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El capital tiene hambre de guerra

08/11/2017 | Actualidad

Las tensiones imperialistas siguen creciendo. Esta semana queremos destacar dos frentes en los que la guerra se ha convertido ya en un escenario plausible

1. EEUU, las dos Coreas y China

La esperada visita de Trump a Corea del Sur ha resultado tan fría y distante como cabía esperar. Los surcoreanos saben que el botín de guerra serían ellos. EEUU no oculta a nadie que todos los escenarios de conflicto dan por destruido más del 50% de la capacidad industrial surcoreana en las tres primeras horas de guerra. En esos primeros momentos morirían cientos de miles de personas solo en el lado meridional de la frontera.

El gran negocio de la guerra sería la «ayuda» y créditos necesarios para su reconstrucción. Lo que hace salivar al capital estadounidense es poder colocar entonces un buen pedazo de su inmensa sobre-acumulación -todas esas gigantescas masas de capitales de difícil rentabilización- en un negocio tan gigantesco como seguro.

Pero no es tan fácil. Por una lado el Pentágono asegura que sin intervención de tropas sobre el terreno no hay manera de destruir el arsenal nuclear norcoreano. Por otro ni Rusia, ni sobre todo China, que acaba de agregar el «pensamiento Xi Jinping», es decir, el militarismo con aspiraciones globales, a sus objetivos estratégicos, pueden dejar que EEUU juegue su partida sin ellos. Resultado: Trump, que no sabe salir de caza sin volver siquiera con una pequeña presa, amenaza a Corea del Sur con una revisión del tratado comercial bilateral y le recuerda, como ya hizo con Shinzo Abe y antes con los saudíes, que si quieren tener línea directa con la Casa Blanca tienen que multiplicar las importaciones de armamento americano.

2. Arabia Saudí e Irán

El sábado pasado el primer ministro libanés dimitía y se refugiaba en Arabia Saudí, solo ha dejado «el reino», que vivía un fin de semana convulso, para refugiarse en Abu Dhabi -aliado cercano de los saudíes- y recibir allí «a quien quiera conversar» sobre el futuro de la otrora «Suiza de Oriente Medio». Detrás, obviamente, Irán, que azuza a sus aliados de Hezbollah hasta el punto de hacer temer al primer ministro por su vida. Por si fuera poco, la misma noche, un misil lanzado por los aliados yemeníes de Irán en la guerra civil de aquel pais, fue interceptado en su camino hacia el aeropuerto saudí de Riyad. La respuesta inmediata de los saudíes: un nuevo bloqueo y bombardeos sobre Yemen, una nueva escalada de acusaciones.

Irán está construyendo paciente y sangrientamente un cinturón alrededor de Arabia Saudí, apoyándose en las poblaciones shiíes no solo de Yemen sino de toda la región, desplegando tropas y aliados desde sus fronteras al Mediterráneo, pasando por Iraq y Siria, donde su alianza con el presidente Al Assad, que involucra al paraestado libanés Hezbollah, está siendo clave en la guerra. El salto a Libano, súbitamente desestabilizado, aumenta en mucho una tensión cada vez más cercana del conflicto directo. Especialmente cuando las imprevisibles derivadas de la consolidación del nuevo príncipe Salman, el heredero saudí, se consideraban por sí mismas una luz roja. No olvidemos que el príncipe Salman está especialmente ligado al ejército en tanto que Ministro de Defensa que ha dirigido la guerra en Yemen.

Pero ¿qué puedo hacer yo? ¿qué tiene que ver conmigo?

El imperialismo no es una política que pueda ser elegida o rechazada por los gobiernos, ni siquiera un estadio alcanzado solo por algunos estados o capitales nacionales. Desde Rosa Luxemburgo sabemos que es una fase del desarrollo global del capitalismo y que por eso todos los países son imperialistas. No podrían no serlo. También sabemos que en un capitalismo como el de hoy, en el que ningún capital nacional puede encontrar nuevos mercados, la guerra es una «oportunidad», una «salida conservadora» a la crisis permanente que está condenado a sufrir... cuando no está reconstruyendo lo destruido. Como apuntaba ya en 1929 Amadeo Bordiga:

Es interesante considerar cómo una solución «conservadora», es decir, que prolongue los tiempos del ciclo capitalista, consiste en la destrucción del capital constante producido, es decir, instalaciones y recursos, y en la reducción de países ya ricos, avanzados en el sentido industrial, a países verdaderamente devastados, destruyendo sus instalaciones (fábricas, ferrocarriles, barcos, maquinaria, construcciones de todo tipo, etc.). De este modo la reconstitución de esa enorme masa de capital muerto permite una ulterior carrera alocada en la inversión de capital variable, es decir, de trabajo humano viviente y explotado.

Las guerras llevan a la práctica esta eliminación de instalaciones, recursos y mercancías, mientas que la destrucción de brazos obreros no sobrepasa a su producción, debido al incremento del prolífico animal-hombre.

Se entra después en la civilizadísima reconstrucción (el mayor negocio del siglo para los burgueses: un aspecto todavía más criminal de la barbarie capitalista que la propia destrucción bélica) basada en la insaciable creación de nueva plusvalía.

Amadeo Bordiga. Elementos de economía marxista, 1929.

Durante los últimos diez años agotadores de crisis, el capitalismo no ha sabido encontrar ni siquiera una burbuja que creara la ilusión de rentabilidad para esas grandes masas de capital especulativo que languidecen en busca de destinos rentables. ¿Dónde pueden reinvertirse los beneficios de la industria e incluso de las materias primas si ni siquiera el propio petróleo parece tener ya un futuro siempre creciente?

Hasta ahora solo ha habido algo capaz de parar las guerras e incluso evitarlas: la aparición de los trabajadores como una fuerza independiente bajo sus propia bandera. Fue la revolución alemana la que puso fin a la Primera Guerra Mundial; y si la Segunda apuró hasta arrasar Europa y causar entre sesenta y setenta millones de muertos fue porque, con un proletariado mundial derrotado previamente, las luchas obreras fueron aisladas y aplastadas con relativa facilidad, aunque, especialmente Italia, llegaron al punto de forzar un parón temporal de hostilidades.

Solo hay una manera de luchar de modo efectivo contra la guerra y lo que supone: no dejarse encuadrar bajo ninguna bandera nacional, bajo ninguna fracción de la burguesía por democrática, «anti-imperialista» o «progresiva» que pretenda ser... y dar la única batalla que puede acabar con esto: la lucha de clases real, la batalla aquí y ahora por el salario, la salud, contra la precariedad... por todo eso que llaman «condiciones de vida y de trabajo» y que representa, en realidad, las necesidades humanas universales frente a un capital moribundo que amenaza con llevarse por delante la Humanidad entera con tal de mantener viva una rentabilidad exhausta.