El mundo que viene tras el confinamiento
En los medios el tema de la semana ha sido la discusión del número de muertos real que está causando la epidemia. Macron pone en cuestión las cifras chinas, el recuento del parlamento de Irán duplica al de su gobierno y en España se confirman 8.000 nuevos fallecidos a los que el gobierno se sigue negando a contabilizar porque ni siquiera pudieron ser diagnosticados por falta de tests. El horror y el ruido no consiguen ocultar una realidad repetida país a país: la masacre de ancianos en residencias, el papel de las empresas que no cerraron como focos de propagación, las prisas de los gobiernos por volver a poner en marcha las empresas caiga quien caiga. Pero la semana dejó más temas y unas cuantas pistas sobre el mundo que seguirá a la epidemia.
Los costes sociales del «big pharma»...
Si no se desarrolla una vacuna y campañas masivas de vacunación las medidas de «distanciamiento social» seguirán de una manera u otra hasta 2024. Como la perspectiva es un negocio redondo, las farmacéuticas están saboteando que el desarrollo se centralice y acelere en organizaciones supranacionales. El llamamiento italiano a la UE tiene todas las perspectivas de acabar en nada o descafeinarse en un riego por aspersión de subvenciones a la «big pharma» (las grandes farmacéuticas), en realidad una maquinaria de marketing y explotación de patentes cuyo i+D lleva externalizado en demasía demasiado tiempo. Son, eso sí, excelentes vehículos para el capital, pero por lo mismo, su poder de lobby es inversamente proporcional a su utilidad para satisfacer las necesidades de innovación farmacológica.
...se traducen en la implosión del sector turístico y con él de los «países destino»
El último informe del FMI daba unas perspectivas especialmente negras para Italia y España. En España la caída prevista incluye llegar a un desempleo del 20% y una caída del PIB del 8% durante 2020. El número es llamativo porque a fin de cuentas el gobierno Español es el que menos recursos en relación a su PIB ha comprometido de los países europeos afectados y por tanto del que cabría esperar un menor endeudamiento. Sin embargo es el que más deuda va a acabar teniendo. La razón es la dependencia del turismo para aumentar la balanza comercial -el turismo internacional es una exportación de servicios- y el peso de la hostelería y los servicios de ocio en el empleo. Si el «distanciamiento social» va a seguir, más o menos relajado, durante años, en parte por la previsible tardanza de la vacuna y en parte por las prisas por mandar a los trabajadores de vuelta a la fábrica y la oficina, el sector entero se va a desplomar.
El cierre de German Wings, la línea low cost de Lufthansa y la reducción de bases de las líneas aéreas asiáticas advierten de una caída brutal. La Organización Mundial del Turismo calcula -de forma conservadora- que el número de turistas internacionales se reducirá globalmente entre el 20 y el 30%, lo que en ingresos supone una caída siete veces y media mayor -y previsiblemente mucho más larga- de los ingresos turísticos de los países receptores. Italia, España, Grecia, Croacia, Turquía, Túnez... van a cargar con un peso extra en la recesión: la asfixia de uno de sus sectores exportadores principales.
Lo que es más, en un sector muy financiarizado como es el de las líneas aéreas y el turismo, es prácticamente inevitable una sucesión de cierres y quiebras financieras unidas a la crisis industrial. La tendencia que dejó ya en evidencia la quiebra de Thomas Cook se agrava y acelera.
Un capitalismo de guerra vestido de «verde», una cultura del «sacrificio»
En el mundo post-covid no solo los viajes internacionales serán mucho menos frecuentes, la renacionalización de cadenas productivas se da ya por hecha. La Organización Mundial del Comercio ha calculado una caída del comercio internacional del 32% o incluso superior para el escenario que estamos viendo en el que los estados nacionales son incapaces de coordinar entre sí políticas de empaque contra la caída de la actividad económica. Aunque las cifras se moderarán en los años venideros, conforme desaparezcan los confinamientos o se limiten a focos de rebrote, el cambio es estructural y forma parte del proceso de generalización de verdaderas economías de guerra.
Son economías de guerra imperialista en su sentido estricto: capitales cada vez más concentrados y estados cada vez más centralizadores orientando toda su potencia a ganar mercados para mantener la acumulación y mientras tanto, organizando una transferencia de rentas masiva del trabajo al capital.
La forma en que se organizará esa transferencia la estamos viendo ya también. En Argentina, los sindicatos, muy en su labor están imponiendo bajadas de hasta el 30% de los salarios «para evitar despidos». En Europa, el «pacto verde» se redoblará no solo porque el gran capital como un todo ve el cambio de base tecnológica como la forma más deseable de generar de forma generalizada nuevos destinos al capital. Sino porque ahora, la renacionalización lo hace más fácil, amortiguando las más que probables diferencias en tiempos de implantación. Y también porque el imperialismo europeo más potente, Alemania, entiende que endurecer y acelerar la «Transición Ecológica» es el camino para aumentar su capacidad como atractora de capitales en un momento en que ya daba por perdidas algunas batallas tecnológicas clave con China y EEUU.
El fenómeno es de tal empaque que empieza ya a mostrar incluso consecuencias culturales. No hay día que pase sin que veamos críticas demoledoras a la «sobreprotección de los niños» y alabanzas a la dureza cuasi-militar de la formación de emergencistas y enfermeros. El discurso pedagógico post mayo del 68, el «dejar pasar curso», la reducción de la presión selectiva... se ven ahora inapropiados. El stress y la «ética del sacrificio» de los sistemas educativos coreano o chino ya no se ven como un delirio autoritario y enloquecedor, sino como parte de una «formación del carácter» a recuperar. Todavía hoy puede parecer difícil que las familias lo acepten, pero más loco parecía que la propaganda del «pacto verde» pudiera llegar a crear una patología propia, la «ansiedad climática», y masificarlo entre los púberes y adolescentes.
Y sin embargo, las tendencias del capital no son las únicas presentes
Hasta aquí el futuro inmediato que el capital ofrece a la Humanidad. Pero no es la única fuerza presente definiendo lo por venir. Como vemos en nuestro mapa de «huelgas del Covid», en todo el mundo los trabajadores están parando, protestando y luchando para imponer las necesidades humanas universales -empezando por no contagiarse ni contagiar y siguiendo por garantizar suministros, espacios vitales y libertades para todos. Esa fuerza, ya en marcha y creciendo cada día, que como se ve es mundial y cuyos planteamientos y objetivos convergen de manera inmediata, es lo único que nos separa del mundo miserable al que nos conduce la lógica de la rentabilidad del capital como principio ordenador de la sociedad entera.
El mundo post-confinamiento empieza a tomar forma. De un lado las tendencias que muestra el capital esbozan un mundo de economía de guerra y exaltación del sacrificio; de otro la oleada mundial de luchas de trabajadores plantea un mundo que impone la vida orientando la producción a satisfacer las necesidades de las personas. De esa lucha, que solo puede ser entendida como lucha de clases, depende el futuro inmediato y el destino de la Humanidad entera.