El Chile de Allende
¿Hubo alguna vez una vía chilena al socialismo? ¿Qué fue la presidencia de Allende? Coincidiendo con el 47º aniversario del golpe militar, recuperamos y publicamos en nuestro archivo las publicaciones del FOR sobre Chile durante aquellos años.
El significado histórico del triunfo electoral del Allende
En las elecciones presidenciales de septiembre de 1970 Allende, a la cabeza de la candidatura de la Unión Popular -articulada en torno a la alianza del partido stalinista y la Democracia Cristiana- queda por delante de los dos candidatos conservadores. Tras una serie de maniobras, el congreso finalmente le elige para el cargo. La situación es inédita y muy particular dentro del juego de la guerra fría. Es el momento en el que el PCI stalinista está sentando las bases de lo que después será la propuesta de Compromiso Histórico a la Democracia Cristiana italiana y que el PCE español, que desde el 56 venía proponiendo la reconciliación nacional con las bases sociales del franquismo y sus familias políticas, empieza a articular un tipo de discurso que luego llamará eurocomunista.
Por primera vez desde 1948 [los stalinistas] entran a un gobierno de la órbita americana y precisamente en el momento en que los partidos stalinistas de Europa occidental se desviven por presentarse como demócratas dignos de crédito y confianza por parte de otros demócratas capitalistas, en cuya compañía cuentan volver al poder.
Alarma, nº 15, Octubre 1970
El 15 de junio del año siguiente el parlamento chileno, por unanimidad, nacionaliza el cobre. Es el gran triunfo revolucionario del allendismo según la propaganda. Pero su sentido económico e histórico es más bien otro.
Con mayor netitud que en otros paises de América Latina, Asia y África, está destacándose en Chile la tendencia del sistema social existente hacia el capitalismo de Estado. Es una función nueva de lo que se ha llamado en el movimiento revolucionario ley de desarrollo desigual del capitalismo. Ella hace que, en medio de economías atrasadísimas, a veces en etapa pre-capitalista, medieval o semi-patriarcal, aparezcan algunos centros industriales modernísimos. Mas la gran industria moderna requiere medios financieros y técnicos tan grandes que no están al alcance de ninguna burguesía nacional en los mencionados países. Únicamente el Estado, concentrando en sí toda o la mayoria de la riqueza, puede hacer inversiones de la magnitud exigida e imponer las coerciones políticas y económicas indispensables para forzar la productividad obrera. La política de nacionalizaciones es pues expresión de las tendencias más centralizadoras del capitalismo, aquellas que intentan realizar la función cumplida por los grandes trusts internacionales en los países avanzados. La rivalidad entre Bloques militares propicia la aparición de tales tendencias. No otra cosa representa el gobierno de Allende.
La presencia en él de ministros stalinistas y el apoyo crítico de los pro-chinos (MIR) corrobora lo dicho. Es probable que la tentativa fracase, más que por la oposición de las tendencias de capitalismo individual, por la hostilidad de las masas trabajadoras que ya están sufriendo las consecuencias de la iniciada concentración del capital. El capitalismo es ya reaccionario globalmente, por mucho que modernice e industrialice países atrasados y países avanzados sin distinción. No se trata de desarrollarlo en ninguna forma, sino acabar con él. La producción, la distribución, el poder político y las armas deben pasar a la clase trabajadora, que no creará una sola fábrica sino para aumentar el consumo disminuyendo el tiempo de trabajo; y aparecerá entonces una industrialización incomparablemente mayor, que libera en lugar de aplastar al hombre.
Alarma, nº 21, 2º trimestre 1972
Porque lo cierto y verdad es que, desde sus primeros pasos, el principal mensaje del gobierno de la Unidad Popular había girado en torno a la intensificación de la disciplina en el trabajo, el aumento de la productividad y el control represivo de los movimientos de ocupaciones y expropiaciones.
Desde hace meses, el señor Allende y sus acólitos stalinistas hacen llamamiento tras llamamiento a la intensificación del trabajo y de la producción, al mismo tiempo que a la moderación en las reivindicaciones obreras. Les encolerizan particularmente las expropiaciones de tierras y de fábricas. Las expropiaciones que se hagan, pretenden, han de obedecer a un plan gubernamental. Dentro de la legalidad, Allende quiere organizar, él también, una Asamblea Popular.
Ese lenguaje y esos proyectos son mezcla del conocido lenguaje reaccionario sobre la necesidad de producir más para ganar más (Franco y sus lugartenientes lo han repetido hassta la saciedad) y de el de los neoreaccionarios con sede en Pekín y en Moscú. En efecto, las expropiaciones de fábricas y tierras, hechas por los trabajadores mismos, conceden a estos, acto seguido, la posibilidad de organizar la producción y la distribución de los productos bajo su propia gestión. Ahí empieza el socialismo. Por el contrario, obedeciendo a un plan gubernamental, ya no son otra cosa que expropiaciones de un burgués, de un terrateniente, de una sociedad anónima o de un trust, por el representante supremo del capitalismo, el Estado. Para los obreros y los trabajadores de la tierra, esta última operación no representa sino el paso de un patrón a otro, igual que si la fábrica o la tierra en que trabajan hubiese sido vendida a un capitalista mucho mas fuerte. Y es ley invariable que el crecimiento y la concentración del capital agravan la situación de dependencia de los asalariados.
Alarma, nº 19, Octubre 1971
Eso no quita que la lucha entre derecha e izquierda o que el odio furibundo de la pequeña burguesía y sectores del ejército no fueran reales. Tampoco que EEUU se mantuviera al margen. Solo le quita cualquier sentido de clase.
El conflicto entre la derecha tradicional y la coalición gobernante no es un conflicto entre explotados y explotadores. Disputan entre si tan sólo por lo que cada bando cree ser la mejor organización y representatividad del capitalismo nacional. Desde que se encuentra en el poder, la coalición populista ha ido confirmando nuestra afirmación, de manera trágica para las masas trabajadoras chilenas. La transición legal hacia lo que Allende con sus stalinistas y sus cristianos llama socialismo, es una derivación del capitalismo privado hacia el capitalismo estatal.
En las industrias nacionalizadas los obreros representan tan poco ahora como antes; ahora como antes se les pide, se les impone siempre que resisten, producir más y reivindicar lo menos posible. La dirección de las industrias estatizadas es confiada en numerosos casos a jefes superiores del ejército, y eso desde antes de que Allende le confiase el mantenimiento del orden y abriese a varios generales las puertas de su gobierno. Según noticias de fines de Enero, el mismo ejército se ocupará en lo sucesivo de la lucha contra el mercado negro y aconsejará al gobierno en asuntos económicos (Le Monde 23—1). El ejército por todas partes, como en plena reacción. Él y la policía han disparado en múltiples casos contra huelguistas industriales y agricolas, así como contra invasores de latifundios. Y mientras los gobernantes hacen a los trabajadores el chantaje de la lucha anti-imperialista en nombre de la cual les piden continuamente sacrificios, el imperialismo americano remite armas al ejército chileno. Será este, en última instancia, el que decida si se llega hasta un capitalismo de Estado más o menos completo o mixto de capitalismo privado. La garantía que él representa, tanto para el gobierno como para Washington, es, de todo en todo una garantía contra la acción revolucionaria de los trabajadores. [...] Mientras las masas no vean en el gobierno Allende un enemigo de clase y en el ejército una institución a disolver, estarán a merced de ambos y la situación no tendrá punto de comparación con la de España en 1936.
Alarma, nº 24, 1er trimestre 1973
El apoyo de la Rusia stalinista, la Cuba castrista y todo el bloque del Este, incluso la China maoista, que ya lo había abandonado, ni era inocente ni nada tenía que ver con el comunismo.
El comunismo como movimiento es una lucha por romper la esclavitud salarial. Nada en absoluto tiene de común con cualquier proyecto de reorganización del capital y del salariato dentro de un país o en el mundo. Cierto, la impostura stalinista, la más vil y amenazante de todos los tiempos, sigue esforzándose en hacer pasar por socialismo el redoblamiento de la esclavitud salarial por el Estado patrono exclusivo. Así la expropiación de la burguesía y de los trusts se hace, no en beneficio del proletariado; de la sociedad, sino de un trust de trusts. La superchería es doble: por tal camino se lleva deliberadamente a término el proceso natural de concentración del capital, y mientras los trabajadores de un país no lo padezcan sobre sus costillas puede hacérseles creer que eso es el camino del socialismo. El lema inconfeso del stalinismo y sus compinches, helo aquí: ¡Viva el Estado patrono, legislador y polizonte absoluto! No otra era la meta de la Unidad Popular chilena.
Implicación importantísima, si no clave de dicha superchería: rinde pingües beneficios económicos, políticos y paramilitares al imperialismo del rublo frente al del dólar. Amparándose en ella ha penetrado Moscú en Asia, en África, en la zona petrolífera del Islam, en Cuba... y en la mente de numerosos intelectuales en todas partes. Eso ha desempeñado un papel considerable en el desenlace de la tragicomedia chilena. El imperialismo yankee no podía permitir que otro país americano, además de Cuba, se le fugase a la órbita rusa. Y por otra parte, ni Allende ni quienquiera, por muy prevenido que esté, podrá hoy despegar de la zona de Wall Street sin ser captado por la zona del Kremlin y a la inversa. Esa hazaña está reservada a la revolución proletaria, comunista de necesidad. No son las nacionalizaciones lo que verdaderamente espanta al gobierno estadounidense, sino, que, una vez efectuadas, pasen a depender comercial, técnica y estratégicamente del imperialismo ruso. Los militares no han andado remisos en declarar que mantendrían las nacionalizaciones de las compañías americanas decretadas por Allende.
«Chile: civiles y militares», Alarma, nº 26-27, 3º-4º trimestre de 1973
Tras el golpe del 11 de septiembre
Cuando finalmente el golpe militar se produzca, encontrará a los trabajadores desarmados, desmoralizados y desorganizados por el propio gobierno allendista. La represión más salvaje se pondrá en marcha sabedora de su impunidad total.
La represión contra los trabajadores industriales y agrícolas no la han empezado los militares. Existió siempre más o menos, la practicó desde su llegada al poder el gobierno Allende echando mano de los mismos militares además de la policía, y la junta de Pinochet la extrema y la extiende hasta la propia Unión Popular, donde se entreveran pseudo-socialistas, stalinistas y cristianos. Es la represión de la coalición allendista, su política general, la que explica la intervención del ejército y su criminal represión. En las últimas horas de su presidencia y de su vida, Allende incitó a los trabajadores a apoderarse de las fábricas y clamó por su ayuda frente al ejército. Era reconocer que después de tres años de gobierno suyo los trabajadores no tenían conquistas que defender. En efecto hasta entonces, era Allende quién recurría a ejército y policía para desalojarlos de fábricas, minas y tierras ocupadas. [...]
La motivación decisiva del ataque militar fué la desmoralización del proletariado, día a día ahondada por la política de Allende y compañía. El ejército sabía a ciencia cierta que los trabajadores no opondrían resistencia, no tanto por carecer de armas, cuanto por carecer a la sazón de combatividad. Destruidas las ilusiones del principio por la realidad gubernamental, no veían ya motivo verdadero ni imaginativo de lucha. Para lanzarse a la calle contra el ejército habría hecho falta que por lo menos una fracción importante del proletariado se hubiese organizado, meses antes, en tajante oposición revolucionaria a los falsarios de la Unidad Popular. Pero en ese caso, probablemente habría continuado la colusión social-militar-stalínísta, hasta el choque de ésta con la clase trabajadora en insurrección. Tal era la senda revolucionaria. No hay solidaridad sino ficticia con los trabajadores chilenos, sin mostrar que llevan responsabilidad decisiva en la ferocidad militar, en primer lugar quienes aplaudieron al gobierno Allende, en segundo sus sostenedores críticos. En cada hombre ejecutado, en cada torturado, en cada encarcelado, se percibe la marca de unos y otros, en filigrana de la marca militar. Por lo demás, de lo que habría sido la victoria completa y estable de la Unidad Popular da idea cabal la presencia de la hija de Allende en Moscú, el mes de octubre, durante uno de esos congresos de propaganda imperialista rusa llamados por antífrasis pro paz. Allí fraternizaba con los hombres que mantienen a decenas, si no a centenas de millares de obreros y de intelectuales en campos de trabajo forzado, mientras en cárceles psiquiátricas vecinas al congreso, gimen bajo la metódica tortura del tratamiento los opositores políticos internados por locura. Sus ayes se confunden con los ayes de los torturados en Chile y en tantos otros países; sus torsionarios son equiparables entre si.
«Chile: civiles y militares», Alarma, nº 26-27, 3º-4º trimestre de 1973
Pero la represión masiva y brutal de los militares dará ocasión para que la maquinaria de propaganda del bloque ruso comience una singular campaña de mitificación global. El mensaje final de Allende, llamando a los trabajadores a tomar las fábricas y enfrentar a los militares, sirve para presentar lo que no hizo, como lo que no le dio tiempo a hacer y reinterpretar así su gobierno como lo contrario de lo que fue.
Los partidarios de la Unión Popular, hasta el MIR pro-chino y trotskizante, tenían por objetivo centralizar el capital nacionalizándolo, no suprimirlo. Buscaban deliberadamente el capitalismo de Estado; en manera alguna la revolución comunista. En tales condiciones, el llamamiento postrero de Allende es comparable en falacia al de Mussolini decretando, ya expulsado de Roma, la república social y el control obrero. En suma, los trabajadores fueron rechazados, desmoralizados y puestos a disposición de cualquier fuerza bruta por la Unión Popular. Habría sido la suya propia caso de no intervenir los militares.
Como tantas otras veces, por supuesto, el anti-comunismo primario y bruto de la pequeña burguesía, con su odio desbocado a todo lo que se acerque, siquiera retóricamente, a reconocer la mera existencia del proletariado, no podía sino colaborar, primero al golpe y su brutalidad, después a la reinterpretación del allendismo como movimiento revolucionario. Es el mismo fenómeno tramposo del que hace poco disfrutaban Chávez y Maduro en Venezuela, y ahora Fernández en Argentina o Sánchez en España. La pequeña burguesía en deriva ultraderechista sostiene, con más firmeza que el más alienado de sus propios seguidores, el supuesto socialismo -social-comunismo incluso le llegan a llamar- de unos presidentes empeñados en salvar el capitalismo de estado.
Ha intervenido también en el desenlace, no cabe duda, la mentalidad de la pequeña burguesía y de parte de la grande. No sólo no estaban aún maduras para la centralización máxima del capital, sino que, ignorantes y pacatas, tomaban por verdad lo que era mentira, la designación socialista, comunista de los pilares gubernamentales, y por mentira o ardid lo que era verdad: la organización de la economía chilena en capitalismo de Estado.
«Chile: civiles y militares», Alarma, nº 26-27, 3º-4º trimestre de 1973
Pero, y esta es la lección final de todos estos textos de FOR, no podemos dejar que se nos cuele la idea de que la represión militar no fue algo ajeno a los trabajadores, un rifirafe interno dentro del aparato político del momento. La represión y el salvajismo de la clase dominante en marcha tenía por principal objetivo rematar físicamente, mediante el terrorismo, la derrota política infligida por el allendismo a los trabajadores. Fue terror capitalista en su expresión más clara. Por eso la denuncia desde las posiciones internacionalistas fue la única realmente completa, honesta y fértil, la única que conectaba el horror de aquel presente con un futuro para la humanidad.
Los revolucionarios no deben permitir que su recriminación del poder militar y de la represión en Chile se confunda con la grita hipócrita de unos, que silencian y defienden la represión incesante en zona rusa o en China, ni con las jeremiadas de los oportunistas, que mezclan su voz a la de aquellos después de haberles arrimado el hombro políticamente, y no solo en Chile. La nuestra es una recriminación terminante y completa; porque en nombre de la revolución comunista mundial, es una protesta de clase; la de aquellos, es la de rivales de los militares en el juego del capitalismo mundial y de las grandes potencias. En el caso de los oportunistas, es maullido mortecino de quienes se encuentran atrapados en el mismo juego.
«Chile: civiles y militares», Alarma, nº 26-27, 3º-4º trimestre de 1973