El movimiento contra el aborto en EEUU
El movimiento antiaborto, autodenominado «pro-vida», suele explicarse como un mero producto del sexismo y el fanatismo religioso de los conservadores. Pero reducirlo a éso no nos permite explicar qué lo convirtió en un movimiento de masas ni por qué los republicanos, con Trump a la cabeza, están ahora más interesados que nunca en animarlo.
El catolicismo y el aborto
El argumento de que «la vida comienza con la concepción» es relativamente reciente. Solo se convirtió en parte de las consignas de la Iglesia católica a partir de 1869. La Iglesia empezaba a aceptar que el triunfo del liberalismo en Europa era irremediable y que de lo que se trataba era de negociar el alcance y los términos de una secularización que se impondría a largo plazo. Es la época en la que se «refundan» los jesuitas que, entre 1870 y 1881 construirán, solo en EEUU, 10 universidades. La Iglesia busca un acomodo con la ciencia del momento -a la que identifica como «espiritualidad» de la burguesía- para «compatibilizarlas».
La idea dominante hasta entonces en la Iglesia era que el feto no era un ser humano hasta «ser ocupado por un alma». El Papa Gregorio XIV había afirmado que eso ocurría a los 166 días de embarazo. ¿Qué tenía que decir la ciencia sobre éso?
La respuesta de la ciencia decimonónica fue señalar dos hitos: la autoconsciencia del feto, que situaba cuando la madre empezaba a sentir al niño moverse en su vientre (entre la decimosexta y la vigesimo quinta semana) y el comienzo de la vida... que no podía sino colocar en el momento mismo de la fertilización del óvulo. La Iglesia tomó la segunda alternativa por toda una serie de razones entre las que la posibilidad de establecer una regla universal no era la menor.
Pero lo reseñable es que la argumentación y condena del aborto por la Iglesia católica es un fenómeno contemporáneo basado en una comprensión de la «vida» prestada por la ciencia... un producto de su primera «apertura» y adaptación a la sociedad burguesa, no una barricada feudal.
La regulación de la «profesión médica» y el aborto
El resultado de esta «consultoría» de la ciencia a la Iglesia para facilitar su aburguesamiento mostró el poder político que podía adquirir el discurso médico. Poder que tendría en los médicos un beneficiario directo.
En Inglaterra, según W.J. Reader, el impulso para la protección en las profesiones vino no de los cargos más altos, sino más bien de los médicos justo debajo de ellos. La élite estaba muy contenta con su manera caballerosa e informal de incorporar a los miembros de los colegios reales. Eran los hombres en los márgenes de la élite quienes más querían exámenes formales y estándares formales. Esto también pudo haber sido el caso en los EEUU.
Paul Starr. «The social transformation of American Medicine: Rise of a Sovereign Profession and the Making of a Vast Industry»
De hecho, en 1847 se había fundado la Asociación Médica Americana («American Medical Association»). Sus creadores eran médicos independientes, precarios, que buscaban eliminar la competencia de los médicos «no profesionales», no solo curanderos, sino comadronas. En una típica de la pequeña burguesía profesional, la asociación aspiraba a la regulación estatal como forma de restringir la compentencia y asegurar una cierta forma de monopolio.
Si bien la AMA debió su impulso al descontento de los médicos más jóvenes y menos establecidos, tenía un programa muy tradicional. Su objetivo principal era elevar y estandarizar los requisitos para los títulos de medicina. También promulgó un código de ética que negaba la cortesía de la fraternidad a los médicos «no profesionales».
Varias consideraciones inmediatas impulsaron la fundación de la asociación. El llamado a una convención surgió de las discusiones sobre la reforma educativa en la sociedad médica del estado de Nueva York, que concluyeron que los esfuerzos locales se verían inevitablemente frustrados. Si las escuelas de Nueva York elevaran sus requisitos, los estudiantes simplemente se mudarían a otro lugar, y sólo las escuelas y sus profesores sufrirían.
Por consiguiente, era necesario un enfoque nacional. En segundo lugar, debido a la derogación de las leyes de concesión de licencias, que se habían promulgado en Nueva York en 1844, tan sólo dos años antes, la profesión ya no podía mirar al Estado en busca de protección contra lo que consideraba la degradación de sus normas.
En cambio, los médicos convencionales tenían que mirarse a sí mismos y confiar en su propio sistema de regulación. Este fue el impulso para la adopción por parte de la AMA de un código de ética profesional, con su preocupación por excluir a los practicantes sectarios y a los no formados. Negada la autoridad del Estado, los médicos convencionales se vieron obligados a confiar en su propia autoridad.
Robert Baker. «Before Bioethics: A History of American Medical Ethics»
Fue en este contexto de competencia entre comadronas, curanderos y médicos precarios con formación universitaria, que la AMA hizo suya la causa de la prohibición legal del aborto. Hasta entonces, el aborto realizado antes de la fase en la que el bebé se movía por sí mismo ni siquiera se consideraba tal. De hecho, los abortivos fueron grandes negocios en el siglo XIX e incluso se anunciaron abiertamente en las tiendas.
Horatio Robinson Storer, el fundador de la Ginecología en EEUU fue quien llevó a la AMA a luchar contra el aborto, redefiniendo éste como la interrupción de un embarazo en cualquiera de sus fases. La retórica antiabortista que Storer inauguró tenía como objetivo consolidar su propia posición dentro del mundo médico y darle «respetabilidad» pública a la profesión. Es la misma que podemos escuchar todavía a los «pro-vida» de Estados Unidos: reflejaba los valores pequeñoburgueses de respetabilidad y... sus temores a la inmigración irlandesa. Este elemento, el miedo a la inmigración masiva de católicos irlandeses, no suele destacarse pero inquietaba tremendamente a la pequeña burguesía norteamericana del momento, marcada por las pérdidas demográficas de la guerra de Secesión.
Toda la fecundidad de la generación actual, a la que se le ha encomendado la tarea al máximo, difícilmente puede llenar los vacíos de nuestra población que en los últimos tiempos han sido causados por la enfermedad y la espada... ¿Deben ser llenados por nuestros propios hijos o por los de los extranjeros? Esta es una pregunta que nuestras propias mujeres deben responder; de sus entreñas depende el destino futuro de nuestra nación.
Horatio Robinson Storer
A los lectores de nuestro artículo sobre el movimiento de «plafinificación familiar» en EEUU el argumento les resultará familiar. El discurso de Storer y el de Margaret Sanger parten de una misma fobia a los trabajadores migrantes. La diferencia es que en lugar de fomentar el control de la natalidad de los «inferiores», Storer anima a la generosa reproducción de los «superiores». Su retórica reflejaba el temor pequeño-burgués a «caer» en la escala social.
El motor inconfesable del movimiento anti-aborto era el deseo de perpetuación de una clase que se sentía amenazada de proletarización por «los extranjeros». Si se condenaba a las «madres casadas y honradas» que abortaban no era en realidad por un súbito descubrimiento de humanidad en el cigoto, sino porque «de sus estrañas dependía el destino futuro» de toda una clase social.
La Iglesia Católica adoptó la postura de que «la vida comienza en la concepción» más o menos al mismo tiempo. Storer, que dejó de ver a los irlandeses como enemigos tras trabajar en un hospital católico, pasó a alentar entonces su inmigración e incluso se convirtió al catolicismo.
El catolicismo y los trabajadores en EEUU
En los años 30, los hijos de inmigrantes católicos europeos llegados a los EEUU a finales del siglo XIX y principios del XX se habían convertido en una fuerza política en los EEUU. «Los católicos» votaban en mayor porcentaje a los demócratas entre otras cosas porque el clero católico, al igual que los ministros protestantes negros, hacía de «puntero» demócrata en las barriadas obreras, mediando en conflictos, gestionando ayudas públicas y ganando influencia tanto en el Partido Demócrata como en los sindicatos.
Su poder nacía de que la gran mayoría entre las masas que habían migrado desde Irlanda e Italia pertenecían a un medio campesino fuertemente controlado por la Iglesia católica y solo se habían proletarizado al llegar a EEUU. Sometidos a una nueva condición social, en un entorno masivamente protestante, el catolicismo representó para muchos una forma de mantener lazos con sus orígenes, mantener cohesionadas sus propias familias y encontrar mínimos apoyos en situaciones de necesidad.
La lógica de encuadramiento de los sindicatos y de asistencia social de la Iglesia les resultaban comprensibles y complementarias y convergían en una proyección política «comunitaria».
El «derecho a la vida» en la clase trabajadora
Muchos dirigentes sindicales surgidos de este entorno estaban vinculados a la Iglesia Católica y hacían suya la idea de que los no nacidos, al igual que los nacidos, tenían «derecho a la vida». Sus argumentos, sin embargo, no se limitaban a la «santidad de la vida», afirmaban que el «derecho a la vida» incluía el derecho a vivir «decentemente».
La Iglesia era consciente de que el «derecho a la vida» tendía a tomar un contenido de clase en contacto con las nuevas masas de trabajadores. Bien curtida en el arte de «pastorear» a las partes más atrasadas y jóvenes del proletariado, en 1919, el comité administrativo del «Consejo Católico Nacional de Guerra» emitió el «Programa de Reconstrucción Social de los Obispos» que afirmaba el derecho de los trabajadores a formar sindicatos, reivindicaba un «salario digno» y un sistema de seguro social costeado por el Estado y la industria, contra «la enfermedad, la invalidez, el desempleo y la vejez».
El «derecho a la vida» filtraba y dejaba entrever bajo una formulación genérica, una naturaleza contradictoria: para la Iglesia significaba ante todo afirmar su control sobre la reproducción, para los trabajadores afirmar sus necesidades como necesidades universales. El programa eugenésico de «control de la población» y el argumentario racista y xenófobo de la «planificación familiar», reforzó esta asociación contradictoria que parecía destinada a estallar.
Las esterilización de mujeres puertorriqueñas pobres, la preferencia de las clínicas de control de natalidad por los barrios trabajadores negros, la obligatoriedad para los pobres de aceptar la esterilización para recibir asistencia pública en Carolina del Sur...
Los que animalizaban a los obreros eran los mismos que pretendían controlar estadísticamente su reproducción y esterilizarlos a voluntad donde fueran «demasiados». Era demasiado obvio que el movimiento miraba a los trabajadores como ganado. Y era un punto demasiado fácil como para que la iglesia católica lo dejara pasar sin ganar capacidad de encuadramiento: sindicalistas, punteros demócratas y dirigentes católicos de todo tipo caracterizaron el «control de la población» como genocidio.
No fue una reacción limitada a las minorías católicas. La apertura de clínicas encontró pronto resistencia en los barrios negros. Los trabajadores, sin importar su religión o raza, se daban cuenta cada vez más de que el movimiento de control de la población eran virulentamente antiobrero.
Los que abrían las clínicas recurrieron entonces a los «líderes negros» para que mediaran entre el movimiento y los vecinos. Al principio hicieron todo lo posible para que los trabajadores negros aceptaran las clínicas de control de la natalidad pero ante la resistencia de las bases se volvieron más renuentes y empezaron a protestar. El protestante y demócrata Jesse Jackson, antes de cambiar su postura en los ochenta, afirmaba que:
los políticos defienden el aborto en gran medida porque no quieren gastar el dinero necesario para alimentar, vestir y educar a más gente... Para ellos los argumentos a favor de la eficiencia económica tienen prioridad sobre los argumentos a favor del valor de lo humano y de la vida humana.
Betty Ford por contra, era una republicana feminista «pro-choice» cuya retórica era idéntica a la de cualquier feminista demócrata de hoy.Como se puede ver, el aborto aún no se había convertido en un tema partidista que dividiera a los republicanos y demócratas en dos.
¿Qué causó que el Partido Demócrata se volviera «pro-choice» y el Partido Republicano «pro-life»?
Aunque el feminismo fuera un movimiento pequeñoburgues desde sus comienzos, la pequeña burguesía dista mucho de ser una clase políticamente homogénea. Una parte de las amas de casa pequeñoburguesas veían la «Enmienda de Igualdad de Derechos y la plataforma pro-elección» como una amenaza directa de proletarización.
La campaña de la demócrata pro-vida Ellen McCormack en 1976 representó a esta otra sensibilidad pequeñoburguesa. Eran mujeres que habían llegado a los barrios residenciales procedentes de las filas de la clase obrera o de las capas más bajas de la pequeña burguesía. Su ascenso en la escala social les había llegado por matrimonio y para ellas, la enmienda era una amenaza directa. Desde su perspectiva, ser ama de casa era un privilegio que sus madres de clase trabajadora no habían podido disfrutar durante la gran depresión y convertirse en trabajadoras era «volver atrás».
Además, como muchas madres y amas de casa de clase obrera y del pequeño campesinado, no sólo encontraban el aborto moralmente reprobable, temían el efecto que su legalización pudiera tener en el mantenimiento de su condición de madres y amas de casa. Temían que si se legalizaba el aborto, la consideración social de la maternidad y de su modelo familiar se viera socavada.
En los 70 la capacidad de encuadramiento de los sindicatos se debilitó aun más. Los estrategas demócratas cada vez los veían menos decisivos y más ligados al pasado. El discurso sobre la «ruptura generacional» post-68 los enviaba, junto con los obreros católicos a los que representaban al «pasado».
Lo nuevo, lo emergente venía de la universidad, de la creciente pequeña burguesía corporativa -que empezaba a feminizarse, de las «nuevas minorías»... Por eso, el partido demócrata adoptó una plataforma en 1976 que defendía el aborto y tomaba la defensa de la sentencia «Roe vs. Wade» que legalizó el aborto. Muchos demócratas que antes eran «pro-life» se convirtieron acto seguido en «pro-choice».
Para el partido republicano era una oportunidad única. Convertirse en el partido «pro-life» le permitía ganar de repente una base entre los trabajadores y los campesinos que tradicionalmente había estado encuadrada por los demócratas.
Cuando en 1980 Jacob Javits -pro-aborto y republicano- perdió la carrera hacia el senado frente a Al D'Amato, republicano apoyado por el «RTLP» («Partido del Derecho a la Vida», creado por los demócratas católicos de Nueva York), la suerte quedó echada. El Partido republicano pasaba de ser el partido de la «Enmienda de Igualdad de Derechos» (ERA) y el aborto legal, a ser el partido de los «valores familiares».
Las iglesias protestantes, el campesinado y el aborto
Aunque convertirse en el partido anti-abortista daba nuevas opciones a los republicanos entre las bolsas de trabajadores católicos de las zonas industriales, no estaba tan claro que el efecto fuera a ser tan generalizado entre el campesinado del Norte.
Las diferencias entre el Norte y el Sur, seguían fuertemente marcadas por la herencia de la esclavitud y la guerra civil, y afectaron la forma en que las iglesias protestantes de las dos regiones habían reaccionado ante el movimiento de derechos civiles y el fin de la segregación.
En el Sur, la aparición de la «derecha cristiana» y la resistencia evangélica a la «desegregación» están ligadas claramente.
Sin embargo, en estados norteños de pequeños granjeros como Kansas, la tradición de las iglesias locales era la contraria. Las iglesias protestantes estaban dirigidas por un clero igualitarista, defensor del «trabajo libre», que había encabezado en su día el movimiento abolicionista.
Esa tradición había sido la cuna de un «socialismo» de pequeños propietarios profundamente cristiano, que había apoyado firmemente el New Deal y que seguía dando «graneros» de votos a los demócratas.
Parecía imposible unir a las iglesias del Norte y el Sur en un movimiento social conservador. Y sin embargo, el aborto lo consiguió. La nueva derecha evangélica, los católicos y hasta las iglesias campesinas del Norte, se sintieron llamadas por los republicanos cuando se convirtieron en el «partido pro-life». Ronald Reagan no inició el movimiento, solo consolidó los cambios que ya se estaban produciendo entre los dos grandes partidos y su base de votantes.
¿Por qué inicia Trump una ofensiva antiabortista?
1 Desde su ascenso, la estrategia de Trump se basa en la idea de que los constantes discursos sobre el «fin de la clase obrera» (la «clase media» en el lenguaje político estadounidense) que vienen echándonos desde hace décadas desde los «Panteras Negras» hasta Michael Moore, han afectado a la clase trabajadora al punto de que se siente en peligro real de desaparición. La clase trabajadora americana sería ahora, según el trumpismo, sensible al mismo tipo de mensajes que la pequeña-burguesía desesperada.
Trump nos presenta la guerra comercial como la forma de «recuperar los puestos de trabajo bien remunerados», la política antimigratoria como la forma de «evitar la competencia a la baja en los salarios» y las razzias de «la migra» como la forma de «echar de los barrios a los criminales», es decir, de parar su degradación y lumpenización.
Obviamente, los puestos de trabajo bien remunerados prácticamente han desaparecido en la industria, los salarios han perdido una buena porción del PIB y los barrios se han degradado lo indecible. Pero las «soluciones» no son tales, ni siquiera paliativos, simplemente parte de más y más división entre los propios trabajadores, más degradación de las condiciones de vida y sustento para más militarismo y seguramente, más guerra... pero Trump y sus estrategas creen que, mentira y todo, les funciona para encuadrar. Y políticamente, eso es lo que cuenta para ellos.
2 Si agitar los mismos miedos y ofrecer el mismo tipo de «soluciones» que la pequeña burguesía reaccionaria pide, prende entre los trabajadores... ¿qué puede ser más rentable electoral y políticamente que agitar el miedo a la «destrucción de las familias»?
Aquí también parte de una base real para llegar a una propuesta mentirosa y anti-humana. Prohibir el aborto no es ninguna ganancia para los trabajadores, al revés. Pero Trump se apoya en el rechazo que el feminismo suscita... con razón. El izquierdismo pretende que el feminismo, un movimiento que expresó sus demandas políticas antiobreras con un discurso eugenésico, no está en contradicción directa con la clase trabajadora y solo es rechazado por «los reaccionarios». No es verdad.
No era verdad entonces y no es verdad hoy. Ni donde hace «huelgas feministas» ni en EEUU donde incubó su discurso divisivo y culpabilizador. Es más, ni siquiera coge a nadie de sorpresa.
Grandes grupos de trabajadores en Estados Unidos, se resistieron al «control poblacional» porque entendieron correctamente que el movimiento expresaba un genuino odio clasista contra ellos. La intención de frenar la reproducción del «elemento indeseable» creó naturalmente rechazo entre la clase obrera. Las campañas de control de la población trataron a los trabajadores como ganado, con desprecio por sus vidas o por su capacidad y deseo de formar familias. Y esa herida sigue abierta. Eso es lo que aprovechan Trump y sus aliados clericales.
¿Cómo enfrentar la campaña antiabortista desde el punto de vista de los trabajadores?
Paradójicamente, si le sale bien como campaña de encuadramiento, habrá conseguido por otros medios lo mismo que pretende el feminismo: dividir a los trabajadores para encuadrarlos con una parte de la pequeña burguesía. Así que la cuestión es cómo enfrentar a Trump y los «pro-choice» sin fortalecer a un feminismo no menos divisivo. La única respuesta posible pasa por:
1 Defender las necesidades de las mujeres trabajadoras.
Ni el embarazo ni la maternidad no deseada son hechos individuales, son hechos sociales tanto en sus causas como en sus consecuencias. Precisamente porque negamos que el feto sea «propiedad» de nadie y el embarazo algo abstracto e independiente de la situación de clase, no podemos admitir que el estado, ni nadie, obligue a alguien a llevar a cabo un embarazo contra su voluntad ni porque la ley lo marque ni porque no le llegue el salario para pagar una clínica decente.
Pero por lo mismo tampoco podemos admitir que nos hagan elegir entre ser despedidas y abortar o entre el empobrecimiento y aborto... y encima nos digan que en esa alternativa criminal el aborto es una «decisión libre» y una salida «igualitaria».
Los que dicen eso, como las feministas y los demócratas, confiesan lo que entienden por una sociedad «libre e igualitaria»: un campo de esclavos en el que aguantemos la violencia y la coacción más extremas con tal de mantener la maquinaria de nuestra propia explotación en marcha... y a ellos viviendo de lo que nos extraen.
No tenemos nada en común con ellos, ni siquiera a la hora de enfrentar las prohibiciones del aborto que vienen. Su causa nunca es la nuestra, aunque aparentemente estemos en contra de lo mismo, para ellos es sólo un momento en la reafimación del sistema que crea los problemas, para nosotros un paso hacia derribarlo si somos capaces de organizarnos como trabajadores sobre nuestro propio terreno mientras nos defendemos.
Llamamos a organizar paros y plantes de toda la plantilla cada vez que una compañera sea despedida o no se le renueve su contrato por quedarse embarazada y a reivindicar un complemento salarial para todos los trabajadores, varones o mujeres, en función del número de hijos que tengan.
2 Defender el «derecho a la vida» en lo que significa realmente para los trabajadores: la preminencia de las necesidades humanas reales sobre las necesidades del capital con todos sus fetiches, sus aparatos políticos, su estado... y sus ideologías.
El derecho a la vida no se defiende coaccionando y obligando a una mujer embarazada a desarrollar un embarazo que no desea.
El derecho a la vida se defiende enfrentando colectivamente al presidente y al Congreso, que azuzan y ceban guerras que matan a centenares de miles de personas en otros continentes, mientras ignoran las necesidades básicas de los trabajadores fronteras adentro; a los estados y ayuntamientos que sostienen policías que son verdaderas fuerzas de ocupación de los barrios de trabajadores, tan peligrosas y antisociales como cualquier banda del lumpen; a las empresas, que sacan tajada de la inflación mientras los salarios llegan cada vez para menos y empeoran las condiciones de trabajo, seguridad básica y contratación; a los sindicatos, que defienden el beneficio de las compañías por encima de cualquier consideración mientras aclaman la guerra prometiendo paz social al militarismo; etc.
El derecho a la vida se defiende luchando contra un sistema cada vez más abiertamente antagónico de la vida humana. Y eso, hoy, significa organizarse y ayudar a organizarse a nuestro compañeros en el trabajo y en el barrio para plantar cara, como clase, cuanto antes.