Dónde está parado el mundo (en gráficos)
En Argentina, en España, en Italia, hasta en Francia, los medios nos dan cada vez un mensaje más vacío. Nos intentan mantener entretenidos con impostadas emociones electorales, huracanes y crímenes truculentos, mientras nos hablan de las «dificultades» como si fueran problemas locales que con un poco de sacrificio y «buen gobierno» se pudieran superar. En realidad, en el capitalismo como en todo, es la totalidad, el estado del sistema como un todo, lo que determina el futuro de las partes. La realidad global no es la suma de «realidades nacionales». Al revés, hoy más que nunca, es la situación global de un capitalismo mundial en crisis la que determina las perspectivas en cada país. Para poder hacernos una idea de qué viene en esta segunda parte del año, vamos a resumirla con 7 gráficos publicados esta misma semana.
El primer elemento de la situación global es el incremento de las tensiones imperialistas. La guerra comercial, con su rosario de presiones militares y fricciones bélicas y políticas. Desde Ormuz a Hong Kong pasando por el Brexit, Argelia, Siria, Chipre... y ahora hasta el Amazonas.
El ciclo de acumulación está casi agotado en los países centrales. Las tasas de ganancia son bajísimas -por eso el valor de la producción apenas crece- y ni dopando el sistema desde los bancos centrales de formas cada vez más desesperadas, se consiguen «resucitar» las expectativas y sobre todo, la actividad económica.
Bajo el estancamiento del PIB hay una caída de la actividad económica, especialmente la industrial -la producción de mercancías tangibles- que impulsa y adelanta aun mayores bajadas de la actividad. Dicho de otro modo: se están destruyendo capacidades productivas en todo el mundo porque el sistema no sabe utilizarlas para generar ganancias.
La situación es tan grave que la huida hacia la especulación se concentra ya solo en los países cínicamente llamados «emergentes». Pero no es ya una especulación al alza, una expectativa inflada sobre valores y capacidades futuras, son apuestas sobre derribos y colapsos que multiplican la inestabilidad, como vimos en Argentina.
No se trata simplemente de que a la burguesía le «vayan mal los negocios», es que de lo único que puede tirar para mantener las ganancias en marcha... es de nuestras condiciones de vida. Por un lado reduciendo el coste que para el capital nacional supone mantener las condiciones de explotación (sanidad, servicios básicos, etc.), por otro salvando la banca a cuenta de apropiarse directamente del ahorro en forma de pensiones, aumentando las jornadas reales, la precarización, etc. De Bolsonaro a Macron, de Macri a Putin, pasando por Sánchez y Costa, todos están propiciando «reformas» similares con similares objetivos vestidas con discursos distintos. Incluso en EEUU, teórico «ganador» por el momento de la guerra comercial, la pauperización de los trabajadores es una tendencia constante que se muestra en el estancamiento de su capacidad de consumo. Dicho de otra manera: incluso en el país con los mejores datos de empleo en el año, el sistema no consigue mejorar la vida material de los trabajadores ni siquiera en sus propios términos... lo que a su vez alimenta las malas expectativas de producción: ¿para qué producir más si no tienen para comprar?
¿Qué hacer?
Estés en Argentina, en México, en España o en Australia... la tarea principal hoy es la misma porque la situación global que empuja los ataques a tu condiciones de vida y la de los tuyos es la misma que la que empuja el empobrecimiento de todos en cualquier parte del mundo. La lógica del capital no es inapelable. O mejor dicho, solo lo es en sus propios términos. Si aceptamos que las ganancias de la empresa o la rentabilidad del capital nacional tienen que producirse para que se puedan satisfacer nuestras necesidades, estas van a verse más y más agredidas. Y no hay sacrificios que paguen. Porque lo que hace que el sistema no dé más de sí es estructural, no se trata de un problema puntual que puedan arreglar con unas elecciones, «reformas» y unos acuerdos comerciales. La máquina solo puede mantenerse en marcha devorando a los operarios. Así que es hora de poner por delante nuestras necesidades.