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12/06/2020 | Actualidad

Las tensiones avivadas por la pandemia han acelerado el desguace del tejido de organismos internacionales multilaterales. También se desvanece el supuesto carácter global de las grandes empesas y grupos financieros. La burguesía y la burocracia se «re-nacionalizan» y «desacoplan» poniendo fin al entramado que habían impulsado las potencias anglosajonas durante el siglo pasado, de la Sociedad de Naciones a la OMC, el sistema ONU y los «fondos de capital internacionales».

El desguace de los organismos internacionales multilaterales

Era evidente que el paso -con la llegada a la Presidencia de EEUU de Trump- a una política de «negociación uno a uno» de las balanzas comerciales, dejando de lado los organismos comerciales multilaterales o atacándolos frontalmente, acabaría por llevarse por delante a la OMC. Solo China y la UE se unieron al mecanismo de disputas temporales de la OMC, cuyo director acaba de dimitir ante la imposibilidad de conseguir unos mínimos de cooperación entre EEUU y China.

Una vez tocado en su corazón el entramado institucional de la «globalización», era difícil pensar que el castillo de naipes de la burocracia internacional dejara de sufrir la pérdida de base real. La primera fue la UNESCO, un adorno para la ONU de la postguerra, de la que EEUU salió formalmente en 2019. El debate en su día se centraba en la condena permanente de la institución hacia Israel, pero la salida extemporánea del principal pagador, dejaba un mensaje claro que trascendía con mucho el motivo concreto de la disputa: EEUU no iba a sostener ninguna organización internacional que no sirviera a sus intereses políticos en todas y cada una de sus decisiones y comunicados.

Eso es lo que hemos visto con la OMS cuando el gobierno norteamericano la acusó de tener una «alarmante falta de independencia» respecto a China y convirtió la asamblea mundial de la organización en la dramatización del conflicto imperialista. Es más, hizo escuela. Bolsonaro fue más honesto eso sí, en vez de atacar a la OMS por resistirse a echar las culpas a China, su ataque a la OMS acusaba a la organización de no proponer más que el confinamiento contra la pandemia y dificultar así los objetivos económicos del gobierno.

Y ahora llega la andanada contra el el «Tribunal Penal Internacional» (TPI). EEUU nunca aceptó su jurisdicción. Lo veía, correctamente, como un intento europeo de controlar el nuevo papel de «gendarme del mundo» que EEUU se otorgó tras la caída del bloque ruso. El TPI se convirtió en el el hermano pobre y supuestamente «idealista» del entramado de organizaciones internacionales, la pieza material sobre la que pivotaba -con el antecendente de los juicios de Nuremberg y Tokio- la utopía de una «Justicia universal» entonces útil a la resistencia del eje franco-alemán al pletórico avance del imperialismo estadounidense.

En 2018 EEUU amenazó ya con represaliar a los jueces si investigaban al ejército de EEUU. El mensaje de EEUU quedaba claro de nuevo. Tan claro que en marzo de 2019, Filipinas abandonó el tratado del TPI. Si la potencia dominante puede tratar organismos internacionales como organizaciones terroristas si percibe que son un peligro político, cualquier país miembro podría salir del tratado sin coste.

Ahora EEUU ha prometido ejecutar las sanciones contra los jueces y sus familias con las que amenazó entonces. La UE, acusa el golpe y protesta... evidenciando su incapacidad para crear ningún tribunal que tenga la más mínima capacidad real fuera de sus propias fronteras. Si la UE no puede defender a los jueces del TPI de las amenazas de sus investigados ni siquiera cuando el investigado es su «principal aliado»... ¿Qué credibilidad puede tener cualquier organismo multilateral «voluntario» impulsado por las potencias europeas?

Las «guerras financieras» y el fin del cosmopolitismo financiero

El ‎capitalismo‎ es un sistema mundial no solo porque un mercado mundial de mercancías una a todos los continentes, sino porque el capital financiero conecta a todos los capitales mundiales a través de un único entramado... en el que Nueva York y la City londinense representan los dos nodos de mayor centralidad. EEUU a base de sanciones y bloqueos ha aprendido a usarlos para restringir el acceso directo e indirecto de sus rivales al capital financiero global. Los resultados, con Irán sin ir más lejos, han sido tan dañinos para la clase dirigente rival y su capacidad de proyección internacional, que las sanciones financieras se han convertido en el arma favorita de los legisladores norteamericanos. En la Siria de Al Assad, la perspectiva de aislamiento del capital nacional produce ya pánico y azuza la guerra interna entre facciones de la propia familia gobernante. No es siquiera la víctima principal, se habla ya de una auténtica «guerra financiera» en curso contra China, mucho más selectiva -y letal para el capital asiático- que las represalias puramente comerciales.

Por supuesto la guerra financiera no es una alternativa a la presión armada ni un seguro contra el riesgo de guerra. Basta ver el día a día de los mares que rodean a China para darse cuenta de que una línea y otra no se oponen sino que van de la mano.

Pero para las burguesías nacionales y también muy especialmente para la burguesía corporativa que dirige las macro-empresas y grupos financieros «internacionales», es toda una señal. Se acabó el cuento de la no-nacionalidad del capital, no se puede estar en el mercado mundial hoy sin el paraguas de un imperialismo fuerte. Ejemplo de estos mismos días: HSBC, un banco con origen en Hong Kong y directivos británicos, hasta ahora considerado el «principal banco europeo», se descolgó de la línea del gobierno británico y apoyó la ley de seguridad china sobre Hong Kong. Susto en la City. ¿Qué había pasado? Nada especial, aunque la cúpula del banco fuera tranquilizadoramente reclutada entre las clases dirigentes anglosajonas, su función es cuidar de un capital que generaba un 90% de su negocio en Asia. Cuando el gobierno Trump le retiró, a modo de señal, una licencia bancaria en EEUU y vio venir el peligro de que la guerra financiera se enfocara en sus clientes e inversores... decidió rapidamente congraciarse con la burocracia de Pekín... igual que toda la burguesía hongkonesa.

El ocaso del cosmopolitismo

El cosmopolitismo de la burguesía corporativa ha durado lo que duró el libre movimiento de capitales. La burocracia de los organismos internacionales -esa cantera de ministros para Sánchez, Macri, Alberto Fernández y tantos otros- está en horas bajas, replegándose conforme el incremento de tensiones imperialistas desguaza los organismos que le dieron vida. Sus símbolos culturales, desde el «Eurenglish» comunitario al «programa Erasmus», quedan seriamente tocados por la pandemia y la invitable renacionalización de las grandes campañas ideológicas. De ahí todas esas columnas, libros y debates nostálgicos que reivindican un «cosmopolitismo» que se desvanece... sin haber sido nunca.

Para la gran mayoría no hay nada que añorar. El «cosmopolitismo» de algunas facciones de la clase dirigente no nos trajo nada bueno, ni siquiera sirvió -no podia hacerlo- para refrescar una cultura agotada. Pero las causas de su agotamiento si deberían preocuparnos. Los procesos de renacionalización de cadenas productivas y capitales, unidos al incremento de agresiones y amenazas entre todos los imperialismos adelantan una época de crisis explosivas, campañas de violento ‎nacionalismo‎ y conflictos bélicos en un marco general cada vez más peligroso.