El estallido del PP
El estallido del PP coloca de nuevo la crisis del aparato político español al borde de la crisis de estado.
La detonación: el espionaje contra Ayuso
El diario El Mundo publicó ayer que la dirección nacional del PP había ordenado investigar y espiar a la presidenta regional de Madrid, Isabel Ayuso. Ni siquiera habían gastado dinero del partido, habían dado instrucciones al director de la Agencia Municipal de Vivienda del Ayuntamiento de Madrid, una persona de confianza del alcalde de Madrid, mano regional de Casado y portavoz del PP, para que gastara dinero público para contratar un detective.
La cuestión a investigar era si Tomás Díaz Ayuso, el hermano de la presidenta, obtuvo un trato de favor en la consecución de un contrato público de compra de mascarillas que al parecer le dejó una comisión de unos 288.000 euros. Ayuso lo había negado reiteradamente llegando a renegar en público de su hermano durante la última campaña electoral.
Pero para aún más escarnio, Casado no quería la investigación ni siquiera «para cubrir riesgos», como es habitual en los aparatos partidarios ante estos casos, sino para chantajear a Ayuso con hacer públicos los resultados si no se retiraba de la batalla por presidir el PP en Madrid. Al parecer, el número dos del partido, García Egea, llegó a pedir la ayuda del gobierno y amenazar a Ayuso con hacer público un dossier secreto que Moncloa -y por tanto los servicios de inteligencia del estado- tendrían sobre ella.
Ayuso llevó inmediatamente la batalla interna al terreno público. Acusó a Casado y los dirigentes nacionales del PP de «ir a por su familia» y «fabricar presuntas corrupciones». Y el partido respondió expedientando fulminantemente a la presidenta, insinuando que es una corrupta y amenazando con llevarla a los tribunales.
Pero a las pocas horas, distintos dirigentes regionales y mediáticos del partido conservador empezaron a disparar sobre Casado, Egea y sus métodos. La prensa conservadora pedía abiertamente la cabeza de Egea. Y durante la noche hubo incluso manifestaciones de militantes del PP apoyando a Ayuso y pidiendo la dimisión de Casado en la puerta de la sede nacional del partido.
El PP está volando en pedazos.
El combustible: la crisis de estado permanente creada por la revuelta de la pequeña burguesía
La crisis de 2009 abrió un periodo de verdadera revuelta de la pequeña burguesía española. Su primera manifestación política masiva fue el 15M, un movimiento de la pequeña burguesía universitaria que acabaría cuajando electoralmente con Podemos y poniendo en jaque a uno de los pilares del régimen del 78: el PSOE, el partido de estado de izquierda.
Empujado por el ascenso electoral de los podemitas, el PSOE, como el PP ahora, entró en una fase de guerra interna en 2014 -primera elección de Sánchez en primarias- que dio pie a un verdadero estallido que acabó con el ascenso definitivo de Sánchez al liderazgo del partido en 2017.
Pero la revuelta de la pequeña burguesía española estaba lejos de acabar en la crisis del PSOE. El desarrollo del independentismo catalán acabó convirtiéndose en una profunda crisis de estado a pesar del verdadero espectáculo de impotencia política que la pequeña burguesía catalana desplegó a partir del referendum de octubre de 2017.
La crisis independentista acabó de dinamitar el aparato político que la burguesía española había construido durante la Transición. Por un lado frenó el crecimiento de Podemos en seco haciendo de su alianza con fuerzas nacionalistas y regionalistas de signo similar -las famosas «confluencias»- un lastre que acabaría llevando a la implosión a todo el movimiento.
Por otro, dio pie a que el ala más nacionalista del PP, convenientemente financiada desde el exterior en el contexto de la política trumpista hacia Europa y Rusia, se concentrara alrededor de Vox y diera «el campanazo» en las elecciones andaluzas de 2018. En el momento, Vox se comparó con la derecha populista de un Salvini o una Le Pen... pero su horizonte no estaba en encuadrar trabajadores derrotados y desmoralizados, sino en comer la base tradicional del PP desde fuera.
Vox es el hijo bruto y broncas del PP. Su marco ideológico es el del aznarismo no el de la derecha populista europea. Su núcleo fundacional y sus referentes están ligados, como actores menores, al mundo del capital financiero, su base es una amalgama hecha de cuadros bajos corporativos, tenderos, propietarios agrícolas, dueños de gasolineras, cazadores con malos divorcios y taurinos victimizados. Pequeña burguesía rancia y conservadora.
Se dan cuenta, por supuesto, de que ocupan una parte del espacio que ocuparían Salvini o Le Pen si existieran en España. Pero Salvini y Le Pen están muy lejos del liberalismo de garrafón de los voxitas, a quienes la renta universal de los grillini o los programas de endeudamiento y gasto público de Salvini les parecen una aberración social-comunista.
Así que intentan ocupar el espacio simbólicamente, darles un sucedaneo a sus propios simpatizantes e intentar crecer a partir de ahí como partido antisistema. Pero no les sale. Están demasiado limitados por el catecismo aznarita.
Cuando crean un sindicato propio, incomodan a sus propios nichos de votos en los sindicatos funcionariales porque ni siquiera saben copiar sus reivindicaciones corporativas. Cuando van a los barrios de las grandes ciudades buscando captar una parte del descontento, el único mensaje que tienen para el tendero con el agua al cuello es echarle la culpa al migrante, pero el comerciante no ve al migrante, sino al banco y la gran superficie, como los causantes de su situación económica.
Así que, afortunadamente, el populismo del que son capaces no funciona. Los votantes obreros de Vox siguen siendo tan huidizos como el Yeti, y probablemente por el mismo motivo: son tan pocos que no hay manera de encontrarlos.
El camino de crecimiento de Vox está entre las bases airadas del PP. El crecimiento de Vox es, ante todo, una revuelta interna hecha por fuera de un partido poco permeable a sus propios seguidores, no una alternativa a sus políticas. Si se les pregunta a los votantes de Vox en qué les falló el PP, inmediatamente aparecerá el monotema: la incapacidad de Rajoy para enfrentar el independentismo.
¿Puede desplazar Vox al PP?, 5/10/2020
A partir de ahí, Sánchez y Casado tomarán como misión central la recomposición del aparato político de la burguesía española a partir de los dos partidos de estado que dirigían. El camino Sánchez será la desescalada «suave» ante el independentismo, con cesiones simbólicas y económicas a la Generalitat, y el abrazo del oso a Podemos. Se solapará con el PP en la desactivación de C's, intento de un macronismo a la española legitimado por ser la principal fuerza españolista en Cataluña tras el referendum del 1O que solo podía crecer a costa de erosionar a los dos grandes partidos de estado.
El PP por su lado, intentará un doble abrazo del oso a C's y Vox, a base de reforzar el discurso nacionalista y tomar como propios temas y enfoques de la facción de la pequeña burguesía airada representada por Vox.
El detonante: Vox y la estrategia Ayuso
El problema de la dirección del PP es que no está en la misma situación frente a Vox que el PSOE respecto a Podemos. La estrategia de «radicalización controlada» de Casado solo podía multiplicar las contradicciones internas tanto con los sectores burocráticos ligados a la defensa del estado -encarnados por el presidente gallego Feijoo- como con las «nuevas figuras» como Ayuso o Cayetana Álvarez de Toledo, que mimetizaban el lenguaje y las actitudes de la revuelta ultra dentro del propio PP.
El PSOE, aunque necesitado de los votos independentistas y obligado a meter a Podemos en el gobierno, podía relatar sus propios equilibrismos como un abrazo del oso. De hecho, a cierto punto parece estar siendo así vistos los resultados electorales gallegos y vascos y la erosión continua de Podemos en las encuestas.
Desde la perspectiva del PP la situación era mucho más acuciante: con su base electoral dividida en tres partidos y con la ley electoral haciendo casi imposible un tripartito al modelo andaluz o murciano, Casado apostó por llevar la revuelta pequeñoburguesa dentro del partido. Es más, optó por ponerla en primera fila al dar los puestos de mayor visibilidad a Cayetana Álvarez de Toledo e Isabel Díaz Ayuso. La primera tuvo que ser retirada después de la quinta mayoría absoluta de Feijoo. La segunda, es ya un lastre contra el que clama el núcleo del aparato.
En ese marco, las encuestas de hoy confirman lo que era predecible: el PSOE puede hacerle supuestas pasadas por la izquierda a Podemos desde el gobierno sin temer generar demasiada desconfianza en el conjunto de la burguesía española. Es significativo que los roces con la burocracia del estado se centren fundamentalmente en cuestiones de procedimiento y en los ministerios podemitas.
En cambio, desde la oposición, el PP no tiene recorrido si quiere ocupar el espacio de ira y golpe en la mesa de Vox. Llegada la hora de la verdad, el PP está para defender el estado y no puede seguir a los de Abascal en cosas como intentar ilegalizar a los partidos independentistas.
¿Puede desplazar Vox al PP?, 5/10/2020
En ese marco, el éxito de Ayuso en las elecciones de Madrid de 2021 fue al mismo tiempo el mayor éxito de la estrategia de Casado y la señal para un exacerbamiento de la disyuntiva estratégica inseparable del conflicto interno dentro del PP.
Durante la campaña de estas elecciones en Madrid, Ayuso tuvo un cuidado exquisito en no competir con Vox, ni siquiera llamó al voto útil de la derecha abiertamente. Sus asesores esperaban que en una movilización general de la pequeña burguesía conservadora, que cifraban en el 80% de participación que finalmente obtuvieron, hiciera posible una mayoría absoluta en solitario que dejara a Vox definitivamente en la cuneta. No pasó. Ayuso quedó a cuatro diputados de conseguirla. Pero por primera vez quedó claro un techo para Vox.
Ahora, tras las elecciones en Madrid, Ciudadanos está fuera de juego y Vox como un toro pasado por el picador al que aun queda castigo por delante, el PP está a un paso de recomponerse como partido de estado. Tiene oportunidades reales de devolver al redil a la pequeña burguesía nacionalista y conservadora airada. Tiene frente a sí dos vías abiertas y posiblemente una batalla interna para resolver por cual optar.
En una, refuerza su perfil de partido de estado y vende serenidad, orden y tranquilidad a los tenderos arruinados y los cuadros corporativos temerosos del camino marcado por la banca. Es la vía Feijoo, difícil fuera del gobierno nacional aunque viable a nivel local en la perspectiva de los fondos de recuperación que administrarán las comunidades autónomas.
En Galicia y Andalucía irá probablemente por ahí. La otra es la vía de Ayuso triunfante anoche en las elecciones en Madrid: un PP con modos prestados del exilio venezolano que compite a Vox por la derecha y se libra así de los reclamos clientelares de sus propias bases electorales.
Elecciones en Madrid 2021, 5/5/2021
Esa fue la vía de Mañueco en Castilla y León, un intento de calcar paso a paso, incluido un extemporáneo adelanto electoral, la estrategia Ayuso, que asesoró y acompañó al castellano en toda su campaña. Pero salió mal. Aunque Ayuso piense lo contrario, no todas las regiones tienen la misma estructura de clases. Y además, Vox aprendió de los resultados madrileños y supo transformar su mensaje en un marco, el de la región más despoblada de España, en el que los partidos de estado le dejaban un amplio carril para ampliar su base.
Vox ya no es es el partido de la pequeña burguesía corporativa amante de la caza y con malos divorcios, los propietarios de invernaderos y los dueños de gasolineras. En las elecciones en Castilla y León 2022 ha demostrado saber apelar por igual al tendero y hostelero airado por las restricciones pandémicas, al ganadero indignado por las restricciones a la ganadería intensiva que vienen con el Pacto Verde y al funcionario quejoso por el fin de las carreras burocráticas nacionales.
Pero sobre todo, ha sabido articular el resentimiento de las capitales provinciales frente al «centralismo autonómico» y la concentración de las inversiones productivas en Madrid y Barcelona. De ahí el joseantoniano discurso triunfal de Abascal anoche remarcando «la diversidad de España por encima de las autonomías», preparando una OPA general a la España Vaciada.
El PP frente al resultado de Vox ayer en las elecciones en Castilla y León 2022 queda desarbolado y solo puede lamentarse de haber sido ciego al tremendo flanco que ofrecía centrar sus expectativas convocando elecciones en la región más afectada por la despoblación rural y con mayor peso electoral de pequeños propietarios agrícolas.
La estrategia de Casado de competir con Vox golpeando en la cara de Sánchez con el discurso del «peligro socialcomunista y separatista» que tanto gusta a la derecha cuando se exalta, le impide ahora salir del trance equilibrando las exigencias de Abascal con la amenaza de una «gran coalición». Ya es tarde para jugar al cordón sanitario. Pero un gobierno a dos es igualmente peligroso e insatisfactorio para Génova. Vox ha demostrado que cuando el PP intenta el abrazo del oso, no se quiebra, hace metástasis por el malintencionado huesped.
Elecciones en Castilla y León, 14 de febrero de 2022
El resultado en Castilla y León ponía en un brete a Casado y su estrategia. Gobernar con Vox dinamitaría su capacidad para llegar a la Moncloa y absorber a los de Abascal, pero intentar una «gran coalición» con el PSOE le alienaría de su propia base social, como le vino a recordar su mentor, Aznar.
A esa situación sin salida unamos el ridículo de la aprobación de la reforma laboral gracias a un voto torpe del PP después de haber contrariado a las organizaciones patronales con tal de provocar una derrota parlamentaria del gobierno.
No es de extrañar que Ayuso salte ahora al ataque y destape las conspiraciones de Génova. Casado ha pasado de representar la unidad de un partido que quedó a un paso de conseguir «la vuelta al orden» tras las elecciones de Madrid, a ser visto como un conductor incompetente metido en un callejón sin salida.
Disparar primero sirve a Ayuso para liberarse de responsabilidad que le toca por el fracaso en Castilla y León de su propia estrategia, después de ver que no colaba afirmar con cara seria que no pasaba nada por repartir vicepresidencias y consejerías con Vox en el gobierno de Valladolid. Pasa así de estar acorralada en Madrid a liderar la revuelta de la base conservadora nacional contra un líder cuyos cercanos ni siquiera saben darle al botón correcto. En la política burguesa la incompetencia se perdona, la debilidad no.
Los artificieros: el núcleo burocrático del PP y, tal vez, Sánchez
El problema de Ayuso sin embargo es que hace algo más que «representar» a los sectores más airados de la pequeña burguesía dentro del PP. La presidenta es percibida en el estado de un modo similar al de Vox, es decir, como un disolvente de lo que se espera de un partido de estado. De ahí los supuestos «dossieres» de los servicios de inteligencia sobre ella: existan o no, el peligro que los motiva no es un contrato a dedo.
Con eso era con lo que contaban Casado y Egea al responder con un hachazo inmediato a Ayuso. Pero, una vez más, la brutalidad no les sirvió para ocultar la debilidad sino para hacerla más evidente. Al reconocer implícitamente la guerra interna daban veracidad a las denuncias de la presidenta sobre los medios utilizados. Lo que percibió ayer buena parte de la base conservadora es que su partido paga su juego sucio interno desviando fondos del principal ayuntamiento del país, fondos que para mayor pecado, deberían servir para promover viviendas.
Todavía es pronto para saber si esta crisis acabará con Casado de forma inmediata o después de las elecciones generales. Dependerá entre otras cosas de que sea capaz de desmantelar de un modo efectivo a la facción Ayuso y de la capacidad de Feijoo y su facción (Moreno, Rajoy, Pastor, etc.) para propulsar una alternativa sin aumentar el peligro de un «sorpasso» de Vox. Es posible que Casado sea tolerado durante un tiempo más sólo para dejarle toda la responsabilidad del naufragio si es capaz, al menos, de desactivar las ambiciones de la presidenta madrileña.
El estallido del PP: un momento crítico para la burguesía española
En cualquier caso, estamos ante un momento crítico en la crisis del aparato político de la burguesía española. Vox tiene una oportunidad histórica para saquear las bases electorales, las fuentes de financiación y los cuadros locales del PP en Madrid y más allá; Ayuso, una sospechosa querencia a atrincherarse en su particular «Madrid contra el estado»; y un sector nada desdeñable de la pequeña burguesía española quedará irremediablemente huérfano al albur de un ecosistema mediático conservador echado al monte.
Con la puerta abierta a una escalada de Vox y Ayuso al borde de una expulsión que podría acabar en una escisión localista, el resultado inevitable es una aún mayor ingobernabilidad general. Aznar una vez más advirtió a Casado con cierta puntería: «existe un grave peligro de cantonalismo» si el «victimismo provincial» sustituye «la esperanza de mejor gobierno», aseguró en Barcelona. Estaba pensando en la España Vaciada, pero ahora también aplica a su propio partido.
Queda por ver el juego de fondo del gobierno. Sánchez podría utilizar la fecha de convocatoria electoral para frenar en lo posible el previsible ascenso voxita... o todo lo contrario, si prima la recomposición del PSOE sobre el sostenimiento del PP.
Lo indudable es que la burguesía española vuelve al punto de partida. De transitar la crisis del aparato político pasa a deambular una vez más por el precipicio de una crisis de estado.
Ante este espectáculo los trabajadores no están como para poner las palomitas en la sartén, sacar una cerveza y disfrutar del espectáculo esperando que las distintas capas y facciones burguesas acaben encontrando acomodo a base de dentelladas, como es su estilo.
La debilidad de los intereses contrarios es una invitación a cambiar la correlación de fuerzas desde nuestro propio terreno: organizándonos por nuestros propios medios y bajo nuestras propias necesidades, saltando el control sindical y sus compromisos y luchando porque no nos impongan peores salarios y condiciones laborales. Si no lo hacemos, tome la configuración final que tome el arreglo entre las facciones de la pequeña burguesía, la burguesía y el estado, la solución de esta crisis se saldará a costa de nuestras condiciones de vida y de trabajo. No es una posibilidad, es un hecho y lo estamos viendo.