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El ecologismo nueva ideología de estado

03/12/2021 | Crítica de la ideología
El ecologismo nueva ideología de estado

El ecologismo empieza a pulirse y destilarse como ideología de estado más allá de las urgencias por imponer el Pacto Verde. Este movimiento va más allá de la propaganda. Está limitando el desarrollo científico y preparando el camino a una aceleración brutal de la pobreza impuesta a los trabajadores.

¿Por qué tanta insistencia sobre la supuesta contradicción entre Humanidad y Naturaleza?

La subida salvaje de precios de la electricidad y el gas están marcando los primeros pasos del Pacto Verde y dejando en evidencia su verdadera naturaleza como mecanismo de transferencia de rentas del trabajo al capital. Las resistencias han empezado a mostrarse casi inmediatamente y con ellas las preocupaciones del poder. En la UE por ejemplo, pero también en el gobierno de EEUU, se discute con preocupación la lejanía creciente entre los trabajadores y las nuevas instituciones del Pacto Verde.

Incluso algunos elementos de la clase dirigente señalan ya al sistema de pago por emisiones de CO2 como el causante de una inflación que temen desestabilizadora y apuntan que el empobrecimiento acelerado de los trabajadores está volviéndose contra su propia capacidad para colocar productos en el mercado.

En ese marco, parece claro que el discurso del cambio climático, tal cual se ha machacado hasta ahora, no es suficiente para mantener una cierta aprobación social o cuando menos una pasividad generalizada frente al Pacto Verde, que es la gran apuesta para resucitar la acumulación.

Por eso el aparato ideológico -medios, academia, etc.- está pisando el acelerador para convertir el ecologismo en ideología de estado.

¿El ecologismo no era «anticapitalista»?

La idea del «capitalismo fósil», un argumento pro-capitalista del «ecologismo radical» que ahora se recicla con la conversión del ecologismo en nueva ideología de estado.

El discurso del ecologismo europeo nació de la evolución a finales de los 60 y principios de los 70 de los movimientos estudiantiles que articularon la primera revuelta global de la pequeña burguesía tras la guerra mundial. Su mensaje principal, que se materializó y diseminó a partir del nacimiento de Die Grünen («los Verdes»), era que la contradicción entre capitalismo y proletariado había sido sustituida por la contradicción entre capitalismo y Naturaleza.

Pero, más allá de la retórica de los primeros años, al invisibilizar la lucha de clases y la decadencia histórica del sistema, la destrucción de la Naturaleza dejaba de estar ligada con las relaciones sociales reales que articulan la sociedad. Se abría la puerta de par en par a la «unión sagrada» con la clase dominante para salvar el medio natural... y a la confusión, nada inocente, entre Humanidad y capitalismo.

Cuando se nos dice por ejemplo que el cambio climático es «antropogénico» y que la «actividad humana» es la responsable del desastre ambiental, se confunde deliberadamente a la Humanidad y sus necesidades con el capitalismo y lógica explotadora y predadora de la acumulación. Se presentan las consecuencias del capitalismo en el medio natural de manera artificialmente separada de sus consecuencias en el medio social.

Como resultado se insinúa, cuando no se afirma abiertamente, la «culpa» del conjunto de la especie dejando al margen al capitalismo y diluyendo su responsabilidad en los propios explotados y sus supuestas «ansias consumistas». Es el mismo argumento cínico del patrón que «denuncia» el «egoísmo» de los trabajadores cuando reivindican sus necesidades más básicas, necesidades que en el capitalismo solo pueden satisfacerse como consumo, limitado por el volumen del salario.

El ecologismo viene a decir que es ese «egoísmo» de los explotados, y no la lógica rapiñera de un capital cuyo crecimiento es cada vez más antagónico al desarrollo humano, el «culpable» del cambio climático.

Por eso, incluso en sus supuestas variantes «radicales», el ecologismo desde sus orígenes oscilará entre la agitación para promover un cambio tecnológico hacia lo «renovable» dentro del capitalismo, y el malthusianismo decrecimientista y genocida. Es obviamente una ideología perfectamente apta para su utilización como ideología de estado, aunque la violencia de sus planteamientos culpabilizadores solo lo haga aconsejable en un momento de crisis aguda del capital... como el actual.

¿Es importante que el ecologismo pase a ser ideología de estado?

El paso de una ideología a ideología de estado no consiste solamente en que el estado y su aparato político pasen a machacar en la propaganda oficial y rutinaria sus mensajes. Su objetivo es un cambio de cultura a todos los niveles que asiente la aceptación de ciertas políticas necesarias al capital que se consideran estratégicas a largo plazo. Implica por tanto remozar todo el aparato ideológico.

El problema es que el aparato ideológico del capitalismo -y en general de todos los modos de producción basados en la explotación- está imbricado en las instituciones y formas sociales de generación de conocimiento productivo.

Por eso, podemos encontrar en estos días artículos en revistas científicas planteándose si la «Revolución Científica» -uno de los grandes logros históricos de la burguesía ascendente de los siglos XVII y XVIII- no debería ser «revisada» y purgada para tomar los principios religiosos e ideológicos anteriores que habían sido usados por las anteriores clases dominantes para contener el ascenso de la burguesía en su juventud.

Evidentemente, la concepción mecánica del ser humano, la sociedad y la Naturaleza que está debajo de la «Revolución Científica» es parte consustancial de la ideología burguesa. Y, como hemos contado, también es parte activa de las contradicciones que frenan el desarrollo del conocimiento hoy. Pero volver a concepciones pre-capitalistas como consecuencia de la imposición del ecologismo como ideología de estado, lejos de «romper el tapón», no puede sino empeorar las cosas... como es típico en la ideología de todos los sistemas decadentes.

Una de las materializaciones que ya estamos viendo de esta regresión del conocimiento es el constante miedo a la acción humana sobre el medio -es decir, al trabajo- y la consagración de una concepción estática de la Naturaleza. Como en la decadencia del esclavismo y el feudalismo, los mensajes se hacen contradictorios: se teme la «muerte» de la Naturaleza tanto a como a «su venganza». El milenarismo se compagina con la culpa del penitenciante y la angustia del nihilista.

No estamos hablando solo de delirantes como Extinction Rebellion, sino del discurso técnico-científico. «Los efectos positivos de las especies invasoras», nos dicen, «no son un argumento para su indulto». El tema se ve condicionado en los medios por su carácter como metáfora de las migraciones humanas y se ha ido radicalizando con la xenofobia y las políticas anti-migratorias, pero el mensaje «científico» de fondo está claro: la única acción deseable sobre la Naturaleza es la que intente apuntalar su imposible conservación tal cual es ahora.

El objetivo implícito de la ciencia que pretende encargarse de comprender de forma global la transformación del medio resulta ser... «parar el tiempo» de una Naturaleza que ha sido siempre dinámica y de la que el ser humano siempre ha sido parte y por tanto ha transformado en una dialéctica de trabajo y conocimiento. Ni que decir que ese deseo de «parar el tiempo» aparece también en todas las ideologías características de las decadencias de anteriores modos de producción.

Ese derrotismo, que no es en realidad sino una expresión más de decadencia del capitalismo, impregna ya todo el marco ideológico. Lo podemos ver, por ejemplo, cuando el editor de Nature publica en Scientific American un artículo defendiendo que la extinción humana ya ha comenzado y que somos una especie en rápido camino hacia el colapso poblacional.

Pero ¿en la práctica qué significa eso para los trabajadores?

La pobreza energética crecerá inevitablemente con «Fit for 55»

Estamos ante un cambio del discurso general, avalado por científicos y promovido desde los sectores de las clases dirigentes que quieren acelerar el Pacto Verde. El objetivo es hacerlo perentorio y generar aceptación, siquiera pasiva o derrotista, ante el empobrecimiento que significa.

Pero los marcos ideológicos, especialmente una vez se convierten en ideología de estado, como está pasando con el ecologismo, no son simples adornos. Condicionan la realidad y la forma en la que se imponen los intereses de clase que los crearon.

Ejemplo: el informe sobre las vías a la «neutralidad de emisiones» presentado esta semana por el estado francés.

Se nos presentan cuatro escenarios: «frugalidad santificada» (pobreza y más pobreza para la gran mayoría de los trabajadores), «sobriedad» (poco menos drástico que el anterior), un tercer escenario con reducción de consumos básicos de proteínas y una fuerte inversión en transformación de la producción agrícola y tecnologías de captura de CO2 y, finalmente, una «opción» de empobrecimiento relativo a través del aumento general de precios pero sin cambios radicales en los patrones de consumo, gracias a la inversión masiva en tecnologías de captura.

El informe se orienta, no muy sutilmente, hacia la «frugalidad santificada», es decir la pobreza masiva vestida de cambio «en las formas de moverse, calentar, comer, comprar y usar equipos», exclusivamente porque el sistema no se ve capaz de producir tecnologías de recolección y almacenamiento de CO2 de suficiente escala como para tener efecto dentro de los parámetros de rentabilidad que impone el capital invertido en ellas.

El capital solo puede imaginar su propia supervivencia a costa del empobrecimiento radical y masivo de la clase a la que explota. El «mundo sostenible» del capital no tiene nada que ofrecer salvo miseria. En un mundo así, nos cuenta Libération,

- La naturaleza se santifica,
- el consumo de carne se divide por tres,
- la agricultura se torna más extensiva con pocos insumos sintéticos [multiplicando precios],
- la renovación energética toma una escala sin precedentes [de forma pareja al aumento de precios],
- el número de nuevas construcciones se reduce drásticamente con la transformación de viviendas vacías y segundas residencias como residencias principales [nueva subida de precios] y la superficie promedio de nuevas viviendas unifamiliares es reducida en un 30%,
- la mitad de los desplazamientos se producen a pie o en bicicleta [porque las alternativas, incluidas las públicas son demasiado caras],
- los coches y aviones son poco utilizados.

Medidas que permitirían así en 2050 dividir por dos la demanda energética global respecto a la de 2015.

Es decir, la autoconsciencia del capital sobre el antagonismo entre las necesidades humanas universales y su propia rentabilidad hace «inevitable» -dentro del sistema- el empobrecimiento masivo y brutal de los trabajadores... y la destrucción pura y simple de la Naturaleza.

Es cierto. Pero la expresión importante en la formulación que ellos mismos reconocen es «dentro del sistema». Más allá de él se abre todo un mundo de libertad, abundancia y metabolismo común con la Naturaleza.