El Comunismo Icariano
La Liga de los Comunistas y su Manifiesto de 1848 fueron un momento fundamental en el proceso de constitución de los trabajadores como clase. Sin embargo la Liga no fue, y difícilmente podía haber sido, la primera ni la más numerosa de las expresiones políticas del proletariado que se estaba formando. El «comunismo icariano», con todas sus debilidades políticas, fue en realidad el primer gran partido obrero y su experiencia -que va mucho más allá de la de las colonias en EEUU- todavía puede enseñarnos algunas cosas.
Etienne Cabet
La biografía y evolución de Cabet refleja bastante bien las inquietudes de un proletariado que tiene todavía las formas artesanales encima, que ha sido parte del ala izquierda de la burguesía en las grandes revoluciones de 1789 y 1830 y que se ve abocado a afirmarse por sí mismo como clase. Lo que implica desarrollar un programa propio y reinterpretar las revoluciones burguesas del medio siglo anterior.
Tras participar activamente en la revolución de 1830, Cabet ocupa un cargo público del que debe dimitir por sus ideas excesivamente democráticas y es elegido diputado por la Côte d’Or para, en 1834, tener que exiliarse a Gran Bretaña.
Allí se forma filosóficamente y madura su pensamiento. Estudia a los filósofos de los siglos XVI, XVII y XVIII: Maquiavelo, Descartes, Hobbes, Locke, Leibniz, Montesquieu, Diderot, Voltaire, Rousseau, Mably, Filangieri, Bernardin de Saint-Pierre, Beccaria, Jean Baptiste René, Robinet… Descubre a Adam Smith, y sobre La Riqueza de las Naciones anota que la atención pública en la sociedad civil debe ser llevada a la educación. Bebe también de las fuentes de Owen, a quien critica por no tener un plan de organización social.
En su firmeza sobre la importancia de los principios de la Revolución Francesa, sostiene que el ideal de comunismo no debe nada a la Conjura de los Iguales, encabezada por Buonarroti y Babeuf aunque, todavía en Londres frecuenta a los neo-babouvistas. Frente a ellos reivindica a Robespierre y rechaza a Babeuf, pero a partir de los textos de Tomás Moro reflexiona sobre la igualdad llegando a la conclusión de que la comunidad de bienes resuelve los problemas económicos, políticos y sociales. Todo indica que su texto fundamental, Voyage en Icarie está escrito en oposición al programa político babouvista.
Voyage en Icarie
Voyage en Icarie toma la forma de novela porque quiere dirigirse a las mujeres obreras. La mayoría están en alfabetización o escuchan la novela leída por una lectrice mientras trabajan. El objetivo de Cabet es feminizar el naciente movimiento comunista y hacer familiar el debate político en los talleres domésticos.
En la novela los detalles de la vida en Icaria están descritos no como elementos programáticos sino como bases de la organización social cotidiana, prestando atención al urbanismo, los medios de transporte, el sistema de propiedad de la vivienda, la ausencia de moneda, los ritmos de la vida cotidiana, la cultura de los picnics, la alimentación, los usos lectores, las relaciones amorosas… El objetivo principal de la obra es determinar las disposiciones políticas para que los ciudadanos puedan emprender un viaje hacia un nuevo conjunto de objetivos sociales y políticos.
En cuanto a la forma de gobierno, Icaria es una república democrática que une el funcionamiento de una democracia representativa en lo nacional y una democracia directa en el ámbito local asentada sobre dos instituciones: la Asamblea Nacional y las Asambleas Populares en las que participan la totalidad de los ciudadanos. Su nombre no deriva del mítico Ícaro, sino de Icar, un líder que dirigió una dictadura revolucionaria durante la transición entre el viejo sistema de clases y el establecimiento de la sociedad como una comunidad.
En 1838 se imprimen las primeras copias del Viaje a Icaria y Cabet las envía a varios colegas para su contraste. Favorable, d’Argenson responde que la novela sienta las bases de la civilización futura. Arago en tono hostil responde que una buena memoria sobre la organización del trabajo sería más útil que todos sus viajes.
Cómo Cabet fue ganado para el movimiento obrero... pero no para su proyecto revolucionario
En 1839 Cabet se instala de nuevo en París: su prioridad, reencontrar una posición en el partido Republicano (o lo que para entonces queda de él). Concibe un plan para su reorganización, que será la formación de un gran comité público y la compra del periódico Le National para convertirlo en el órgano oficial de los demócratas. Se sigue pensando como ala izquierda de la revolución pasada.
Consulta a Arago y Lamennais para obtener su apoyo, pero Arago lanza una gran asociación para la reforma electoral a la que Cabet no es invitado. Cabet pide autorización al Consejo Real de Instrucción Pública para abrir un curso de Historia Universal sustentada en la legislación y la Filosofía. Recibe una notificación desfavorable del inspector y su situación se torna complicada: arrastra una deuda considerable a causa de su etapa en el exilio, no tiene perspectivas políticas ni trabajo.
Se dedica entonces a la publicación de su Historia popular de la Revolución Francesa y reescribe las páginas dedicadas a Babeuf: en últimas, no es ya más el inventor del comunismo y la decisión de intentar una insurrección en 1796 fue un error. Invocar su nombre como mártir de la democracia es contrario a los intereses del Pueblo. Recibirá por estas líneas vivos ataques de los militantes babouvistas.
En el ambiente político del momento, tenemos un frente en torno al periódico Journal du Peuple -Arago, Lamennais, Garnier-Pagés- haciendo campaña por la reforma electoral y la extensión del sufragio a las clases populares. Incluyen la mejora de las condiciones de los obreros y una legislación real sobre la organización del trabajo. Organizan actos por toda Francia a la que acuden miles de obreros.
Por otro lado, tenemos a Cabet en Le National. Será en esta época cuando el partido reformista y el partido babouvista se separen.
El babouvismo y sus nuevos seguidores toman el nombre de Comunistas. Algo que incomoda por igual a las autoridades y la mayoría de los republicanos, quienes miran cuanto menos con inquietud sus referencias revolucionarias. Pero la Historia de la Conspiración por la Igualdad de Buonarroti pasa a ser el vademecum de todos los nuevos militantes revolucionarios.
El articulo de Thoré sobre el babouvismo para el Diccionario político desencadena un nuevo y definitivo enfrentamiento entre reformistas y babouvistas al atacar a todos los que aspiran a «encadenar la actividad humana y el progreso», defendiendo la imposición legal mediante la violencia y la dictadura revolucionaria.
Este es el momento que escoge Cabet para publicar el Viaje a Icaria. Estamos en 1840 y aparece bajo el título de: Viaje y aventuras de Lord William Carisdall en Icaria traducidas del inglés Francis Adams por Th. Dufruit en un intento de pasar desapercibido ante sus oponentes teóricos.
Difunde los primeros ejemplares entre militantes obreros. Hasta entonces, el único comunismo era el de Babeuf y por primera vez el sistema de la Communauté se expone en un largo desarrollo rechazando toda filiación con la tradición golpista. Los elementos básicos de Cabet serán Fraternidad, Igualdad y Felicidad Común.
Entendemos que la democracia no es solamente una forma política, lo que nosotros queremos sobre todo es una organización social donde la cosa pública pertenece a todos y beneficia igualmente a todos.
Una serie de huelgas por todo el país, y un atentado fallido contra el Rey generan un clima de tensión que lleva a las autoridades de gobierno a atribuir la responsabilidad de los sucesos violentos por igual a obreros reformistas y bauvistas.
Cabet se reafirma sobre la democracia reivindicando los principios de la Revolución Francesa: soberanía del pueblo, libertad, igualdad y fraternidad. Anuncia un programa para la organización de una sociedad sobre estos principios. Define su línea política: Soy reformista más que revolucionario; soy ante todo demócrata, y añade, más no soy hébertista ni babouvista. Comienza la publicación de un nuevo periódico, Le Populaire con el proyecto de reunir a todas las firmas comunistas e imponer una dirección única.
Le Populaire será demócrata, reformista y, sobre todo, comunista en los términos que se entendía en la época. Defenderá la Communauté -la propiedad colectiva de los bienes de producción- pidiendo a la opinión pública su establecimiento con un régimen transitorio y preparatorio.
La justicia, la moral, la tolerancia, la fraternidad, serán las guías filosóficas. El periódico como proyecto apunta a dos ámbitos, el político y el social. En este último Cabet trata las cuestiones sobre la organización del trabajo, los salarios, las asociaciones de obreros, las coaliciones, el movimiento obrero en todas sus formas.
El periódico es para Cabet el medio para conquistar a la opinión pública. Un trabajo de propaganda para asociar la utopía a la realidad. Topa con el rechazo de monárquicos y fourieristas. Para los fourieristas el triunfo del comunismo hará retroceder a la sociedad a la barbarie y los principios de igualdad y comunidad prepararán una división social que conducirá a la anarquía. Tanto el Journal du Peuple como Le National mostrarán una indiferencia total sin tan siquiera comentar la aparición del nuevo periódico.
El nacimiento del partido comunista icariano
Durante 1841 tiene lugar un debate público entre Le Populaire y Le National sobre una cuestión teórica: el comunismo pacífico. Cabet alcanza en esta batalla el reconocimiento de los principales periódicos que lo presentan como un hombre honesto, lúcido, con un estilo popular y consciente civismo que le convierten en un hombre de bien. Solo uno de los fundadores de Le National lanza soflamas en su contra acusándole, entre otras cosas, de moroso.
Sin embargo, el balance de la polémica será positivo para Cabet, le confiere notoriedad pública y le permite reconquistar la simpatía de gran parte de los reformistas, fourieristas y de miles de obreros. También en este año, Cabet publica un manifiesto contra la violencia como recurso, la posesión de armas, los periódicos clandestinos, las sociedades secretas y los mismísimos banquetes, forma original del mítin heredada de los clubs de 1789. Una declaración de guerra a los comunistas neo-babouvistas.
Defiende que el comunismo babouvista está inserto en el proyecto de agravar el antagonismo social, la discordia y el odio de clases. Lo contrario a una propuesta alternativa de reconciliación y pacificación de Francia. La unión de todos los ciudadanos es la única opción acorde al espíritu republicano.
El que había sido editor junto a Cabet en Le Populaire, Dezamy, a la vista de esta proclama rompe con Cabet e inicia una revista semanal Code de la Communauté dedicada a atacar a Cabet y poner en cuestión los fundamentos del sistema icariano basándose en las teorías de Babeuf: Abolición de la propiedad individual, destrucción de las ciudades, vaciamiento de los campos y la reagrupación de todo el mundo en comunas de 10 mil habitantes.
A pesar del hostigamiento continuo, la autoridad e influencia creciente de Cabet no disminuye. En septiembre de 1842 organiza una asamblea general de socios de Le Populaire. Es el verdadero momento fundacional de un nuevo partido. El primer partido obrero.
Como los neobabouvistas empiezan a llamarse a si mismos comunistas, los icarianos empiezan a llamarse a si mismos comunistas icarianos y se muestran a favor de los principios recogidos en la primera página del Viaje a Icaria y que incluyen la famosa frase definitoria del objetivo comunista:
De cada cual según sus fortalezas, a cada cual según sus necesidades:
Para finales de 1842, la mayor parte de los comunistas de Francia son icarianos. La diferencia más clara y remarcada con los neo-babouvistas es el rechazo constante de la violencia y el golpe de estado. En 1841 Le Populaire recuerda a los simpatizantes icarianos:
¡Sed hombres de principios antes que revolucionarios! No busquéis vuestra fuerza más que en la discusión, en la capacidad para convencer a otros, en la opinión pública, en la voluntad nacional.
A lo largo de los años se repite el mensaje para diferenciarse de los comunistas que...
rechazan la idea del sistema desarrollado en el Viaje a Icaria, es decir de la soberanía del Pueblo, de la igualdad, de la fraternidad, del matrimonio, de la familia, de la regeneración social por la discusión, por la persuasión, por la potencia de la opinión pública.
El comunismo icariano
El comunismo icariano es una red, un movimiento, una ceremoniosidad, un partido, una nueva forma de organización militante al mismo tiempo política y social. Periódico y folletos circulan entre los artesanos y obreros, se comparten, se copian, se leen en las largas jornadas de trabajo doméstico. Son ante todo una herramienta para el proselitismo. La estrategia de Cabet, se basa en ganar más adhesiones y mantener la movilización y las donaciones entre sus simpatizantes.
Hay que tener presente la competencia que existe por los lectores entre el marasmo de periódicos democráticos y republicanos. El precio de las suscripciones iguala al de la cesta de productos básicos en un momento económico duro para los trabajadores. Cabet decide establecer una única suscripción mensual, más cara y editar un almanaque. La combinación de ambas medidas le permite ampliar la base social, multiplicando su alcance.
Bajo el pretexto de distribuir legalmente un periódico y folletos, los comunistas icarianos crean un movimiento intelectual y político formidable por su cohesión.
Entre 1839 y 1848 Cabet vive sin duda su mejor época. Organiza a sus militantes en círculos concéntricos, donde él está en el mismo centro, ejerciendo un control absoluto que le permite mantener una ortodoxia doctrinal rigurosa aunque no persiga un partido homogéneo.
El mundo de los comunistas icarianos que Cabet organiza es complejo, caracterizado por sus matices, muy marcado por la personalidad de las comunidades que organiza: más o menos masculinas, más o menos familiares o festivas, más místicas o más reivindicativas en función de las historias y tradiciones locales, más igualitarios o más paternalistas según las regiones.
Del total de los icarianos, un tercio están en París. Sin embargo, la presencia física de Cabet en la capital no genera dependencias. Se organizan en 4 o 5 niveles de compromiso y responsabilidad política. Los hombres del primer círculo, casi todos obreros, constituyen el entorno más cercano de Cabet. A fuerza de frecuentarle, de tomar la palabra en público, adquieren nuevas capacidades que potencian su influencia intelectual, moral y política.
Uno de los más célebres entre los trabajadores comunistas es Martin Nadaud. Casi analfabeto cuando conoce a Cabet, llegará a ser colaborador en Le Populaire y diputado por Creuse. Será él quien quede al frente del movimiento icariano cuando Cabet parta definitivamente a América. Nadaud será también el autor en 1841 de la carta que circulará entre los obreros de las fábricas de París. El otro gran apoyo de Cabet será el sastre Firmir Favard.
En aquel momento los icarianos no solo son mayoritarios entre los que se llaman a sí mismos comunistas, son también el mayor movimiento demócrata-radical de Europa y el primer partido obrero del continente.
Su forma de organización no se parece ni a los clubs de la revolución francesa ni a la de los partidos socialdemócratas que nacerán con el telégrafo más de veinte años después. Los icarianos se cuentan por suscriptores de Le Populaire. Alrededor suya, los redactores forman el núcleo ideológico, los más de mil accionistas -obreros cualificados y urbanitas en su inmensa mayoría- forman la estructura de organización y los suscriptores, más numerosos y menos cualificados, un entorno comprometido de simpatizantes que participan en banquetes y difunden el punto de vista icariano.
El conjunto, que en su capa exterior incluye a los diez mil compradores del Almanaque icariano, es diverso, en su mayoría proletariado agrícola y campesinado proletarizado en pequeños pueblos y capitales comarcales, con muchos matices en cada lugar y con liderazgos fuertes en cada ciudad de provincias.
En esta época de cambios y revueltas sociales no es de extrañar que conozcamos mucho del funcionamiento de los grupos organizados a causa de los informes de investigación policial de la época. Una de ellas, detalla la organización de los icarianos:
Cabet tiene las cualidades del creador de una religión: paciencia y tenacidad. Mientras su periódico, destinado a las fábricas y reuniones de obreros, entre otros, es extenso y vehemente, sus cartas son breves, concisas y moderadas.
El jefe de policía que realiza la investigación elabora una lista de los principales agentes de propaganda del comunismo icariano en la que identifica más de 300 nombres y registra corresponsales en España, Suiza, Londres y 67 departamentos franceses. Determina también la profesión de cerca de 200, de los cuales, más de 120 son obreros. Pero deja fuera uno de los pilares más robustos del movimiento: las mujeres obreras, sin las cuales el comunismo icariano nunca hubiera superado los 10.000 miembros organizados.
Las mujeres obreras, el comunismo icariano y las colonias americanas
Y es que el número de suscriptores, llamativamente grandes para la época, se explican por la presencia masiva de mujeres. Cabet insiste una y otra vez en la igualdad de derechos entre sexos afirmando la igualdad de sus inteligencias y que las mujeres no existen para estar al servicio de los varones como una suerte de esclavas del despotismo del hombre. Su Viaje a Icaria ya había tomado la forma de una novela de aventuras para llegar al público femenino obrero que se beneficiaba de las campañas de alfabetización del propio movimiento.
Con ellas el comunismo icariano descubre una nueva forma de actividad política pública: los picnics dominicales. Miles de hombres, mujeres y niños se reúnen en espacios abiertos por toda Francia para comer juntos, cantar, bailar, discutir, elevar cometas, disfrutar de los juegos de prado… Es esa experiencia, esta exaltación de la familia en comunidad, la que hace a la idea de una sociedad organizada como comunidad creíble. Es un pequeño adelanto de la vida comunista, un ejercicio moral.
Es en los picnics donde Icaria deja de ser un modelo literario para convertirse en un sueño cercano. La torpeza de la represión, alentada por la agresividad de los medios conservadores irá poco a poco convirtiendo el qué bueno sería si tuviésemos una pequeña Icaria en estos momentos, en una corriente que quiere dar el salto a la realidad de un Icaria aquí y ahora.
Uno de los folletos que se reeditan entonces es La mujer en la sociedad actual y la mujer en la comunidad, publicado inicialmente en 1841, en el que se afirma que la mujer es igual al hombre en inteligencia y derechos, que no puede haber subordinación entre los dos sexos, y que el sistema de dominación masculina es pernicioso para toda la sociedad. El principio fundamental de la Comunidad, declara, es la fraternidad ente el hombre y la mujer. La Comunidad, añade, será el paraíso de las mujeres.
Y las mujeres obreras serán un pilar fundamental en el asentamiento de comunismo icariano. Los icarianos comienzan a sentirse una gran familia organizada, son cada vez más los que se sienten un pueblo y empiezan a pensar que la emigración para construir su propia comunidad es una alternativa más segura que la revolución que se acerca.
¿No ha insistido el mismo Cabet en que su lugar está en lo constructivo más que en la batalla política? Cada vez más se marca la separación entre el deseo de ver Icaria materializada y el sueño, nunca tan satisfactorio, de una república social para Francia en la que esperan poder defender la idea de Comunidad libre y abiertamente.
Es este sector el que anima por medio del exiliado polaco Louis Krolikowski a Cabet a retomar su interpretación irreligiosa de las ideas de Jesús de Nazaret como un comunitarismo. Al presentar a Jesús no como una figura divina sino como un líder de los trabajadores, el Verdadero Cristianismo causa pánico a los censores y los aparatos de la inteligencia del régimen. Se dan cuenta de que puede ser verdadera pólvora en los barrios obreros.
Pero en realidad no refleja como ellos creen una nueva línea proselitista orientada hacia los trabajadores menos cualificados. Lo que está ocurriendo es que los icarianos de base están impulsando nuevas metáforas. Pocos se atreven a decirlo abiertamente, pero cada vez son más los que ven a Francia como el Egipto bíblico y su futuro como un éxodo encabezado por Cabet.
Cabet y la dirección icariana no quieren transitar ese camino. Rechazan la puesta en marcha de comunidades igualitarias de pequeña escala. El mismo Viaje a Icaria condena a los fourieristas y a su propio amigo David Owen con un párrafo contundente:
¡Nada de comunidades parciales, pues el éxito no puede hacer bien y la caída, casi segura, haría siempre mucho mal! ¡Solo proselitismo y siempre proselitismo hasta que la masa adopte la comunidad!
Cabet nunca se decantará abiertamente, de hecho oscilará en los años siguientes para desesperación de sus seguidores tanto en Francia como en América, pero a partir de 1846 empieza a dar vía libre a la publicación de artículos que empiezan a expresar que las comunidades parciales, que es como Cabet llama a la organización de una economía igualitaria en pequeña escala, pueden ser posibles.
A partir de ahí los argumentos de la corriente que quiere abandonar Europa se despliegan: estas comunidades serían escuelas para la vida en común y lejos de competir con el proselitismo en Francia, reforzarían los argumentos de la propaganda política, etc.
Las aguas del Mar Rojo se estaban abriendo. La presión de la policía política sobre un movimiento pacífico y familiar, convertirá el camino abierto en una amplia alameda. En abril Cabet discute con los más cercanos un texto que se anunciará como la gran confidencia. El 9 de mayo de 1847, será publicada en las páginas finales de Le Populaire con el discreto título Confidence-Remède, pero se recordará por su llamamiento final, escrito es mayúsculas: Allons en Icarie!
La revolución de 1848 enfrentará al comunismo icariano con sus contradicciones. Los comunistas icarianos tendrán la oportunidad de tomar el poder aupados por los obreros armados de París. Lo rechazarán dejando vía libre a su propia represión.
Los partidarios de crear colonias mientras tanto, son estafados por el gobierno de Texas que les vende lotes inusables. Empiezan un verdadero via crucis de deudas y reasentamientos que acabará, medio siglo después con la agonía de su última comunidad en Corning, Iowa.
La crítica de Marx y Engels al Comunismo Icariano
Es muy interesante la relación de Marx con Cabet. En una carta a Ruge de 1843 toma a éste y a Weitling como las referencias concretas del comunismo que le han hecho ver el comunismo obrero como algo posible.
Por lo tanto, no estoy a favor de levantar ningún estandarte dogmático. Por el contrario, debemos ayudar a los dogmáticos a ver claro sus propias proposiciones. Así, el comunismo particularmente es una abstracción dogmática con relación a la cual, no obstante, no estoy pensando en un comunismo imaginario y posible, sino en un comunismo que de hecho existe, como aquel que profesan Cabet, Dézamy, Weitling, etc.
En La ideología alemana dedicará un capítulo entero a defender a Cabet de las tergiversaciones del verdadero socialismo alemán negando el carácter utópico del comunismo icariano. Para Marx, y para cualquiera que no quiera repetir las mismas barbaridades del izquierdismo alemán de hace 170 años, el comunismo icariano es el primer partido político obrero -insiste en casi una docena de ocasiones en ello- y también el primer partido en dotarse de un programa comunista digno de ese nombre. Todavía en el 65 reprochará a Proudhon
esa mentalidad de pequeño burgués, que le impulsa a atacar de un modo indigno, grosero, torpe, superficial y hasta injusto a un hombre como Cabet —merecedor de respeto por su actividad práctica en el movimiento del proletariado francés
Y es que no solo debemos a los icarianos la fórmula comunista, que luego parafraseará Marx en la Crítica del programa de Gotha de De cada cual según sus fuerzas, a cada cual según sus necesidades, hacen la primera enunciación de la relación directa con la producción y la concepción del comunismo como un sistema económico desmercantilizado y abundante, en el que se superan la división sexual e intelectual del trabajo y la oposición entre la ciudad y el campo.
En 1847 Marx y Engels todavía esperan que el Partido Comunista Icariano pueda tener una evolución revolucionaria, por eso tienen buen cuidado en el Manifiesto de no atacar a Cabet en el listado de comunistas crítico-utópicos, diferenciándolo de Owen y remarcando que no son lo mismo los icarianos que los epígonos de la colonias americanas que...
Continúan soñando con la experimentación de sus utopías sociales; con establecer falansterios aislados, crear home-colonies en sus países o fundar una pequeña Icaria, edición en dozavo de la nueva Jerusalén
Pero aunque los comunistas icarianos creen en un periodo de transición organizado desde el estado por una dictadura, su concepción de cómo se llega ahí es todavía democrática -y en algunos momentos, reformista.
Eso es lo que estalla en 1848: Cabet y la dirección icariana rehusan luchar por el poder. Desencantados, sus propios militantes abandonan la organización... solo para ser víctimas de la represión. El partido se desmorona y Cabet se convierte en un maldito para el proletariado francés consciente. Se refugiará en Inglaterra con Owen y acabará muriendo en las colonias icarianas americanas después de haberlas dinamitado políticamente.
Para los internacionalistas franceses, muchos de los cuales habían sido icarianos, es difícil pensar en una claudicación más miserable. Pero es que además, el tiempo empeora a Cabet conforme las debilidades del icarianismo se convierten en debilidades cruciales de todo el movimiento de clase.
En primer lugar la lucha contra el sectarismo bakuninista hace recordar a todos las formas organizativas icarianas, donde los círculos directivos se elegían por cooptación. Pero sobre todo, la Comuna, que plantea la cuestión del poder en toda su claridad será la que acabe de ensombrecer el recuerdo político del primer partido obrero.
Es entonces, y solo entonces, treinta años después, cuando Marx y Engels reconsideran retrospectivamente a Cabet dentro de las sectas que...
... palancas del movimiento en sus orígenes, lo obstaculizan en cuanto las sobrepasa; entonces se vuelven reaccionarias.
En 1872, precisamente en Las pretendidas escisiones en la Internacional, escriben
La primera etapa de la lucha del proletariado contra la burguesía se desarrolló bajo el signo del movimiento sectario. Este tiene su razón de ser en una época en que el proletariado no está aún suficientemente desarrollado para actuar como clase.
Pensadores individuales hacen la crítica de los antagonismos sociales y dan para ellos soluciones fantásticas que la masa de los obreros no tiene más que aceptar, propagar y poner en práctica. Por naturaleza, las sectas formadas por estos iniciadores son abstencionistas, extrañas a todo movimiento real, a la política, a las huelgas, a las coaliciones; en una palabra, a todo movimiento de conjunto.
La masa del proletariado se mantiene siempre indiferente o incluso hostil a su propaganda. Los obreros de París y de Lyon sentían tanto despego hacia los saint-simonianos, los fourieristas y los icarianos, como los cartistas y los tradeunionistas ingleses hacia los owenistas.
Estas sectas, palancas del movimiento en sus orígenes, lo obstaculizan en cuanto las sobrepasa; entonces se vuelven reaccionarias. Testimonio de esto dan las sectas de Francia y de Inglaterra y últimamente los lassalleanos en Alemania, los cuales, después de haber entorpecido durante años la organización del proletariado, han acabado por ser simples instrumentos de la policía.
En resumen, las sectas son la infancia del movimiento proletario, como la astrología y la alquimia son la infancia de la ciencia. Hasta que el proletariado no hubo superado esta fase, no fue posible la fundación de la Internacional.
El balance final lo hará en 1890 Engels, haciendo memoria del Manifiesto del 48 recordará a Weitling y Cabet como el primer movimiento obrero -es decir, lo opuesto al socialismo utópico- pero... utópico en tanto que sistema.
El sector obrero que, convencido de la insuficiencia y superficialidad de las meras conmociones políticas, reclamaba una radical transformación de la sociedad, se apellidaba comunista. Era un comunismo toscamente delineado, instintivo, vago, pero lo bastante pujante para engendrar dos sistemas utópicos: el icariano de Cabet en Francia y el de Weitling en Alemania.
En 1847, el socialismo designaba un movimiento burgués, el comunismo un movimiento obrero. El socialismo era, a lo menos en el continente, una doctrina presentable en los salones; el comunismo, todo lo contrario. Y como en nosotros era ya entonces firme la convicción de que la emancipación de los trabajadores sólo podía ser obra de la propia clase obrera, no podíamos dudar en la elección de título. Más tarde no se nos pasó nunca por las mentes tampoco modificarlo.