El comunismo es futuro... o no es
Momias, viejos carteles, estéticas y músicas. Los epígonos de la vieja contrarrevolución reducen una y otra vez el comunismo y su militancia a una nostalgia, un juego de rol de viejos desfiles y símbolos. Nada más ajeno ni distinto del ser comunista. La dialéctica materialista nos enseña que nada tiene opción de sobrevivir en el presente si no prefigura el futuro. Solo materializando el futuro, en contradicción abierta con un pasado capitalista que se proyecta más allá de su tiempo histórico a costa de descomponer a la sociedad entera, los trabajadores podemos hacernos presentes hoy.
El futuro en nuestra Historia
Esa era la perspectiva del propio Marx cuando decía que:
La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desborda la frase.
Carlos Marx. El 18 Brumario de Napoleón Bonaparte, 1852
En la mirada materialista y dialéctica, el futuro, la sociedad comunista, da forma al presente a través de la organización de la clase. Es ahí, en tanto que materialización consciente del mañana, ya presente en el ser de la clase universal, que los revolucionarios se convierten en tales. No va de aceptar un credo ni de compartir banderas o símbolos, se trata de hacer presente la universalidad y el proyecto desmercantilizador que el proletariado lleva en sí en sus necesidades y existencia dentro de la sociedad capitalista.
Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.
Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto Comunista, 1848
Es esa perspectiva de futuro y solo esa, la desmercantilización, el paso a una sociedad de abundancia, sin trabajo asalariado ni trabajo forzado por la necesidad, la que hace que algo, empezando por el propio movimiento de los trabajadores pueda ser considerado «socialista» o «comunista».
El objetivo final del socialismo es el único factor decisivo que distingue al movimiento socialdemócrata de la democracia y el radicalismo burgueses, el único factor que transforma la movilización obrera de conjunto de vano esfuerzo por reformar el orden capitalista, en lucha de clases contra ese orden, para suprimir ese orden.
Rosa Luxemburgo. Reforma y Revolución, 1900
Tanto es así, que es en relación con esa perspectiva que se define la existencia política de nuestra clase. Ni la clase ni el partido, en tanto que grupo más avanzado de la clase que batalla por su constitución como sujeto político, pueden existir más que como movimiento, como «tendencia a una finalidad». Finalidad que no es otra cosa que la eliminación de la mercancia y el estado, la instauración de una sociedad comunista.
El concepto de clase no debe pues suscitar en nosotros una imagen estática, sino una imagen dinámica. Cuando distinguimos una tendencia social, un movimiento hacia determinadas finalidades, podemos reconocer la existencia de una clase en el verdadero sentido de la palabra. Sin embargo, entonces existe, de manera substancial si no aún de manera formal, el partido de clase. Un partido vive cuando viven una doctrina y un método de acción. Un partido es una escuela de pensamiento político y, por consiguiente, una organización de lucha. El primero es un hecho de conciencia, el segundo es un hecho de voluntad, más precisamente, de tendencia a una finalidad. Sin estos dos caracteres nosotros no poseemos ni siquiera la definición de una clase. El frío registrador de datos puede, repitámoslo, constatar afinidades en las condiciones de vida de agrupamientos más o menos grandes, pero sin aquéllos ninguna huella se graba en el devenir de la historia.
Amadeo Bordiga. Partido y Clase, 1921
Y tan fuerte es esta tensión hacia el futuro en todo cuanto define a la clase, que la principal lección de la experiencia revolucionaria no se dio en el ámbito de lo hecho o en relación con lo materialmente conseguido en lo inmediato. Es la lógica con la que Marx mira a la Comuna de París para decirnos que «la gran medida social de la Comuna fue su propia existencia» y las medidas concretas tan solo una expresión de ella y sus circunstancias. Y es también la lógica desde la que Munis y Peret afirman, sacando balance de la oleada revolucionaria de 1917-37 que:
Sólo la desaparición de la ley mercantil del valor, basada toda ella en el trabajo asalariado, acarreará la extinción del Estado. Sin adentrarse en ésta desde el principio mismo de revolución, el Estado se transforma rápidamente en el organizador de la contrarrevolución.
Pro Segundo Manifiesto Comunista, 1961
Porque los comunistas, sean Marx, Engels, Luxemburgo, Lenin, Bordiga, Trotski, o Munis, siempre y únicamente han construido y juzgado exclusivamente desde y para el comunismo, esa etapa social:
Cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!
Carlos Marx. Crítica del programa de Gotha, 1875
El futuro es también un criterio moral
Una faceta importante de esta visión dialéctica según la cual el futuro condiciona el presente, es que genera una moral política y una ética individual muy diferentes a las del hooligan pintando de rojo que vemos por las redes. La ética del revolucionario es una ética de la abundancia y de la toma de conciencia.
El gran fin revolucionario rechaza, en cuanto medios, todos los procedimientos y métodos indignos que alzan a una parte de la clase obrera contra las otras; o que intentan hacer la dicha de las demás sin su propio concurso; o que reducen la confianza de las masas en ellas mismas y en su [auto]organización, sustituyendo tal cosa por la adoración de los «jefes». Por encima de todo, irreductiblemente, la moral revolucionaria condena el servilismo para con la burguesía y la altanería para con los trabajadores.
León Trotski. Su moral y la nuestra, 1939
El propio Trotski resume la larga perorata defensiva que es «Su moral y la nuestra», con un dicho popular casi poético y sin duda dialéctico: «es preciso sembrar un grano de trigo para cosechar una espiga de trigo». Los medios dan forma a las consecuciones y los fines. Y el único medio que lleva a un movimiento de clase a ser capaz de tomar el poder es el desarrollo de la conciencia de los trabajadores. No hay lugar para la complacencia porque no nos medimos frente a lo inmediato, nos medimos una y otra vez frente a un futuro que no acepta componendas ni atajos.
Es preciso romper tajantemente con tácticas e ideas muertas, decir a la clase obrera sin reticencias toda la verdad, rectificar sin duelo cuanto obstaculice el renacer de la revolución, proceda de Lenin, Trotsky o Marx mismo; [es preciso] adoptar un programa de reivindicaciones en consonancia con las máximas posibilidades de la técnica y la cultura moderna puestas al servicio de la Humanidad.
Pro Segundo Manifiesto Comunista, 1961