El «corbynismo» reivindica a Churchill
Paul Mason es la estrella de The Guardian, la referencia intelectual del ala izquierda del laborismo británico. Hace gala de que sus abuelos fueron mineros que participaron activamente en la huelga de masas de 1926, fue trotskista de joven y hoy defiende una transición al «postcapitalismo».
Es decir, sus artículos son un «must» para seguir el paso a esa pequeña burguesía anticapitalista que sigue pensando que el capitalismo de estado «neoliberal» debe ser sustituido por un capitalismo de estado «social», dirigido por ellos, que a fin de cuentas lo harían mejor. Lo que no suelen decir abiertamente es que ese «hacerlo mejor» no es otra cosa que servir al capital nacional desde «la izquierda». Lo que significa, saber llevar a los trabajadores al matadero llegado el momento.
Lo que nos da una idea del nivel de descomposición en el debate de la burguesía británica de hoy es que esa capacidad para llevar masas al matadero, se discuta y pondere abiertamente como la principal virtud de un político. Eso es exactamente lo que hace el último artículo de Mason.
Churchill-manía y antifascismo
El Brexit y la crisis han azuzado la propaganda nacionalista, y el nacionalismo británico, especialmente en su bis de desconfianza hacia «el continente», tiene en Churchill su figura estrella. Hemos tenido un biopic hagiográfico, otro pretenciosamente dramático y una superproducción sobre «el desastre de Dunkerque» en apenas meses. Y aunque las finanzas del cine británico estén ya al límite, vendrán más.
Ese es el marco en el que Mason escribe su pieza sobre Churchill.
La idea: lo que diferenciaba a Churchill del resto de los políticos conservadores británicos no era una supuesta y perenne brillantez; hizo, nos cuenta, una cagada tras otra a lo largo de su carrera y todos eran conscientes de ello. Lo importante, cuenta citando los diarios de Orwell, es que Dunquerque abría la puerta de una situación pre-revolucionaria. Para muchos en la burguesía británica del momento, ceder Malta, Chipre y Gibraltar a Alemania -es decir, el control del Mediterráneo- era un precio aceptable por no emprender una guerra en solitario frente a la avasalladora Alemania hitleriana. Aunque todos sabían que tal decisión a medio plazo llevaría a la pérdida de las colonias, aumentaba las posibilidades del juego imperialista británico a corto y salvaba los trastos. Era, de hecho, lo que muchos esperaban. Pero Churchill sabía entender, nos dice Mason, la lucha de clases:
El genio de Churchill en 1940 no era solo que había entendido la situación militar, sino que entendió la dinámica del sistema de clases británico y mantuvo bajo control el radicalismo de la clase obrera mejor que ningún otro miembro Conservador del gabinete.
Es decir, Churchill entendió, según Mason, que para el capitalismo británico, el peligro de una paz pre-revolucionaria era mayor que el de una guerra imperialista convenientemente vestida de antifascismo. Lo que disgusta a Mason del discurso de todas estas películas es que olvidan precisamente éso, lo más importante, la comprensión de que la burguesía británica le debe la supervivencia al antifascismo.
Es importante entender que se está construyendo una falsa realidad en la que el conflicto de clases, la ignorancia y las profundas simpatías pro-fascistas de amplias secciones de la élite británica están siendo eliminadas. Una vez se tienen en cuenta, el carácter redentor de las acciones de Churchill se vuelve tanto más impresionante.
Churchill y las prioridades burguesas en la guerra imperialista
Es desde luego cierto que la burguesía británica en general y Churchill en particular tuvieron siempre presente la relación entre la guerra y la Revolución Rusa que les había aterrorizado. La huelga de masas del 26, la primera gran derrota de la clase debida al «socialismo en un solo país» y su secuela, la revolución china del 27 masacrada gracias a Stalin y Mao, le había dejado claro que la oleada revolucionaria abierta en el 17 no estaba tan derrotada como algunos pensaban.
Por eso la burguesía británica miró con lupa la guerra española. En ningún idioma se publicaron tantas crónicas, estudios y libros como en inglés. En la historiografía británica fue el tema con más monografías hasta hace solo unos pocos años. La actitud formalmente neutral ante las dos grandes facciones de la burguesía española -franquistas y republicanos- nunca ocultó la esperanza que el franquismo -y antes que él el fascismo italiano- habían llevado a sectores centrales de la burguesía británica. Tampoco sus dudas sobre si la respuesta obrera del 19 de julio podría ser contenida o no dentro del orden burgués por el antifascismo republicano o llegaría a consolidarse como revolución.
Churchill representaba a aquella parte del estado británico que estaba descubriendo que la prioridad de la guerra moderna para la burguesía debía ser evitar su transformación en guerra de clases. Por eso, su apuesta no era introducir elementos estéticamente fascistizantes en el estado ni sistematizar la represión abierta del movimiento obrero, sino mantener su apariencia liberal construyendo la unidad nacional mediante la incorporación del Labour al gobierno y desarrollar un nuevo tipo de guerra donde se priorizaba al enemigo de clase sobre el enemigo militar.
Por ejemplo, Churchill dio personalmente la orden de bombardear masivamente las «ciudades santuario» alemanas. Se trataba de ciudades en las que se reunían los heridos y desplazados de guerra, sin objetivos militares, como Dresde, donde murieron cuarenta mil personas bajo las bombas incenciarias. Viendo las huelgas en Italia en el 43 y recordando la Primera Guerra Mundial, priorizó sobre el avance militar abortar la posibilidad de que el descontento se tradujera en levantamientos y rebeliones obreras contra el estado alemán. Churchill prefirió ahorrar a Hitler tener que gastar fuerzas en la represión interna porque no se fiaba de su capacidad para ejecutarla eficientemente y porque temía su extensión a ambos lados de la linea del frente. Nunca olvidó que la Revolución era su enemigo principal.
El Brexit, el «Corbynismo» y Churchill
La «genialidad» de Chuchill, su opción por la guerra antifascista como forma de evitar una situación pre-revolucionaria y la guerra de clases «preventiva» en forma de bombardeos masivos sobre poblaciones obreras indefensas, no hacen de Churchill un «redentor», como le llama Mason, sino un campeón de los crímenes contra la Humanidad.
El «corbynismo» debe su éxito a haber sentido antes que ningún otro sector de la burguesía europea los primeros alientos de un posible nuevo despertar de la lucha de clases. Se dirigió directamente a la clase trabajadora, por su nombre, cuando el resto de la clase dominante británica se embrollaba alrededor del Brexit.
Lo que Mason y la intelectualidad corbynista están diciendo ahora a la burguesía británica es que el bombardeo nacionalista no basta en medio de la reconfiguración de las estrategias imperialistas de EEUU, Alemania y Francia que el propio Brexit ha acelerado. Que el peligro de un conflicto está siempre presente en «la dinámica del sistema de clases» y que la orientación bélicista a la que se ve abocada la burguesía británica tiene que tenerlas en cuenta.
Para eso Mason, Corbyn y el Labour, proponen volver a ese espíritu antifascista de Churchill: construyendo la unidad nacional para la burguesía en nombre de los intereses del trabajo, «manteniendo bajo control el radicalismo de la clase trabajadora» y vigilando con ojo atento y sin olvidar que los movimientos de clase son su enemigo último aunque se produzcan en territorio de un imperialismo contrario.