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Economía de Guerra y «Pacto de rentas»

10/03/2022 | UE

El tsunami que significa la eclosión del militarismo y la evolución de la guerra económica a la economía de guerra no va a parar. Y menos aún en lo que respecta a los trabajadores en todos los estados de Europa, desde Azores a Yakutia. Estamos en el primer momento de un empobrecimiento masivo que vendrá acompañado inevitablemente de un reforzamiento del totalitarismo estatal. Y sólo las luchas, las huelgas y una confrontación cada vez más franca con el militarismo al mando podrán pararlo y revertirlo.

Para la UE la guerra económica lleva necesariamente a la economía de guerra

precio del gas

Basta ver el mapa de inversiones, comercio energético y materias primas para darse cuenta de que Europa, Rusia incluida, forman un mercado único de capitales en el que Rusia tiene el papel de país semicolonial. El grado de imbricación del capital alemán y europeo con la economía rusa era, hasta ahora, equivalente si no mayor al de EEUU en su «patio trasero» mexicano e iberoamericano.

Romper lo que para el capital es una unidad a través de las sanciones está teniendo ya «efectos arrasadores» sobre la acumulación en Rusia. Pero, como no podía ser de otra manera, también para los capitales europeos. Y no sólo a través de los precios energéticos.

Rusia tiene ahora 300.000 millones de dólares en deuda exterior, de los cuales 60.000 son deuda pública. El gobierno ruso respondió a las sanciones estableciendo el pago en rublos a los tenedores de deuda como una forma de no perder completamente su reserva de divisas. Pero con el rublo cayendo en picado día tras día por efecto de las sanciones, este «corralito» equivale, en la práctica a un temido «default», un impago y devaluación de la deuda.

El riesgo de que un «default» ruso produzca una crisis financiera es la consecuencia inmediata de la guerra económica. Y el salvar de ella a la banca y el capital financiero europeo el objetivo primario de un Banco Central Europeo que como se venía previendo por los analistas, no puede subir tipos para bajar la inflación sin dañar seriamente en el camino la producción.

La «solución» hacia la que apuntan a toda velocidad UE, gobiernos y capital financiero es una militarización acelerada de la dirección de la economía.

En primer lugar, y como veíamos ayer, del sistema energético. La aceleración del Pacto Verde pasa a ser «estratégica». La UE reducirá en lo que queda de año su dependencia del gas ruso en 2/3 así se congelen en el próximo invierno los trabajadores de salarios medios y bajos del Este. En el camino, los primeros signos característicos de la Economía de guerra: hoy mismo la UE permitió a los estados intervenir el mercado eléctrico para, esta vez sí, recortar los «beneficios caídos del cielo» de las eléctricas con tal de mantener en marcha a la industria, especialmente la electrointensiva.

Esta supeditación de la localización de capitales -incluso a costa de la sagrada «seguridad jurídica» de las rentabilidades garantizadas por los estados- en sectores «santuario» para el capital como el eléctrico se está expandiendo a las industrias estratégicas a toda velocidad. Hoy mismo, Stellantis (Fiat, Peugeot, Citroen, Jeep, etc.), el «último mohicano» del sector que seguía en contra la electrificación, presentó sin dejar de rezongar, un plan acelerado de electrificación de sus modelos. Y de la noche a la mañana todas las trabas y riesgos para montar una industria del litio en Rumanía, desaparecieron.

Y es que, en cuestión de días desde el 24 de febrero, si no de horas, el Pacto Verde se está integrando y asimilando al militarismo y el militarismo al Pacto Verde.

Si en septiembre ya se habían eliminado las inversiones en «Pacto Verde» -que incluyeron nuclear y, hasta ahora, gas- del cálculo de déficit y deuda, ahora se da por hecho que las «inversiones» en armamento y desarrollo de los ejércitos van a tener el mismo tratamiento.

Los fondos de capital exigen ya que se les permita computar las inversiones en producción de guerra como inversiones «éticas» bajo etiqueta ESG (inversiones en sostenibilidad social, medioambiental y de gobernanza). Parece una broma de mal gusto, pero no: la sostenibilidad del capital pasa por todo lo que el armamento y su uso representan. Pero es obvio para el capital, en este sistema su crecimiento es la base para todo lo demás y ahora ese crecimiento pasa por el militarismo, el desarrollo totalitario del estado y la guerra.

No es una paradoja, es una contradicción: la contradicción entre crecimiento del capital y desarrollo humano que define la decadencia del sistema y que al radicalizarse se convierte en antagonismo entre capitalismo y vida humana, entre clases dirigentes de todas y cada una de las naciones y clase universal.

El papel de los trabajadores en la Economía de Guerra naciente

España. Reunión entre patronal, sindicatos y gobierno para hablar de un «Pacto de rentas» con el que enfrentar las «consecuencias económicas de la guerra».

Visto desde el capital, el papel del trabajo en todo ésto resulta evidente: «arrimar el hombro» y aceptar pobreza y sobre-explotación para salvar la rentabilidad en «tiempos difíciles» para las inversiones de capital. En lo inmediato, analistas y economistas trazan inmediatamente la comparativa con la subida de los precios del petróleo en 1973 y se felicitan. Como entonces, necesitan reducir la inflación causada por las conmociones del juego imperialista atacando los salarios reales. Pero a diferencia de entonces no parece haber una ola en alza de huelgas y luchas en Europa.

De hecho, los sindicatos vienen jugando a «calzón quitado» desde hace meses. Ya en diciembre el secretario general de CCOO (sindicato de origen stalinista español) proponía mantener la subida de los salarios por debajo de la inflación durante «dos o tres años». Que en febrero la inflación española alcanzara el 7,4%, un récord desde 1989, no hizo sino reafirmarle en su postura.

Los sindicatos y el el «diálogo social» estaban haciendo su trabajo sin grandes resistencias y consiguiendo un verdadero éxito para el capital nacional: tras la negociación colectiva del año pasado los salarios subieron 3 veces menos que la inflación. El 16% de los empleados -y un porcentaje mayor de trabajadores- mantuvieron sus salarios nominales congelados, es decir, absorbieron directa y totalmente la inflación como pérdida de poder de compra.

Y cuando, a principios de febrero, se abrió la nueva ronda de negociación colectiva para 2022 el consenso de partida era mantener la línea: la inflación debía pararse a costa del poder de compra de los salarios. Los trabajadores españoles llegaban a la nueva fase de crisis y guerra en Europa tras 10 años de erosión salarial y abocados a recibir un nuevo mordisco, aún mayor, a sus condiciones vitales.

Tras la invasión de Ucrania por Rusia, el gobierno español entró en el juego. Era la forma de reconocer y alinear a sindicatos y patronal ante un momento histórico. Ya no se trata sólo de un «mordisco», sino de un cambio cualitativo que abre la perspectiva de un empobrecimiento serio y masivo que no puede vestirse fácilmente como pasajero.

Sánchez presentó entonces la propuesta de un «Plan Nacional de Respuesta al Impacto de la Guerra», que incluiría un «pacto de rentas» pensado para dar «estabilidad desde la perspectiva de los costes salariales y los beneficios empresariales». Atención: no se trata de estabilizar la capacidad de compra de los salarios, sino el coste salarial de las empresas, protegerlas de las actualizaciones que compensarían la inflación.

Los sindicatos, no se sorprendieron porque ya estaban manos a la obra. UGT (socialista) venía planteando una demanda salarial del 5% (con la inflación ya cerca del 8% y subiendo a toda velocidad) y el secretario de CCOO dejó claro que «plantear ahora subidas de un 6%, un 7% o un 8% no es muy realista en este momento».

Las cifras concretas son totalmente contradictorias con el mensaje que recogieron los medios según el cual los sindicatos no cederían para mantener el poder adquisitivo de los salarios. Pero si vamos al detalle la contradicción desaparece y la trampa se hace evidente. Los sindicatos plantean limitar las subidas iguales a la inflación a los convenios de las grandes empresas donde ya está establecido como mecanismo automático. La patronal quiere que solo aplique en las empresas con tasas de rentabilidad mayor.

Viene el enésimo teatrillo de negociación en el que más del 70% de los trabajadores serán sacrificados para mantener la rentabilidad de las empresas en las que trabajan. Pero incluso para el porcentaje restante, siempre menor del 30%, que mantendría sus salarios reales teóricos, se reduce la capacidad de compra drásticamente.

Compensar las pérdidas del año pasado con una subida equivalente a la inflación es plantar un castillo de arena frente a un tsunami.

¿Puede haber un cambio para bien? ¿Una paz en Ucrania nos devolvería a la «normalidad»?

Rusia. Trabajadores de Yandex en huelga.

Hoy los medios europeos amanecieron contentos. Emiratos se enfrenta de nuevo a la alianza entre Arabia Saudí y Rusia en la OPEP+ y quiere multiplicar la producción petrolera, los precios bajan inmediatamente. ¿Buena noticia? En un contexto de guerra, no necesariamente. Puede de hecho ser el detonante de una reducción de suministro de gas ruso todavía mayor en Europa que aún empeoraría más las cosas. Y sobre todo, las oscilaciones de precios pueden agravar o atemperar el impacto inmediato, pero no van a cambiar un curso que viene de atrás y que ya ha producido cambios cualitativos.

El tsunami que significa la eclosión del militarismo y la evolución de la guerra económica a la economía de guerra no va a parar. Y menos aún en lo que respecta a los trabajadores en todos los estados de Europa, desde Azores a Yakutia.

Estamos en el primer momento de un empobrecimiento masivo que vendrá acompañado inevitablemente de un reforzamiento del totalitarismo estatal. Y sólo las luchas, las huelgas y una confrontación cada vez más franca con el militarismo al mando podrán pararlo y revertirlo.