El disparo de salida de una nueva recesión... y más guerra
EEUU ataca a Turquía con una ferocidad inusitada. Erdogan amenaza: «No vamos a perder la guerra económica», despertando los fantasmas de una militarización de la guerra comercial. La lira turca se desploma y deja temblando al mundo, desde el euro al peso argentino. ¿Estamos al borde de un nuevo estallido global de la crisis? ¿De una militarización de guerra comercial?
Todos los frentes de Turquía
El pasado abril, la denuncia del tratado nuclear con Irán marcó un punto de inflexión en la guerra comercial. El peso argentino, la rupia indonesia y la lira turca estuvieron ya entre las primeras bajas con un mayo aciago. Las enfermedades turcas son en lo fundamental las mismas que las de los países sudarmericanos y su «modelo exportador». También los síntomas: fragilidad cambiaria, tensiones inflacionarias, carencia crónica de demanda interna, fuga de capitales permanente... y en consecuencia un necesidad permanente de créditos en dólares gestionados por un sistema bancario frágil.
Pero a diferencia de Argentina, Turquía está en el centro de las tensiones imperialistas globales, en la bisagra en la que la guerra comercial puede saltar fácilmente a guerra armada y generalizarse. La lira había caído ya un 20% entre enero y mayo y, el capital turco enfrentaba cada vez más brutalmente las condiciones de los trabajadores para enjugar su erosión y fortificar un estado cada vez más autoritario.
Con una convocatoria de elecciones «sopresa» en marcha, tanto Alemania como EEUU evaluaron la debilidad estructural turca como una oportunidad de presionar a Erdogan utilizando las elecciones. Pero Erdogan supo no solo ganar contundentemente sino navegar la relación con EEUU y asegurar su propia franja de seguridad en el Norte de Siria mientras sacaba adelante lo que parecía imposible: una comprar aviones F35 de EEUU y al mismo tiempo, misiles antiaéreos S400 a Rusia.
Los peores temores recorrían a la burguesía europea... y se reflejaban en «los mercados». Por un lado algunos bancos europeos estaban entrampados con el destino de la lira (BBVA, BNP Paribas, Unicredit), por otro la UE, con Francia y Grecia a la cabeza, estaba enfrentada cada vez más abiertamente con Erdogan por el control del gas chipriota y del gasoducto entre el propio Chipre, Israel, Egipto y Grecia. No era el único punto de fricción: el acuerdo sobre el nombre de Macedonia, piedra de toque de la estrategia imperialista griega en los Balcanes, paraba los pies a las ambiciones turcas en el país ex-yugoslavo... y poco después en Albania. Faltó poco para que un Erdogan crecido internamente apretara las tuercas a la UE poniendo un alto al tratado de devolución de refugiados... y menos aun para que Alemania decidiera retirar sus sanciones a Turquía buscando aliviar la tensión cada vez más explosiva.
Pero es muy difícil avanzar simultáneamente en Oriente Medio, el Mediterráneo y en el Mar Rojo. Demasiados actores imperialistas y demasiados puntos estratégicos. El intento de hacerse presente en el conflicto sobre el estatus de Jerusalem y presentarse como valedor internacional de Hamas, reabrió el frente con Arabia Saudí que no solo arrastraba de la situación en Siria, sino de todo un «ballet» de movimientos por amenazar la retaguardia árabe. Y es que la apertura de una base turca en Sudán en enero de este año había aumentado el tablero de juego y proyectado todas las tensiones de la región sobre el Este africano. La batalla por Somalia entre Qatar y Turquía por un lado y Arabia Saudí por otro no solo ha recrudecido la descomposición del país una vez más, también convenció a los saudíes de hacer una apuesta aun más radical: intervenir en Etiopía y tornar su enemistad con Eritrea en acuerdos financiados por ellos capaces de convertir ambos países barrera defensiva frente a la jugada turca.
Cuando la guerra comercial va más allá del comercio
En un momento en el que EEUU y Arabia Saudí desarrollan una estrategia conjunta contra Irán que incluye desde pactar los precios mundiales de la producción de petróleo a acabar a toda costa la guerra en Yemen, aumentar la presión sobre los saudíes y no perder ocasión de mostrar rencor hacia los americanos no fue posiblemente la estrategia más inteligente por la que podía haber optado Erdogan. Nunca van a faltar excusas. Un viejo caso de represión política que afectaba a un pastor evangélico, se convirtió rápidamente en un torpe teatro de sanciones cruzadas. Lo que faltaba a la lira para volver a iniciar una caída en barrena y la oportunidad que necesitaba Trump para dar una lección gratuita de su capacidad de disciplinar a los viejos aliados rebeldes.
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La respuesta turca es tan inmediata como impotente. Por un lado el flamante ministro de finanzas, yerno de Erdogan, responde sin concretar demasiado, en la lógica tradicional de los recortes y las recetas de shock. Por otro, Erdogan invoca a la divinidad, se encomienda a ella y asegura que «no perderemos la guerra comercial». Es algo más que el fetiche de la mercancía, la superstición capitalista a la que se encomiendan en ese momento miles de inversores en todo el mundo. Es un llamamiento a la guerra: la única forma que tiene Turquía de ganar una guerra comercial con EEUU es militarizarla. Si no se desliza hacia la guerra, la única alternativa estrictamente económica que tiene por delante Erdogan ahora es elegir entre corralito o rescate, tal vez ambas cosas y ambas pasando por nuevos y cada vez más brutales ataques sobre los trabajadores turcos.
Qué pasará ahora
Todos los países del «modelo exportador» van a verse en jaque. En el caso de Argentina el eco ha sido inmediato. Y no solo seguirá sino que amplificará otras malas noticias en marcha para el capital nacional: ayer mismo teníamos la noticia de que la soja se hundió 4,7% y también cayeron el maíz y el trigo ante la previsión de mayor cosecha en EEUU. Una tormenta monetaria global era lo que le faltaba al capital argentino para culminar el cuadro de un hundimiento «ordenado».
El capital alemán cada día sorprende más en su miopía. Su primera reacción ha sido de alivio: la última oleada de sanciones evitó que hubiera ahora empresas alemanas afectadas directamente. El primer impacto sobre el euro no fue tan fuerte y la «lección» que sugerían los medios no podía ser más complaciente: «solo el euro nos salva de ser los lugartenientes de Washington o Pekín». Es decir, la fantasía es que la guerra comercial podría acabar dañando al dólar como moneda global y dejando a Alemania en el papel de árbitro mundial interimperialista sin disparar un tiro ni mover una ceja. Grave error, gravísimo. La caída de la lira en realidad ha mostrado ya la fragilidad del andamiaje del euro. Y la devaluación respecto al dolar abre peligrosamente la puerta a una guerra de divisas.
Es más, si Turquía ahora o en unos meses, se lanza a una política de hechos consumados en el Mediterráneo, dejando salir a unos cuantos miles de refugiados sirios hacia Europa y tomando por ejemplo el mar frente a las costas chipriotas para evitar su explotación unilateral, Europa lo iba a tener difícil para no sufrir una crisis política, económica y de seguridad. Basta con que Erdogan sepa cabalgar la previsible escalada de tensión entre EEUU e Irán. Es muy difícil que una Europa que no quiere hacer frente común contra Irán sino utilizar a Irán para frenar el nuevo ímpetu de EEUU, pueda contar con capacidades para parar los pies a una Turquía.
Y no olvidemos que mientras esto pasaba, Rusia decía prepararse para «responder por todos los medios» a las sanciones y la guerra comercial de EEUU. El juego ruso, aun más que el iraní, puede fácilmente generar una situación en la que las tensiones bélicas y la crisis se alimenten afectando directamente a Europa y especialmente a Alemania. Las cifras recién publicadas del mes de junio vuelven a arrojar una caída en los pedidos industriales. La esperada nueva oleada de la crisis, con recesión y nuevas tensiones globales, ya está aquí.