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14/06/2018 | Fundamentos

La clase universal y el centralismo

Centralismo» en el marxismo no significa la adhesión a un principio formal, la defensa de una cierta tipología de estructuras de mando. El centralismo de los trabajadores es el de una asamblea que organiza una huelga no el de un consejo de administración erguido sobre un organigrama.

Cuando hay una huelga, la tendencia espontánea, que expresa una tendencia más profunda y amplia, es a que su organización recaiga en un único centro: la asamblea de todos los trabajadores. Cuando la huelga se extiende, las asambleas se coordinan a través de comités y consejos que

El centralismo es la tendencia a unir en un solo ámbito de discusión y decisión a todos aquellos que participan de una lucha de clase haciéndoles partícipes y protagonistas de su desarrollo. Es una herramienta natural del desarrollo de la conciencia de clase. No significa concentrar el poder en una única persona o grupo, sino por el contrario, entender y materializar el carácter universal que late bajo cada expresión de clase, anteponiéndolo a cualquier particularismo, a cualquier sentimiento o prejuicio, privilegio imaginario u opresión real. Dicho de otra manera, el centralismo es la expresión organizativa de la idea de unidad de la clase como sujeto político universal.

Cuando ésto se lleva a la organización de los trabajadores más esclarecidos, el centralismo se aplica a ese «partido en devenir» de la misma forma. Aceptando que los ámbitos políticos concretos vienen dados por los mercados y las fronteras estatales, la organización que persigue impulsar el desarrollo de la conciencia de clase tiene que centralizar todos los esfuerzos, unir a todos sin diferencias por su origen nacional o religioso, su sexo, su edad o su lengua. Es lo que Rosa Luxemburgo recuerda discutiendo precisamente sobre la organización de la socialdemocracia rusa.

En toda la socialdemocracia se da un espíritu centralista pronunciado. Por haber crecido en el suelo económico del capitalismo, que es centralista por tendencia, y por estar obligada a presentar su batalla en el marco político del gran Estado centralizado burgués, la socialdemocracia es, ya de nacimiento, una enemiga decidida de todo particularismo y todo federalismo.

Como quiera que la socialdemocracia tiene que defender los intereses generales del proletariado en cuanto clase en el marco de un Estado concreto, frente a los intereses parciales y de grupo del proletariado, manifiesta la tendencia lógica de fusionar en un solo partido unitario a todos los grupos nacionales, religiosos y profesionales de la clase obrera. (...)

El centralismo socialdemócrata tiene que ser de un carácter esencialmente distinto al blanquista; no puede ser otra cosa más que la concentración impetuosa de la voluntad de la vanguardia consciente y militante de la clase obrera frente a sus grupos e individuos aislados, es, por así decirlo, el «autocentralismo» del sector dirigente del proletariado.

Rosa Luxemburgo. Problemas de organización de la socialdemocracia rusa, 1904

Es decir, el partido, la organización de militantes, no puede organizarse como una federación de particularismos, de «intereses parciales», de orígenes religiosos, como si el proletariado fuera la suma de una serie de frentes identitarios, de sujetos en lucha contra distintas opresiones diferenciadas. El centralismo del partido significa afirmar la centralidad de la lucha contra el trabajo asalariado.

Luxemburgo, Lenin y la identidad judía

El objetivo de Luxemburgo era integrar el partido que había fundado en su Polonia natal en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR). La unión nunca se produjo porque los rusos defendían un supuesto «derecho a la autodeterminación del pueblo polaco» cuyo rechazo era la seña de identidad de la vanguardia de los trabajadores polacos.

El debate entre los dos partidos, protagonizado por Rosa Luxemburgo y Lenin, sigue siendo tremendamente actual. Eso no quita para que Rosa Luxemburgo y Lenin coincidieran en todo en su posición sobre la necesidad de un partido centralizado, único, por encima de diferencias étnicas, localismos y ni hablemos ya de sexo o edad.

De hecho, Lenin llevaba en campaña desde 1903 para llevar al Bund, el partido socialista mayoritario en las concentraciones obreras judías del imperio ruso, a la integración plena en el POSDR. En aquella época los judíos dentro del imperio ruso solo podían vivir dentro de un área de confinamiento, legalmente tenían restringidos sus derechos políticos, educativos y económicos y sufrían regularmente «pogroms» azuzados por el propio aparato represivo que liberaba así tensiones sociales. Con un antisemitismo convertido en ideología de estado, si había unas víctimas arquetípicas de la opresión zarista esos eran los judíos. El Bund reclamaba autonomía dentro del partido en nombre de su identidad diferenciada, basada en esa opresión específica.

El partido, con Lenin -y no pocos dirigentes de origen judío- a la cabeza entendía que esa autonomía no debía pasar de la lógica autonomía de un grupo de trabajo especializado en aportar al desarrollo de la conciencia de clase dentro de un sector específico del proletariado: el de lengua yidish. Para los bundistas significaba por contra una «federación» de facto. Los problemas no tardarían en surgir.

Se acusa al Comité de Ekaterinoslav de no estar suficientemente «orientado» en el problema del antisemitismo. El Comité de Ekaterinoslav habla del movimiento antisemita internacional de las últimas décadas y observa que «este movimiento se extendió de Alemania a otros países, y en todas partes encontró prosélitos precisamente entre las capas burguesas, y no entre las capas obreras de la población». «Esta es una fábula no menos dañiña» (que las fábulas sionistas), espeta, muy enfadado, el Comité del Bunc en el Extranjero. El antisemitismo «ha echado raíces entre la masa obrera» y para demostrarlo el Bund, que se siente «orientado», cita dos hechos: 1) la participación de obreros en el pogrom de Czenstochowa y 2) la conducta de 12 (¡doce!) obreros cristianos de Zhitomir, que hicieron de rompehuelgas y amenazaron con «degollar a todos los judíos». ¡Esas sí son pruebas de peso, sobre todo la segunda! (...) El carácter social del antisemitismo actual no cambia porque participen en tal o cual pogrom, no ya decenas, sino incluso centenares de obreros desorganizados, nueve décimas partes de los cuales se encuentran sumidos en la más completa ignorancia.(...)

El Comité de Ekaterinoslay se subleva (y con razón) contra las fábulas de los sionistas acerca del carácter eterno del antisemitismo, en tanto que el Bund, con su airada rectificación, no hace más que embrollar el problema y sembrar entre los obreros judíos ideas que conducen a ofuscar su conciencia de clase. Desde el punto de vista de la lucha de toda la clase obrera de Rusia por la libertad política y por el socialismo, la diatriba del Bund contra el Comité de Ekaterinoslav es el colmo del absurdo. Desde el punto de vista del Bund como «partido político independiente», la diatriba se vuelve comprensible: ¡no se atrevan a organizar en ninguna parte a los obreros «judíos» junta e inseparablemente con los «cristianos»! ¡No se atrevan, en nombre del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia o de sus comités, a hablar directamente a los obreros judíos «pasando por alto» al Bund, sin su mediación y sin mencionarlo!

Y este hecho profundamente lamentable no es casual. Desde el momento que en vez de la autonomía para los asuntos que afectan al proletariado judío, reclamaban ustedes la «federación», tendrían que proclamar al Bund «partido político independiente», para poder implantar esa federación, a costa de lo que sea. Ahora bien, declarar al Bund partido político independiente significa, precisamente, llevar hasta el absurdo el error principal en el problema nacional, lo cual servirá infalible e inevitablemente de punto de partida de un viraje en las concepciones del proletariado judío y de los socialdemócratas judíos en general.

La «autonomía» de los Estatutos de 1898 asegura al movimiento obrero judío todo lo que puede necesitar: propaganda y agitación en yiddish, publicaciones y congresos, presentación de reivindicaciones particulares como desarrollo del programa socialdemócrata único común y satisfacción de las necesidades y demandas locales que dimanan de las peculiaridades del modo de vida judío. En todo lo demás es imprescindible la fusión más completa y estrecha con el proletariado ruso, es imprescindible en interés de la lucha de todo el proletariado de Rusia. Y carece de fundamento, por el fondo mismo del asunto, el temor a toda «mayorización» en caso de fusión, pues precisamente la autonomía es una garantía contra la mayorización en las cuestiones particulares del movimiento judío. Pero en las cuestiones relativas a la lucha contra la autocracia, a la lucha contra la burguesía de toda Rusia, debemos actuar como una organización de combate única y centralizada; debemos apoyarnos en todo el proletariado, sin diferencias de idioma ni de nacionalidad, cohesionado por la solución mancomunada y constante de los problemas teóricos y prácticos, tácticos y de organización, en vez de crear organizaciones que marchen aisladamente, cada una por su propio camino; en vez de debilitar las fuerzas de nuestro embate, fraccionándonos en multitud de partidos políticos independientes; en vez de introducir el aislamiento y la separación para curar después con emplastos de la cacareada «federación» la enfermedad que nos inoculamos artificialmente.

Lenin. «¿Necesita el proletariado judío un partido político independiente?», 1903

Aunque en la época no recibieran este nombre, vemos ya todos los ingredientes de los debates con el identitarismo y sus trampas. Al definir a una parte del proletariado como «judío», el resto empieza a ser definido como «gentil» (goyim) o «cristiano» e insinuarse que es «partícipe a título lucrativo» de la opresión ajena. Lenin responde airadamente en una nota:

A «organizar la impotencia» sirve el Bund cuando emplea, por ejemplo, esta expresión: nuestros camaradas de las «organizaciones obreras cristianas». Esto es algo tan absurdo como toda la diatriba contra el Comité de Ekaterisnoslav. No conocemos ninguna organización obrera «cristiana». Las organizaciones pertenecientes al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia nunca han hecho distinción alguna entre sus miembros según su religión, jamás les han preguntado por ésta ni lo harán jamás. ni siquiera cuando el Bund en realidad, «se constituya en partido político independiente».

Como es previsible, el argumento bundista sobre la necesidad de la autonomía dentro del partido, tenía su paralelo programático en su reclamación de «autonomía cultural» para los judíos en el imperio. Tanto para Lenin como para Rosa Luxemburgo ese identitarismo judío era pura y simplemente reaccionario, expresión de la resistencia de la pequeña burguesía aldeana del área de confinamiento a su asimilación, a su integración en las corrientes culturales generadas por el desarrollo capitalista. Si no existe una «cultura nacional» burguesa judía, no hace ninguna falta crearla. «No pueden tomarse en serio» los llamamientos de traductores y escritores nacionalistas a «desarrollar la cultura judía» apunta Rosa Luxemburgo.

Si se quiere promover la cultura moderna entre los obreros judíos, la referencia ha de ser el movimiento socialdemócrata ruso que «representa en sí mismo una fase genuinamente internacional y proletaria del desarrollo cultural». Una vez más, en el marxismo, el futuro primaba y determinaba la posición política del presente: el proletariado del presente es en realidad, a través de su movimiento hacia el comunismo, el portador de la cultura anacional del conocimiento universal de mañana.

Es cierto que la población judía estaba completamente bajo la influencia del desarrollo capitalista moderno en el imperio ruso y comparte los intereses económicos, políticos y espirituales de grupos particulares en esa sociedad. Pero por un lado, estos intereses nunca fueron separados territorialmente para convertirse específicamente en intereses capitalistas judíos; más bien, son intereses comunes de los judíos y otras personas en el país en general. Por otro lado, este desarrollo capitalista no conduce a una separación de la cultura judía burguesa, sino que actúa en una dirección exactamente opuesta, lo que lleva a la asimilación de la burguesía judía, la intelligentsia urbana, para su absorción por el pueblo polaco o ruso. Si la distinción nacional de los lituanos o bielorrusos se basa en los pueblos atrasados, la distinción nacional judía en Rusia y Polonia se basa en la pequeña burguesía socialmente atrasada, en la pequeña producción, el pequeño comercio, la vida en la pequeña ciudad, y - déjenos agregar entre paréntesis - en la estrecha relación de la nacionalidad en cuestión con la religión. En vista de lo anterior, la distinción nacional de los judíos, que se supone que es la base de la autonomía judía no territorial, no se manifiesta en la forma de cultura metropolitana burguesa, sino en la forma de la falta de cultura de las ciudades pequeñas. Obviamente, cualquier esfuerzo para «desarrollar la cultura judía» por iniciativa de un puñado de publicistas y traductores en yiddish no puede tomarse en serio.

La única manifestación de genuina cultura moderna en el marco ruso, es el movimiento socialdemócrata del proletariado ruso que, por su naturaleza, puede reemplazar mejor la falta histórica de cultura nacional burguesa de los judíos, ya que representa en sí mismo una fase genuinamente internacional y proletaria del desarrollo cultural.

Rosa Luxemburgo. La cuestión nacional y la autonomía, 1908

La respuesta identitarista

Las posiciones de Lenin y Luxemburgo sobre la cuestión judía en la Rusia zarista serán las dominantes en todo el movimiento socialdemocrata. Surgirán sin embargo toda una serie de pequeños grupos, vinculados al sionismo, que tratarán de realizar una afirmación teórica del nacionalismo usando un lenguaje marxista vacío de contenido. Lo interesante de estas argumentaciones, casi olvidadas hoy, es que constituyen la primera expresión de una vestimenta marxista del nacionalismo y el identitarismo.

No es casualidad que el texto de referencia de Ber Borojov, padre del «sionismo socialista» y fundador del «Poale Sión» del que deriva el actual laborismo israelí, se publicara en 1905. En medio de una revolución que uniría a todo el proletariado del imperio ruso en una acción de masas única, Borojov quiere expresar la superioridad de las contradicciones identitarias nacionales sobre la contradicción de clase. Quiere negar la realidad que se desarrolla ante sus ojos para salvar al nacionalismo judío, el sionismo. En «Los intereses de clase y la cuestión nacional» (título con el que se tradujo después al español su texto seminal solo disponible hoy en inglés en la red) Borojov levanta el edificio argumentativo.

Según Borojov, como luego para los nacionalistas stalinistas, la Humanidad se divide primariamente en sociedades y las sociedades en clases. La contradicción entre sociedades se da a un nivel superior a la contradicción entre clases... pero lo reproduce en sus formas. Si la lucha de clases se produce, nos dice citando descontextualizado a Marx, cuando hay un conflicto entre el desarrollo de las fuerzas de producción y el estado de las relaciones productivas, la «lucha entre unidades sociales» se produce como «lucha nacional» cuando una sociedad-nación «ansía un cambio en su producción, un incremento de su suma de energía y necesita, ampliando la esfera de sus condiciones de producción, conquistar condiciones ajenas».

¿Cuándo hemos pasado de «sociedad» a «nación»? Para Borojov, un «pueblo» es una sociedad «en sí» que pasa a ser «sociedad para sí» cuando se dota de un «nacionalismo», una identidad histórica que articula el «sentimiento de integración nacional». Por si había dudas: «El sentimiento de integración que se crea por el común pasado histórico (y la raíz del pasado común se encuentra en las condiciones iguales de producción) es el denominado nacionalismo». Al producirse la lucha entre naciones y en general lo nacional, en un «plano superior» a la lucha de clases, desaparecería la contradicción entre «integración» -unidad de las clases en el proyecto nacional- y conciencia de la clase explotada. La conciencia de clase «real» no sería ya la expresión independiente y universal de los intereses del trabajo, sino el nacionalismo y al revés: «El nacionalismo real es el que no oculta la conciencia de clase» asegura.

Aquí tenemos prácticamente tal cual la «dialéctica nación-clase» del nacional-bolchevismo, pero basta cambiar «sociedad» por «patriarcado», para tener el molde del «feminismo de clase». Borojov puede, con justicia, reclamar la paternidad del armazón intelectual de todos los nacionalismos e identitarismos que han querido vestirse de «obreros» y socialmente revolucionarios.

La socialdemocracia y sus organizaciones de mujeres y jóvenes

No es de extrañar pues que Rosa Luxemburgo, desconfiara de todo el desarrollo de lo organizativo «sectorial» de la II Internacional en Alemania. Cuando su amiga y militante Clara Zetkin les invita por primera vez a un congreso de mujeres socialistas protesta bromeando: «¿Es que acaso ahora somos feministas?». Por supuesto, no había ni rastro de feminismo en lo que Luxemburgo y Zetkin harían. Las «organizaciones femeninas», igual que la organización juvenil creada por Carlos Liebcknecht, otro de los puntales de la izquierda del partido, tenían la misma función que Lenin proponía al Bund en el partido ruso: servir a la formación socialista y a la difusión del programa del partido en un entorno específico.

Este enfoque será llevado aun más allá por la III Internacional en su I y II Congreso. La lógica era la misma para minorías lingüísticas, jóvenes, cooperativistas... y mujeres. En un documento de directrices redactado para la Internacional para clarificar sus tomas de posición por la propia Zetkin, deja bien claro que no existirán «organizaciones separadas» ni programas diferenciados, sino «órganos específicos» de la Internacional a todos los niveles -de la fábrica al Secretariado- dedicados a promover la formación, la participación y la formación de cuadros femeninos dado el «retraso histórico y la particular posición que a menudo asume debido a su actividad doméstica» la mujer trabajadora de la época.

Las mujeres miembros del partido comunista de un determinado país no deben reunirse en asociaciones particulares, sino que deben estar inscritas como miembros con igualdad de derechos y deberes en las organizaciones locales del partido, y deben ser llamadas a la colaboración en todos los órganos y en todas las instancias del partido. El partido comunista, sin embargo, adopta regulaciones particulares y crea órganos especiales que se encarguen de la agitación, organización y educación de las mujeres

Clara Zetkin. Directrices para el movimiento comunista femenino, 1920.

Opresiones e identidades

A lo largo de toda la obra de Luxemburgo o Zetkin hay una idea que queda clara en cada momento y cada época: no existe la «opresión en abstracto», ni «la nación», «la juventud» o «la mujer» son sujetos históricos. Todos ellos existen en el marco de un determinado modo de producción y por tanto están cruzados, rotos por el conflicto de clase. Rosa Luxemburgo es muy clara cuando sienta las bases desde las que discutir la cuestión nacional:

Se usa el concepto de nación como un todo, como una unidad social y política homogénea. Pero ese concepto de «nación» es precisamente una de las categorías de la ideología burguesa que la teoría marxista ha sometido a una revisión radical, demostrando que detrás del velo misterioso de los conceptos de «libertad burguesa», «igualdad ante la ley», etc., se oculta siempre un contenido histórico concreto.

En la sociedad de clases no existe la nación como entidad sociopolítica homogénea, sino que en cada nación hay clases con intereses y «derechos» antagónicos.

No existe absolutamente ningún terreno social, desde el de las condiciones materiales más primarias hasta las más sutiles condiciones morales, en el que las clases poseedoras y el proletariado consciente aopten la misma actitud y aparezcan como un «pueblo» indiferenciado. En el terreno de las condiciones económicas, las clases burguesas defienden los intereses de la explotación, y el proletariado, los del trabajo. En el terreno de las condiciones jurídicas, la propiedad privada es la piedra angular de la sociedad burguesa; los intereses del proletariado exigen que los que no tienen nada sean emancipados de la dominación de la propiedad. En el terreno de la administración de justicia, la sociedad burguesa representa la «justicia de clase», la justicia de los aposentados y los gobernantes; el proletariado defiende la humanidad y el principio que consiste en tener en cuenta las influencias sociales en el individuo. En las relaciones internacionales, la burguesía lleva a cabo una política de guerra y de anexiones, es decir, en la fase actual del sistema, una política aduanera restrictiva y de guerra comercial; el proletariado, en camio, una política de paz generalizada y de libertad de intercambios. En el terreno de la sociología y de la filosofía, las escuelas burguesas y la escuela que representa el proletariado están en abierta contradicción (…) Incluso en el terreno de las supuestas relaciones humanas, de la ética, de las opiniones sobre arete, edificación, etc., los intereses, la visión del mundo y los ideales de la burguesía, por un lado, y los del proletariado consciente, por otro, constituyen dos campos separados entre sí por un profundo abismo. En aquellos aspectos en que las aspiraciones formales y los intereses del proletariado y de la burguesía en su conjunto, o de su sector progresista, parecen idénticos o comunes, como, por ejemplo, en las aspiraciones democráticas, la identidad de formas y consignas encubre una ruptura total de contenido y de política práctica.

En una sociedad de este tipo no puede existir una voluntad colectiva y unitaria, no puede haber autodeterminación de la «nación». Cuando en la historia de las sociedades modernas se han desarrollado luchas y movimientos «nacionales», se ha tratado, en general de movimientos de clase de la capa burguesa dirigente, que, en el mejor de los casos, puede representar hasta cierto punto los intereses de otras capas populares en la medida en que defienda, como «intereses nacionales», formas progresistas del desarrollo histórico, en los que la clase trabajadora aun no se haya separado de la masa del «pueblo» dirigido por la burguesía para constituirse en una clase políticamente consciente e independiente.(…) Para la socialdemocracia, la cuestión de las nacionalidades es, ante todo, como todas las demás cuestiones sociales y políticas, una cuestión de intereses de clase.

Rosa Luxemburgo. La cuestión nacional y la autonomía, 1908

Basta cambiar «nación» por cualquier otra categoría identitaria en el texto anterior para hacer la crítica marxista básica de «las identidades» de cualquier tipo:

No hay «identidad» al margen de la lucha de clases. No hay sujetos históricos distintos de las clases principales en las que se polariza la sociedad burguesa ni, por tanto, otra posibilidad revolucionaria distinta a la de la clase universal. Esa «universalidad» no es solo geográfica, es ante todo de intereses: la abolición del capital y del trabajo asalariado es, desde hace más de un siglo, el único futuro progresista al que puede aspirar la Humanidad como un todo. Es también el fin de toda explotación... y al destruir sus bases materiales y dar lugar a una nueva moral, de toda opresión. Ese universalismo del proletariado se traduce en términos organizativos en centralismo.

Pero, ¿no es la mejor forma de organización para cambiar las cosas un «frente» de todos cuantos sufren opresión? Rosa Luxemburgo, Lenin, Zetkin y todos los grandes marxistas del periodo revolucionario respondieron de la misma forma: «No». La posición marxista será la de luchar por organizaciones de clase unitarias tanto para la organización general de la clase como tal -de las asambleas de huelga a los «consejos»- como en las organizaciones políticas que la clase destila para desarrollar su conciencia y devenir en «partido».