El ocaso de Sánchez y el fracaso de la burguesía española
Los partidos de la derecha española -PP, C's, Vox- se concentraron hoy en Madrid acusando a Sánchez de «felón», al gobierno de «traición» y exigiendo nuevas elecciones. El PSOE responde acusando de fascismo a la oposición derechista en bloque. Algunos medios comparan ya la fractura en el aparato político con la de Venezuela; «El País» rezuma impotencia cuando acusa a los partidos de «servir a un país destruyéndolo»; Y en el horizonte inmediato la agenda del juicio al «procés» y la vuelta a primer plano del independentismo catalán. ¿Hasta dónde llega el fracaso de la burguesía española?
De aquellos polvos...
Tras salvar el órdago de la «independencia fake», las elecciones catalanas de hace poco más de un año devolvieron a la burguesía española a la casilla de salida. En realidad la revuelta de la pequeña burguesía indepe tampoco daba para más que impotencia política, en una huída hacia delante permanente en espera de que la auto-implosión del aparato del estado y la crisis les trajera un príncipe azul imperialista. En ese marco, el principal objetivo de la burguesía española era renovar el aparato político para volver a tener «gobernabilidad», es decir, mayorías absolutas con las que poder reformar la estructura territorial y evitar que los movimientos centrífugos de una pequeña burguesía agobiada por la crisis y los impuestos condenaran al estado a la impotencia política.
Las piezas con las que iniciaban la partida tampoco eran buenas. El PP de Rajoy era la viva expresión de la impotencia pero «Ciudadanos» encontró techo pronto en su orgía nacionalista española.
En el impasse Sánchez jugó la carta bonapartista y ganó la presidencia... con el voto del independentismo. Algo más que una «mancha de origen», una demostración del callejón sin salida en que la crisis catalana había convertido al parlamento y un intento de intentar encontrarle una salida.
El «presidente por accidente» como le llama la derechona, intentó rebajar el enfrentamiento con la pequeña burguesía catalana para ganar tiempo. Mientras esbozaba medidas que, en teoría, debían demostrar que podía hacerse cargo de los objetivos de fondo de una burguesía española, que era consciente de que venía una nueva oleada de crisis económica. ¿Qué quería la burguesía española? En la global: volver a estar presente en América y recuperar peso como mamporrera del eje franco-alemán. Sánchez dio señales de ambas cosas.
Pero el plato fuerte era encarar una nueva oleada de medidas precarizadoras que dieran oxígeno a un capital nacional que no hace sino devaluarse con cada golpe de la guerra comercial y reducir sus expectativas de crecimiento; lo fundamental: desarbolar el sistema de pensiones para que pase de ser un gasto estatal creciente a un campo de acumulación para un sector bancario, otrora gloria patria y hoy hundido. Sánchez también intentó «mandar señales» de que podía seguir la línea aparentemente exitosa de un Salvini: acelerar la reestructuración de los salarios para concentrarlos alrededor del salario mínimo y automatizar su caída y sobre todo, iniciar la privatización a la Pinochet de la Seguridad Social.
Pero aunque pudiera resultar prometedor para la burguesía española, cada paso de Sánchez evidenciaba su dependencia de los independentistas, enfureciendo al mismo tiempo a la pequeña burguesía española en deriva nacionalista y al corazón del aparato del estado tan íntimamente ligado a una parte de ésta. La fractura del aparato político empezó a hacer saltar las costuras del estado en su núcleo: la judicatura. El estado se rompía en taifas dejando a la vista grupos de poder que luchaban entre sí. La fragmentación del aparato político se había convertido en fractura del estado en bandas, y este desastre alimentaba a su vez la descomposición del aparato político como mostraron las elecciones andaluzas. El aparato político creado con la constitución de 1978 caía a pedazos.
...estos lodos
En realidad, lo que se representa hoy es la situación que ya estaba en noviembre. Solo una diferencia: la ausencia de Podemos. Su autoimplosión revela hasta que punto se ha vuelto inútil para el estado al ser incapaz de encuadrar la revuelta de la pequeña burguesía regional bajo una bandera nacionalista española. Ya les habían advertido los viejos stalinistas: españolismo y confederalismo no funcionan juntos. La implosión de su principal aliado, paradójicamente, había dado alas a un Sánchez que hasta el último momento no quiere admitir quedar fuera de la arquitectura política que empieza a decantarse.
Y una vez más, es el elefante en la habitación de la crisis catalana el que, al hacerse visible precipita un nuevo episodio de crisis. Hace una semana Sánchez iba camino de un acuerdo con los independentistas catalanes para que le permitieran aprobar los presupuestos. La idea independentista era escenificar una negociación «Cataluña-España» con una mediación internacional. La gran «jugada» del gobierno sustituía la negociación por «diálogo», la representación institucional España vs Cataluña en una «mesa de partidos» y al mediador por un «relator». Pero a la burguesía española no le hizo ninguna gracia. La perspectiva de discutir la autodeterminación, el «fin de la vía judicial» o dar por sentado el carácter «franquista» del estado para «corregirlo» que es el discurso de los 21 puntos de Torra, no solo eran humillantes para ella sino que la dejaban en evidencia y debilidad frente las hienas de sus aliados internacionales. La carta de Colau a Juncker, Tusk y Tajani ha sido el primer ejemplo de hasta qué punto el juicio del procés puede ser utilizado en contra de sus intereses.
Animados por la debilidad de Sánchez, los independentistas jugaron a aumentar el precio de los presupuestos. Inmediatamente, las vías de agua de Sánchez empezaron a hacerse incontenibles: el gobierno y el propio PSOE no podían aceptar ir callados a donde les llevaba el presidente. No es un momento cualquiera. Las bolsas españolas -que miden el valor del capital nacional- siguen cayendo sin fin. Las previsiones de crecimiento se revisan a la baja quincena sí y quincena también y los beneficios son cada vez en más casos, descapitalizaciones. La burguesía española ya no puede esperar más.
La convocatoria de la manifestación de hoy tiró definitivamente el castillo de naipes construido cuidadosamente por Sánchez y sus más cercanos. Queda un panorama desolador incluso para sus propias filas y una presión generalizada para convocar elecciones.
Lo que no está claro es que las elecciones sirvan a estas alturas a la burguesía española para reorganizar definitivamente su aparato político y avanzar. La impotencia de la burguesía española se multiplica como un fractal en cada uno de sus componentes. Da igual que hayan ido 25.000 o 200.000 personas a la manifestación de hoy. La derecha puede acercarse o incluso ganar una mayoría electoral sólida para intentar capear la nueva crisis y los cada vez más posibles desastres derivados del Brexit... pero eso no va a solucionar la deriva de la pequeña burguesía catalana, ni las frustraciones sociales crecientes que hasta el rey les recordaba por navidad. Muy por el contrario, muy probablemente las exacerbaría. En realidad lo que vemos es un ejemplo más -y ahí la comparación con Venezuela no está tan fuera de lugar como parece- de la incapacidad de la burguesía para llevar a la sociedad hacia ningún lado. Lo inviable en España, Venezuela, Francia o Gran Bretaña, es la dirección del capital nacional sobre la sociedad, es decir la nación misma.