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El confinamiento y los límites de la «Justicia social»

29/03/2020 | Actualidad

Mientras las cifras de muertos y contagios siguen subiendo, el presidente español, Sánchez, que hizo de «la justicia social» bandera durante las últimas elecciones, anunció anoche el cierre de la producción no esencial... aunque solo durante ocho días y bajo la forma de un «permiso» recuperable en horas extra por la empresa. En Italia, el decreto «cerrar Italia» que prometia hace una semana parar la actividad productiva no esencial para frenar la propagación de la epidemia de una vez, mantuvo abiertas a la hora de su aplicación el 40% de las actividades productivas, que emplean a 10 millones de trabajadores. En Argentina, los sindicatos peronistas, es decir «justicialistas», se retratan presionando, de la mano de la patronal, para «flexibilizar» el confinamiento y retomar labores productivas. ¿Hasta dónde llega la «Justicia social»?

La «Justicia social» es un término engañoso desde su origen: la «doctrina social» de la iglesia católica que intentó, a partir de conceptos de la Teología feudal articular su propia versión del «armonismo» social. Se trata de la idea de que son posibles medidas que eviten «abolir a la par los dos extremos, capital y trabajo asalariado, atenuando su antítesis y convertiéndola en armonía».

La consigna del armonismo, «nadie pierde derechos, todas las partes ceden, empresarios y trabajadores se sacrifican por el bien común», es la promesa mil veces repetida primero por la pequeña burguesía «socialdemócrata» del XIX, luego seguida por los sindicatos amarillos -llamados así por el color de la bandera papal- y adoptada finalmente como «programa social» por el fascismo, el falangismo y el peronismo -que por eso se titula «justicialista».

El «bien común» suena bien, pero cuando se plantea llegar a un equilibrio entre las necesidades humanas universales y el interés del capital por mantener la ‎acumulación‎. ¿Qué cesión es posible? El nuevo decreto del gobierno español viene a plantear que los trabajadores reducen riesgo de contagio durante 9 días si las empresas no tienen que pagar por las horas no trabajadas. Eso suena más bien a que unos sacrifican el salario de una baja involuntaria -es decir, la forma de satisfacer las necesidades básicas de las familias trabajadoras- a cambio de que las empresas no pierdan dinero.

La misma lógica engañosa aplica a la determinación de sectores: la minería, la metalurgia, la industria química no relacionada con suministros médicos, el vidrio no relacionado con alimentación ni sanidad, la producción aeroespacial o la industria de defensa son, entre otras, consideradas esenciales. ¿Fabricar aviones o tanquetas es producción esencial? ¿Esencial para qué? Es esencial al mantenimiento de los grandes capitales nacionales... pero no a la lucha contra la propagación. Al contrario, todos estos sectores se caracterizan por producir en fábricas de cierta escala. Fábricas que, como todas las concentraciones de personas, son focos potenciales de contagio a los que centenares de miles de personas van y vuelven cada día desde sus casas.

El capitalismo es definitivamente un mundo al revés y la «justicia social» la expresión más cínica de su absurdo. Reducir los contagios cerrando las fábricas se presenta como un interés particular de los trabajadores, mientras que evitar mayores daños al dividendo de las empresas sería el «bien común». El sacrificio «común» es así, siempre y en cualquier caso, el de los trabajadores: unos «recuperando» horas cuando la crisis sanitaria amaine, otros yendo a trabajar porque su trabajo es esencial... para que no sufra la rentabilidad media del capital nacional.

En Italia estallan diariamente nuevas huelgas para exigir el cierre de la producción no esencial más allá de los amplísimos límites del gobierno Conte que también considera esencial, por ejemplo, la producción de armamentos... que está en huelga. Son realmente huelgas contra una «justicia social» que es tan inhumana como imposible es armonizar salvar inversiones y salvar vidas haciendo más efectivo el confinamiento y garantizando al mismo tiempo la satisfacción de las necesidades básicas de todos. La primera, no contagiarse ni contagiar a otros, con una enfermedad potencialmente mortal.