El partido de clase a la luz de las luchas en Irán
Los medios de comunicación daban hoy noticia de la detención de Ismail Bakhshi y tres delegados más del soviet de Shush del que hablábamos ayer informando sobre Irán. Las huelgas lejos de perder masividad alcanzan ya a la práctica totalidad de la población y hacen esfuerzos para extenderse no solo a la ciudad industrial de Avazh sino por todo el país. Sin embargo, las detenciones, sin duda, serán un golpe. Aun en su momento revolucionario a la clase le cuesta generar vanguardias capaces de llevar la lucha adelante. Es entonces cuando son realmente necesarias para marcar un dirección, plantear el siguiente nivel de consignas y reivindicaciones y sacar lecciones de cada etapa se haya saldado con la derrota o con la victoria.
El caso iraní es muy ilustrativo. Nadie podrá decir que los trabajadores que, en distintas partes del país, han impulsado la creación de soviets como alternativa al estancamiento de los movimientos de hace un año, no estuvieran haciendo esa tarea. Nadie puede decir que no sean parte de eso que llamamos el partido en devenir. Cuando decimos que el partido es un elemento fundamental no solo para que la revolución sea posible sino para que las luchas se desarrollen es a este partido y no a una organización formal con sus reglas y estatutos -a un autómata- a lo que nos referimos.
De hecho no hay nada menos parecido a un autómata que el «partido comunista». En una breve colección de textos programáticos de la Izquierda Comunista Española durante el franquismo que publicó la «Escuela de Marxismo» hoy mismo, queda clara ésta idea del partido como proceso de convergencia en la acción de los elementos y grupos válidos al desarrollo de las luchas.
El partido comunista es decir el conjunto (al cual FOR pertenece) de grupos o individuos comunistas logrará su unidad en la práctica es decir en el movimiento revolucionario de la clase obrera de la cual dicho partido comunista «no es más que la fracción más avanzada». (K. Marx. «Manifiesto del Partido Comunista»).
La consciencia de clase no es el producto de un «saber», no es el resultado de una ciencia académica. No surge en «grupos de investigación» ni de la aplicación de una técnica particular, pero tampoco de la aceptación de un programa escrito en piedra de una vez y para siempre. Es el producto de la naturaleza de la clase, como expresión de su consciencia está inscrita en lo que la clase «es» porque no es sino lo que debe hacer para imponer las necesidades humanas universales. La vanguardia, el partido, aparece como producto de la necesidad de desarrollar y sacar adelante las luchas.
Por eso la clase está haciendo continuamente «partido». En algunos lugares, en algunos momentos, puede contar con la buena fortuna de partir de núcleos que hayan «hecho la tarea», dedicados a acendrar y elaborar un programa útil. Pero la mayoría de las veces no es posible... y aun así aparecen núcleos, partido en formación. Lo vemos ahora en Irán, pero también lo vimos en la Argentina de los setenta y ochenta: el partido surge porque sin hacer un balance histórico, sin claridad sobre el carácter universal de la clase (internacionalismo, centralismo), sin perspectiva auténticamente comunista, la combatividad choca contra un techo bajo. Pero es el programa, la capacidad para ser útiles en las luchas, no el «linaje» de las organizaciones formales, lo que las hace aptas. Las organizaciones, en sí, como estructura, no son garantía de nada. Como dice el mismo texto del FOR tras explicar los jalones de la Izquierda Comunista Española desde la Revolucíón a los años 50:
He aquí sucintamente nuestra historia. Con esta exposición, que quede claro, sólo pretendemos orientar sobre el origen de nuestro grupo; nada más lejos de nuestra intención el querer reivindicar una herencia histórica o un derecho de antigüedad/fiabilidad. Lo realmente importante son las posiciones que nuestro grupo defiende y el afirmar (y poner en práctica) que estamos dispuestos a revisarlas si se demuestran inadaptadas respecto a la evolución del sistema capitalista y las fuerzas que lo sostienen.
Entonces... ¿Por qué tanta urgencia en organizarse ya si la necesidad crea el partido? Porque la necesidad de un partido se evidencia en el momento en que se plantean las luchas, pero una herramienta capaz de ofrecer dirección y ser útil al desarrollo de la consciencia en el conjunto de la clase, no se construye con un chasquido de dedos. Los trabajadores iraníes pueden haber tenido la fortaleza y la fortuna de haber podido construir un núcleo en unas cuantas ciudades. Pero necesitan como algo inmediato ya, en todo el país, una coordinación de los revolucionarios capaz de lanzar un mensaje claro e identificable. Es más, difícilmente podrá prosperar su lucha si queda aislada en Irán. La necesidad de los trabajadores iraníes de una organización política útil para desarrollar la consciencia y orientar las luchas, es la de todos nosotros. No en el futuro, ahora.
Por otro lado, la función del partido tampoco es un puro ejercicio de voluntad. El programa de clase puede parecer evidente en sus objetivos - una sociedad desmercantilizada y abundante- pero no lo es en absoluto en los medios al alcance. Cuando los revolucionarios no han sido capaces de formar organizaciones internacionales viables, como en la segunda mitad del siglo XX, las luchas se han estancado hasta la desmoralización.
[Se] exige, para que se desate una ofensiva persistente por encima de las fronteras, la presencia de una o varias organizaciones que hayan puesto en claro la copiosa experiencia del pasado y suficientemente conocidas para atraer la atención del proletariado en lucha.
G. Munis. «Partido-estado, stalinismo, Revolución», 1974
Crear una organización válida y lo suficientemente conocida en la clase internacionalmente, exige acendrar lo fundamental del programa en discusiones claras y amplias, agrupar voluntades, ganar la capacidad de referencia... y eso no puede confiarse al entusiasmo del último momento.
Pero si al final los «linajes» no importan ¿Por qué tanto insistir con la historia de la izquierda comunista? ¿No hemos visto cómo cómo la misma Izquierda Comunista Española rechazaba cualquier relato de su propia historia que supusiera «reivindicar una herencia histórica o un derecho de antigüedad/fiabilidad»? Como el partido es producto de la necesidad de las luchas, la capacidad de un grupo se mide en ellas, no en sus genealogías y oropeles. Pero eso no quiere decir que pueda salir de cualquier sitio. Es obvio que la vanguardia de clase no va a nacer del diseño de una institución del estado al que se enfrenta la clase como un todo, sea la universidad o un sindicato. Pero tampoco de corrientes, de continuidades, que en el momento de la verdad han defendido las necesidades del capital nacional llevando a los trabajadores a matarse entre sí bajo las banderas de «su» burguesía nacional. No saldrá la vanguardia de la clase de escuelas y métodos de análisis que acaban una y otra vez en el matadero para mayor gloria del capital nacional. Pero da la casualidad de que socialdemocracia, sindicalismo, stalinismo y trotskismo -la izquierda- representan precisamente esa continuidad, la de la negación del internacionalismo.
Y si es así con la afirmación o rechazo de la universalidad de la clase y sus intereses en el mundo (internacionalismo), tanto valdría decir del centralismo, es decir, la afirmación de la universalidad y unidad de la clase en cada lucha y cada expresión colectiva. Dividir la clase -y su vanguardia- en identidades, etnias, tipos de trabajadores con intereses diferenciados e incluso enfrentados, no es esencialmente distinto de llamar a unirse al ejército o la resistencia nacional de turno para masacrar a los trabajadores «de» otra burguesía. Es decir, hay fronteras de clase que delimitan el terreno programático y metodológico en el que puede construirse el partido. Alinearse con tendencias o grupos que se situaron fuera de ellas, esteriliza la mejor de las voluntades. Por eso el «hilo rojo», la continuidad en las bases del programa de clase son una condición necesaria para el desarrollo del partido. Por eso es importante recuperar los debates y la tradición de las izquierdas comunistas que resistieron a la contra-revolución y su inevitable orgía nacionalista e identitarista -que aun sufrimos. Pretender empezar «de cero», renunciar a la experiencia histórica y política del último siglo, es desarmarse precisamente ante las amenazas más recientes y presentes.
Haciendo balance: el partido es un producto de la clase, un proceso que está siempre en marcha porque continuamente, la realidad de la explotación plantea tareas que «llaman» a ser realizadas colectivamente. Y al realizarlas, se conforma una vanguardia que tiene que afirmar la perspectiva que nace de la misma situación de clase para ser útil al desarrollo de las luchas. El problema es que la fundamental de esas tareas, la que forma el núcleo de las «condiciones subjetivas», no puede dejarse al albur de las propias luchas a las que ha de aportar para que avancen. Hay que llegar a ellas con aporte, hay que acendrar antes y hacerlo en una escala que permita intervenir globalmente en ellas.
Las condiciones objetivas de la revolución comunista no bastan para garantizar su victoria, y la condiciones subjetivas no serán necesariamente engendradas por las primeras. Las condiciones subjetivas no son otra cosa que la conciencia teórica de la experiencia anterior y de las posibilidades máximas ofrecidas al proletariado; es el conocimiento anhelante de acción humana y listo para mudar su existencia subjetiva en existencia objetiva. Ahora bien, jamás la preparación teórica ha estado tan descentrada, tan en zaga de la experiencia y de las posibilidades como hoy.
G. Munis. «Partido-estado, stalinismo, Revolución», 1974
Lo que vemos en Irán hoy y veremos en muchos otros lados conforme aparezcan nuevas confrontaciones de clase a un nivel mucho mayor que en las últimas décadas, es esa dolorosa contradicción. Vemos surgir esos núcleos que avanzan elementos fundamentales del programa comunista. Hemos visto en Irán con que claridad se afirma qué es y cómo funciona un soviet. Pero cada paso adelante exige más claridad, más atrevimiento... más consciencia. Y también más organización, no solo de la clase en su conjunto, también de unas minorías, el partido en formación, que tienen una responsabilidad frente a millones en un territorio inmenso. Por eso, desde ya, es el momento de azuzar el desarrollo de minorías que hagan suya la historia y la experiencia de la clase, el momento de conectar y avanzar con las que ya existen. El partido no es una entelequia de un futuro distante, una piedra filosofal que todo lo arreglará en el momento en que una revolución transforme el mundo. El partido es necesario y está formándose aquí y ahora. Y esa es la primera batalla que tenemos que ganar.