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19/12/2017 | Crítica de la ideología

En España, en Córcega, en Escocia o en Tirol del Sur, por todos lados vemos tensiones entre la burguesía y las pequeñas burguesías locales. Pero esas tensiones no se dan en un plano exclusivamente territorial. Se dan en un plano ideológico, económico... e incluso científico.

La pequeña burguesía y la crisis

La última crisis, que dura desde hace diez años, se ha llevado por delante decenas de miles de pequeñas empresas y negocios, una simple sequía como la de este año puede arruinar a miles de campesinos en una región. Cada vez que el proceso de concentración de capitales llega a un sector como el pequeño comercio, miles de pequeños burgueses se ven proletarizados.

Los estamentos medios —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia.

Manifiesto del Partido Comunista. Carlos Marx y Federico Engels, 1848.

Los tenderos luchan contra la apertura de supermercados y grandes superficies y contra que los ya existentes puedan abrir los fines de semana -cuando los trabajadores pueden comprar- porque la concentración de capital que hay en ellos les saca de la competencia por precio. En realidad luchan contra su proletarización mientras niegan a sus empleados las condiciones básicas del proletario de cualquier cadena. Igual que el agricultor exige precios garantizados y protesta contra la dependencia de las empresas de semillas y fertilizantes, mientras explota en las peores condiciones a trabajadores inmigrantes con y sin papeles. Es esa relación dual, al mismo tiempo enfrentada a «su» proletariado y al gran capital, la que le lleva una y otra vez a mirar para atrás a reclamar que vuelvan las condiciones anteriores, que el desarrollo del capital respete y conserve su estatus y que se vuelva a una supuesta armonía de clases.

El anti-capitalismo pequeñoburgués: sin producción industrial, sin vacunas, sin antenas, sin carne...

Pero no olvidemos que más allá de comerciantes y pequeños industriales, la pequeña burguesía es la «clase intelectual» por excelencia, fabricante de ideologías a la carta, salsa y espíritu de todos los movimientos culturales. Las imágenes que se hace como clase expresan su resistencia, pero también su incapacidad para superar el capitalismo. En su vertiente «moderna», «innovadora» la pequeña burguesía se expresa de formas tan sofisticadas como, a veces, excéntricas. ¿Recuerdan la pasión de los nazis por el ocultismo? ¿Las fantasías medievalizantes de los nacionalistas irredentos?

Oscurantistas o no, en todas ellas aparece una y otra vez esa idea del imposible paso atrás. La mayor parte de las veces a través de la unión nacional y las fantasías pastoriles y medievalizantes del nacionalismo. Pero otras atacarán directamente el capitalismo para imaginar un mundo donde nunca hubiera existido. Nos propondrán que «avancemos» hacia una sociedad que, en vez de liberar las gigantescas fuerzas productivas y el conocimiento que el capitalismo nos ha legado, las rechace. Que rechacemos, sobre todo, la forma más característica de ese legado: la ciencia y las inmensas capacidades productivas estancadas hoy y tornadas destructivas por un capital que es una carga para la sociedad.

Por eso el auge de ideas como el decrecimiento económico, la cada vez más virulenta batalla contra las vacunas, al igual que las batallas para evitar que los comercios puedan abrir en las «fiestas de guardar» o la insistencia en crear miedo sobre los supuestos riesgos de los transgénicos -en vez de señalar en el saqueo y privatización de conocimiento que debería servir a todos- por no hablar de las estéticas y dietas convertidas en doctrinas políticas como el veganismo y doctrinas aun más insensatas.

El rechazo al capitalismo de la pequeña burguesía crea ideologías alucinadas que niegan la ciencia y la producción masiva sin pensar por un momento que su universalización supondría poco menos que un genocidio. Vivimos en un mundo en el que la incapacidad del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas -y el trabajo, los trabajadores somos la primera de ellas- condena a centenares de millones de personas a la subalimentación, la miseria y el hambre. Agreguemos a ese cuadro el fin de la vacunación infantil, la reducción de la producción en masa (decrecimiento), el fin de la verdura barata (cultivos ecológicos) y de las proteínas animales asequibles (veganismo) e imaginemos que pasaría. Si la crisis ha significado miseria solo con parar el crecimiento del PIB imaginémoslo en retroceso continuado. Ese es el «paso atrás» que la pequeña burguesía exige al capitalismo.

Estas fantasías reaccionarias tampoco son una novedad histórica. El Manifiesto Comunista ya denunciaba el «socialismo pequeñoburgués» de su época como lo que era: «a la vez reaccionario y utópico». Lo «novedoso» es que empiezan a convertirse en problemas globales.

Hoy el localismo se torna en jaque al estado e incluso a la unidad de mercado que es el gran tesoro, la gran obra de la burguesía. El subjetivismo y pensamiento anti-científico se convierten en problema de salud pública a través del movimiento anti-vacunas. El miedo irracional a la tecnología y la desconfianza de la ciencia en rechazo de las antenas de las comunicaciones sin cables... y vendrán más.

Porque lo que ha cambiado es que q la burguesía se le está yendo de las manos su aliado histórico, no está sabiendo contenerla ni liderarla. Y los resultados de la ola reaccionaria vestida de «anti-capitalismo» pequeñoburgués pueden ser tremendos. No tanto para el capitalismo, que ha sabido siempre absorber a la pequeña burguesía en el estado y a quien al final no le importa demasiado sacrificar algunos negocios (vacunas, carne, comida barata) si recupera la cohesión y algo de liderazgo. Pero no puede decirse lo mismo de los trabajadores. No solo porque las vacunas, poder comer sin carencias a bajo costo o poder comunicarse son una parte esencial de sus condiciones de vida, sino porque somos el primer objetivo del desprecio y el odio de esas «clases medias» cuando se ven crecidas y reconocidas por el capital.