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Dos debates, mil razones para no tragar

24/04/2019 | España

Nunca hasta ahora nos habían bombardeado tanto con un debate electoral. Nunca las televisiones se habían atrevido a hablar de «las elecciones más decisivas de la democracia». Todo el interés parece ser crear un clima de alarma general. Pero, ¿alarma ante qué? ¿Por qué?

Llevamos semanas de machaque con Vox. El argumento del miedo al «peligro fascista» lo resumió Sánchez en los dos debates con una frase: «si las derechas presentes y la ultraderecha suman, harán lo que hicieron en Andalucía». Suena tremendo, ¿pero qué hicieron en estos meses que no haya hecho el PSOE durante sus décadas en el gobierno andaluz? Poner mala cara al feminismo y jugar al «quítate tú que me ponga yo». Y por cierto, ¿hay posibilidades reales de un gobierno Vox? Las encuestas más generosas les dan 26 diputados, poco más de 1/3 de los actuales diputados de Podemos. Pensar que porque una eventual coalición de la derecha necesitara sus votos íbamos a tener un «gobierno de Vox» sería como afirmar que estos últimos diez meses quien gobernó de verdad fue Pablo Iglesias. Hasta la prensa internacional de izquierdas, que tragó a pies juntillas el «procés», alucina con la artificialidad y lo burdo del planteamiento.

Y mientras todos los medios hacían aspavientos, la realidad afloraba. El número dos del PP en el ayuntamiento de Madrid se pasaba a Vox. Su ahora ex-jefe defendía su trabajo hasta ahora y aseguraba que no debía criticársele porque «todo el mundo tiene derecho a cambiar de trabajo». Al mismo tiempo, la alcaldesa Carmena preguntaba a los socialistas por qué la habían apoyado «si es que nos llevamos tan mal». En cuanto se sinceran un poco, queda claro: los partidos no son más que bandas de burócratas compitiendo por movilizar la opinión pública. Es decir, los políticos no son otra cosa que capataces que cambian de cuadrilla maximizando sus propios ingresos y agrupándose por afinidades como cualquier pandilla de jefes en un tajo u oficina.

Todo el esfuerzo de los candidatos en los debates giró en torno a una impostura insostenible: mostrar una contradicción irreductible y un peligro cierto... sin poder ofrecer más que diferencias de matiz. Tonos chillones, acusaciones de mentira cruzadas y llamadas curiles a «reconocer errores y pedir perdón»; gráficos con las sinusoides de las crisis y las falsas recuperaciones presentadas como producto de políticas nacionales y no como lo que son: el lamentable reptar universal de una economía anti-humana; invocaciones ‎ patrióticas‎ desde las esencias o la seguridad social... Sentimentalismo cínico y cinismo sentimental. Al final la única diferencia observable entre derecha e izquierda ha resultado poner marquito o no a las fotos de los contrarios. Lo mismo que hemos escuchado mil veces, por unos y otros, desde que tenemos memoria de elecciones. Hace veinte años era «el doberman» del PP, hoy es Vox. Hace 20 años era la crisis capitalista del 92, ahora es la inacabable crisis del 2008.

¿Podía ser de otra manera?

La verdad es que no.

  • ¿Qué es el resultado de las elecciones? Un equipo de dirección para el aparato político del estado.
  • ¿Cuál es su función principal? Que la economía «funcione», es decir, que la ‎acumulación‎ prosiga con ganancias para el capital.
  • ¿Cuál es el problema? Que el sistema entero está en una ‎decadencia‎ general y eso no significa otra cosa que la imposibilidad de desarrollar en todos los sentidos -libertad, cultura, bienestar- a su ‎ fuerza productiva‎ principal: nosotros, la ‎fuerza de trabajo‎. Y eso es tanto más dramático cuanto más claro es el colapso, en todo el mundo, de las políticas «anticrisis».
  • ¿Qué diferencias reales pueden esperarse? Por eso del milagro español del Rajoy a la «justicia social» de Sánchez solo varían las formas de un único objetivo: recuperar las ganancias a base de bajar salarios reales y preparar el ataque y privatización de las pensiones para dar oxígeno a la banca y el capital financiero.

¿Y entonces? ¿Por qué tanto empeño en vendernos estas elecciones como «las más decisivas»? Porque para ellos lo son. Se juegan, en función de su capacidad para encuadrar, la renovación del aparato político que necesitan para una nueva ofensiva sobre condiciones de vida y trabajo. Tienen miedo a atascarse unos años más y que una nueva avalancha de la crisis les coja con el aparato político hecho unos zorros y les cueste más «recortarnos» sin contestación real.. No solo lo temen ellos, también el capital financiero global al que están conectados y del que a fin de cuentas, dependen.

Es decir, aun si realmente se tratara de una elección y no de unas maniobras masivas de movilización de opinión a una ceremonia de comunión masiva en el estado, de una eucaristía con urnas, no se elegiría otra cosa que el envoltorio de una nueva ofensiva contra los trabajadores para salvar la rentabilidad del capital. La verdadera decisión no está en las elecciones y sus falsas opciones, sino si nos ponemos en marcha para plantar cara a las necesidades antihumanas del capital o no.