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El movimiento por los derechos civiles en EEUU

06/06/2019 | Historia

El movimiento por los derechos civiles en los EEUU es a menudo representado como un movimiento contra la discriminación racial y la segregación que luchó por los derechos de una «comunidad negra» con intereses homogéneos. Pero la realidad es mucho más compleja.

¿Por qué el movimiento de derechos civiles fue dirigido por líderes religiosos?

Es un hecho que los trabajadores en su conjunto, no solamente los obreros negros, fueron los que sufrieron en mayor medida los efectos devastadores de la discriminación racial y la segregación. No eran los únicos, la segregación racial y la discriminación evitaban que las empresas con propietarios negros expandieran su mercado. Es más, hacía imposible que la pequeña burguesía negra pudiera ascender en la escala social uniéndose a las filas de la burocracia estatal y la política. Fue esta pequeña burguesía negra, a través del clero, la que lideró y dio objetivos al movimiento.

El clero negro, que había jugado un papel protagonista en la política del Sur en la reconstrución que había seguido a la guerra de Secesión, había comenzando a verse apartado del centro de la escena tan solo una década después, con las «Jim Crow Laws». Estas leyes, que siguieron promulgándose en todo el Sur por gobiernos demócratas hasta los años 20, establecieron la segregación en la vida cotidiana, consiguiendo inhibir el voto negro y con él el poder en ascenso de la pequeña burguesía. Pero al clero solo le afectó relativamente. A fin de cuentas, las parroquias eran la única institución social en la que la población negra podía participar colectivamente sin generar excesivas reticencias políticas. Lejos de ser perseguida, la clerecía permitía al poder político contar con mediadores reconocidos en los barrios y pueblos de descendientes de antiguos esclavos. Abolir las barreras raciales no solo aparecía para estos pastores como una demanda evidente de su grey. El lenguaje de los derechos civiles se establecía en un terreno reivindicativo aceptado por sus contrapartes en el aparato político, sistematizando y dando un discurso global a un conjunto de aspiraciones hasta entonces autónomas. Es más, en el contexto de la guerra fría, los «derechos civiles» se alineaban con el discurso del «mundo libre» frente a la tiranía del supuesto «comunismo» stalinista.

Los sindicatos y el movimiento de derechos civiles

Debilitados desde el final de la guerra, los sindicatos americanos estaban condicionados por un sistema de financiación organizativa que recaía casi exclusivamente en las cuotas de sus miembros. Los sindicatos necesitaban mostrar que la negociación colectiva conseguía mejores salarios y carreras para sus afiliados que para los no afiliados.

Dadas las limitaciones de las agencias estatales, la forma de extender y hacer efectiva la igualdad legal entre blancos y negros por el estado fueron los tribunales. Los abogados del movimiento fueron incentivados financieramente por el Congreso para buscar y ganar casos de litigio. Gracias a los nuevos poderes que les fueron otorgados por el Congreso, podían ser pagados por terceros cuando sus propios clientes no podían pagar y ganar una gran cantidad de dinero en daños y perjuicios. En ese marco, el discurso y las reivindicaciones legales del movimiento de los derechos civiles solo podían darse a costa de los sindicatos. ¿Por qué?

  1. Porque los tribunales empezaron a sentenciar la extensión de «conquistas» sindicales a toda la plantilla. Al desaparecer la ventaja de estar sindicado, desaparecían incentivos a la afiliación sindical al tiempo que se radicalizaban las posiciones negociadoras de las empresas, que temían que todo acuerdo con los trabajadores de un sindicato acabara haciéndose extensivo a todos los trabajadores de la empresa.

  2. Si esto fuera poco, los grupos de derechos civiles como la «National Urban League», alentaban históricamente a los trabajadores negros a actuar como esquiroles contra las huelgas sindicales cuando el sindicato no tenía un porcentaje suficiente de trabajadores negros, esperando así recuperar un peso demográfico perdido durante la guerra a favor, entre otros, de las mujeres blancas movilizadas a las fábricas como parte del esfuerzo de guerra.

  3. Otro ejemplo es la antigüedad, en los pleitos contra empresas los abogados de derechos civiles arguyeron que el reconocimiento de ésta generaba una «brecha salarial» aunque el mismo trabajo se pagara con igual salario, porque los trabajadores más veteranos eran en su mayoría blancos. Era un argumento similar al que utiliza hoy el feminismo para sostener la «brecha de género». Pero en realidad solo podía transmitir a los trabajadores sindicados que la integración se hacía a su costa.

  4. Eso sin contar el coste directo de abogados e indemnizaciones que la organización sindical tenía que pagar cada vez que perdía un pleito por no cumplir las cuotas raciales o porque estas no se habían cumplido en la plantilla por culpa de algún tipo de acuerdo con la patronal de protección especial de los trabajadores sindicados. Incluso en situaciones en las que los sindicatos cedieron y firmaron acuerdos de consentimiento, los sindicatos tuvieron que pagar millones de dólares en el acuerdo.

En general, los casos de derechos civiles fueron enormemente lucrativos y se llevaron a cabo en un contexto en el que no se consideraban una amenaza para el orden social. Al revés, los derechos civiles se veían como una forma de homogeneizar las condiciones de explotación, colocar a los trabajadores bajo la bandera de la «nación libre» frente a la «tiranía» del comunismo, y apaciguar a una pequeña burguesía rebelde.

De hecho, presionados por los tribunales los sindicatos se aplicaron al cumplimiento de las cuotas raciales. La presión para integrar a los trabajadores negros y acabar con la segregación en el trabajo nunca fue una lucha por la unidad de los trabajadores, sino un toque de atención a los sindicatos para que se aplicaran a encuadrar a los trabajadores negros... a pesar de que les generara contradicciones con su propio modelo de financiación.

Nada que ver con «los valores»

La actitud ante los derechos civiles de los diferentes sectores de la burguesía y la pequeña burguesía, no dependió de sus «valores», sino de su estructura de costes y sus expectativas de mercado.

Desde luego, la resistencia al movimiento por los derechos civiles no puede caricaturizarse reduciéndola a grupos terroristas como el KKK, expresión de una pequeña burguesía rural blanca insegura y airada, aterrorizada frente a la lumpenización más sórdida. El izquierdismo americano representa la resistencia a los derechos civiles como el resultado de una «chusma racista» de obreros blancos porque así ocultan la naturaleza pequeñoburguesa de la organización y describen al proletariado como como una clase reaccionaria que tiene interés en mantener el «privilegio» y no en crear un mundo realmente humano.

Pero en realidad, no solo la resitencia fue fundamentalmente pequeñoburguesa, sino que las empresas y los terratenientes que se opusieron al movimiento de los derechos civiles no lo hicieron por su «cultura sureña» o por un racismo «esencial», sino porque tenían un interés material en la segregación. En Birmingham por ejemplo, los empresarios asociados a la industria siderúrgica, que se beneficiaban de la división de los trabajadores y de los bajos salarios que ésta provocaba, y que también eran menos vulnerables a las perturbaciones causadas por los boicots, se resistieron a la igualdad entre trabajadores de distintas razas cuanto pudieron, simplemente porque no iban a aceptar sin más pagar una mayor masa salarial. Cuando en Nueva Orleáns en 1960, el estado reprime las protestas estudiantiles contra la segregación, no lo hace por «racismo» sino que ese racismo expresa la presión de los 22 condados que dependían de la agricultura algodonera de trabajo intensivo que veía en el fin de la segregación una inmediata presión sobre los costes.

De la misma manera, las empresas que apoyaron o se adaptaron no eran «defensoras de la humanidad», sino que la segregación les producía más costes que beneficios. Los «boicots» al consumo en Greensboro, Carolina del Norte, bastaron para «convencer» a los comerciantes del centro de la ciudad. Y en general los empresarios de servicios, las inmobiliarias y el conjunto de empresas que veían una oportunidad en el ascenso de la pequeña burguesía negra, abrazaron la integración.

Los trabajadores negros

El mismo discurso que equipara el KKK a los trabajadores blancos es el que representa a los trabajadores negros como esclavos de la pequeña burguesía negra, que «deben» ser «representados» por ella y que no pueden, o no deben, afirmar exigencias que se aparten de las suyas. Por ejemplo, la huelga de saneamiento de Memphis en 1968 o la de en Atlanta en 1970, cuando los trabajadores -en su gran mayoría negros- de limpieza y alcantarillado se declararon en huelga y sus empleos fueron amenazados por un alcalde blanco, fue apoyada por líderes de derechos civiles porque podían representarla como un conflicto racial: un conflicto entre blancos y negros que reforzaba el discurso racialista de la pequeña burguesía negra. En 1977, sin embargo, la mentira de una «comunidad negra» quedó expuesta cuando el primer alcalde negro de Atlanta, Maynard Jackson, envió esquiroles para reemplazar a los trabajadores en huelga.

La gran mentira del movimiento de derechos civiles

En realidad la mística racial del supremacismo blanco y del racialismo negro tienen la misma lógica y objetivo que cualquier identitarismo: afirmar la existencia de «comunidades», sujetos políticos («los blancos», «los negros», «las mujeres»...) con intereses por encima de las clases, pequeñas «uniones sagradas» de determinados sectores burgueses (la burguesía blanca, la negra, la femenina...) con «sus» trabajadores. Sirven para dividir al proletariado y debilitar su capacidad de actuar como clase.

El movimiento de los negros americanos ha entrado en nueva fase. Retenido o desviado, al principio, por la no violencia y la religión, podía y debía esperarse de él una evolución radical, hacia formas de combate que comprendieran la violencia, sí, pero la violencia como desarrollo organizado de la lucha de la clase explotada contra la explotadora. La violencia ha hecho aparición, pues la fuerzan las condiciones de vida de los negros además de la estulticia racial del poder y de gran parte de la población blanca. Pero el factor de clase revolucionaria sigue estando por completo ausente. Así, la violencia desemboca en motines que por extensos que sean tienen más carácter de venganza que el de una lucha por determinados objetivos.

La idea de un poder negro –si idea puede llamársele – ha ganado mucho terreno en los últimos meses, pero se revelará tan negativa como los plañidos cristeros de Luther King. La política de éste se resume una de sus alocuciones por radio:

Patéame, de todas maneras yo te amaré; lléname de escupitajos y seguiré amándote.

Ambas actitudes proceden de la misma incapacidad para abordar la solución del problema en el devenir histórico americano y mundial, devenir actual, inmediato. En efecto, un territorio poblado y gobernado por los negros, fuere como un Estado más dentro de los Estados Unidos o como nación, independiente, es quimérico por muchas razones. Mas suponiéndolo realizable dejaría a los obreros en condiciones económicas mucho peores que las actuales, bien miserables. Y los obreros constituyen la mayoría abrumadora de la población de color en los Estados Unidos. Ahora bien, el verdadero problema a resolver empieza ahí, en los obreros, y ese problema ni es privativo de los negros, ni tiene solución sino como el poder de la clase trabajadora en su conjunto, sin distinción de razas. Es también lo coincidente con las necesidades sociales en EEUU y en el mundo.

Alarma 10 (segunda serie), julio 1967