El coche eléctrico y qué significa para ti
En el año que entra todos los coches producidos por PSA en España serán ya eléctricos. A partir de 2021, la central de Volkswagen en Zwickau no producirá más coches con motor de explosión. La gran industria está apostándolo todo a una rápida transición hacia las energías limpias. Pero ¿es posible incluso técnicamente? ¿Puede acabar con la crisis económica? ¿Qué significará para las condiciones de vida de la gran mayoría social que formamos los trabajadores?
Son las mismas empresas que hace poco falsificaban los indicadores de contaminación de sus coches diésel y los estados que las apoyan los que ahora pretenden liderar un «movimiento» para «salvar al planeta» de los combustibles fósiles y la contaminación. Como era de esperar, este supuesto movimiento espontáneo no podía llegar en mejor momento, como anunciaba hace poco Toyota:
Cuando tengamos los juegos Olímpicos el año que viene [Tokyo 2020], nos gustaría asegurarnos de tener lista una batería en estado sólido para mostrarla al público
Tras todo el teatro apocalíptico se mueve una jugada de fondo tecnológica que lleva desarrollándose desde hace años. Desde su relativo fracaso con los coches híbridos, Toyota lleva invirtiendo en investigación pública y privada para desarrollar la tecnología electroquímica necesaria para hacer a los coches eléctricos más económicos que los convencionales. Y con Toyota las compañías europeas y chinas. Hoy en día, los coches eléctricos ya salen más baratos que los convencionales en costes totales gracias a sus bajos costes de mantenimiento para las flotas de vehículos con gran kilometraje, como los taxis, coches de policía y otros vehículos estatales. Es en los coches de bajo o medio kilometraje, que aún salen más caros que los convencionales, donde se juega el combate de capitales.
Además, los estados tienen previsto «forzar» la transición en ayuda a sus capitales nacionales. Noruega planea convertir el 100% del parque automovilístico a eléctrico o híbrido antes de 2025, y Holanda prohibir todos los coches que usen gasolina o diésel el mismo año. Alemania planea la prohibición de los coches con combustión interna (híbridos incluidos) para 2030, mientras que Francia y Gran Bretaña han colocado la meta en el 2040.
Sin embargo, el mercado más interesante para todos es China. La industria china tiene como objetivo vender al menos 4.6 millones de coches eléctricos a su mercado interno sólo en 2020, más del doble de las ventas mundiales de coches eléctricos en 2018. Toyota inició una enorme fusión de capitales entre compañías japonesas este año, principalmente para conseguir copar el mercado chino.
Aunque General Motors y Ford -además de Tesla- han intentado unirse a la fiebre del coche eléctrico, EEUU va muy a la zaga del resto de grandes potencias. El estado norteamericano, en lugar de apoyar a sus automovilísticas relaja sus límites de emisiones de carbono y atrasa en el tiempo sus fechas para la electrificación del transporte. En resumen, China lleva la delantera en la carrera hacia la conversión eléctrica, detrás van Europa y Japón y muy muy atrás un renqueante EEUU.
El santo grial electroquímico de la burguesía
El reto que queda en el camino para generalizar los coches eléctricos son sus baterías. No se trata sólo de una cuestión de costes o tecnológica, hay toda una jugada geostratégica detrás como veremos. Las baterías actuales no son lo suficientemente eficientes y duran demasiado poco para ser aplicables a vehículos de uso general, pero eso está cambiando.
No por nada recibieron este año el premio Nobel de química los inventores de las baterías de litio, su invención está en el centro de la cuestión eléctrica, pero no es suficiente. Las baterías de litio actuales, que se pueden encontrar en el móvil o en el coche, tienen serias limitaciones estructurales. Tienden a sobrecalentarse -lo que puede hacerlas arder-, acumulan «dendritas» -hilos de litio metálico que acaban extendiéndose del ánodo al cátodo de la batería y la cortocircuitan- y dependen de metales escasos. Todo esto puede solucionarse en teoría haciendo algo inaudito en química, eliminando el medio líquido y haciendo correr los iones de litio por dentro de un cristal sintético. Sería como hacer pasar agua por un cristal, no se trata de hacer correr los iones por las fisuras de un sólido, sino de hacerlos atravesar directamente la red cristalina como si fuese un líquido.
Una batería en estado sólido. Como ya anunciaban arriba con una hipotética demostración en 2020, los japoneses llevan la delantera en colaboración con los europeos. Los granates sintéticos permiten un mucho mayor flujo iónico así como tiempos de carga mucho menores, los iones de litio se moverían «rodando» por dentro del cristal en la dirección que toque según se esté cargando o usando la batería.
Un punto importante es que ya no serían necesarios ni el coltán de Congo ni tierras raras monopolizables por terceros países -principalmente China. Porque los intereses geoestratégicos también juegan un papel tan esencial hoy en día como lo jugaban en los tiempos de la Alemania de las dos guerras mundiales. El dejar de ser dependientes de los países productores de petróleo es un interés prácticamente explícito por la parte de Europa y China, así como dejar de depender de los productores de cobalto y otros metales escasos. Y la jugada no se limita a los coches eléctricos.
El segundo frente de desarrollo es la energía solar, gran candidata para la generalización de la energía renovable. La energía eólica ya llega a sus límites mecánicos, pero aún le queda mucho camino a la química de las placas solares. Hoy en día las placas solares comerciales son toscas y contaminantes, pero aún así, han conseguido bajar los precios por kilovatio-hora espectacularmente, incluso por debajo del resto de energías en Alemania
Pero el problema con la energía solar actual no es sólo lo contaminante que es -algo que también ocurre con las baterías de litio convencionales-, sino que requiere metales escasos monopolizables por ciertos países productores. Sin embargo, existe toda una serie de configuraciones químicas en pleno desarrollo -las Perovskitas- que permiten producción fotovoltaica con una eficiencia cada vez más cercana a la de las mejores placas convencionales pero sin depender de metal escaso en absoluto. Es más, son fabricables con minerales que se pueden encontrar en cualquier país y se pueden fabricar en láminas finas que podrían recubrir ventanas y edificios.
El futuro inmediato pasa, evidentemente, por la unión entre baterías y fotovoltaica. El gobierno de la ciudad de Los Ángeles, California, aprobará la construcción de un gran parque solar respaldado por una de las baterías más grandes del mundo. Proporcionaría el 7% de la electricidad de la ciudad a partir de 2023 a un costo de 1.997 centavos por kilovatio-hora (kWh) para la energía solar y 1.3 centavos por kWh para la batería. Eso es más barato que la energía generada con cualquier combustible fósil.
El motor de todo ésto
Suena bien, ¿verdad? Nos libraríamos de buena parte de la contaminación, el mantenimiento de los coches sería menos costoso, desaparecería el ruido más inhumano de las grandes ciudades... Pero no nos engañemos, lo que impulsa toda esta transformación no es ni el cambio tecnológico ni la «emergencia climática».
La tecnología es puramente instrumental y se desarrolla no por el genio de investigadores solitarios sino por la demanda y las inversiones de capital interesado. Y si la tecnología es instrumental, la ideología aún más. Los discursos apocalípticos son herramientas para imponernos sacrificios en pos del «bien común», es decir, la acumulación de capital. Se trata de presentar una situación de excepción y alarma que justifique los recortes y el sometimiento de la clase trabajadora en un esfuerzo combinado por producir nuevos destinos rentables para el capital ficticio y especulativo para que pueda evadir -temporalmente- la tendencia a la crisis.
El capitalismo es un sistema de explotación de una clase por otra. Su objetivo no es producir coches y, menos aún, salvaguardar el clima. Su único objetivo es producir y aumentar a cada ciclo la explotación incrementando el capital. Bajo la promesa de verdes y utópicos paisajes urbanos modelados digitalmente, de silenciosos coches eléctricos no contaminantes, está como siempre la punzante realidad de la lucha de clases. Toda esa renovación global de infraestructuras energéticas, de transporte y de producción industrial que imaginan capaz de «reiniciar» el ciclo global del capital, no es sino la mayor transferencia de rentas del trabajo al capital desde la Segunda Guerra Mundial. Y si no lo fuera no conseguiría lo que pretende.