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El PP de Casado

22/07/2018 | España

El gobierno de Sánchez y los problemas del aparato político de la burguesía española

La implosión controlada del PP no se resolvió como se esperaba con unas elecciones anticipadas y la llegada a la Moncloa de «Ciudadanos», sino con una moción de censura que no sin sorpresas llevó a Sánchez a la Moncloa. Sánchez, feliz de gobernar con los presupuestos del PP, ha escenificado rápidamente una serie de iniciativas marginales, tanto hacia la propia burguesía española como, especialmente hacia los aliados imperialistas en dificultades, pretendiendo representar que la burguesía española ha conseguido, gracias a él, salir de su estancamiento político.

Pero cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí. El independentismo catalán no había desaparecido mágicamente sino que sigue atrincherado para una larga guerra de desgaste esperando que la crisis económica que repunta y un príncipe azul imperialista le den una nueva oportunidad bajo el Sol de la guerra comercial. Las fuerzas centrífugas de la pequeña burguesía regional muestran los dientes al punto de empujar a la dirección central de Podemos a la sumisión a Sánchez: necesita tener algo que ofrecer para no acabar perdiendo el control de sus propias tropas desde Barcelona a Andalucía. Es más, si el orillamiento de «Ciudadanos» ha sido posible es porque la reinvención del nacionalismo español había tocado techo y «C's» por si mismo no podía ofrecer una solución a la renovación del aparato político de la burguesía española, comenzando por la reforma de la ley electoral que hace, al propio Sánchez hoy por hoy, tan frágil en el Parlamento ante los diputados de las minorías nacionalistas.

Sánchez salvavidas para el PP

En ese marco, como Sánchez dejó claro desde su investidura, su jugada daba a un PP en descomposición, una oportunidad in extremis para «refrescarse» y mantenerse como el pilar conservador y nacionalista del aparato político español. La rápida retirada de Rajoy y el estreno de un sistema de elección de líder directamente por los afiliados, le daban la oportunidad de, al menos, intentarlo antes de las vacaciones. Mientras se esperaba una elección de líder restringida a los pesos pesados de la estructura gubernamental y partidaria (Alberto Núñez Feijóo, Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal), Casado irrumpía como un rayo en una noche despejada. Detrás suya el ex-presidente Aznar, al que su trayectoria le facilita muchos hilos que mover en la burguesía de estado española, también dentro del propio PP. Aznar veía la jugada global de un modo diferente, en el horizonte de una refundación de la derecha por la fusión de PP y C's.

El «nuevo» PP intenta liderar la renovación del aparato político

A partir de ahí la campaña interna estaba cantada. Soraya Saenz intentaría representar un partido institucional y de gobierno como si no se hubiera desangrado en la corrupción y desgastado en la incapacidad para disciplinar a la pequeña burguesía periférica. Casado/Aznar exaltarían las «tripas» católicas y nacionalistas de las bases para, mediante una «vuelta a los orígenes», reposicionar al partido no en competencia sino en continuidad con Ciudadanos, estableciendo un potencial reparto del electorado que hiciera a la eventual coalición o fusión de ambos partidos maximizar su base electoral.

Casado ha triunfado barriendo al núcleo generacional de la «vieja guardia» del partido, apoyándose en el núcleo catalán del gobierno Rajoy, adoptando a los altos burócratas de estado ligados al gobierno y llevando el discurso a la derecha: retroceso a la primera ley del aborto socialista para contentar al activismo católico sin escindir al partido, «conectar con la España de las banderas en los balcones» para agrupar a la pequeña burguesía nacionalista más levantisca y sobre todo sortear de una forma nueva el problema de las minorías regionalistas sin tener que meterse en una reforma constitucional que requeriría de alianzas demasiado peligrosas.

La idea «para no depender de bisagras nacionalistas»: doble vuelta en las elecciones municipales según el modelo francés y un «premio» de cincuenta diputados al ganador en las elecciones según el modelo griego. La reforma daría así incentivos a una vuelta al bipartidismo -siquiera sea de coaliciones electorales- y haría a las minorías regionalistas e independentistas no decisivas en los trámites parlamentarios. Tiene una oportunidad real. Un escenario como éste, tal vez acompañado de un sistema de primarias obligatorias por bloques al estilo argentino, estaría en línea con los objetivos de Sánchez y daría sentido a la reinvención de Podemos que Iglesias vende como modelo en Europa. Ciudadanos tendrá que elegir entre mantenerse en sus trece arriesgándose quedar como fuerza autonómica o tomar el camino más largo, pero más seguro, que pasa por una fusión con el PP.

Los trabajadores en todo esto

Es decir, puede que por fin, la burguesía española se esté encaminando hacia una reorganización consensual del aparato político. Un espectáculo magnífico, muchas veces bufo y en apariencia perfectamente ajeno a los trabajadores, como lo son sus objetivos: refrescar el aparato político y disciplinar a la pequeña burguesía regional en fuga identitaria.

Pero no podemos olvidar que todos estos movimientos no son para la burguesía sino el prólogo, la acumulación de fuerzas que debe hacer para poder enfrentar la recesión inminente y el incremento de las tensiones imperialistas en todo el mundo de la única manera que sabe: una nueva oleada de ataques directos a las condiciones de vida y de trabajo de las grandes mayorías trabajadoras. Esa ofensiva, comenzará seguramente una nueva reforma laboral para preparar el camino, como acaba de hacer Portugal, pero se centrará más temprano que tarde, como en todos lados, en las pensiones, los salarios y la normalización de la precarización. Es decir, en los vectores de una ‎pauperización‎ que no conoce tregua desde hace una década y que apunta a recrudecer.