El aparato político español vuelve al borde del colapso
Sánchez esperaba que las elecciones dejaran un parlamento «casi» bipartidista de nuevo. Leyó mal la situación. Aunque los periodistas intenten disimularlo centrándose en el colapso de C's -cantada desde la salida del grupo del IBEX de la dirección- y ahora la dimisión de Rivera, la verdad es que vistos en «bloques», los resultados fueron todo menos dramáticos: el bloque «derecha» gano tres diputados, el bloque «izquierda» perdió dos. La cuestión es que esa aparente continuidad encubre, no muy discretamente, un resurgir de la revuelta de la pequeña burguesía que nos trajo hasta aquí.
La crisis del aparato político español expresa la revuelta de la pequeña burguesía
El añorado «bipartidismo» no era otra cosa que el «turno» entre dos «partidos de estado» (PP y PSOE). «Partidos de estado» quiere decir que no surgían ni se alimentaban ni representaban ante el estado las necesidades de ninguna clase particular sino las del capitalismo de estado español como un todo. Eran, son, representantes del estado ante las clases, no al revés. Tienen matices y sabores diferentes que -con más claridad unas veces, más desvaidamente otras, reflejan grandes tendencias dentro del capital nacional español pero, como se hizo muy evidente con la crisis, son «el PPSOE», es decir los pilares de un mismo aparato político.
Con el estallido de la crisis, la pequeña burguesía empezó a cuestionar su propio encuadramiento desde el primer momento. Fue el «¡No nos representan!» del 15M primero y Podemos después. Pero la revuelta no solo amenazaba al bipartidismo, también puso en jaque a los «gigantes locales» engarzados en la arquitectura territorial de la Transición para encuadrar a las pequeñas burguesías de tradición separatista. Y en primer lugar al principal de esos partidos, CiU, que había gobernado el gobierno catalán durante la mayor parte de las últimas cuatro décadas. La furia de la pequeña burguesía acorralada acabó haciendo estallar a CiU y llevando a los partidos autonomistas a proclamar una «independencia fake». Y la «independencia fake» llevó a una crisis aun más profunda del aparato político que por un lado animó las tendencias centrífugas de la pequeña burguesía de otras regiones -haciendo casi imposible la conversión de Podemos en «partido de estado» con capacidad de gobierno- y por otro encarriló hacia el nacionalismo español a los sectores de la pequeña burguesía de todo el territorio con «intereses nacionales»: un negociado representado en principio por C's y, desde hace un año cada vez con más claridad, por Vox. Resumiendo:
La revuelta de la pequeña burguesía en España, no se materializa fundamentalmente sobre los ejes ideológicos que hemos visto en Gran Bretaña, Francia, Italia o Alemania, sino sobre la organización territorial del estado.
La necesidad de «renovar formas» para reencuadrar a la pequeña burguesía, al compaginarse con el elemento constante de la crisis catalana y la resistencia de los viejos aparatos partidarios, han puesto durante los últimos dos años al aparato político de la burguesía española al borde del colapso permanente.
Frente a eso, la burguesía española ha insistido una y otra vez en una «hoja de ruta» ante la que hemos de comparar la evolución de los acontecimientos.
[info]
La hoja de ruta del capital español
- Renovar el aparato político para volver a tener «gobernabilidad», es decir, mayorías absolutas con las que poder...
- ...Reformar la estructura territorial para evitar que los movimientos centrífugos de una pequeña burguesía agobiada por la crisis y los impuestos condenen al estado a la impotencia política; y así...
- ...Encarar una nueva oleada de medidas precarizadoras que den oxígeno a un capital nacional que no hace sino devaluarse con cada golpe de la guerra comercial y reducir sus expectativas de crecimiento; un movimiento en el que sería central para ellos...
- ...Desarbolar el sistema de pensiones para que pase de ser un gasto estatal creciente a un campo de acumulación para el sector financiero.
[/info]
El resultado electoral y el colapso del aparato político del 78
¿Qué muestran los resultados de las elecciones de ayer? Una verdadera explosión de partidos independentistas, nacionalistas, regionalistas y hasta provincialistas que dejó un parlamento con 18 partidos, 13 de los cuales no se presentaban en todo el territorio. Si sumamos todos los partidos regionalistas con los representantes de Vox -su imagen especular por ser el «partido anti-autonomías»- inflado como ellos por la crisis catalana, salen 102 diputados. El «partido de la pequeña burguesía en revuelta» sería el segundo en número de representantes. Lejos de acercarse a la «gobernabilidad» y de poder reformar la estructura territorial o al menos, la ley electoral, Sánchez ha abierto las puertas aun más para que el Parlamento se convierta en una traba en la «hoja de ruta».
No es de extrañar que desde el propio gobierno, Carmen Calvo pidiera anoche la cabeza de Iván Redondo, el asesor aúlico del presidente que aconsejó -encuestas en mano- ir a elecciones de nuevo. Viéndolas venir, los más preclaros en el «estado profundo», veían estas elecciones como la última oportunidad antes de un «fin de régimen».
Si la sedicente solución a un Congreso fragmentado y sin capacidad de acuerdo fuese convocar unas nuevas elecciones tras las del próximo domingo, caería el régimen constitucional de 1978 como en Francia feneció la IV República (1958) y en Alemania naufragó la entonces ejemplar Constitución de Weimar (1933). Hay aparentes soluciones que son mucho peores que el problema que pretenden resolver, y barajar —sea como mera hipótesis de trabajo— una nueva convocatoria electoral resultaría, de hecho, sobre un escándalo político, la sentencia de muerte del sistema
¿Gran coalición?
La alternativa que hoy saca cabeza entre las columnas de opinión y los editoriales es un acuerdo PP-PSOE más o menos disimulado para, en palabras de «El País»:
Detener la fuerza centrífuga que ha colocado en los extremos una desestabilizadora capacidad de decisión política, que convendría recuperar de inmediato para los partidos inequívocamente comprometidos con la Constitución.
Pero tanto Casado como Sánchez saben que una «gran coalición», aunque solo fuera bajo la forma «light» de una abstención en la investidura, alimentaria el rechazo al «PPSOE» y engordaría aquello que se supone habría de domeñar. Sin embargo, con un panorama internacional cada vez más tenso y difícil para el capital español en América y Europa y con un nuevo avance de la crisis en marcha, el bien más escaso para la burguesía española es ya el tiempo. Y la «gran coalición» les compraría tiempo... aunque aumentara las posibilidades de un colapso definitivo de su aparato político.