descencientes.

Solía decirse que era una organización de espíritus nobles. La mayoría de sus miembros provenían de familias de tradición intelectual, aunque también de las esferas política o financiera. Se había intentado reclutar a las clases más populares, pero, ante el fracaso, la Organización concluyó que la gente común carecía de la cultura y los conocimientos necesarios para desenmascarar la cara oscura de la humanidad. Asimismo (y esto era de vital importancia), al no estar sus ideas suficientemente influidas por la ciencia y la filosofía modernas, se sentían tan instintiva y poderosamente identificados con su especie que, para ellos era impensable traicionar a la raza humana en su conjunto. Las élites intelectuales, en cambio, eran distintas, y muchos de sus integrantes habían empezado a concebir el mundo desde una perspectiva alejada del hombre. La humanidad había terminado alumbrando una fuerza que, aun habiendo nacido en su mismo seno, abanderaba la desafección hacia sí misma.

El principal objetivo de esta quinta columna será ayudar frenar el desarrollo científico-tecnológico humano para hacer viable la invasión cuando los «trisolarianos» lleguen, 500 años después, a la Tierra. Porque aunque los trisolarianos sacan en el tiempo presente una una notable ventaja tecnológica a los terrícolas, su desarrollo científico es lineal mientras que el humano es exponencial y temen, al llegar, encontrarse con una defensa que convierta la invasión en un suicidio.

El plan se centra, por un lado, en enfatizar y amplificar los aspectos negativos que tiene en el medio ambiente el desarrollo de la ciencia. También, por otro, en mostrar indicios de poder sobrenatural a la población. Asimismo, para resaltar los efectos negativos del progreso, intentaremos utilizar una serie de «milagros» a fin de crear un universo imaginario que la lógica de la ciencia no pueda explicar. Una vez que estas ilusiones se hayan mantenido durante cierto tiempo, es muy posible que en la Tierra la civilización trisolariana se convierta en objeto de adoración religiosa. Cuando las ideas no científicas prevalezcan sobre el pensamiento científico, se abrirá la puerta que conduce al colapso de todo su sistema de pensamiento científico.

El problema de los tres cuerpos de la burguesía china

Aun bajo una forma monstruosa y destructiva, el capitalismo chino es el único que todavía crece a unas tasas mínimamente comparables a las del capitalismo ascendente. La burguesía china, que se llama a sí misma «clase intelectual» y -como se ve en la novela- tiene una cultura científica general envidiable por el resto de burguesías del mundo, da por hecho que el desarrollo científico-tecnológico ha sido el fundamento del ascenso del país a potencia mundial. Este protagonismo de la «intelectualidad» y las ciencias «duras» en la identidad de la clase dirigente, es el principal legado de Deng Xiaoping y es una parte central del discurso público actual. En el informe de Xi Jinping al Congreso del PCCh, la ciencia y la tecnología aparecieron en más de una veintena de ocasiones.

La rápida capitalización de la economía china ha agravado el empobrecimiento del campo y con él las migraciones masivas hacia la ciudad. Esta tendencia ha ido acompañada desde los 90 de brotes de oscurantismo e irracionalismo que expresaban la dificultad del campesinado para mantener la esperanza en la política oficial. Como muestra el desarrollo del movimiento Falun Gong, el PCCh tiene rápidos reflejos a la hora de detectar la capacidad para articular el descontento de las capas inferiores de la sociedad de movimientos en principio inocuos, o incluso fomentados desde el estado. La prensa china está llena de anécdotas sobre las tendencias religiosas del campesinado pero también de advertencias sobre la oportunidad que estas suponen para la infiltración de saudíes y qataríes -deseosos de azuzar el independentismo uighur- o americanos y taiwaneses con sus iglesias evangélicas y su idealización interesada del budismo tibetano.

Sin embargo, el verdadero problema del irracionalismo para la élite del PCCh viene, como en todos lados, de los cuadros de la pequeña burguesía, muchos de ellos «tortugas marinas», es decir jóvenes formados en universidades anglosajonas que vuelven a China para integrarse en cuadros técnicos y directivos. Estos, que estudiaron mayoritariamente carreras técnicas o de ciencias duras, han chupado discurso verde y vuelto a un país en crisis ecológica, con regiones enteras desoladas por la contaminación química y ciudades irrespirables. La aparición de las primeras movilizaciones campesinas masivas en décadas en respuesta a la destrucción de las tierras de cultivo y la contaminación del agua, ha ido acompañada de la aparición, fomentada y coreada desde EEUU y Europa, de una conversación ecologista que, bebiendo de la tradición quietista -siempre reaccionaria- del budismo ha ido formando los primeros núcleos pro-decrecimiento.

Y en realidad, esto es lo que nos cuenta «El problema de los tres cuerpos»: la aparición de una capa «traidora» entre los vástagos del poder chino, a partir de ideas que vienen de EEUU y de los «errores» del pasado. La novela no solo está alineada con el discurso político actual del PCCh, sino que tiene mucho cuidado de no pisar sus callos históricos. Es muy interesante por ejemplo que los desastres medioambientales relatados en la novela se produzcan durante los años sesenta por equipos de roturación y no por el desarrollo incontrolado de la contaminación industrial durante los 90 y 2000. Y por supuesto, no hay una sola referencia a los movimientos que realmente inquietan a la burguesía china.

La novela es parte de la «amortización» final del maoísmo y de la crítica de la «revolución cultural», pero también en la nueva bandera de la «civilización ecológica» de Xi Jinping. Todo desde la óptica ĉapekiana, o si se prefiere confuciana, tan querida a la burocracia de estado china, de la reforma y la «corrección de excesos» permanente por un estado omnipotente. Y todo sin dejar de hacer un guiño al «desarrollo exponencial» de la tecnología en China frente al lento desarrollo lineal de occidente.

«El problema de los tres cuerpos» y la burguesía global

El alcance de «El problema de los tres cuerpos» ha ido sin embargo mucho más allá de China. Barack Obama vio en él un «alcance inmenso» y cabezas de la burguesía tecnológica como Mark Zuckerberg o Phil Libin lo recomendaron a sus seguidores y trabajadores. ¿Es para tanto?

Los primeros movimientos políticos verdes aparecieron a finales de los 70 como una mutación del izquierdismo estalinista de la mano de autores como Rudie Dutschke. La descomposición del sesentayochismo estudiantil europeo, su incapacidad para ser reconocidos como «vanguardia» por los trabajadores les llevó a culpabilizar a estos del capitalismo. Nacieron entonces las teorías del «consumismo» en Francia y «los verdes» en Alemania. En este giro generacional de la pequeña burguesía radical, triunfó la idea de que la contradicción capitalismo-proletariado había sido superada -al «integrarse» los trabajadores en el capitalismo- por la contradicción capitalismo-naturaleza. La entrada de «los verdes» en varios parlamentos europeos en los 80 y en el gobierno alemán en los 90, disiparon las dudas sobre el discurso ecologista en la burguesía. La idea de que era posible un «capitalismo ecológico» si «todos aceptábamos sacrificios», se convirtió en una bandera global de la burguesía, ansiosa de una nueva herramienta para la «unión sagrada» en los nuevos tiempos de la globalización.

La primera campaña mundial de «urgencia ecológica» -la destrucción de la capa de ozono- aparece de hecho en 1989 cuando se firma el acuerdo de Helsinki de reducción de gases CFC, uno de los primeros acuerdos multilaterales de la época. Helsinki no solo fue una (falsa) «demostración» de la capacidad del capitalismo para «contenerse», sino un argumento del multilaterismo sobre el que EEUU intentaba ordenar su hegemonía global en un mundo post-URSS. Desde entonces el ecologismo, como ideología política, se incorporó al discurso político oficial en todo el mundo y fue fomentado en los medios, las universidades y los discursos públicos. Cuando en 2006 el candidato demócrata a la presidencia de EEUU comienza una campaña contra el «calentamiento global», está marcando una nueva frontera a una vieja estrategia. Sin embargo al tocar el nervio de sectores centrales de la burguesía americana, fracasa parcialmente, convirtiéndose en elemento de diferenciación tanto de la burguesía demócrata dentro de EEUU como del «progresismo» de Europa y las potencias que poco a poco buscarán distinguirse ideológicamente del antiguo patrón del bloque occidental. Ni que decir tiene, que el discurso del cambio climático era además un ariete útil frente a la pujanza de aquellos países como China o Brasil que se estaban beneficiando del nuevo marco con una industrialización acelerada.

Por supuesto bajo la campaña misma había una base real: los datos científicos alertaban de hechos materiales, no puede haber un capitalismo «verde», mientras el capitalismo perdure no van a dejar de producirse desastres ecológicos.

Segura de su control sobre su nuevo golem, durante dos décadas la burguesía pisó fuerte el acelerador de la alarma ecológica: el tiempo pasó de ser un complemento de las noticias que venía después del deporte, a ser portada de los noticieros cada vez que caía una nevada, descubrimos que «la terrá» de toda la vida eran ahora preocupantes «olas de calor» y los vientos del norte peligrosas «olas de frío». Y sin embargo, después de un pico en 2007, el impacto de la campaña empezó a perder fuelle.

Mientras tanto, en el marco de la descomposición de un capitalismo encerrado en sí mismo, el ecologismo se convirtió en apenas una década y media de propaganda oficial, en alimento de las tendencias oscurantistas del anticapitalismo de la pequeña burguesía: decrecimiento, «liberación animal», anti-industrialismo... Como siempre desde que el capitalismo es capitalismo, la pequeña burguesía está enfrentada a «su» proletariado y al gran capital, por eso «mira para atrás», reclama que el desarrollo del capital se contenga, respete y conserve su estatus y que se vuelva a una supuesta armonía de clases. En su vertiente «verde» esto se convierte pronto en la vuelta a una arcadia rural de pequeña producción «ecológica» e «impacto cero» que a poco que se rasque significa marcha atrás tecnológica, reducción poblacional masiva y condiciones de vida lamentables. De modo que estos discursos, que en principio habían sido útiles a la burguesía porque invisibilizaban los conflictos de clase, al convertirse en normativos, alienaban cada vez más el discurso oficial de la esperanza de satisfacción de las necesidades más básicas de las clases trabajadoras.

Con el desempleo y el subempleo azotando a millones de personas y azuzando una descomposición social en alza, plantear como un ideal un capitalismo de pobreza energética, precios aun más altos -es decir salarios más bajos- y preocupado por dar derechos a los animales al tiempo que los niega a los que producen, se fue haciendo cada vez más contradictorio.

Pero sobre todo, como se ha visto en el choque entre la política proteccionista de Trump y el acuerdo de cambio climático, se hacía contradictorio con las necesidades de unos capitales nacionales cada vez más ahogados por la falta de mercados e insatisfechos con el multilateralismo.

Por eso hoy la burguesía está echando el freno. No es solo Trump o las derechas nacionalistas europeas y su reivindicación de las industrias contaminantes. Son los mismos científicos los que ajustan datos para corregir el alarmismo de los peores escenarios del cambio climático según la ONU. La «unión nacional ecológica» tiene sus límites en la reproducción del capital nacional.

La burguesía se está dando cuenta además, y para eso «El problema de los tres cuerpos» le ha sido útil, que no puede abusar de intentar confundir el desastre que es el capitalismo con la supuesta «maldad intrínseca» de la especie. Es un enganche fácil, con un sólido enlace con la tradición religiosa del pecado y la culpa, pero a fin de cuentas contradictorio con lo que se espera del liderazgo de una sociedad. El derrotismo no deja de ser una confesión de incompetencia. Y en los tiempos que vienen, con la lucha de clases asomando y con la propia burguesía soplando vientos de guerra, van a tener que dar todo de sí para poder impostar su utilidad para una Humanidad cuyas clases trabajadoras, como bien dice el libro, «al no estar sus ideas suficientemente influidas por la ciencia y la filosofía modernas, se sienten tan instintiva y poderosamente identificados con su especie que, para ellos es impensable traicionar a la raza humana en su conjunto».

El fondo de la cuestión es que hoy, la única forma de no «traicionar a la raza humana en su conjunto» es enfrentarse al capitalismo.