El hundimiento de las políticas anticrisis
Solemos olvidar que al capitalismo no le basta con mantenerse, ni siquiera con crecer. La acumulación de capital sigue la lógica de potencias del interés compuesto. Un capitalismo que creciera libremente, no solo aumentaría la producción de ganancias sino que éstas crecerían cada vez más rápidamente. En lugar de eso, la senda del beneficio de las grandes empresas mundiales se arrastra errática sin levantar cabeza. El capitalismo global está estancado, sufriendo una crisis tan perenne como insalvable.
El ejemplo más cotidiano lo da la industria del automóvil. El motor de explosión es ya hoy una antigualla, la industria tendría que haber dado ya el salto al motor eléctrico. En lugar de eso se resiste como puede e intenta alargar artificialmente la vida del viejo producto. La razón es sencilla: con el salto tecnológico es más difícil diferenciarse, la complejidad de la producción es menor y... el mercado no va a crecer. En un sector con una tasa de ganancia crónicamente baja, un cambio así solo puede reducirla aun más sin augurar en cambio un aumento de la demanda que permita compensarlo y producir al final unos dividendos suficientes. Una vez más, la famosa «cuestión de los mercados»...
De una manera u otra este es el problema de todo capital nacional. La demanda del mercado interno no crece, no puede crecer, a la velocidad que la acumulación exige para rentabilizar el capital. Las políticas anticrisis a partir de 2008 han sido un intento agónico por paliar este problema estructural... para cada capital nacional a costa de otros. No han sido sin embargo idénticas. Y no deja de ser interesante compararlas para hacernos una idea de lo que viene ahora que la recesión se asoma de nuevo desde Alemania a China.
EEUU optó por una doble estrategia: favorecer la huida hacia delante mediante el crédito y exprimir a amigos y enemigos, usando todo su poderío militar y político, para revertir, uno a uno, los déficits crónicos de la balanza comercial. Es harto significativo que la política comercial se haya fundido con la «seguridad nacional», pero no lo es menos que la bandera «liberal» del trumpismo, la rebaja fiscal sea de facto una manera de aumentar la capacidad de apalancamiento. ¿Los resultados? Una estupenda burbuja de crédito: las empresas estadounidenses están ya en los niveles de endeudamiento previos a la crisis de 2008, sumando un total de 610.000 millones de dólares en deuda apalancada -aproximadamente la mitad del valor de la producción anual española.
Europa en cambio tomó la vía de la austeridad: «devaluación interna» de los capitales nacionales más débiles (Irlanda, Grecia, España, Portugal...), recortes sociales y presupuestarios, bajada de salarios, precarización laboral... y todo acompañado de «dinero gratis» del BCE para los bancos, que así limpiaban sentinas comprando deuda pública y aliviando el coste de endeudamiento estatal de paso. Toda esta colección de medidas draconianas parecieron surtir efecto a partir de 2015. Fue el «milagro español» de Rajoy en todo su esplendor: una bajada drástica de costes laborales (más plusvalía absoluta) y créditos casi gratuitos para las grandes empresas hicieron «competitivos» los productos del capital español en mercados internacionales. Las exportaciones reanimaron la producción que volvió a crecer por encima del 3% entre 2015 y 2017. En 2018 la «bonanza» sin embargo se moderó hasta el 2,6% a pesar de la reducción de facto de la masa salarial. Y la tendencia a caer no ceja. Ahora descubren que la lucha general por los superavits comerciales, aun sin guerra comercial, solo podía convertirse en un boomerang...
El problema es que los países que importan lo que Europa produce tarde o temprano se quedan exhaustos, ya sea por el deterioro de su balanza exterior o por agotamiento social.
No es de extrañar que, como vemos en el cuadro, las expectativas de la burguesía industrial estén cayendo en picado en EEUU, China y Alemania. En España, la industria española ya está en recesión y las perspectivas globales a corto (recesión alemana y Brexit en Europa, retroceso de las importaciones y la inversión exterior en China, un posible estallido de la burbuja de deuda estadounidense...) solo apuntan hacia nuevas caídas en la demanda externa. La crisis está recrudeciéndose y no puede hacer otra cosa que recrudecerse.
La cuestión es que hasta aquí han llegado las «políticas anticrisis» desarrolladas a partir de 2008. No queda nada en el armario. La política monetaria en Europa está inutilizada, bajar los tipos de interés significativamente, cuando ya están a cero solo puede producir aun más inestabilidad y devaluar el capital europeo en su conjunto, subirlos ahora con la idea de poder bajarlos luego solo precipitaría una recesión brutal. La huida de EEUU hacia el crédito ha tocado techo y la austeridad se ha tornado insostenible incluso para Alemania. ¿Qué queda? Intensificar la precarización y la bajada de salarios para ser «competitivos» y extender la guerra comercial, incluso mediante treguas temporales, para rapiñar mercados a toda costa. El problema es que la violencia comercial se traduce cada vez más en amenaza militar.