El militarismo pasa a primer plano
Las «dos sesiones» en China, la descomposición del bolsonarismo en Brasil y la vuelta de la apuesta imperial turca han marcado la actualidad del mundo esta semana. Los tres hechos tienen un elemento común: el ascenso de los sectores militares a nuevas cuotas de poder.
Las «dos sesiones» 2020
Cada año las «dos sesiones» representan para la burocracia china algo parecido a lo que «armilustrium» significaba para el patriciado romano: el ceremonial de estado que alinéa los objetivos de la clase dominante afirmándolos como interés del conjunto social antes de una nueva campaña.
Este año se planteaba más intenso que nunca. El entramado imperialista chino, la «nueva ruta de la seda», se está convirtiendo en una gran bolsa de créditos impagos; la producción nacional, por primera vez desde 1990 no tiene por objetivo el crecimiento; la caída de la demanda interna es tal que para poder cumplir con el compromiso de importaciones firmado con EEUU para aplacar la guerra comercial, han tenido que ampliar la lista de productos agrícolas estadounidenses favorecidos; y por supuesto aprobar un paquete de medidas de «reactivación económica» de escala impensada hasta ahora.
Todo venía precedido en lo inmediato por un incremento de la tensión imperialista con EEUU y sus aliados en Asia y el Pacífico: escalada verbal y arancelaria entre China y Australia, tensiones fronterizas entre India y China, y entre ésta y Nepal... Con EEUU apoyando a Australia, azuzando a India y rearmando a Taiwan, el Senado norteamericano cerrando puertas de Wall Street a grandes compañías chinas y el aparato diplomático cortando canales con la burocracia china y convirtiendo la asamblea mundial de la OMS en un debate sobre si el organismo es independiente o no de China.
Como era previsible, el resultado que estamos viendo en la interna de la burocracia china es un crecimiento del nacionalismo jingoista más burdo a cada movimiento estadounidense de culpabilización de la extensión de la pandemia de Covid. Desde las primeras intervenciones en las dos sesiones quedó claro que el ceremonial estatal consagraría a Xi como el líder con más poder desde el estado desde Mao, aupado por la ola nacionalista pero sobre todo sólidamente consolidado por el apoyo del ejército.
Pero el apoyo del ejército no es incondicional ni sus consecuencias serán coyunturales. El ejército chino es un aparato no solo militar y político sino también económico que piensa en términos geoestratégicos. Si como parece, estas «dos sesiones» consagran como principal foco de los incentivos al desarrollo a las regiones del Occidente del país, China pasaría a priorizar la integración económica con Asia Central y Rusia, asegurando un aliado militar importantísimo y poniendo «a cubierto» una parte importante del capital productivo de eventuales conflictos militares en el Mar de China.
Otro de los objetivos estratégicos del ejército era retomar de manera efectiva la soberanía sobre Hong Kong, dándose herramientas para controlar y reprimir movimientos abiertamente alentados por las potencias anglosajonas como los vistos estos años. De ahí la nueva «Ley de seguridad» para la ciudad. La primera reacción de EEUU ante el debate de la ley fue amenazar con «represalias fuertes» si se aprobaba. Tanto a EEUU y Gran Bretaña como a los fondos de capital asociados a la plaza, tienen mucho que perder si China afirma de modo efectivo su soberanía política.
Pero el peligro mayor es que Hong Kong es uno de esos puntos del mapa imperialista chino en los que una escalada militar puede irse de las manos muy rápidamente. Por eso, una vez más, ha sido Trump quien ha parado los pies de su propio Senado que ya se deslizaba hacia una espiral de sanciones. Confirmaba así a los analistas que, de forma cada vez más recurrente, apuntan que el poder estadounidense está dividido entre los que quieren mantener el conflicto con China en términos estrictamente comerciales y económicos -entre los que estaría Trump- y los que defienden «que este es precisamente el momento de atacar, antes de que la capacidad estadounidense disminuya irremediablemente».
Brasil
Toda América del Sur está sufriendo la pandemia. En este momento regiones enteras de Brasil, Colombia y Ecuador están al borde del colapso sanitario mientras en Chile los contagios aumentan a toda velocidad. Las consecuencias más allá de lo sanitario tampoco son menores. Argentina entró en default en el peor contexto posible. Ecuador negocia con los acreedores bordeándolo entre recortes y ajustes draconianos -incluido el del subsidio de combustible que sirvió de detonante a la revuelta del año pasado. Y en Chile son los barrios de trabajadores los que salen a protestar ahora de puro hambreo obligando al gobierno a aprobar un «ingreso de emergencia».
Pero es en la principal potencia regional, Brasil, donde la situación es al tiempo dramatica -se pasaron ya las 20.000 muertes- y políticamente significativa. Mientras Petrobras iniciaba la venta de activos en mitad de lo que parecen los prolegómenos de una crisis monetaria en toda regla, el poder político se desmoronaba dejando como referencia casi única el binomio poder jucial-ejército... con Bolsonaro como elemento desestabilizador en el medio. Incluso en la crisis de Mercosur, los militares se convertían en el interlocutor brasileño disponible.
La situación de Bolsonaro es insostenible y las acusaciones de corrupción resultan ya obvias. Aparecieron vídeos con el presidente diciendo a sus ministros que va a cambiar al jefe de la policía federal de Rio para evitar la inculpación de su familia. Mientras el Ministerio de Sanidad se convertía en OM (organización militar) y los militares van copando más y más poder. ¿La «salida» de Bolsonaro? Nuevas «bromas» sobre el covid que no dejaban de alienar a sectores enteros de la burguesía brasileña. Hasta los fabricantes de refrescos cargaron contra él y aprovecharon para exigirle que retirara la exención fiscal a CocaCola. Y fueron solo una anécdota, el poder financiero paulista no deja de hacer llamamientos a los empresarios para echar a Bolsonaro y Guedes.
Solo en mitad de unos números de muertos terribles, con un récord mundial de población juvenil afectada y acosado cada día por nuevas filtraciones de la polícia, Bolsonaro bajó temporalmente el tono en el Parlamento y propuso diálogo a los gobernadores de los estados.
Certificada ya hasta por Dilma Roussef la imposiblidad de realizar un impeachment, las alternativas se reducen y pasan todas, necesariamente, por los militares. A estas alturas Mourão es no solo el sucesor en caso de muerte sino la alternativa a Bolsonaro. Y la burguesía brasileña cada vez más está dispuesta a admitir una «nueva normalidad» en la que los militares ejerzan el poder político... formalmente como civiles. Las alternativas: erosionar el estado en la infinita batalla entre jueces y Bolsonaro o dejar que el propio ejército de un paso más allá en su toma del poder político y ejecute un auto-golpe del que se habla ya abiertamente en toda la prensa, tanto brasileña como continental.
El resultado previsible, por un camino u otro, es una consolidación del poder militar bajo la cáscara el aparato político de la democracia brasileña.
Turquía y la salvación militar del erdoganismo
Hace tan solo unos meses el colapso de las aventuras imperialistas turcas planteaba una crisis de régimen y la sustitución por la burguesía turca del erdoganismo y su alianza con los Hermanos Musulmanes, por un gobierno más fácilmente encajable en la dinámica imperialista global. Pero la entente alcanzada en Siria con Rusia y una estrategia militar renovada en Libia han cambiado el escenario durante la pandemia.
A día de hoy Turquía es la potencia triunfante en Libia. Las causas: por un lado la crisis de Arabia Saudí y Emiratos -contra los que Erdogan carga aprovechando su recién adquirida debilidad financiera- y por otro una estrategia militar renovada que hubiera sido impensable sin la pandemia: utilizar la aviación turca, directamente desde bases en Anatolia, para bombardear y asegurar avances decisivos de las tropas del gobierno de los Hermanos Musulmanes en Trípoli. Impensable antes de la pandemia porque solo el conjunto de fenómenos que ha desatado explica la ausencia de reacción de las potencias europeas y EEUU. Pero también porque su coste económico, incluso en combustible, hubiera resultado insostenible en otro contexto... y tal vez lo sea de nuevo en el futuro cercano.
Si en la batalla imperialista Turquía y sus intereses económicos se han convertido en el principal enemigo a batir, políticamente, en la interna, Erdogan ha sido perfectamente consciente del peligro que le suponía esta nueva «hipoteca militar» que ha salvado a su régimen, una vez más, por la campana. Tan consciente que esta misma semana destituyó al creador de la estrategia libia. Un general que había sido el encargado de purgar el ejército de «gulenistas» y que era considerado hasta ahora el principal pilar del gobierno en las fuerzas armadas. Aunque no debe descartarse ruido de sables en los próximos meses, la dinámica es clara: el régimen necesita cada vez más de victorias militares externas para mantenerse en el interior, pero esas mismas victorias le llevan a enfrentarse con la perspectiva de una tutorización o incluso de un golpe militar.
De ahí que vuelva la tensión también con Grecia y Chipre. La aviación turca no se ha privado durante estas semanas ni siquiera de acosar el helicóptero del ministro de Defensa y el jefe del estado mayor griegos. Azuzada por la devolución de refugiados la escalada de roces entre patrulleras y cazas prosigue con fuerza hasta hoy mismo.
El auge del militarismo
Lo que estamos viendo, desde China a Brasil pasando por Turquía es una fase inicial del desarrollo del militarismo. El peso político de los militares reaparece como un recurso y una salvaguarda ante los conflictos internos de la burguesía (Brasil) pero sobre todo como una forma de asegurar una perspectiva estratégica viable a medio plazo (China) en un contexto en el que la centralidad del conflicto imperialista pasa de lo comercial y la colocación del capital a lo militar (Turquía).
Estamos entrando en una fase de ruptura generalizada del marco internacional de tratados militares acompañada de un acelerón de las carreras regionales y globales de armamentos que muy probablemente irá acompañada de la reaparición o reanimación de las industrias armamentísticas nacionales en asociaciones que cada vez más frecuentemente incorporarán a China.
El militarismo no es ninguna broma. Apunta a reforzar la tendencia a la guerra. Y es difícil pensar en un empleo masivo de recursos y capacidades productivas más «irracional» en un momento en el que, el desempleo se extiende por el mundo como nunca antes y en que solo en Africa, 20 millones de personas están amenazadas de hambruna. Pero esa es la «racionalidad» de un sistema que es ya hace mucho, tan anti-histórico como anti-humano.