En el Comunismo... ¿Desaparecerá la división sexual del trabajo?
En el comunismo... ¿por qué iba a desaparecer la división sexual del trabajo si es anterior incluso a la sociedad de clases? ¿No es un ejercicio voluntarista declarar que el Comunismo simplemente abolirá la división sexual del trabajo?
La pregunta
En el comunismo... ¿por qué iba a desaparecer la división sexual del trabajo si es anterior incluso a la sociedad de clases? ¿No es un ejercicio voluntarista declarar que el Comunismo simplemente abolirá la división sexual del trabajo?
¿Nació la división sexual del trabajo en el Comunismo primitivo?
La ideología de todas las sociedades de clase ha confundido siempre las distintas formas de especialización en tareas con la división de la sociedad en clases. Es evidente que no es una confusión accidental sino una forma de legitimación de la fractura de la sociedad entre explotados y explotadores.
En ese marco, exagerar la no-especialización del trabajo bajo el comunismo primitivo y presentar la existencia de tareas limitadas fisiológicamente a las mujeres, como amamantar a los niños, como una forma «natural» de división sexual del trabajo, fue una verdadera obsesión desde los primeros pasos de la Antropología.
La realidad es que el comunismo primitivo conoció en sus últimos milenios la agricultura y la ganadería, la formación de ciudades, un cierto grado de especialización de tareas y una organización comunitaria compleja.
Pero especialización de tareas y división del trabajo en grupos sociales diferenciados son dos cosas muy diferentes, y lo que nos cuenta la arqueología es que, incluso en la «ciudad comunista primitiva» no existían espacios diferenciados por grupos ni siquiera utillajes asociados específicamente a grupos genéricos como varones y mujeres.
Exagerar la llamada división natural del trabajo -básicamente la lactancia y el embarazo- hasta convertirla en sinónimo de división sexual del trabajo y ésta a su vez de una forma específica de explotación de las mujeres anterior incluso a la división en clases es incongruente con el registro arqueológico, pero no inocente. De hecho es necesario para el discurso feminista sobre el patriarcado.
El objetivo del discurso feminista sobre el patriarcado es redefinir la discriminación de la mujer como una forma de explotación anterior y simultánea al capitalismo. De ese modo el patriarcado sería un sistema de co-explotación. Solo así puede plantear una suerte de revolución permanente por fases en la que se debería enfrentar primero el patriarcado, o en la que, simplemente, se debería dejar de lado la lucha contra el capitalismo porque ninguna superación de éste produciría otra cosa que exclusión si no se resuelve antes la división sexual del trabajo y la explotación específica y sistémica de la mujer.
¿Existe el patriarcado? 8/12/2018
Entonces, ¿de dónde nace la división sexual del trabajo?
La división de la sociedad en clases y la aparición de los primeros modos de producción basados en esta fractura, supusieron un trauma brutal.
Tanto el modo de producción «asiático» como el modo de producción esclavista nacen de la conquista de un pueblo/gens por otro y no por la evolución y afirmación de grupos diferenciados en el comunismo primitivo desarrollado. Hasta en el prototipo del modo de producción asiático, el primer emperador Shang es un conquistador esclavista de masas según la leyenda oficial confuciana. Las clases, como vemos en la relación entre Esparta y los ilotas, son en principio grupos tribales que en un marco no mercantil, mantienen un cierto igualitarismo y formas de propiedad comunal hacia dentro del grupo.
Pero la pervivencia de formas comunitarias, que llega en realidad hasta nuestros días a través de distintos mitos y elementos culturales de las clases explotadas, no niega la totalidad. Aunque ciertas tareas sean responsabilidad colectiva de los explotados -originalmente materializada como tributo- la división del trabajo en grupos sociales «especializados» aparece necesariamente como consecuencia de la división de clases.
Toda clase explotadora es ante todo la organizadora del trabajo social, trabajo que organiza y jerarquiza en función de las necesidades del mantenimiento de la explotación. En estas sociedades de productividades muy bajas, sometidos a constantes crisis demográficas, no sólo las mujeres de la clase explotada se convierten en propiedad, el conjunto de las mujeres -también las de la clase dirigente- se convierten en un medio de producción especializado sometido a las necesidades demográficas de la clase dominante como un todo -hombres y mujeres.
Es aquí cuando aparece el «patriarcado» como institución característica y derivada necesariamente de la relación entre la clase esclavista y la clase esclava.
El patriarcado es una parte central del conjunto de relaciones de producción en el modo de producción esclavista. Implicaba una forma de propiedad material sobre el conjunto de la unidad productiva -esclavos, descendencia, cónyuge- y una cierta relación con el territorio.
¿Existe el patriarcado? 8/12/2018
Es decir, la división sexual del trabajo es la consecuencia inmediata e inseparable de las necesidades impuestas por el mantenimiento del conjunto de relaciones esclavistas que definen la fractura de la sociedad en clases.
Sus resultados en la cultura material y la arquitectura se hacen evidentes en la división de espacios dentro de la vivienda de cada clase, en todo tipo de utillajes especializados de cuidado personal dentro de la clase dominante y hasta en la división sexual de los espacios públicos.
¿Por qué perdura la división sexual del trabajo después del esclavismo?
Se puede argumentar que una parte de las instituciones patriarcales perduran en el feudalismo después de que el patriarcado como tal -una institución esclavista- hubiera desaparecido. Pero es un poco más complicado que eso.
Por un lado la división sexual del trabajo se difumina dentro de la clase explotada en la mayor parte de Europa entre el siglo V y el final de la era carolingia. Un fenómeno que refleja el retroceso de la división social del trabajo en general que sufre la Europa feudal cristiana.
Pero por otro lado la nueva clase dominante, no deja de tener un problema demográfico permanente hasta el siglo XII. En ese momento y no por casualidad, aparece toda una reconsideración de la mujer que se manifiesta desde el auge de los cultos marianos hasta la aparición de la reina en el ajedrez.
Pero ese cambio se verá truncado definitivamente por la peste negra en el siglo XIV. La angustia demográfica dará forma permanente a las preocupaciones tanto de una iglesia, que es el principal aparato ideológico estatal y que intentará parchear ideológicamente los primeros síntomas de decadencia del sistema, como de una burguesía mercantil en ascenso.
Cada crisis demográfica feudal va acompañada de una nueva ola de misoginia con coletazos, desde el siglo XIII, en la división sexual del trabajo dentro de los burgos y sus gremios.
Conforme el trabajo gremial se va convirtiendo en trabajo explotado por la burguesía urbana, la burguesía incorpora más mujeres a la explotación directa y da espacios de nuevo protagonismo económico a las mujeres de su clase. Pero al mismo tiempo, se apoya en la iglesia para conjurar el peligro de una nueva crisis demográfica y exaltar el confinamiento doméstico y la crianza.
Por eso, cuando aparezca el capitalismo, la situación de la mujer trabajadora conservará, como denunció Marx, los restos serviles de la domesticidad heredada del esclavismo mientras sufre la mercantilización forzada de su fuerza de trabajo y del conjunto de su vida.
Pero frente a las viejas relaciones del patriarcado el capitalismo no solo fue revolucionario, sino implacable, como recordaba ya el «Manifiesto Comunista». ¿Por qué? Porque para que exista plusvalía, debe existir primero la posibilidad de conversión del dinero en capital, es decir la fuerza de trabajo debe ser una mercancía que se compre y venda libremente en el mercado.
Para ello el vendedor debe poder encontrarse con el comprador como personas que intercambian mercancías, tener -formalmente- «iguales derechos». El trabajador debe ser «libre», esto es dueño de la mercancía que va a vender y estar dispuesto a vender su fuerza de trabajo durante un tiempo determinado como algo separado de sí mismo -si se vendiera a sí mismo sería un esclavo y si su fuerza de trabajo no le perteneciera por derecho sería un siervo. Para todo lo cual debe además de no tener alternativas, estar desposeído de los medios de producción que le permitirían convertir su fuerza de trabajo en mercancías por sí mismo. [...]
[En este contexto resulta absurdo] defender que la opresión de la mujer -que no es lo mismo que la discriminación por sistemática que sea- prosigue bajo el capitalismo para que el capital pueda ahorrarse pagar el trabajo doméstico. En realidad, la masa salarial total que percibe el proletariado es el coste de reproducción de la fuerza de trabajo que el capital emplea. Este coste de reproducción es independiente de la división sexual del trabajo, es simplemente, el mínimo que puede pagar en cada momento dado un estado de la tecnología, una estructura de costes y una correlación de fuerzas entre las clases sociales.
De hecho, históricamente, la incorporación de la mujer a la fuerza de trabajo asalariada, impelida por la capitalización masiva durante la reconstrucción posbélica en países como España, Portugal o Argentina, acabó como había comenzado: los ingresos totales de cualquier familia trabajadora llegaban justito para mantener la capacidad de trabajo de sus miembros en edad laboral, incluidos los costes culturales necesarios para sostener una mano de obra necesariamente más cualificada.
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¿Por qué el capitalismo no ha acabado con la división sexual del trabajo?
El propio núcleo explotador del capitalismo tiende a reducir y eliminar la división sexual del trabajo, homogeneizando a los trabajadores de ambos sexos por lo que tienen en común para el sistema: la explotación de su fuerza de trabajo. Pero eso está lejos de significar que el capitalismo lo tuviera por «programa» consciente, que vaya a culminarlo totalmente o ni siquiera que esté en condiciones históricas para alcanzarlo globalmente.
También son tendencias típicamente capitalistas la superación de la división entre trabajo manual e intelectual o la socialización de la producción. Pero no por eso dejan de estar supeditadas a las necesidades concretas e inmediatas de la acumulación de capital ni dejan de estar condicionadas por la lógica general del sistema.
Esta lógica premia cualquier forma de discriminación al tiempo que ha perdido ya la capacidad para generar desarrollo humano con su crecimiento. A cada paso, las tendencias que un día fueron progresivas en él, entran cada vez más en contradicción y más abierta con la vida humana y la Naturaleza.
El capitalismo ha sentado las bases materiales para una sociedad abundante y sin explotación, organizada en torno las necesidades humanas. Una sociedad, el comunismo, en la que desde el primer momento la división sexual del trabajo aparecerá como un obstáculo a derribar urgentemente.
Ni el capitalismo puede superar la división sexual del trabajo ni el Comunismo alcanzarse sin hacerlo
El núcleo irrenunciable del comunismo es la abolición del trabajo asalariado. Es la piedra de toque de una desmercantilización total de la producción, que pasa a organizarse para la satisfacción directa de las necesidades humanas.
Desmercantilizar el conjunto de las relaciones sociales, liberar de su forma mercantil tanto la producción como la vida, es la base del programa comunista que expresa toda la lucha de los trabajadores como clase.
Es, entre otras cosas, lo opuesto a la categorización y mercantilización de los cuidados que se nos ofrece desde el feminismo como vía capitalista de superación de la división sexual del trabajo... Superación que en ese horizonte no es tal, sino en realidad enquistamiento y generalización de la mercantilización, la atomización y la dependencia.
Como hemos visto en otras entregas de esta serie, la desmercantilización que hace la transición hacia el comunismo se apoya fundamentalmente en dos tendencias que el capitalismo no puede desarrollar ya más que de formas monstruosas y contradictorias: el desarrollo de la productividad física y la socialización.
En una sociedad que ya no está fracturada en clases la organización del trabajo social ya no está supeditada a mantener esa división y no corresponde a una clase o un grupo exclusivo, es una tarea del conjunto de la sociedad, que vuelve a ser comunidad (de ahí el nombre «comunismo»). Es la sociedad reconstituida en comunidad la que organiza su propio trabajo, el trabajo social, conscientemente.
Dicho de otro modo, por definición, el comunismo es comunitarización de la organización social y socialización de la satisfacción de las necesidades de cada uno. Incluidos los hoy llamados «cuidados». En vez de mercantilizar, socializar. En vez de atomizar e individualizar, colectivizar y comunitarizar. Y eso es absolutamente incompatible con mantener una división sexual del trabajo. Si existiera división sexual del trabajo, la realidad del comunismo se negaría de raíz.
En una sociedad reunificada, sin clases, no hay división posible del trabajo por grupos de nacimiento o adscripción, sino aporte voluntario y socializado de cada uno en función de sus capacidades... que estarán, pero es otro tema, multiplicadas y no negadas por la nueva sociedad.
Por eso, en palabras de Rosa Luxemburgo, el fin de la división sexual del trabajo y por tanto...
...La igualdad política y social de los sexos no emana de ningún «derecho de la mujer» al que hace referencia el movimiento burgués de emancipación de las mujeres. Estos deberes no pueden deducirse más que de una oposición generalizada al sistema de clases, a todas las formas de desigualdad social y a todo poder de dominación. En una palabra, se deducen del principio fundamental del socialismo.
Rosa Luxemburgo. La cuestión nacional y la autonomía, 1908
Por eso también, la negación de la división sexual del trabajo está necesaria, dialécticamente presente en todo el camino hacia el comunismo, desde las reivindicaciones de clase a la misma forma de organización de las expresiones políticas de clase; y por supuesto en en la moral comunista.